Capítulo XIX. De la ponzoña que quisieron dar a Herodes, y cómo fué hallada.

Herodes en este tiempo apretaba mucho a Feroras que de­jase a su mujer, y no podía hallar manera para castigarla, teniendo muchas causas para ello; hasta tanto que, enojado en gran manera contra ella y contra el hermano, los echó a entrambos. Habiendo recibido Feroras esta injuria y sufrién­dola con buen ánimo, vínose a su tetrarquía, jurando que sólo la muerte de Herodes había de ser fin de su destierro, y que no le había de ver más mientras viviese. Por esto no quiso venir a ver a su hermano, aunque fuese muy rogado, estando enfermo, queriéndole aconsejar algunas cosas, por pensar ya que su muerte era llegada; pero convaleció, sin que de ello se tuviese esperanza.

Cayendo Feroras en enfermedad, mostró Herodes con él su paciencia; porque vínole a ver y quiso que fuese muy bien curado; pero no pudo vencer ni resistir a la dolencia, con la cual dentro de pocos días murió. Y aunque Herodes amó a éste hasta el postrer día de su vida, todavía fué divulgado que él había muerto con ponzoña. Trajeron su cuerpo a Jeru­salén, con el cual la gente hizo gran llanto e hizo que fuese muy noblemente sepultado; y así este matador de Alejandro y Aristóbulo feneció su vida.

Pasóse la pena y castigo de esta maldad en Antipatro, autor de ella, tomando principio en la muerte de Feroras: porque como algunos de sus libertos se hubiesen presentado muy tristes al rey, decían que su hermano Feroras había sido muerto con ponzoña, porque su mujer le había dado cierta cosa a comer, después de la cual luego había caído enfermo; que dos días antes había venido de Arabia una mujer hechi­cera, llamada por su madre y su hermana, para que diese a Feroras un hechizo amatorio, y que en lugar de aquél le había dado ponzoñoso, por consejo de Sileo, como muy conocida suya.

Estando el rey muy sospechoso por estas cosas, mandó prender algunas de las libertas y atormentarlas; y una de ellas, impaciente por el gran dolor, dijo con alta voz: "Dios, Regi­dor del cielo y de la tierra, tome venganza en la madre de Antipatro, que es causa de todas estas cosas." Pero sabido por principio esto, trabajaba por alcanzar la verdad y descu­brir todo el negocio. Descubriále la mujer la amistad de la madre de Antipatro con Feroras y con sus mujeres, y los secretos ayuntamientos que hacían; y que Feroras y Antipatro, viniendo de hablar con él, acostumbraban estarse toda la noche bebiendo juntamente ellos solos, echando todos los cria­dos y criadas fuera. Una de las libertas presas descubrió todo esto: y siendo atormentadas todas las otras, mostróse cómo unas con otras enteramente concordaban, por la cual cosa adrede habla Antipatro puesto diligencia en venirse a Roma, y Feroras de la otra parte del río: porque muchas veces habían ellos dicho, que después de la muerte de Alejandro y Aris­tóbulo, había Herodes de pasar a hacer justicia de ellos y de sus mujeres; pues era imposible que quien no había perdonado ni dejado de matar a Mariamma y a sus hijos, pudiese perdonar a la sangre de los otros, y que, por tanto, era mucho mejor huir y apartarse muy lejos de bestia tan fiera.

Muchas veces había dicho Antipatro a su madre, queján­dose de que él estaba ya viejo y blanco, y su padre de día en día se volvía más mancebo, que por ventura moriría pri­mero que comenzase a reinar, o que si moría después poco tiempo le podía durar el gozo de sucederle por rey. Además, que as cabezas de aquella hidra se levantaban ya, es a saber: los hijos de Alejandro y de Aristóbulo, y que por causa tam­bién de su padre, había perdido él la esperanza de tener hijos que fuesen algo, pues no había querido dejar la sucesión del reino, sino al hijo de Mariamma. Que en esto ciertamente él no atinaba, antes era muy gran locura, por lo cual no se debía creer su testamento; y que él trabajarla que no quedase raza de toda su generación. Y como fuese mayor el odio que tenía contra sus hijos, que tuvieron jamás cuantos padres fueron, tenía aún mayor odio, y mucho más aborrecía a sus hermanos propios. Que ahora postreramente le había dado cien talentos, por que no hablase con Feroras: y como Feroras dijese: "¿Qué daño le hacemos nosotros?" Antipatro habla respondido: "Plu­guiese a Dios que nos lo quitase todo, y nos dejase a lo menos vivir."' Pero no era posible que alguno huyese de las manos de bestia tan mortífera y tan Ponzoñosa, con la cual aun los muy amigos no podían vivir. Ahora, pues, nos habemos juntado aquí secretamente, licito nos será y posible mostrarnos a todos si somos hombres y si tenemos espíritu y manos.

