Capítulo XVII. De cómo fué cercada Tarichea.

Partiendo de Tiberíada Vespasiano, puso su campo entre esta ciudad y Tarichea, y fortaleciólo con un muro que mandó hacer con diligencia, viendo que se había de detener en esta guerra, porque veía que todo el pueblo que buscaba revueltas se recogía en esta ciudad, confiando en su fuerza y en su guarnición, y en un lago que se llama, entre los naturales de allí, Genasar.

La ciudad tiene el mismo asiento de Tiberíada, a la falda (le un monte; y por la parte que no la cercaba aquel lago de Genasar, Josefo la había cercado de un muro muy fuerte, pero menor que era el de Tiberíada, y habíala provisto al principio que se comenzaron a rebelar, de mucho dinero y de todo lo necesario para defenderse, y habían las sobras también apro­vechado a Tarichea. Tenían muchas barcas aparejadas en ellago, para que, si eran vencidos por tierra, se pudiesen recoger en ellas y salvarse; y también estaban provistas de armas, para que, si fuese necesario, pudiesen pelear en el agua. Estando los romanos ocupados en asentar y guarnecer su campo, Jesús y sus compañeros, sin considerar la muchedumbre de enemigos, ni las fuerzas y uso de sus armas, vinieron contra ellos, y en la primer arremetida desbarataron los que edificaban el muro, y derribaron alguna parte de lo que estaba edificado; pero viendo que la gente de armas que dentro estaba se comenzaba a juntar antes de sufrir y padecer algún mal o daño, recogiéron­se a los suyos, y persiguiéndoles los romanos, les fué forzado recogerse a sus barcas o navíos dentro del agua. Y recogidos hacia dentro del lago, tanto que no pudiesen ser heridos con sus saetas, echaron áncoras, y juntando muchas naos entre sí, no menos que suelen hacer los escuadrones, peleaban con sus enemigos.

Sabiendo Vespasiano cómo gran parte de ellos se había juntado en un llano cerca de la ciudad, envió allá a su hijo con seiscientos caballos escogidos; hallando éste infinito nú­mero de enemigos, envió luego a la hora mensajeros a su padre para hacerle saber que tenía necesidad de más gente y de mayor socorro. Y antes que éste viniese, viendo muchos de sus caballeros muy alegres y muy animosos, y viendo que algunos estaban amedrentados por ver tan gran muchedum­bre de judíos junta, púsose en un lugar del cual pudiese ser oído por todos, y dijo: "Romanos, por cosa tengo muy buena amonestaros al principio de mi habla que os queráis acordar de vuestra virtud y linaje, y sepáis quiénes sois, y quiénes son aquellos con los cuales hemos de pelear; ningún enemigo nuestro ha podido escapar de nuestras manos en todo el uni­verso. Los judíos, a fin de que de ellos digamos también algo, hasta ahora han sido siempre vencidos, v jamás se han can­sado; conviene, pues que siéndoles a ellos la fortuna v sucesos tan contrarios, pelean todavía tan constantemente y esforza­damente, que nosotros peleemos y trabajemos con mayor per­severancia, siéndonos la fortuna en todo muy próspera. Mucho ‑me huelgo por ver y conocer claramente la alegría grande que todos tenéis, pero témome que alguno de vosotros tenga temor por ver tanta muchedumbre de enemigos; piense, pues, cada uno de vosotros otra vez quién ha de pelear y con quién, y por qué los judíos, aunque sean harto atrevidos y menos­precien la muerte, sabemos todos que son gente sin arden y poco experimentados en las cosas de la guerra, y merecen más nombre de pueblo desordenado que de ejército; pues de vuestro orden, saber y destreza en las cosas de la guerra, ¿qué necesidad hay que yo me alargue ahora en hablar de ello? Por esta causa nos ejercitamos ciertamente en el tiempo de paz nosotros solos en las armas, por no tener cuenta en la guerra del número de nuestros enemigos. Porque, ¿qué pro­vecho, o qué bien nos viene de ejercitar siempre la milicia y las armas, si salimos con igual número de gente que los que no están en esto ejercitados? Antes pensad que salimos armados con gente de a pie, y seguros con consejo y regimiento de capitán entendido, contra hombres sin regidor y sin regimien­to; y que estas virtudes engrandecen nuestro número, y los vicios dichos quitan gran parte y gran fuerza del número de los enemigos. Sabed también que en la guerra no vence la sola muchedumbre de los hombres, sino la fortaleza, aunque sea de pocos, porque éstos se pueden ordenar fácilmente y ayudarse unos a otros; los grandes ejércitos, más daño reciben de sí mismos que de sus propios enemigos. Los judíos se mueven por audacia, por ferocidad y desesperación o crueldad de sus propios entendimientos y dureza de corazón; estas cosas, cuando todo es muy próspero, suelen aprovechar algo; pero por poco que sea esto ofendido, y por poca resistencia que sienta luego, está todo muy marchitado y muerto; a nosotros nos rige la virtud, la voluntad conforme a razón, y muy obediente la fortaleza, y esto suele florecer cuando la fortuna es próspe­ra, y no suele ser quebrantado por la adversa y contraria. Nos­otros tenemos mayor causa de pelear que los judíos, porque si ellos sufren por su libertad y patria tantos peligros, ¿qué tenemos nosotros más excelente o de más estima que la ínclita fama y nombre? ¿Y que después de haber alcanzado el im­perio de todo el orbe, no parezcamos tener por enemigos y contrarios a los judíos solamente? Considerada además de todo esto dicho, que no tenemos miedo de sufrir cosa que sea intolerable, porque tenemos muchos que nos ayudarán, y están muy cerca de nosotros. Podemos alzarnos con la victoria, y conviene ade­lantarse antes que venga la ayuda y socorro que esperamos de mi padre, a fin que sea nuestra mayor virtud, y no tenga su efecto más compañeros en quienes repartirse; pienso yo que vosotros hacéis de mí y de mi padre un mismo juicio, y que si él es digno de nombre y de gloria por las cosas hechas hasta aquí gloriosamente, sabed que yo le soy hijo y vosotros sois soldados míos; él tiene costumbre de vencer, ¿y yo Po­dré llegarme a él vencido? ¿De qué manera, pues, vosotros no os avergonzaréis en no vencer, viendo a vuestro capitán ponerse en medio de los enemigos, y correr delante a todo peligro? Creed que yo mismo buscaré el peligro, y romperé primero con los enemigos. Ninguno de vosotros se aparte de mí, te­niendo por muy cierto que mi fuerza será guiada y sustentada con la ayuda y socorro de Dios, y tened por muy cierto que haremos mucho más mezclados con nuestros enemigos, que si peleásemos de lejos."

