Epicuro a Herodoto: gozarse Carta sobre la naturaleza

27. »Para los que no puedan, oh Herodoto, indagar cada cosa de por sí de las que he escrito acerca de la naturaleza, ni estudiar libros voluminosos, hago este resumen de todo ello, a fin de darles un entero y absoluto memorial de mis opiniones y de que puedan en cualquiera tiempo valerse de él en las cosas más importantes, caso que se dediquen a la contemplación de la naturaleza. Aun los aprovechados en el estudio del universo deben esculpir en la memoria una imagen elemental de todo, pues más necesitamos de un prontuario general y memorial abreviado, que de las cosas en particular. Entraremos, pues, en él, y lo encomendaremos repetidas veces a la memoria, para que cuando emprendamos la consideración de cosas importantes concebidas antes e impresas en la memoria, las imágenes o elementos generales, hallemos también exactamente las particulares. Lo primero y principal en un aprovechado es poder usar diestramente de su discurso cuando se ofrezca, tanto en los compendios simples y elementales cuanto en la contemplación de las voces. Ello es que no es posible sepa la inmensa muchedumbre de las cosas en general quien no sabe reducir a pocas palabras toda su serie y cuanto se halle tratado antes particularmente. Por lo cual, siendo útil a cuantos se dedican a la fisiología este método de escribir, y amonestado muchas veces a ejecutarlo por los físicos, singularmente los dados a esta tranquilidad de vida, conviene formar este tal cual compendio de los primeros elementos de las opiniones.

28. Primeramente, pues, oh Herodoto, conviene entender el significado de las voces, para que con relación a él podamos juzgar las cosas, ya opinemos, ya inquiramos, o ya dudemos, a fin de que no resulte un proceso en infinito andando las cosas vagas e irresolutas, y no estemos sólo con lo vano de las voces. Es, pues, necesario lo primero atender a la noción de cada palabra, y ya nada necesita de demostración, pues tendremos lo inquirido, lo dudado y lo opinado sobre que nos aprovechemos. O bien conviene observar todas las cosas según los sentidos, y simplemente según las accesiones, ya del entendimiento, ya de cualquiera criterio. En el mismo grado se hallan las pasiones; con lo cual tenemos por donde notar lo permanente y lo cierto (721).

29. Conocidas estas cosas, conviene ya ver las ocultas. Será lo primero, que nada se hace de nada o de lo que no existe; pues de lo contrario, todo nacería de todo sin necesitar de semillas. Y si lo que se corrompe no pasara a ser otra cosa, sino a la no existencia, ya todo se hubiera acabado. Pero el universo siempre fue tal cual es hoy, tal será siempre, y nada hay en que se convierta; pues fuera del mismo universo nada hay a que pueda pasar y en que pueda hacer mudanza. Esto ya lo dije al principio del Epítome mayor, y en primero de los libros De la Naturaleza. El universo es cuerpo; y que hay cuerpos en todo lo atestigua el sentido, estribando en el cual, es fuerza concluir de lo oculto por medio del raciocinio, como dije antes. Si no hubiese el que llamamos vacuo, el lugar, y la naturaleza intocable (722), no tendrían los cuerpos donde estuviesen, no por donde se moviesen, como es claro se mueven. Fuera de esto, nada puede entenderse ni aun por imaginación, comprensivamente, o análogamente a lo comprensible, como que está recibido por todas las naturalezas, y no como que se llaman secuelas y efectos de ello. [Esto mismo dice en el libro I De la Naturaleza, en el XIV, en el XV y en el Epítome grande] (723).

