Capítulo I. De cómo fueron cercados los gamalenses.

Todos los galileos que, después de destruida Jotapata, se levantaron contra los romanos, después de vencidos los tari­cheos se volvían a juntar con ellos; y tenían ya tomados los romanos todas las ciudades y castillos, excepto a Giscala, y aquellos que habían ocupado el monte Itaburio.

Habíase con éstos rebelado la ciudad de Gamala, fundada más allá de la laguna, y que pertenece a los términos y señorío de Agripa, y con ésta también Sogana y Seleucia. Entrambas eran de las tierras de Gaulanitida: Sogana está de la parte alta que se llama Gaulana, y en la baja inferior Gamala. Se­leucia está junto a la laguna llamada Semechonita, que tiene treinta estadios, que son casi cuatro millas, de ancho, y cua­renta estadios de largo, y tiene sus lagunas que se extienden hasta Dafne. Esta región suele ser muy deleitable; principal­mente tiene fuentes que sustentan al Jordán que llaman Menor, y lo llevan por debajo del templo Aureo de Júpiter, hasta dar en el Mayor.

Agripa, cuando estas tierras se comenzaron a rebelar, juntó en su amistad a Sagana y a Seleucia. Gamala estaba soberbia sin querer obedecerle, confiándose en la dificultad y aspereza de las tierras, aun más que Jotapata. Tiene una áspera bajada de un alto monte levantada en medio algún tanto; y a donde se levanta, allí se alarga no menos hacia abajo que por las es­paldas, a manera de lomo de un camello, de lo cual alcanzó el nombre que tiene; pero los naturales no pueden retener la significación expresa del vocablo en la pronunciación. Por los lados y por la parte de delante, pártese en ciertos valles muy dificultosos e imposibles para caminar por ellos, y por la par­te que pende del monte es algún poco menos difícil. Pero los naturales que allí vivían la habían hecho muy dificultosa e imposible, con un foso atravesado y muy hondo. Había muchas casas edificadas y muy juntas por aquellas cuestas, y parecía que venía a tierra toda la ciudad dentro de sí, hacia la parte del Mediodía. El collado que está hacia la parte austral, es tan alto, que sirve a la ciudad como de torre o fuerte sin muro; y la peña que está más alta, tiene ojo a defender el valle. Había una fuente dentro, en la cual venía a acabar la ciudad. Aunque fuese esta ciudad naturalmente tan fuerte que no se pudiese tomar, todavía Josefo la fortaleció más cuando la cercaba de muro, haciéndola muy buen foso y minándola. Los naturales de aquí confiábanse más, por saber que era el lugar más fuerte que los de Jotapata; pero había mucha menos gente y menos ejercitada; y confiados en la as­pereza del lugar, pensaban ser muchos más que eran los enemi­gos, porque la ciudad también estaba llena de gente que se recogía allí, por saber que la ciudad era muy fuerte. Y ha­biendo enviado antes Agripa gente que la cercase, le resistieron siete meses continuos.

Partiendo Vespasiano de Amaunta, a donde había asen­tado su campo por tomar a Tiberíada (quien quisiese declarar lo que este nombre significa, sepa que Amaus quiere decir aguas calientes: porque aquí hay una fuente tal, muy buena para sanar enfermos y lisiados), llegó a Gamala y no podía cercar toda la ciudad por estar edificada de la manera que hemos arriba dicho; pero puso su guarda y ordenó su gente como mejor fué posible, ocupó el monte que estaba en la parte alta, y puesto allí su campo, según acostumbraba, al fin trabajaron en alzar sus montezuelos.

Por la parte del Oriente, en un lugar que daba encima de la ciudad, muy alto, había una torre, a donde estaba la quin­cena legión y la quinta, quo trabajaban en dar contra el medio de la ciudad; la décima hizo diligencia en rellenar los fosos y valles.

Estando en esto, el rey Agripa llegóse a los muros pro­curando hablar con los que defendían la ciudad, por hacer que se rindiesen; uno de los que tiraban con hondas le sacudió con una piedra en el codo: por esto sus amigos le detuvieron.

Los romanos fueron movidos a poner cerco a la villa; parte por la ira que tenían contra ellos por causa del rey, y parte también por tener miedo, pensando que los judíos no dejarían de usar toda crueldad contra los enemigos y extranjeros; pues contra su mismo natural, que es persuadir lo que les convenía y les era de provecho, se habían mostrado tan fieros y tan crueles. Levantados con diligencia los montes, y con la con­tinuación que en ellos pusieron, fueron acabados presto, y ponían ya en ellos sus máquinas.