Habiendo Tito tratado esto con su gente, los soldados re­cibieron alegría casi divina, y pesábales mucho que Trajano viniese con cuatrocientos de a caballo antes de darles la ba­talla,'como si la victoria se disminuyese con la compañía que venía.

Envió también Vespasiano a Antonio Silón con dos mil flecheros, para que, ocupada la montaña que estaba delante de la ciudad, echasen de allí los que quisiesen defender los muros, y cercaron a sus enemigos como les fué mandado, los cuales estaban procurando socorrer a sus fuerzas.

Partió primero de todos con su caballo corriendo contra los enemigos, Tito; siguiéronle luego los que con él estaban, con tan gran grita, tan desparramados como era necesario para tomar a los enemigos en medio, y esto fué causa de que pa­reciesen muchos más.

Los judíos, aunque espantados con la arremetida de los romanos y con la manera que tenían de pelear, todavía resintieron al principio algún poco; heridos con lanzas, y desorde­nados con la fuerza de los caballos, fueron desbaratados, y matando a muchos de ellos entre los pies de los caballos, hu­yeron a la ciudad según cada‑uno más podía.

Tito perseguía a unos que huían, a otros mataba de pasada, y corriéndoles delante a muchos, dábales por delante, y mataba a muchos, echando los unos sobre los otros, y saltándoles de­lante, cuando todos se recogían a los muros, los echaba al campo, hasta tanto que, cargando tanta muchedumbre tuvieron lugar para recogerse; e intervino allí gran discordia entre todos, por­que a los naturales les pesaba en gran manera la guerra hecha del principio, parte por causa de sus bienes, y parte también por causa de la ciudad, y principalmente viendo que no les había sucedido bien, sino malamente, y que el pueblo de los extranjeros y advenedizos, que eran muchos, hacían fuerza en ello; y así había entre todos clamores, como que ya tomasen rudos armas y se aparejasen para pelear.

Tito, que no estaba lejos de los muros, cuando les oyó comenzó a gritar: "Este es el tiempo, compañeros míos, ¿por qué nos detenemos? Recibid la victoria que Dios os envía, dando en vuestras manos los judíos: ¿no oís los grandes gritos? Discordes están los que han escapado de nuestras manos. La ciudad es nuestra si nos damos prisa; pero es necesario tener Viran ánimo juntamente con ser diligentes, porque debéis saber no poderse hacer cosa señalada, en la cual no haya pe­ligro; y no sólo debemos trabajar por prevenirlos y adelan­tarnos antes que los enemigos se concordes, los cuales, viéndose en necesidad, no podrán dejar de concordar todos y venir en amistad; mas también debemos procurar dar en ellos antes que nuestro socorro venga, para que además de la victoria, en la cual vencemos tan pocos a tan gran muchedumbre, poda­mos también gozar solos de la ciudad."

Dicho esto, sube en su caballo, y corre hasta la laguna, éntrase por allí dentro de la ciudad siguiéndole toda la otra gente suya.

La osadía grande que tuvo puso miedo en los que estaban por guardas del muro, de tal manera, que no hubo alguno que pudiese pelear ni impedir que entrase.

Jesús y sus compañeros, dejando la defensa de la ciudad, huyeron a los campos, y otros corrieron a recogerse a la laguna; daban en las manos de sus enemigos que les salían por delante; unos eran muertos, queriendo subir en sus naves, y otros trabajando por alcanzarlas nadando.

Mataban también los romanos dentro de la ciudad mucha gente de los advenedizos que no habían huido, antes traba­jaban por resistirles, y los de allí naturales morían sin pelear, porque las esperanzas de concertarse y saber que no habían sido aconsejados en aquella guerra, los detenía sin que peleasen, hasta tanto que Tito, muertos los que resistían, teniendo com­pasión y misericordia de los naturales, hizo cesar la matanza; los que habían huido al lago, cuando vieron que era tomada la ciudad, alejáronse mucho de los enemigos. .

Tito envió caballeros por embajadores que contasen a su padre todo lo que había hecho. Cuando el padre lo supo, pro­veyó de lo que era necesario, alegre en gran manera por la virtud que de su hijo había entendido, y por la grandeza de aquella hazaña, porque le parecía haberle quitado gran parte de la guerra.

Mandó luego rodear de gente de guarda la ciudad, por que ninguno pudiese huir escondidamente y librarse de la muerte; y luego, es otro día, habiendo bajado a la laguna, mandó hacer naves para perseguir los que habían huido, las cuales, con la materia que tenían abundante, y oficiales muchos y diestros, fueron presto hechas y puestas en orden.

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