Capítulo XVIII. De la conjuración de Antipatro contra su padre.

Como Antipatro tuviese ya muy cierta esperanza del reino sin contradicción alguna, fué muy aborrecido por todo el pueblo, sabiendo todos que él había buscado asechanzas a sus hermanos por hacerlos morir, y no estaba él también sin temor muy grande, viendo que los hijos de los hermanos muer­tos crecían. Había dos hijos de Alejandro nacidos de Glafira; ­el uno se llamaba Tigranes, y el otro Alejandro. Había también de Arístóbulo y de Berenice, hija de Salomé, tres, el uno lla­mado Herodes, el otro Agripa, y el otro Aristóbulo, y dos hijas también que tuvo, la una llamada Herodia, y la otra Mariam­ma. Herodes había dejado a Glafira que se fuese con todo su dote a Capadocia después de haber muerto a Alejandro, y dio la mujer de Aristóbulo, Berenice, a un tío de Antipatro por mujer; porque Antipatro inventó este casamiento por recon­ciliarle y trabar amistad con Salorné, que antes solía estar muy enojada contra él.

También andaba por tomar amistad con Feroras, dán­dole muchos dones y haciéndole muchos servicios; lo mismo hacía con todos los que sabía que eran amigos de César, en­viando a Roma mucho dinero. Había dado muchos dones a Saturnino, con todos los otros que estaban en Siria; y cuanto él más daba, tanto más era aborrecido por todos, porque pa­recía no dar tanta riqueza por parecer liberal, cuanto por gastar todo esto por causa del gran miedo que tenla. De aquí procedía que no aprovechaba en la voluntad de aquellos que recibían sus dones, antes le eran mayores enemigos que aque­llos que no hablan recibido de él algo.

Mostrábase cada día más liberal en repartir las cosas y en hacer grandes dádivas, viendo cuán, contra la esperanza que él tenía, Herodes mostraba cuidado de los niños huérfanos, y entendía, por la lástima que le veía tener de los hijos, cuánto le pesase por los muertos. Y habiendo un día juntado todos sus deudos cercanos y amigos, estando delante los niños huér­fanos, hinchó sus ojos de lágrimas, y llorando dijo: "Una des­ventura muy triste me ha quitado los padres de éstos; pero la naturaleza y la misericordia que unos a otros debemos, me encomienda a mí los mozos. Quiero, pues, experimentar y probarme que, pues he sido padre desdichado y muy desven­turado, sea para éstos bien proveído abuelo, y dejarles he los amigo míos mayores para que después de yo muerto los pue­dan regir. Para esto, pues, prometo, oh Feroras, tu hija al hijo mayor de Alejandro por mujer, por que le seas curador y pa­riente, y a tu hijo, olí Antipatro, la hija de Aristóbulo, por­que de esta manera serás padre de la huérfana. A su hermana tomará mi Herodes, descendido de mi abuelo de parte de madre, que fué pontífice. Y de estas cosas esta es mi voluntad, y esto dejo ordenado, a lo cual ninguno de los que me aman contradiga ni repugne. Y ruego a Dios, por bien de mi reino y de mis nietos, que los junte como yo tengo señalado en casamientos, y que pueda ver a estos hijos mejormente, y lograr de ellos con mejores ojos que no he hecho de sus padres."

Después de haber hablado estas palabras, lloró algún poco e hizo que se diesen las manos derechas los muchachos, y salu­dando a cada uno de los demás que allí estaban, despidió todo el consejo y ajuntamiento. Luego Antipatro se apartó, y no hubo alguno de los mozuelos que ignorase cuánto pesar hubiese recibido Antipatro por aquello; porque pensaba que su padre le había quitado parte de su honra, y que en todo había peligro, si los hijos de Alejandro, además de tener a su abuelo Arquelao, tenían también al tetrarca Feroras por cu­rador y ayuda.

