Capítulo X. De cómo los romanos ganaron por dos veces el segundo muro.

Ganado, pues, el segundo muro, y entrado que hubo Tito dentro, no consintió que su gente matase alguno de los que prendían, ni que quemasen las casas; antes daba tanta liber­tad a los revolvedores y sediciosos de la ciudad para pelear si quisiesen, cuanto prometía volver a todos sus bienes y‑ pose­siones si se rendían; porque muchos suplicaban que les guar­dase la ciudad, y que en la ciudad guardase y‑ prohibiese que fuese destruido el Templo.

Estaba ya de antes el pueblo muy conforme con lo que él aconsejaba; pero la juventud y gente deseosa de guerra, tenían por cosa muy apocada la humanidad de Tito, y pen­saban que por cobardía y poco ánimo, viendo que no podía alcanzar ni ganar lo que les quedaba de la ciudad, les proponía todas aquellas condiciones. Por lo cual denunciaron a todo el pueblo la muerte, si había alguno que osase hablar o hacer mención de rendirse a los romanos, o de tratar paz con ellos; a los que habían entrado, resistían unos por las estrecharas de las calles; otros desde sus casas, y otros que habían subido por el muro, comenzaban a pelear; con las cuales cosas fueron los que estaban de guarda muy turbados, y echáronse por el muro abajo; y dejando las torres en cuya guarda estaban, re­cogiéronse entre su gente.

Oíanse los clamores de los soldados que estaban dentro de la ciudad cercados de enemigos: los que estaban fuera cerrados en sus alojamientos y tiendas, por el miedo que tenían, y cre­ciendo el número de los judíos, prevaleciendo también por saber mejor que los romanos las calles y todos aquellos ca­minos, muchos romanos eran muertos y despedazados; y cuan­to más ellos por el aprieto y necesidad en que estaban re­sistían, tanto más eran echados. No podían huir por la es­trechara del muro muchos juntos, y fueran muertos todos los que habían pasado, si Tito no les socorriera: porque ha­biendo ordenado por los cabos de las calles sus flecheros, y estando él allá donde estaba el mayor número de judíos, echaba los enemigos con muchas saetas y dardos que les ti­raban. Estaba también allí con él Domicio Sabino, varón muy bueno y probado por tal en esta guerra, y perseveró allí echán­dolos con sus saetas y armas hasta tanto que todos los soldados pudieron librarse.

Habiendo, pues, ganado de esta manera a los romanos el segundo muro, que hubieron de recogerse por fuerza al pri­mero, crecióles el ánimo y orgullo a los que dentro de la ciudad estaban, y mucho más a los que eran hombres de guerra; y con las cosas prósperas que les sucedían, estaban como locos y sin sentido, porque pensaban que, pues no les había sucedido bien a la primera, no habían de osar llegarse más a la ciudad; y que no podían ellos ser vencidos, si salían a pelear, porque Dios era contrario a los romanos y a sus empresas, por ser tan malos como eran; y veían, por otra parte, no ser mucho mayor la fuerza que quedaba entre los romanos, que era aquella que había sido rota poco antes; ni el hambre tampoco, la cual poco a poco entraba; pero no se acordaban de ella, porque aun se sustentaban con el mal pú­blico del pueblo, bebiendo la sangre de toda la ciudad.

Mucho tiempo había ya que todos los buenos padecían pobreza y necesidad, y muchos se habían ya consumido de hambre, y por falta de mantenimientos. Los revolvedores y sediciosos parece que se consolaban de los males que padecían con la muerte y destrucción universal del pueblo, deseando que aquéllos solamente se salvasen, que no aprovecharan la paz ni la concordia, y los que quisiesen vivir en su libertad a pesar de los romanos.

Holgábanse que la muchedumbre que en esto les era con­traria, fuese consumida poco a poco, no menos que una carga muy pesada e importuna, y ésta era la buena afición que con sus propios naturales tenían.

La gente que había de armas allí, prohibió a los romanos entrar en la ciudad aunque otra vez lo procuraban; y haciendo reparo de las partes derribadas del muro para su defensa, sos­tuvieron tres días peleando siempre valerosamente.

El cuarto día no pudieron sufrir a Tito, que los acometió con mayor fuerza, antes forzados se recogieron otra vez adonde antes habían hallado reparo; pero habiendo en este medio ganado Tito el muro, derribó toda la parte que estaba al septentrión, y puso sus guarniciones por la de Mediodía, en las torres y fuertes que había.

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