Capítulo VI. De la guerra que Alejandro tuvo con Hircano y Aristóbulo.

Habiendo entretanto Escauro entrado en Arabia, no podía llegar a la que ahora se llama Petrea, por la dificultad y aspe­reza del camino, pero talaba y destruía cuanto habla alrededor, aunque estaba afligido con muchos males en estas tierras; el ejército padecía gran hambre, a quien Hircano proveía de todo lo necesario, por medio de Antipatro, para su manteni­miento; al cual Escauro envió por embajador, como muy fa­miliar y amigo de Areta, para que dejase la guerra e hiciesen conciertos de paz. De esta manera, en fin, persuadieron al árabe que diese trescientos talentos, y Escauro entonces re­trajo de Arabia su ejército. Pero Alejandro, hijo de Aristóbulo, aquel que habla huido de Pompeyo, habiendo juntado mucha gente en este tiempo, en a hacia Hircano muy enojado, y destruía y robaba a Judea, pensando que presto la podía ganar y vencerlo a él, porque confiaba que el muro de Jerusalén, que habla sido derribado por Pompeyo, estaría ya renovado si Gabinio, su­cesor de Escauro, el cual había sido enviado a Siria, no se mostrara muy fuerte y valeroso en lo demás, pero principal­mente contra Alejandro con su ejército. Por lo cual, temiendo aquél la fuerza de este Gabinio, trabajaba en acrecentar el número de su gente, hasta tanto que legaron a número de diez mil de a pie y mil quinientos caballos, y fortalecía los lugares y las villas que le parecían ser buenos para resistir a la fuerza, como Alejandrio, Hircanio y Macherunta, que están cerca de los montes de Arabia.

Gabinio, pues, habiendo enviado delante a Marco Antonio con parte de su ejército, él lo seguía con todo lo demás. Los compañeros escogidos de Antipatro y la otra multitud de los judíos cuyos príncipes eran Malico y Pitolao, habiendo juntado sus fuerzas con Marco Antonio, salieron al encuentro a Ale­jandro; pero no estaba muy lejos ni muy atrás de éste Ga­binio con toda su gente. Viendo Alejandro que no podía re­sistir ni sufrir tanta multitud de enemigos, huyó. Siendo llegado ya cerca de Jerusalén, fué forzado a pelear; y habiendo perdido seis mil hombres de los suyos, tres mil presos y tres mil derribados, salváse con los demás.

Pero cuando Gabinio llegó al castillo de Alejandrio, ha­biendo sabido que muchos habían desamparado el ejército, prometiendo a todos general perdón, trabajaba de llegarlos a él y juntarlos consigo antes que darles batalla; pero como ellos no humillasen su pensamiento, ni quisiesen conceder lo que Gabinio quería, mató a muchos y encerró a los demás en el castillo.

En esta guerra, el capitán Marco Antonio hizo muchas cosas de nombre, y aunque siempre y en todas partes se había mostrado varón muy fuerte y valeroso, ahora última­mente venció todo nombre y dio de sí mucho mayor ejemplo que hasta el presente había dado. Dejando Gabinio gente para combatir el castillo, él se vino a todas las otras ciudades, con­firmando las que no habían sido atacadas, reparando y le­vantando de nuevo las que habían sido derribadas. Final­mente, por mandamiento de éste, se comenzó a habitar en Escitópolis, en Samaria, en Antedón, en Apolonia, en Janinia, en Rafia, en Marisa, en Dora, en Gadara, en Azoto, y en otras muchas, con gran alegría de los ciudadanos, porque de todas partes venían por habitar en ellas. Ordenadas estas cosas de esta manera, volviéndose a Alejandrio, apretaba mucho más el cerco. Por la cual cosa Alejandro, muy espantado, le envió embajadores, desconfiando ya de todo y rogando que le perdonase, y él le entregaría sin alguna falta los castillos que le obedecían, los cuales eran el de Hircano, y el otro el de Macherunta; también le dió y dejó en su poder Alejandrio. Gabinio lo derribó todo de raíz por consejo de la madre de Alejandro, por que no fuesen ocasión de otra guerra, o de recogimiento para ella. Estaba ella con Gabinio por ablandarlo con sus regalos, temiendo algún peligro a su marido y a los demás que habían sido llevados cautivos a Roma.

Pasadas todas estas cosas, habiendo Gabinio llevado a Je­rusalén a Hircano y habiéndole encomendado el cargo del templo, puso por presidentes de toda la otra República a los más principales de los judíos. Dividió en cinco partes, como Congregaciones, toda la gente de los judíos; la una de éstas puso en Jerusalén, la otra en Doris, la tercera que estuviese en la parte de Amatunta, la cuarta en Jericó, y la quinta fué dada a Séfora, ciudad de Galilea.