Pensaba también y veía cuán aborrecido era de todo el pueblo, por ver que había quitado la vida a los padres de aquellos muchachos: con esto todo el pueblo se movía a gran compasión. Veía cuán amados eran los muchachos de todos, y cuán gran memoria quedaba a todos los judíos de los que por su maldad habían sido muertos. Por tanto, determinó en todas maneras desbaratar aquellos desposorios y ajuntamien­tos. Temió comenzar por su padre, viendo que estaba muy vigilante y con gran cuidado en cuanto se hacia; pero atre­vióse a venir públicamente muy humilde, y pedirle en su pre­sencia que no lo privase de la honra, que pensaba y juzgaba ser él digno, y no le dejase el sólo nombre de rey, dejando a los otros el señorío; y no podía él alcanzar el señorío del reino, si aun además del abuelo Arquelao, era juntado por su suegro con los hijos de Alejandro, Feroras; y rogaba muy ahin­cadamente y con gran instancia que, por ser muchos los de la generación real, mudase aquellos casamientos. El rey tuvo nueve mujeres: de siete tenía hijos; de Doris, a Antipatro; de la hija del Pontífice, llamada Mariamma, tenía a Herodes, y de Maltaca de Samaria, a Antipatro y Arquelao; y una hija llamada Olimpíada que había sido mujer de su hermano Jo­sefo; y de Cleopatra, natural de Jerusalén, a Herodes y a Filipo y a Faselo; de Palada tenía también otras hijas más, Rojana y Salomé, la una de Fedra, y la otra habida de Elpide; y dos mujeres sin hijos, la una era su sobrina, y la otra hija de su hermano: hubo también de Marianima dos hijas, hermanas de Alejandro y de Aristóbulo.

Como hubiese, pues, tanta abundancia de hijos e hijas, deseaba Antipatro que se hiciesen otros casamientos, y que se juntasen de otra manera. Entendiendo el rey el ánimo de Antipatro y lo que tenía en el pensamiento contra los mu­chachos, hubo muy gran enojo, y fué muy airado, porque pensando en la muerte que había hecho padecer a sus hijos, temía que ellos en algún tiempo quisiesen pagarse de las acu­saciones que Antipatro había hecho contra sus padres; pero quísolo encubrir, mostrándose enojado con Antipatro, y di­ciéndole malas palabras.

Después, movido y persuadido Herodes con las lisonjas y buenas palabras de Antipatro, mudó lo que antes había orde­nado. Dió primeramente a Antipatro por mujer la hija de Aristóbulo, y su hijo a la hija de Feroras. De aquí se puede sacar muy fácilmente cuánto pudieron las lisonjas de Anti­patro, no habiendo podido Salomé antes alcanzar lo mismo en la misma causa, porque aunque ésta le era hermana y mu­ches veces se lo había suplicado, poniendo por medio a Julia, mujer de César, no había querido permitir que se casase con Sileo el árabe, antes dijo que la tendría muy enemiga si no dejaba tal pensamiento y deseo. Después la dió forzada y contra su voluntad por mujer a Alejo, amigo suyo; y de dos hijas suyas dió la una al hijo de Alejandro, y la otra al tío de Antipatro; y de las hijas de Mariamma, la una tenía el hijo de su hermana, Antipatro, y la otra Faselo, hijo de su hermano. Cortada, pues, la esperanza de sus pupilos, y jun­tados los parientes a placer y provecho de Antipatro, tenía ya muy cierta confianza; y juntándola con su maldad, no había quién lo pudiese sufrir, porque no pudiendo quitar el odio y aborrecimiento que cada uno te tenía, ásegurábase con el miedo que se hacía tener, obedeciéndole también Feroras como a propio rey.

