Capítulo V. De la guerra que tuvo Hircano con los árabes, y cómo fué tomada la ciudad de Jerusalén.

Creció a todos sus enemigos el miedo por ver que man­daba y que había alcanzado el señorío tan contra la espe­ranza que tenían, aunque principalmente a Antipatro, mal acogido por Aristóbulo y muy aborrecido. Era éste de linaje Idumeo, principal entre toda su gente, tanto en nobleza como en riqueza. Este, pues, amonestaba y trabajaba por inducir a Hircano que recurriere a Areta, rey de los árabes, y con su ayuda cobrase el reino: por otra parte trabajaba en persuadir a Areta que recibiese en su reino a Hircano y se lo llevase consigo, menoscabando y diciendo mal de las costumbres de Aristóbulo, loando y levantando mucho a Hircano, y junto con esto amonestaba que a él convenía, presidiendo a un reino tan esclarecido, dar la mano a los que estaban oprimidos por maldad e injusticia; y que Hircano padecía la injuria, el cual había perdido el reino que por derecho de sucesión le pertenecía.

Instruidos, pues, y apercibidos entrambos de esta manera, una noche salió de la ciudad juntamente con Hircano, y libróse por la gran diligencia que puso en correr, acogiéndose a un lugar que se llama Petra, adonde tiene su asiento el rey de Arabia. Y después que entregó en manos del rey Areta a Hircano, acabó con él con muchas palabras y muchos dones, que socorriese a Hircano para hacerle recobrar su reino. Eran los árabes cincuenta mil hombres de a pie y de a caballo, a los cuales no pudo resistir Aristóbulo; antes, vencido en el primer encuentro, fué forzado a huir hacia Jerusalén; y fuera ciertamente preso, si el capitán de los romanos Escauro no so reviniera e hiciera levantar el cerco que tenía, porque éste había sido enviado de Pompeyo Magno, que entonces tenía guerra con Tigrano, de Armenia a Siria; pero cuando llegó a Damasco, halló que la ciudad era nuevamente tomada por Metelo y Lolio. Habiendo, pues, apartado y echado a aquellos de allí, y sabiendo lo que se hacía en Judea, determinó correr a á como a negocio de ganancia y provecho.

En la hora que hubo entrado dentro de los, términos de Judea, viénenle embajadores de los judíos por los dos herma­nos, rogándole entrambos, cada uno por sí, que viniese antes en su ayuda que no en la del otro. Bao corrompido por tres­cientos talentos que Aristóbulo le envió, menospreció la jus­ticia, porque después de haber recibido este dinero, Escauro envió embajadores a Hircano y a los árabes, trayéndoles de­lante y amenazando con el nombre de los romanos y de Pompeyo si no deshacían el cerco de la villa. Por lo cual amedrentado Areta, salió de Judea, y recogiose a Filadelfia; y Escauro, volvió a Darnasoa. Aristóbulo, pues no lo veía preso, no pensó que le bastaba, pero recogiendo todo el ejér­cito que tenía, trabajaba en perseguir de todas maneras a los enemigos, y trabando batalla cerca de un lugar que se llama Papirona, mató de ellos más de seis mil hombres, entre los cuales fué uno Céfalo, hermano de Antipatro.

Hircano, y Antipatro, privados ya del socorro de los árabes, pusieron sus esperanzas en los contrarios; y como hubiese lle­gado Pompeyo a Damasco, después de haber entrado en Siria, recurrieron a él, y dándole muchos dones, comienzan a con­tarle todas aquellas cosas que antes habían también dicho a Areta, rogándole mucho que, venciendo la fuerza y violencia de Aristóbulo, restituyese el reino a Hircano, a quien era de­bido, tanto por edad, como por bondad de costumbres; pero Aristóbulo no se durmió en esto, confiado en Escauro por el dinero que la había dado. Había venido tan ornado y vestido tan realmente como le había sido posible, y enojado después por la sujeción, y pensando que no era cosa digna que un rey tuviese tanta cuenta con el provecho, volvíase de Diospoli.

