Capítulo XI. De la guerra de los partos contra los judíos, y de la huída de Herodes y de su fortuna.

Estando Barzafarnes, sátrapa de los partos, apoderado hacía dos años de Siria, con Pacoro, hijo del rey Lisanias, sucesor de su padre Ptolorneo, hijo de Mineo, persuadió al sátrapa, después de haberle prometido mil talentos y quinien­tas mujeres, que pusiese a Antigono dentro del reino y que sacase a Hircano de la posesión que tenía. Movido, pues, por este Pacoro hizo su camino por los lugares que están hacia la mar, y mandó que Barzafarnes fuese por la tierra adentro. Pero la gente marítima de los tirios echó a Pacoro, habiéndolo recibido los ptolemaidos y los sidonios. El mandó a un criado que servía la copa al rey y tenía su mismo nombre, dándole parte de su caballería, que fuera a Judea por saber lo que determinaban los enemigos, porque cuando fuese necesario pudiese socorrer a Antígono. Robando éstos a Carmelo y des­truyéndolo, muchos judíos se venían a Antígono muy apa­rejados para hacerles guerra y echarlos de allí. El, entonces, enviólos que tomasen el lugar llamado Drimos. Trabando allí la batalla, y habiendo echado y hecho huir los enemigos, venían aprisa a Jerusalén, y habiéndose aumentado mucho el número de la gente, llegaron hasta el palacio. Pero salién­doles al encuentro Hircano y Faselo, pelearon valerosamente en medio de la plaza, y siendo forzados a huir, los de la parte de Herodes les hicieron recoger en el templo, y puso sesenta varones en las casas que había por allí cerca, que los guardasen; pero el pueblo los quemó a todos, por estar airado contra los dos hermanos. Herodes, enojado por la muerte de éstos, salió contra el pueblo, mató a muchos, y persiguiéndose cada día unos a otros con asechanzas continuas, sucedían todos los‑días muchas muertes. Llegada después la fiesta que ellos llamaban Pentecostés, toda la ciudad estuvo llena de gente popular, y la mayor parte de ella muy armada. Faselo, en este tiempo, guardaba los muros, y Herodes, con poca gente, el Palacio Real; acometiendo un día a los enemigos súbita­mente en un barrio de la ciudad, mató muchos de ellos e hizo huir a los demás, cerrando parte de ellos en la ciudad, otros en el templo y otros en el postrer cerco o muro.

En este medio Antígono suplicó que recibiesen a Pacoro, que venía para tratar de la paz. Habiendo impetrado esto de Faselo, recibió al parto dentro de su ciudad y hospedaje con quinientos caballeros, el cual venía con nombre y pretexto de querer apaciguar la gente que estaba revuelta, pero, a la verdad, su venida no era sino por ayudar a Antígono. Movió finalmente e incitó a Faselo engañosamente a que enviasen un embajador a Barzafarnes para tratar la paz, aunque He­rodes era en esto muy contrario y trabajaba en disuadirlo, diciendo que matase a aquel que le había de ser traidor, y amonestando que no confiase en sus engaños, porque de su natural los bárbaros no guardan ni precian la fe ni lo que prometen. Salió también, por dar menos sospecha, Pacoro con Hircano, y dejando con Herodes algunos caballeros, los cuales se llaman eleuteros, él, con los demás, seguía a Faselo.

Cuando llegaron a Galilea, hallaron los naturales de allí muy revueltos y muy armados, y hablaron con el sátrapa, que sabía encubrir harto astutamente, y con todo cumpli­miento y muestras de amistad, los engaños que trataba. Des­pués de haberles finalmente dado muchos dones, púsoles mu­chas espías y asechanzas para la vuelta. Llegados ellos ya a un lugar marítimo llamado Ecdipon, entendieron el engaño; porque allí supieron lo de los mil talentos que le habían sido prometidos, y lo de las quinientas mujeres que Antígono habla ofrecido a los partos, entre las cuales estaban contadas muchas de las de ellos; que los bárbaros buscaban siempre asechanzas para matarlos, y que antes fueran presos, a no ser porque tardaron algo más de lo que convenía, y por prender en Jerusalén a Herodes, antes que proveído sabiendo aquello, se pudiese guardar.