Chares y Josefo eran los principales de la ciudad y orde­naron la gente de armas, aunque estaban todos muy amedren­tados, y aunque pensaban no poder defenderse mucho tiempo, por ver que les faltaba el agua y muchas otras cosas necesarias; pero en fin, animándolos a todos, los sacaron al muro. Re­sistieron algún poco a los golpes de las máquinas; pero heridos con la muchedumbre de saetas y dardos que les tiraban, hu­bieron de recogerse dentro de la ciudad. Habiendo, pues, los romanos dado el asalto a la ciudad por tres partes, derribaron el muro con sus ingenios; y por las partes que estaba derribado entraron todos con gran furia de armas; y tañendo las trom­petas, dando también ellos grandes voces, peleaban con los de la ciudad. A los primeros encuentros estuvieron los de la ciudad firmes, y resistieron, impidiendo a los romanos que pa­sasen más adelante. Pero vencidos par la fuerza y muchedum­bre que cargaba, huyeron todos a las partes altas de la ciudad, volviendo después a dar sobre sus enemigos; y echándolos por allí abajo, los mataban sin poderse librar, por ser el lugar muy difícil y muy estrecho. Como, pues, los romanos no pudiesen resistir a los que los herían de lo alto, ni se pudiesen librar por alguna parte, con el aprieto en que los enemigos los ponían en aquella cuesta, recogíanse en las casas de sus propios ene­migos, las que estaban en lo llano de la ciudad; y como cargase en ellas tanta gente, daban con todo en tierra, por no poder sostener el peso; y una que caía, derribaba muchas de las que debajo estaban, y éstas muchas otras. Esto fué causa que muchos romanos pereciesen, porque estando inciertos y sin saber lo que hiciesen, aunque veían caer los techos y paredes sobre sí, no por eso dejaban de recogerse allí; creo que más por morir por cualquier otra cosa, que por manos de los judíos; de esta manera muchos morían. Muchos de los que huían eran lisiados en sus miembros, y muchos morían aho­gados en el polvo. Pero todo esto pensaron los naturales de Gamala que sucedía en provecho de ellos; y menospreciando el daño que por esta parte les venía, peleaban con mayor es­fuerzo y hacían mayor fuerza, y hacían recoger en sus propias casas a los enemigos; y los que caían por las estrechuras de las calles, eran muertos con las saetas y dardos que de lo alto por encima les tiraban. La destrucción de las casas derribadas les daba abundancia de piedras, y los enemigos muertos abundancia de armas, porque quitábanles las armas y daban con ellas a los demás que estaban medio muertos. Muchos, cayendo los techos de las casas, morían echándose de allí abajo ellos mis­mos, y queriendo volver atrás, no podían fácilmente. Porque no sabiendo las calles y con el gran polvo que se levantaba, unos daban en otros sin conocerse ellos mismos, y quedaban rendidos y muertos; pero hallando con gran pena puerta para salir, alejáronse de la ciudad.

Vespasiano, que siempre estuvo con los suyos en todos los trabajos, sintió gran dolor en ver que la ciudad caía sobre sus soldados; y no teniendo su vida en algo, antes menospreciando la muerte con ánimo esforzado, halló lugar escondidamente para ganar la parte alta de la ciudad, y fué dejado casi solo con muy poca gente en medio de aquellos peligros.

No estaba con él su hijo Tito entonces, el cual había sido antes enviado a Muciano, en Siria. Volver las espaldas y huir no lo tenía por cosa segura ni honesta, acordándose de las cosas que desde su juventud había hecho; y teniendo memoria de su virtud, pareció que divinamente juntó su gente y las armas que pudo; y descendiendo de lo alto con su compañía, resistía y hacía guerra a sus enemigos, sin temer la muche­dumbre que de ellos había, ni sus armas, hasta tanto que los enemigos, viendo la obstinación que en su ánimo tenía contra ellos, pensaron que divinamente la tenía, y aflojaron su fuerza; por lo cual, peleando ellos ya algo menos, y más flacamente de lo que habían acostumbrado, poco a poco Vespasiano se recogía; pero con tal miramiento, que no les mostró las es­paldas hasta que se vió fuera de los muros.

Mucha gente de los romanos murieron en este asalto y pelea: fué entre ellos uno, el gobernador Ebucio, varón cier­tamente muy conocido y de gran esfuerzo, no sólo en esta pelea, pero probado por muy valeroso en muchas otras antes, y que había hecho mucho mal a los judíos. Estuvo también es­condido en esta pelea un centurión o capitán de cien hombres, llamado por nombre Galo, con diez soldados, dentro de una casa; y como los que allí dentro vivían cenasen una noche y tratasen entre sí del consejo que el pueblo de los judíos había tenido contra los romanos, y él los oyese, siendo él siro y los que con él estaban también, en la misma noche dió en ellos, y matándolos a todos, libróse salvo con todos los suyos, y vínose a los romanos.

