Capítulo 33

En que trata la gran necesidad que tenemos de que el Señor nos dé lo que pedimos en estas palabras del Paternóster: Panem nostrum quotidianum da nobis hodie 1. Pues entendiendo -como he dicho- el buen Jesús cuán dificultosa cosa era ésta que ofrece por nosotros, conociendo nuestra flaqueza y que muchas veces hacemos entender que no entendemos cuál es la voluntad del Señor -como somos flacos y Él tan piadoso- y que era menester medio, porque dejar de dar lo dado vio que en ninguna manera nos conviene, porque está en ello toda nuestra ganancia. Pues cumplirlo vio ser dificultoso, porque decir a un regalado y rico que es la voluntad de Dios que tenga cuenta con moderar su plato para que coman otros siquiera pan, que mueren de hambre, sacará mil razones para no entender esto sino a su propósito. Pues decir a un murmurador que es la voluntad de Dios querer tanto para su prójimo como para sí, no lo puede poner a paciencia ni basta razón para que lo entienda. Pues decir a un religioso que está mostrado a libertad y regalo que ha de tener cuenta con que ha de dar ejemplo, y que mire que ya no son solas las palabras con las que ha de cumplir cuando dice esta palabra, sino que lo ha jurado y prometido, y que es voluntad de Dios que cumpla sus votos, y mire que si da escándalo que va muy contra ellos, aunque no del todo los quebrante; que ha prometido pobreza, que la guarde sin rodeos, que esto es lo que el Señor quiere; no hay remedio, aun ahora, de quererlo algunos, ¿qué hiciera, si el Señor no hiciera lo más con el remedio que puso? No hubiera sino muy poquitos que cumplieran esta palabra, que por nosotros dijo al Padre, de fiat voluntas tua.

Pues, visto el buen Jesús la necesidad, buscó un medio admirable adonde nos mostró el extremo de amor que nos tiene, y en su nombre y en el de sus hermanos pidió esta petición: El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy, Señor. Entendamos, hermanas, por amor de Dios, esto que pide nuestro buen Maestro, que nos va la vida en no pasar de 120

corrida por ello, y tened en muy poco lo que habéis dado, pues tanto habéis de recibir.

2. Me parece ahora a mí -debajo de otro mejor parecer- que, visto el buen Jesús lo que había dado por nosotros y cómo nos importa tanto darlo y la gran dificultad que había -como está dicho-, por ser nosotros tales y tan inclinados a cosas bajas y de tan poco amor y ánimo, que era menester ver el suyo para despertarnos, y no una vez, sino cada día, que aquí se debía de determinar de quedarse con nosotros. Y como era cosa tan grave y de tanta importancia, quiso que viniese de la mano del Eterno Padre. Porque, aunque son una misma cosa y sabía que lo que Él hiciese en la tierra lo haría Dios en el cielo y lo tendría por bueno -

pues su voluntad y la de su Padre era una-, era tanta la humildad del buen Jesús que quiso como pedir licencia, porque ya sabía era amado del Padre y que se deleitaba en Él. Bien entendió que pedía más en esto que ha pedido en lo demás, porque ya sabía la muerte que le habían de dar, y las deshonras y afrentas que había de padecer.

3. Pues ¿qué padre hubiera, Señor, que habiéndonos dado a su hijo -

¡y tal hijo!- y parándole tal, quisiera consentir se quedara entre nosotros cada día a padecer? -Por cierto, ninguno, Señor, sino el vuestro: bien sabéis a quién pedís.

¡Oh, válgame Dios, qué gran amor del Hijo, y qué gran amor del Padre! Aun no me espanto tanto del buen Jesús, porque, como había ya dicho fiat voluntas tua, habíalo de cumplir como quien es. ¡Sí, que no es como nosotros! Pues como sabe la cumple con amarnos como a Sí, así andaba a buscar cómo cumplir con mayor cumplimiento -aunque fuese a su costa- este mandamiento. Mas Vos, Padre Eterno, ¿cómo lo consentisteis? ¿Por qué queréis cada día ver en tan ruines manos a vuestro Hijo? Ya que una vez quisisteis lo estuviese y lo consentisteis, ya veis cómo le pararon. ¿Cómo puede vuestra piedad cada día, cada día, verle hacer injurias? ¡Y cuántas se deben hoy hacer a este Santísimo Sacramento! ¡En qué de manos enemigas suyas le debe de ver el Padre! ¡Qué de desacatos de estos herejes!

4. ¡Oh, Señor eterno! ¿Cómo aceptáis tal petición? ¿Cómo lo consentís? No miréis su amor, que a trueco de hacer cumplidamente 121

vuestra voluntad y de hacer por nosotros, se dejará cada día hacer pedazos. Es vuestro de mirar, Señor mío, ya que a vuestro Hijo no se le pone cosa delante ¿Por qué ha de ser todo nuestro bien a su costa?

¿Porque calla a todo y no sabe hablar por sí, sino por nosotros? Pues,

¿no ha de haber quien hable por este amantísimo Cordero?

He mirado yo cómo en esta petición sola duplica las palabras, porque dice primero y pide que le deis este pan cada día, y torna a decir dádnoslo hoy, Señor. Pone también delante a su Padre. Es como decirle que ya una vez nos le dio para que muriese por nosotros, que ya nuestro es; que no nos le torne a quitar hasta que se acabe el mundo; que le deje servir cada día. Esto os enternezca el corazón, hijas mías, para amar a vuestro Esposo, que no hay esclavo que de buena gana diga que lo es, y que el buen Jesús parece se honra de ello.

5. ¡Oh, Padre eterno! ¡Qué mucho merece esta humildad! ¿Con qué tesoro compramos a vuestro Hijo? Venderle, ya sabemos que por treinta dineros; mas para comprarle, no hay precio que baste. Como se hace aquí una cosa con nosotros, por la parte que tiene de nuestra naturaleza, y como señor de su voluntad lo acuerda a su Padre que -

pues es suya- que nos la puede dar; y así, dice: pan nuestro. No hace diferencia de Él a nosotros, mas hacémosla nosotros de Él, para no nos dar cada día por Su Majestad.

122

Share on Twitter Share on Facebook