No eran ya estas cosas burlas ni palabras, porque veía que las guardas no estaban muy lejos. y con todo, Faselo no per­mitió que desamparasen a Hircano, aunque Ofilio te amones­tase muchas veces que huyese, a quien Sararnala, hombre riquísimo entre los de Siria, había dicho cómo le estaban puestas asechanzas y tenía armada la traición. Pero él quiso más venir a hablar con el sátrapa y decirle las injurias que merecía en la cara, por haberle armado aquellas traiciones y asechanzas; y principalmente porque se mostraba ser tal por causa de] dinero, estando él aparejado para dar más por su salud y vida, que no le había Antígono prometido por haber el reino. Respondiendo el parto, y satisfaciendo a todo esto engañosamente, echando con juramento de sí toda sospecha, vínose hacia Pacoro, y luego Faselo e Hircano fueron presos por aquellos partos que habían allí quedado mandados para aquel negocio, maldiciendo y blasfemando de él como de hombre pérfido y perjuro.

El copero de quien hemos arriba hablado, trabajaba en prender a Herodes, siendo enviado vara esto sólo, y tentaba de engañarlo, haciéndolo salir fuera del muro, según le habían mandado. Herodes, que solía tener mala sospecha de los bár­baros, no dudando que las cartas que descubrían aquella traición y asechanzas hubiesen venido a manos de los enemi­gos, no quería salir, aunque Pacoro, fingiendo, Dretendía que tenía harto idónea y razonable causa, diciendo que debía salir al encuentro a los que le traían cartas, porque no habían sido presos por los enemigos, ni se trataba en ellas algo de la traición y asechanzas, antes sólo lo que había hecho Faselo venía escrito en ellas. Pero ya hacía tiempo que Herodes sabía por otros cómo su hermano Faselo estaba preso, y la hija de Hircano, Mariamma, mujer prudentísima, le rogaba y suplicaba en gran manera que no saliese ni se fiase ya en lo que manifiestamente mostraban que querían los bárbaros.

Estando Pacoro tratando con los suyos de qué manera pudiese secretamente armar la traición y asechanzas, porque no era posible que un varón tan sabio fuese salteado así a las descubiertas, una noche Herodes, con los más allegados y más amigos, vínose a Idumea sin que los enemigos lo supiesen. Sabiendo esto los partos, comiénzalo a perseguir, y él había mandado a su madre y hermanos, y a su esposa con su madre y al hermano menor, que se adelantasen por el camino ade­lante, y él, con consejo muy remirado, daba en los bárbaros; y habiendo muerto muchos de ellos en las peleas, veníase a recoger aprisa al castillo llamado Masada, y allí experimentó que eran más graves de sufrir, huyendo, los judíos, que no los partos. Los cuales, aunque le fueron siempre molestos y muy enojosos, todavía también pelearon a sesenta estadios de la ciudad algún tiempo.

Saliendo Herodes con la victoria, habiendo muerto a mu­chos, honró aquel lugar con un lindo palacio que mandó edificar allí, y una torre muy fortalecida en memoria de sus nobles y prósperos hechos, poniéndole nombre de su propio nombre, llamándola Herodión.

Y como iba entonces huyendo así iba recogiendo gente y ganando la amistad de muchos. Después que hubo llegado a Tresa, ciudad de Idumea, salióle al encuentro su hermano Josefo, y persuadióle que dejase parte de la gente que traía, porque Masada no podría recoger tanta muchedumbre; lle­gaban bien a más de nueve mil hombres. Tomando Herodes el consejo de su hermano, dió licencia a los que menos le podían ayudar en la necesidad, que se fuesen por Idumea, proveyéndoles de lo necesario, y detuvo con él los más ami­gos, y de esta manera fué recibido dentro del castillo.