30. «De los cuerpos, unos son concreciones y otros son cuerpos simples de que las concreciones se forman. Son éstas indivisibles e inmutables, puesto que no pueden pasar todos a la no existencia, antes bien perseveran firmes cuando se disuelvan los compuestos, siendo llenos (724) por naturaleza, y no tienen en qué ni cómo se disuelvan. Así, los principios de las cosas precisamente son las naturalezas de estos cuerpos átomos o indivisibles. Aun el universo es infinito e ilimitado: porque lo que es limitado tiene término o extremo: el extremo se mira por causa de otro: así, lo que no tiene extremo tampoco tiene fin; lo que no tiene fin es infinito y no limitado. El universo es infinito, ya por la muchedumbre de estos cuerpos, ya por la magnitud del vacuo: porque si el vacuo fuese infinito y los cuerpos finitos, nunca estos cuerpos reposarían, sino que andarían dispersos por el vacuo infinito, no teniendo quien lo fijase y comprimiese en sus choques y percusiones. Si el vacuo fuese finito y los cuerpos infinitos, no tendrían estos cuerpos infinitos donde estar.

31. »Más: estos cuerpos indivisibles y llenos, de los cuales se forman las concreciones y en los cuales se disuelven, son incomprensibles o incapaces de ser circunscritos por la variedad de sus figuras; pues no es posible que la gran diferencia de estas mismas figuras conste de átomos comprendidos. Y más, que cada figura contiene simplemente infinitos átomos; aunque en las diferencias o variedades no son simplemente infinitos, sino sólo incomprensibles. [Pues, como dice más abajo, no hay división en infinito. Dice esto porque sus cantidades se mudan; si no es que alguno las eche simplemente al infinito aun en cuanto a las magnitudes.]

32. »Los átomos se mueven continuamente (725). [Y mas abajo dice «que se mueven con igual celeridad de movimiento, prestándoles el vacuo perpetuamente semejante viaje, tanto a los levísimos cuanto a los gravísimos. Que unos están muy distantes entre sí; otros retienen su trepidación cuando están destinados a complicarse, o son corroborados (726) por los complicables. La naturaleza del vacuo que separa cada átomo es quien obra esto, ya que no pueden darles firmeza. La solidez que ellos tienen causa su trepidación y movimiento, a efectos de la colisión. Que estos átomos no tienen principio, supuesto que ellos y el vacuo son causa de todo». Dice también más adelante: «Que los átomos no tienen ninguna cualidad, excepto la figura, la magnitud y la gravedad.» Y en el libro décimo de sus Elementos o Instituciones afirma: «Que el color de los átomos se cambia según la variedad de sus posiciones; como también que acerca de ellos no se trata de magnitud propiamente tal (727), pues que el átomo nunca se percibió por los sentidos.»] Esta voz, cuando se recuerda todo esto, envía a la mente un tipo o imagen idónea de la naturaleza de las cosas.

33. »Hay infinitos mundos, sean semejantes o desemejantes; pues siendo los átomos infinitos, como poco ha demostramos, son también llevados remotísimamente. Ni los átomos (de los cuales se hizo o se pudo hacer el mundo) quedaron absumidos en un mundo ni en infinitos; en semejantes a éste, o en desemejantes. Así, no hay cosa que impida la infinidad de mundos. Aun los tipos o imágenes son semejantes en figura a los sólidos y firmes, no obstante que su pequeñez dista mucho de lo perceptible y aparente. Ni estas separaciones o apartamientos pueden no hacerse en lugar circunscrito, ni la aptitud no proceder de la operación de los vacuos y pequeñeces, ni los efluvios dejar de conservar en adelante la situación y base que tienen en los sólidos. A estos tipos los llamamos imágenes. Asimismo, este llevamiento hecho por el vacuo sin choque alguno con otras cosas es tan veloz, que corre una longitud incomprensible por grande en un punto indivisible de tiempo; pues igual lentitud y velocidad reciben con la repercusión y la no repercusión. Ni por eso el cuerpo que es llevado hacia abajo llega a muchos lugares igualmente, según los tiempos que especulamos por la razón, pues esto es incomprensible; y él viene juntamente en tiempo sensible de cualquiera paraje del infinito, pero no viene de aquel de quien concebimos es hecho el llevamiento. Lo mismo sucederá a la repercusión, aunque mientras tanto dejemos sin interrupción lo breve del llevamiento.