Estas cosas manifestaron y descubrieron aquellas criadas estando en el tormento, y que Feroras habla determinado huir con ellas a Petra. Por lo que dijeron de los cien talentos, Herodes las creyó: porque a solo Antipatro había él hablado de ellos. La primera en quien mostró Herodes su furor y saña, fué la madre de Antipatro; y desnudándola de todos cuantos ornamentos le había dado, comprados con mucho tesoro, la echó de sí y abandonóla. Amansándose después de su ira, consolaba las mujeres de Feroras de los tormentos que habían padecido; pero tenía siempre gran temor y estábase muy ame­drentado: movíase fácilmente con toda sospecha, y daba tor­mento a muchos que estaban sin culpa alguna, por miedo de dejar entre ellos alguno de los que estaban culpados. Después vuelve su enojo contra el samaritano Antipatro, el cual era procurador de Antipatro; y por los tormentos que le dio, descubrió que Antipatro se habla hecho traer de Egipto, para matarlo, cierto veneno y ponzoña muy pestilencial por medio de un amigo de Antifilo; y que Theudion, tío de Antipatro, lo habla recibido y dado a Feroras, a quien Antipatro había encomendado y dado cargo de matar a Herodes, entretanto que él estaba fuera de allí, por evitar toda sospecha, y que Feroras había dado la ponzoña a su mujer para que la guardase.

Mandando el rey llevarla delante de sí, mandóle que tra­jese lo que le había sido encomendado. Ella entonces, saliendo como para traer aquello que le había sido pedido, dejóse caer del techo abajo por excusar todas las pruebas y librarse de todos los tormentos. Pero la providencia de Dios, según fácil­mente se puede juzgar, quiso, por que Antipatro lo pagase todo, salvarla, y hacer que cayendo no diese de cabeza, pero de lado solamente, con lo cual se libró de la muerte.

Traída delante del rey cuando había ya cobrado salud, porque aquel caso la había turbado mucho, preguntándola por qué se había así echado, prometiéndola el rey que la perdonaría si le contaba toda la verdad del negocio y que si preciaba más decirle falsedades, había de quitarle la vida y despedazar su cuerpo con tormentos, sin dejar algo para la sepultura, calló ella un poco, y después dijo: "¿Para qué guardo yo los secretos, siendo muerto Feroras y habiendo de servir a Anti­patro que nos ha echado a perder a todos? Oye, rey, lo que ¡quiero decirte, y quiero que Dios me sea testigo de lo que diré, el que no es posible sea engañado. Estando sentada cabe de Feroras a la hora de su muerte, llamóme en secreto que me llegase a él, y díjome: «Sepas, mujer, que me he engañado en gran manera con el amor de mi hermano, porque he abo­rrecido un hombre que tanto me amaba y había pensado » matarle, doliéndose él tanto de mí, aunque no soy aun muerto y teniendo tan gran dolor; pero yo me llevo el premio de tan grande crueldad como he usado con él: tráeme presto la ponzoña que tú guardas, aquella que Anti­patro nos dejó, y derrámala delante de mi, por que no lleve mi conciencia ensuciada de tal maldad, la cual tome de mí venganza en los infiernos." Hice lo que me mandaba; trá­jesela y eché gran parte de ella en el fuego delante de él mismo; guardéme algo de ella, para casos que suelen acontecer y por temor que tenía de ti."

Habiendo puesto fin a sus palabras, mostró una bujeta adonde lo tenía reservado: y el rey entonces pasó aquella contienda a la madre y hermano de Antifilo. Estos confesa­ban también que Antifilo había traído aquella bujeta consigo de Egipto, y que habla habido aquella ponzoña de un hermano suyo, que era médico en Alejandría.

Las almas de Alejandro y de Aristóbulo buscaban todo el reino por descubrir las cosas que estaban muy encubiertas, y hacían venir a probar su causa a los que de ellos estaban muy apartados y eran más ajenos, de toda sospecha. Pensó, final­mente, que también sabía su parte en estos consejos y tratos la hija del Pontífice Ramada Marianima: porque esto fué des­cubierto después que sus hermanos fueron atormentados. Y el rey castigó el atrevimiento de la madre con la pena que dió al hijo, quitando de su testamento a su hijo Herodes, el cual había quedado por heredero del reino.

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