Después, dejando allí ochocientos hombres de guarnición para defender las mujeres, y harto mantenimiento aunque los enemigos lo cercasen, él pasó a Petra, ciudad de Arabia; pero los partos, volviendo a dar saco a Jerusalén, entrábanse por las casas de los que huían, y en el Palacio Real, perdonando solamente a las riquezas y bienes de Hircano, que eran más de trescientos talentos, y hallaron mucho menos de lo que todos de los otros esperaban, porque Herodes, temiéndose mucho antes de la infidelidad de los bárbaros, había pasado todo cuanto tenía entre sus riquezas que fuese precioso, y todos sus compañeros y amigos hablan hecho lo mismo.

Después de haber ya los partos gozado del saqueo, revolvie­ron toda la tierra y moviéronla a discordias y guerras; des­truyeron también la ciudad.de Marisa, y no se contentaron con hacer a Antígono rey, sino que le entregaron a Faselo y a Hircano para que los azotase. Este quitó las orejas a Hir­cano con sus propios dientes a bocados, porque si en algún tiempo se libraba, sucediendo las cosas de otra manera, no pudiese ser pontífice; porque conviene que los que celebran las cosas sagradas, sean todos muy enteros de sus miembros. Pero con la virtud de Faselo fué prevenido Antígono, el cual, como no tuviese armas ni las manos sueltas, porque estaba atado, quebróse con una piedra que tenía allí cerca la cabeza y murió; probando de esta manera cómo era verdadero her­mano de Herodes, y cómo Hircano había degenerado; murió varonilmente, alcanzando digna muerte de los hechos que había antes animosamente hecho. Dícese también otra cosa, que cobró su sentido después de aquella llaga, pero que Antí­gono envió un médico como porque lo curase, y le llenó la llaga de muy malas ponzoñas, y de esta manera lo mató. Sea lo que fuere, todavía el principio de este hecho fué muy notable. Y dícese más: que antes que le saliese el alma del cuerpo, sabiendo por una mujercilla que Herodes había es­capado libre, dijo: «Ahora partiré con buen ánimo, pues dejo quien me vengará de mis enemigos", y de esta manera Fa­selo murió.

Los partos, aunque no alcanzaron las mujeres, que eran las cosas que más deseaban, poniendo gran reposo, y apaci­guando las cosas en Jerusalén con Antígono, lleváronse preso con ellos a Hircano a Parthia.

Pensando Herodes que su hermano vivía aún, venía muy obstinado a Arabia, por donde tomar dineros del rey con los cuales solos tenía esperanzas de libertar a su hermano de la avaricia grande de los bárbaros. Porque pensaba que si el árabe no se acordaba de la amistad de su padre, y se quería mostrar más avaro y escaso de lo que a un ánimo liberal y franco convenía, él le pediría aquella suma de dinero, prestada por lo menos, para dar por el rescate de su hermano, dejándole por prendas al hijo, el cual él después libertaría; porque tenía consigo un hijo de su hermano, de edad de siete años, y había determinado ya dar trescientos talentos, poniendo por rogadores a los tirios.

Pero la fortuna y desdicha se habían adelantado antes al amor y afición buena del hermano, y siendo ya muerto Faselo, por demás era el amor que Herodes mostraba. Aun en los árabes no halló salva ni entera la amistad que tener pen­saba, porque Malico, rey de ellos, enviando antes embajado­res que se lo hiciesen saber, le mandaba que luego saliese de sus términos, fingiendo que los partos le habían enviado em­bajadores que mandase salir a Herodes de toda Arabia; y la causa cierta de esto fué porque había determinado negar la deuda que debía a Antipatro, sin volverle ni satisfacer en algo a sus hijos por tantos beneficios como de él había reci­bido, teniendo en aquel tiempo tanta necesidad de consuelo. Tenía hombres que le persuadían esta desvergüenza, los cua­les querían hacer que negase lo que era obligado a dar Anti­patro, y estaban cerca de él los más poderosos de toda Arabia. Por esto Herodes, al hallar que los árabes le eran enemigos por esta causa por la cual él pensaba que le serían muy ami­gos., respondió a los mensajeros aquello que su dolor le per­mitió. Volvióse hacia Egipto, y en la noche primera, estando tomando la compañía de los que había dejado, apartóse en un templo que estaba en el campo. Al otro día, habiendo llegado a Rinocolura, fuéle contada la muerte de su hermano, recibiendo tan gran pesar, y haciendo tan gran llanto cuanto había ya perdido el cuidado de verlo; mas proseguía iu ca­mino adelante.