34. »Es útil poseer este principio, o sea elemento, por razón que las imágenes buenas y provechosas usan de las más extremadas tenuidades. Tampoco se les opone ninguna cosa aparente, y por eso tienen una velocidad extrema, siéndoles proporcionado y conmensurable todo poro o conducto. Además que a su infinito nada o pocas cosas hay que causen obstáculo, cuando a lo mucho e infinito siempre hay quien obste. Añádese que la producción de las imágenes se hace tan velozmente como el pensamiento. El flujo de efluvios de la superficie de los cuerpos es continuo, y desconocido de los sentidos, por la plenitud opuesta que guarda en el sólido la situación y orden de los átomos por mucho tiempo; si bien alguna vez está confusa. Las congresiones en el contenido o circunscrito son veloces, por no ser necesario que la plenitud se haga según la profundidad; y hay algunos otros modos que producen estas naturalezas: ni cosa alguna de éstas relucta a los sentidos si atiende uno a cómo las imágenes producen las operaciones cuando de las cosas externas remiten a nosotros las simpatías, o sea correspondencias.

35. «Conviene, pues, juzgar que cuando entra alguna cosa externa en nosotros, vemos sus formas y las percibimos con la mente. Ni las cosas externas pueden descubrirnos su naturaleza, su color y su figura de otro modo que por el aire que media entre nosotros y ellas; o bien por los rayos o por cualesquiera emisiones o efluvios que de nosotros parten a ellas. Así que nosotros vemos viniendo de las cosas a nosotros ciertos tipos o imágenes de los colores y formas semejantes, arregladas a una proporcionada magnitud, y entrándonos brevísimamente en la vista o en el entendimiento. Después, cuando volvemos la fantasía por la misma causa de uno y continuo, y conservamos la simpatía del sujeto según la conmensurada fijación nacida de allí y de la plasmación de los átomos según la profundidad en el sólido, y la imaginación que concebimos claramente por el entendimiento, por los órganos sensorios, sean de forma, sean accidentes; ésta es la forma del sólido, engendrada según la densidad sobrevenida, o sea el vestigio remanente de la imagen.

36. »En lo que opinamos hay siempre falsedad y error cuando por testimonio no se confirma o por testimonio se refuta: y no atestiguado después según el movimiento que persevera en nosotros de la accesión fantástica o imaginaria, por medio de cuya separación se comete el engaño. La semejanza de los fantasmas recibidos como imágenes, ya sea en sueños, ya por cualesquiera otras acepciones de la mente, ya por los demás sentidos, no estarían donde están, ni se llamarían verdaderas si no fuesen algo, a saber, aquello a que nos dirigimos o arrojamos. Ni habría error si no recibiésemos también algún otro movimiento en nosotros mismos, unido sí, pero que tiene intervalo. Según este movimiento unido (bien que con intervalo) a la accesión fantástica, si no se confirma con testimonio, o si con testimonio se contradice, se hace la falsedad o mentira; pero si se confirma con testimonio, o con testimonio no se refuta, se hace la verdad. Importa, pues, mucho retener esta opinión, a fin de que ni se borren los criterios acerca de las operaciones, ni el error confirmado igualmente lo perturbe todo.

37. »La audición se hace siendo llevado algún viento de voz o de ruido que de algún modo prepare la pasión acústica o auditiva. Esta efusión se esparce en partículas de igual mole, que conservan consigo cierta mutua simpatía, unidad y virtud propia, la cual penetra hasta donde se envían o dirigen, y por lo regular es causa de que el otro sienta o perciba. Pero si no, prepara por lo menos lo externo solamente, pues sin dimanar de allí alguna simpatía, ciertamente no se haría semejante percepción. Así que no conviene creer que es el aire quien recibe la impresión de la voz (o de otras cosas) que viene, pues sufrirá muchos defectos en el padecer esto por ella; sino que la percusión que nos da la voz despedida se hace por ciertas partículas o moléculas de la efusión aérea capaces de obrarla, la cual nos prepara la pasión acústica. Lo mismo es del olfato que de la audición, pues nunca operaría esta pasión si no hubiera ciertas moléculas dimanadas de las cosas conmensuradas a mover el órgano sensorio. Algunas de ellas andan perturbada e inapropiadamente; otras ordenada y propiamente.