Enojado por esto Pompeyo, viene contra Aristóbulo persuadiéndoselo Hircano y sus compañeros, con el ejército romano, y armado también del socorro de los de Siria. Y habiendo pasado por Pela y por Escitópolis, llegó a Coreas, adonde comienza el señorío de los judíos y los términos de sus tierras, entrando en los lugares mediterráneos. Entendiendo que Aristóbulo se habla recogido a Alejandrio, que es un castillo magnificamente edificado en un alto monte, envió gente que lo hiciese salir y descender de allí. Pero él tenía determinado, pues era la contienda por el reino, querer antes poner en peligro su vida, que sujetarse al imperio y mando de otro; veía que el pueblo estaba muy amedrentado y que sus amigos le aconsejaban que pensase en el poder y fuerza de los romanos, la cual no había de poder sufrir. Por lo cual, obedeciendo al consejo de todos éstos, viénese delante de Pompeyo, a quien, como hubiesen hecho entender cuán justamente reinaba, mandóle que se volviese al castillo; y saliendo otra vez desafiado por su hermano, habiendo primero tratado con él de su derecho, volvióse al castillo sin que Pompeyo se lo prohibiese. Estaba con esperanza temor y venia con intención de suplicar a Pompeyo que re dejase hacer toda cosa y volviese al monte, por que no pareciese derogar y afrentar la real dignidad. Pero porque Pompeyo le mandaba salir de los castillos y aconsejaban a los presidentes y capitanes de ellos que se saliesen, a los cuales él habla mandado que no obedeciesen sin ver primero cartas de su mano propia escritas, hizo lo que mandaba.

Vino a Jerusalén muy indignado, y pensaba ventilar aquello con Pompeyo por las armas. Pero éste no tuvo por cosa buena ni de consejo darle tiempo para que se aparejase para la guerra, antes luego comienza a perseguirlo, porque con mucha alegría había sabido la muerte de Mitrídates, estando ya cerca de Jericó, adonde la tierra es muy fértil y hay muchas palmas y mucho bálsamo; de cuyo árbol o tronco, cortado con unas piedras muy agudas, se destilan unas gotas como lágrimas, las cuales ellos recogen. Habiéndose, pues, detenido allí toda una noche, luego a la mañana veníase con gran prisa a Jerusalén. Espantado Aristóbulo con esta nueva, y con el ímpetu de éste, sálele al encuentro, suplicando y prometiendo mucho dinero que él y la ciudad se le rendirían; y con esto amansó la saña e Pompeyo. Pero nada de lo que había prometido cumplió; porque siendo enviado Gabinio, para cobrar el dinero prometido, los compañeros de Aristóbulo no quisieron ni aun recibirle en la ciudad.

Movido con estas cosas Pompeyo, prende a Aristóbulo, y mándalo poner en guardas, y partiendo para la ciudad, descubría y miraba por qué parte tenía mejor y más fácil entrada, porque no veía de qué manera pudiese combatir los muros, que estaban muy fuertes, y un foso alrededor del muro muy espantable, y estaba allí muy cerca el templo cercado y rodeado de tan segura defensa, que aunque tomasen la ciudad, todavía tenían allí los enemigos muy seguro lugar para recogerse. Estando, pues, él mucho tiempo dudando y pensando sobre esto, levantóse una sedición y revuelta dentro de la ciudad; los compañeros y amigos de Aristóbulo decían y eran de parecer que se hiciese guerra, y que se debla trabajar por librar a su rey; pero los que eran de la parcialidad de Hircano, decían que debían abrir las puertas y dar entrada a Pompeyo. Y el miedo de los otros hacia mayor el número de éstos, pensando y teniendo delante el valor y constancia de los romanos.

Vencida, pues, al fin la parte de Aristóbulo, fuése huyendo al templo, y derribando un puente, por el cual el templo se juntaba con la ciudad, todos se aparejaban para resistirle y sufrir en ello cuanto posible les fuese. Y como los otros que quedaban hubiesen recibido a los romanos dentro de la ciudad, y les hubiesen entregado la casa y palacio red, para haber estas cosas Pompeyo, envió uno de sus capitanes llamado Pisón, con muchos soldados; y puestos por guarnición dentro de la ciudad, no pudiendo persuadir la paz a los que se habían recogido dentro del templo, aparejaba todo cuanto podía y hallaba alrededor de allí, para combatirlos; pues Hircano y sus amigos estaban muy firmes y muy prontos para seguir el acuerdo, y aconsejar lo necesario, y obedecer a cuanto les fuese mandado. El estaba a la parte septentrional hinchiendo el foso aquel tan hondo de todo cuanto los soldados le podían traer, siendo esta obra de si muy difícil por la gran hondura del foso, y también porque los judíos trabajaban por la parte alta en resistirles de toda manera, y quedara el trabajo imperfecto y sin acabar, si Pompeyo no tuviera gran cuenta con los días que suelen guardar por sus fiestas los judíos, que por su religión tienen mandado guardar el séptimo día, sin hacer algo; en los cuales mandó que, pues los soldados de dentro no salían a defenderlo, los suyos no peleasen, antes con gran diligencia hinchiesen el foso. Porque los judíos no tienen licencia de hacer 21go en las fiestas, sino sólo defender su cuerpo si algo les acontecía.