Los judíos entonces, librados del imperio y señorío de uno, eran regidos por sus príncipes con gran contentamiento; pero no mucho después acaeció que, habiéndose librado de Roma Aristóbulo, les fué principio de discordias y revueltas; el cual, juntando mucha gente de los judíos, parte por ser de­seosa de mutaciones y novedades, parte también por el amor que antiguamente le solían tener, tomó primero a Alejandrio, y trabajaba en cercarlo de muro. Después, sabido cómo Ga­binio enviaba contra él tres capitanes, Sisena, Antonio y Sevilio, vínose a Macherunt ; y dejando la gente vulgar y que no era de guerra, la cual antes le era carga que ayuda, salió, trayendo consigo, de gente muy en orden y bien armada, no más de ocho mil, entre los cuales venía también Pitolao, Re­gidor de la segunda Congregación que hemos dicho, habiendo huido de Jerusalén con número de mil hombres.

Los romanos los seguían, y dada la batalla, Aristóbulo detuvo los suyos peleando muy fuertemente algún tiempo, hasta tanto que fueron vencidos por la fuerza y poder grande de los romanos, adonde murieron cinco mil hombres, y dos mil se recogieron a una gran cueva, y los otros mil rom­pieron por medio de los romanos y cerráronse en Mache­runta.

Habiendo, pues, llegado allí a prima noche o sobretarde el rey, y puesto su campo en aquel lugar que estaba destruido, confiaba que haría treguas, y durando éstas, juntarla otra vez gente y fortalecería muy bien el castillo. Pero habiendo sostenido la fuerza de los romanos por espacio de dos días más de lo que le era posible, a la postre fué tomado y llevado delante de Gabinio, atado junto con Antígono, su hijo, el cual habla estado en la cárcel con él, y de allí fué llevado a orna. Pero el Senado lo mandó poner en la cárcel, y pasó

los hijos de éste a Judea, porque Gabinio había escrito que los había prometido a la mujer de Aristóbulo, por haberle entregado los castillos.

Habiéndose después Gabinio aparejado para hacer guerra Con los partos, fuéle impedimento Ptolomeo; el cual, habiendo vuelto del Eufrates, venia a Egipto sirviéndose de Hircano y de Antipatro, como de amigos para todo cuanto su ejército tenía necesidad; porque Antipatro le ayudó con dineros, ar­mas, mantenimientos y con gente de erra. Y guardando los judíos los caminos que están hacia la vía de Pelusio, per­suadió que enviasen allá a Gabinio; pero con la partida de Gabinio la otra parte de Siria se revolvió; y Alejandro, hijo de Aristóbulo, movió otra vez los judíos a que se rebelasen; y juntando gran muchedumbre de ellos, mataba y despedazaba cuantos romanos hallaba por aquellas tierras. Gabinio, temiéndose de esto, porque ya había vuelto de Egipto, y viendo revuelta que se aparejaba, envió delante a Antipatro, y persuadió a algunos de los que estaban revueltos que se concordasen con ellos e hiciesen amigos.

Habían quedado con Alejandro treinta mil hombres, por lo cual estaba, y de sí lo era él también, muy pronto para guerra. Salió finalmente al campo y viniéronle los judíos a encuentro; y peleando cerca del monte Tabor, murieron diez mil de ellos, y los que quedaron salváronse huyendo por di versas partes.

Vuelto Gabinio a Jerusalén, porque esto quiso Antipatro apaciguó Y compuso su República; después, partiendo de aquí venció en batalla a los nabateos, y dejó ir escondidamente a Mitridates y a Orsanes, que habían huido de los partos, per­suadiendo a los soldados que se habían escapado.

En este medio fuéle dado por sucesor Craso, el cual tomó la parte de Siria. Este, para el gasto de la guerra de los partos, tomó todo el restante del tesoro del templo que estaba en Jerusalén, que eran aquellos dos mil talentos, los cuales Pompeyo no había querido tocar. Después, pasando el Eufrates él y todo su ejército, perecieron; de lo cual ahora no se ha­blará, por no ser éste su tiempo ni oportunidad.

Después de Craso, Casio siendo recibido en aquella pro­vincia, detuvo y refrenó los partos que se entraban por Siria, Y con el favor de éste que venía a prisa grande para Judea; y prendiendo a los tariceos, puso en servidumbre y cautiverio tres mil de ellos. Mató también a Pitolao, persudiéndoselo An­tipatro, porque recogía todos los revolvedores y parciales de Aristóbulo.

Tuvo éste por mujer una noble de Arabia llamada Cipria, de la cual hubo cuatro hijos, Faselo y Herodes, que fué rey, Josefo Forera, y una hija llamada Salomé. Y como procurase ganar la amistad de cuantos sabía que eran poderosos, reci­biendo a todos con mucha familiaridad, mostrándose con todos huésped y buen amigo, principalmente juntó consigo al rey de Arabia por casamiento y parentesco; y encomendando a su bondad y fe sus hijos, él se los envió, porque había determinado y tomado a cargo de hacer guerra contra Aristóbulo.

Casio, habiendo compelido y forzado a Alejandro que se reposase, volvióse hacia el Eufrates por impedir que los partos pasasen, de los cuales en otro lugar después trataremos.

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