Movían también nuevos ruidos y revueltas las mujeres en palacio, porque la mujer de Feroras, con su madre y her­mana y con la madre de Antipatro, hacían todas éstas muchas cosas atrevidamente y más de lo que acostumbraban, osando también injuriar con muchos de nuestros a dos hijas del rey, por lo cual era principalmente tenida en poco por Antipatro. Corno, pues, fuesen muy enojosas y muy aborrecidas estas mu­jeres, había otras que le obedecían en todo y seguían su vo­luntad: sola era Salomé la que trabajaba de ponerlas en dis­cordia, y decía al rey que no se venían a juntar allí por su bien. Sabiendo las mujeres cómo eran acusadas por ello y que Herodes había recibido enojo, guardáronse de allí ade­lante de juntarse manifiestamente, y no se mostraban tan familiares unas con otras como antes; fingían delante del rey que estaban discordes, y andaba de tal manera este negocio que delante de todos no dejaba de ofender Antipatro a Fero­ras; pero en secreto se juntaban y se habían grandes convite y tenían sus consejos de noche. Por ver esto tan secreto, se confirmó mucho la sospecha, sabiéndolo todo Salomé y con­tándoselo a Herodes. Y anojado por esto en gran manera, prin­cipalmente contra la mujer de Feroras, porque a ésta acusaba Salomé más que a las otras, y juntando todos sus amigos y parientes en consejo, dióles en la cara con las afrentas que había hecho a sus hijas, además de muchas otras cosas que dijo, y que había dado dádivas y muchos dones a los fariseos, por que se levantasen contra él; y habiendo dado ponzoñas a su her­mano, y hechizos, lo había puesto en grande enemistad con él Después, ya a la postre, tornando su habla a Feroras, pre­guntóle que a quien quería él más, a su hermano o a mujer, respondiéndole Feroras que primero carecería de la vida que de su mujer. Estando incierto de lo que debía hacer púsose a hablar con Antipatro, y mandóle que no tuviese que hacer con Feroras ni con su mujer, ni con algo que a ellos tocase. Obedecíale públicamente a lo que mostraba; mas secre­tamente, de noche estábase con ellos; y temiendo que Salomé lo hallase, hizo con los amigos que tenía en Italia que hubiese de partir para Roma, enviando ellos cartas de esto, en las cuales también mandó escribir que poco tiempo después par­tiese tras él Antipatro, porque convenía que hablase con César. Por lo cual Herodes, luego en la hora, lo envió muy en orden y muy proveído de todo lo necesario, dándole mu­cho dinero. Y dióle también que llevase consigo su testamento en el cual Antipatro estaba constituido rey, y heredero del reino, por sucesor de Antipatro, Herodes, nacido de Ma­riamma, hija del Pontífice.

El árabe Sileo también vino a Roma menospreciando el mandamiento de César, por averiguar con Antipatro todo aquello que antes había tratado con Nicolao.

Tenía éste con Areta, su rey, una grave contienda, cuyos amigos él habla muerto; y a Soemo, en la ciudad llamada Petra, el cual era hombre muy poderoso; y habiendo dado dinero a Fabato, procurador de César, teníale por que lo favo­reciese; pero dando Herodes mayor cantidad de dineros a Fa­bato, lo desvió de Sileo, y por vía de éste pedía lo que César mandaba. Como aquél le hubiese dado muy poco o casi nada, acusaba a Fabato delante de César diciendo que era dispen­sador, no de lo que a él convenía, pero de lo que fuese en provecho de Herodes. Movido a saña Fabato con estas cosas, siendo tenido aún por muy honrado por Herodes, manifestó los secretos de Sileo, y descubrióselos al rey diciendo que Sileo había corrompido con dinero a Corinto, su guarda, y que convenía mucho mirar por sí y tomar a éste preso. No dudó Herodes en hacerlo, porque este Corinto, aunque hubiese sido criado siempre en la Corte del rey, todavía era árabe de su natural. Poco después mandó no a éste solo, sino prendió tam­bién con él a otros dos árabes, el uno llamado Filarco, y el otro grande amigo de Sileo. Puesta la causa de éstos en juicio, confesaron que habían acabado con Corinto, dándole mucha cantidad de dineros, que matase a Herodes; disputada tam­bién esta causa por Saturnino, regidor entonces de Siria, fue­ron enviados a Roma.

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