Viendo Vespasiano el dolor y tristeza que su ejército tenía por los casos adversos y tan contrarios que le habían aconte­cido, y por ver que no le habían acontecido tantas muertes en guerra alguna como en ésta, y viéndolos aún más afren­tados y con vergüenza por haber dejado a su capitán en el campo y peligros solo, pensó que los debía consolar sin decir algo de sí, por no parecer que daba culpa y se quejaba de alguno. Díjoles: que convenía sufrir valerosamente y con es­fuerzo las adversidades comunes, acordándose de lo que natu­ralmente suele acontecer cada día en las guerras; cómo sin sangre es imposible haber alguna victoria, y que no había dado la fortuna todo lo que tenía, antes si hasta allí había sido contraria, ser podía que volviese atrás y se mudase en próspera; y que habiendo muerto entonces tantos millares de judíos, no era maravilla que pidiese la fortuna enemiga el diezmo de los nuestros o la parte que se le debía. Y como es de hombres soberbios y arrogantes ensoberbecerse con la de­masiada prosperidad, así no menos es cosa de hombres de poco amedrentarse en las adversidades. "Porque, dijo, fácil y lige­ramente se mudan estas cosas ahora en lo uno y luego en lo otro, y aquel es tenido por varón esforzado, que tiene ánimo valeroso en las cosas que no le suceden prósperamente; y queda con su mismo esfuerzo para corregir con consejo las desdichas y adversidades que le habrán acontecido. Aunque estas cosas no nos han sucedido ahora a nosotros por nuestra flojedad, ni por la virtud y esfuerzo de nuestros enemigos, porque la dificultad del lugar les ha concedido a ellos buen suceso y a nosotros malo. En esta cosa bien veo claramente que podría cualquiera reprender la osadía vuestra como teme­raria, porque habiéndose recogido los enemigos a lo alto, de­bíais todos vosotros refrenaros entonces, y no poneros en peligro que había en perseguirles hasta arriba: antes, pues, habíais tomado la parte baja de la ciudad, debíais trabajar en hacer salir a los enemigos que se habían recogido, a que pelea­sen en lugar que fuese más cómodo y más seguro para todos vosotros. No tuvisteis cuenta con mirar cuán fuera de con­sejo fuere esto, por prisa demasiada que pusisteis en proseguir vuestra victoria: el ímpetu y fuerza sin consejo en la guerra, no es de los romanos, ni suelen hacer ellos algo de tal manera; antes nada hacemos que no sea con gran orden y destreza; a los bárbaros conviene aquello y a los judíos, por cuya causa hemos ganado lo que de ellos tenemos. Conviene, pues, que recurramos a nuestra virtud, y enojarnos más con la adversi­dad y ofensa que indignamente la fortuna nos ha hecho, que entristecérnos por ella. Cada uno procure en buscar con su esfuerzo el descanso, porque de esta manera nos vengaremos de los que hemos perdido, en aquellos por quienes han sido muertos. De mi parte os prometo que haré no menos que me habéis visto hacer hasta ahora; antes peleando vosotros, y haciendo lo que debéis, yo me pondré siempre el primero y seré el postrero que de la pelea partirá."

Con estas palabras esforzó Vespasiano su ejército.

Los gamalenses, por otra parte, con el suceso próspero que habían tenido, cobraron mayor ánimo, por haber sido sin razón grande, y haberles sucedido todo tan próspera y magníficamente. Poco después, pensando que habían ya per­dido todas las esperanzas de trabar amistad con los romanos y de hacer algún concierto, y viendo que no les era posible salvarse, porque ya les faltaba el mantenimiento, tenían gran pesar y dolor por ello, y habían perdido parte del buen áni­mo que antes tenían. Con todo, no dejaban de hacer lo que posible les era en defenderse, guardando tan bien las partes del muro muy fuerte que había sido derribado, como las que estaban enteras.

Los romanos estaban haciendo sus montes, y procuraban otra vez darles el asalto, por lo cual había muchos de los de dentro la ciudad que procuraban salirse por los valles y fosos apartados, adonde no había alguno de guarda, y huían también por los albañales: los que quedaban allí por miedo que fuesen presos, eran consumidos por pobreza y por falta de manteni­miento, porque solamente eran proveídos los que podían pe­lear. Todavía, con todas estas adversidades, permanecían.

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