Henchido, pues, el foso, y puestas sus máquinas, las cuales había traído de Tiro, y hechas sus torres encima de sus montecillos, comenzaron a combatir los muros. Los de arriba fácilmente los echaban con muchas piedras, aunque mucho tiempo resistiesen las torres, excelentes en grandeza y gentileza, y sufriesen la fuerza de los que contra ellos peleaban. Pero cansados entonces los romanos, Pompeyo maravillábase por ver el trabajo grande que los judíos sufrían con gran tolerancia, y principalmente porque estando entre armas, no dejaban perder punto ni cosa alguna de lo que tocaba a sus ceremonias, antes, ni más ni menos que si tuvieran muy sosegada paz, celebraban cada día los sacrificios y ofrendas, y honraban a Dios con una muy gran diligencia. Ni aun en el mismo momento que los mataban cerca del ara, dejaban de hacer todo aquello que legítimamente eran obligados para cumplir con su religión. Tres meses después que tenía puesto el cerco, sin haber casi derribado ni una torre, dieron el asalto, y el primero que osó subir por el muro fué Fausto Cornelio, hijo de Sila, y después dos centuriones con él, Furio y Fabio, con sus escuadras; y habiendo rodeado por todas partes el templo, mataron a cuantos se retiraban a otra parte, y a los que en algo resistían. Adonde, aunque muchos de los sacerdotes viesen venir con las espadas sacadas los enemigos contra ellos, no por eso dejaban de entender las cosas divinas y tocantes al servicio de Dios, tan sin miedo corno antes solían, y en el servicio M templo y sacrificios los mataban, teniendo en más la religión que su salud. Los naturales y amigos de la otra parte mataban muchos de éstos; muchos se despeñaban, otro se echaban a los enemigos como furiosos, encendidos todos los que estaban por el muro en gran ira y desesperación. Murieron, finalmente, en esto doce mil judíos y muy pocos romanos, aunque hubo muchos heridos.

Pareció cosa grave y de mayor pérdida a los judíos, descubrir aquel secreto santo e inviolado, no visto antes por ninguno, a todos los extranjeros. Entrando, pues, Pompeyo, juntamente con sus caballeros, dentro del templo, donde no era licito entrar, excepto al pontífice, vio y miró los candeleros que allí habla encendidos, y las mesas, en las cuales acostumbraban celebrar sus sacrificios y quemar sus inciensos; vio también la multitud de perfumes y olores que tenían, y el dinero consagrado, que era la suma de dos mil talentos. Pero no tocó ni esto ni otra cosa alguna de las riquezas del Sagrario; antes el siguiente día, después de la matanza, mandó limpiar el templo a los sacristanes, Y que celebrasen sus solemnidades sagradas. Entonces les declaró por pontífice a Hircano, por haberse regido y mostrado con él en todo, y principalmente en el tiempo del cerco, muy valeroso, y por haber atraído a sí gran muchedumbre de villanos, de los que seguían la parte de Aristóbulo, con lo cual ganó la amistad de todo el pueblo, más por benevolencia y mansedumbre, según conviene a cualquier buen emperador, que por temor ni amenazas.

Fué preso entre los cautivos el suegro de Aristóbulo, que le era también tío, hermano de su padre, y descabezó a todos los que supo que habían sido principalmente causa de aquella guerra. Dio muchos dones a Fausto y a todos los demás que se hablan portado valerosamente en la presa; puso tributo a Jerusalén, mandó que las ciudades que había tomado a los judíos en Celefiria obedeciesen al presidente romano o gobernador que entonces era, y encerrólos dentro de sus mismos términos solamente. Renovó, también por amor de un liberto suyo, llamado Demetrio, Gadarense, a Gadara, la cual hablan derribado los judíos. Libró del imperio de aquellos las ciudades mediterráneas, que no habían derribado, por ser allí alcanzados y prevenidos antes, Hipón, Escitópolís, Pela, Samaria, Marisa y Azoto, Iania y Aretusa, y con ellas las marítimas también, Gaza, Jope, Dora, y aquella adonde estaba la torre de Estratón, aunque después fueron edificados aqui en esta ciudad. muy lindos edificios por el rey Herodes y fué llamada Cesárea. Y habiéndolas vuelto todas a sus naturales ciudadanos, juntólas con la provincia de Siria.

Y dejando la administración de Siria, de Judea y de todo lo demás, hasta los términos de Egipto y el rió, Eufrates, con dos legiones o compañías de gente, a Escauro, él se volvió con gran prisa a Roma por Cilicia, llevándose cautivo a Aristóbulo con toda su familia. Habla dos hijas y otros tantos hijos, de los cuales el uno, llamado Alejandro, se le huyó en el camino, y el menor, que era Antígono, fué llevado a Roma con sus hermanas.

Share on Twitter Share on Facebook