Pero tarde se arrepintió de su hecho el árabe, aunque envió harto presto gente que volviese a llamar a aquel a quien él había antes echado con afrenta. Había ya en este tiempo Herodes llegado a Pelusio, e impidiéndole allí el paso los que eran atalayas de aquel negocio, vínose a los regidores, los cuales, por la fama que de él tenían, y reverenciando su dignidad, acompañáronlo hasta Alejandría. Entrado que hubo en la ciudad, fué magníficamente recibido por Cleopatra, pensando que seria capitán de su gente para hacer aquello que ella pretendía y determinaba. Pero menospreciando los ruegos que la reina le hacía, no temió la asperidad del invier­no, ni los peligros de la mar pudieron estorbarle que navegase luego para Roma. Peligrando cerca de Panfilia, echó la mayor parte de la carga que llevaba, y apenas llegó salvo a Rodio, que estaba muy fatigada entonces con la guerra de Casio. Recibido aquí por sus amigos Ptolomeo y Safinio, aunque padeciese gran falta de dinero, mandó hacer allí una gran galeaza, y llevado con ella él y sus amigos a Brundusio (hoy Brindis), y partiendo de allí luego para Roma, fuése prime­ramente a ver con Antonio, por causa de la antigua amistad y familiaridad de su padre; y cuéntale la pérdida suya, y las muertes de todos los suyos, y cómo habiendo dejado a todos cuantos amaba en un castillo, y muy rodeados de enemigos, se había venido a él muy humilde, en medio del invierno, navegando.

Teniendo compasión y misericordia Antonio de la mi­seria de Herodes, y acordándose de la amistad que había tenido con Antipatro, movido también por la virtud del que le estaba presente, determinó entonces hacerle rey de Judea, al cual antes había hecho tetrarca o procurador.

No se movía Antonio a hacer esto más por amor de Herodes que por aborrecimiento grande a Antígono. Porque pensaba y tenía muy por cierto que éste era sedicioso, y muy gran enemigo de los romanos. Tenía, por otra parte, a César más aparejado, que entendía en rehacer el ejército de Anti­patro, por lo que habla sufrido con su padre estando en Egip­to, y por el hospedaje y amistad que en toda cosa había hallado en él, teniendo también, además de todo lo dicho, cuenta con la virtud y esfuerzo de Herodes. Convocó al Senado, donde delante de todos Mesala, y después de éste Atratino, contaron los merecimientos que su padre había alcanzado del pueblo romano, estando Herodes presente, y la fe y lealtad guardada por el mismo Herodes, y esto para mostrar que Antígono les era enemigo, y que no hacía poco tiempo que había mostrado con éste diferencias; sino que, despreciando al pueblo romano, con la ayuda y consejo de los partos, había procurado alzarse con el reino. Movido todo el Senado con estas cosas, como Antonio, haciendo guerra también con los partos, dijese que sería cosa muy útil y muy provechosa que levantasen por rey a Herodes, todos en ello consintieron. Y acabado el consejo y consulta sobre esto, An­tonio y César salían, llevando en medio a Herodes. Los cón­sules y los otros magistrados y oficios romanos iban delante, por hacer sus sacrificios y poner lo que el Senado había deter­minado en el Capitolio, y el primer día del reinado de Herodes todos cenaron con Antonio.

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