38. »Se ha de suponer que los átomos no traen cualidad alguna de cuanto aparece, excepto la figura, gravedad, magnitud y demás cosas que necesariamente se siguen a la figura (728), pues toda cua1idad se muda; pero los átomos no se mudan, porque es preciso que en las disoluciones de los concretos quede alguna cosa sólida e indisoluble, la cual no se mude en lo que no es, ni de aquello que no es, sino según la transposición en muchas, y en algunas según la accesión y retrocesión. Así que es preciso que las inmutables sean incorruptibles y no tengan naturaleza de cosa mudable, sino corpúsculos y figuraciones propias. Es necesario, pues, que permanezcan. Y en las cosas que en nosotros voluntariamente se transforman, se recibe la figura que en ellos permanece; pero las cualidades que no están en lo que se muda no quedan con ella, sino que de todo el cuerpo se aniquilan y destruyen. Pueden, pues, las cosas que restan hacer suficientemente diversas concreciones, ya que es preciso queden algunas cosas y no todas paren en el no ser.

39. »No se ha de creer que en los átomos hay magnitud absoluta (729), pues acaso lo que aparece podría atestiguar lo contrario; sino que hay ciertas mutaciones el las magnitudes. Siendo esto así, se podrá mejor dar razón de las cosas que se hacen según las pasiones y sentidos. El tener los átomos magnitud absoluta o sensible (730) de nada serviría a las diferencias de las cualidades. Además, que si la tuvieran, los átomos se nos presentarían visibles, lo cual no vemos acontezca, ni podemos concebir cómo pueda el átomo hacerse visible. Añádase a esto que no se debe juzgar que en un cuerpo finito haya infinitos corpúsculos y de cualquiera tamaño. Y así, no sólo se debe quitar la sección o división en infinito de mayor en menor (a fin de no debilitar todas las cosas, y luego nos veamos obligados con la comprensión a extenderlas, como se hace con la comprensión de muchos corpúsculos agregados), sino que ni se ha de tener por dable la transición de las cosas finitas en infinitas, aun de mayor a menor. Ni tampoco luego que se dice que una cosa tiene infinitos corpúsculos o de cualesquiera tamaños, se puede entender claramente cómo esta magnitud puede ser también finita, pues cuando los corpúsculos tienen cantidad cierta, es evidente que no son infinitos; y al contrario, siendo ellos de magnitud determinada, lo sería también la magnitud misma, siendo así que su extremidad es de tenuidad infinita (731). Y si esta extremidad no se ve por sí misma, no hay modo de entender lo que desde ella se sigue; y siguiendo así en adelante, será fuerza proceder en infinito con la mente.

40. »Débese también considerar en lo mínimo (732) que hay en el sentido, que ni es tal como lo que tiene mutaciones, ni tampoco del todo desemejante, sino que tiene algo de común con las digresiones; pero no tiene intervalo de partes. Y cuando por la semejanza de comunión creemos haber comprendido algo de él, prescindiendo de una y otra parte, precisamente hemos de incidir en igualdad. Luego contemplamos estas cosas comenzando de lo primero; y no en sí mismo, ni porque une partes a partes, sino en la propiedad de éstas, la cual mide sus magnitudes, mucho las grandes y poco las pequeñas. Por esta analogía se ha de juzgar el uso de la pequeñez o mínimo del átomo, pues consta que en pequeñez se diferencia de lo que vemos por el sentido, pero usa de la misma analogía. Y que el átomo tenga magnitud por dicha analogía lo hemos argüido, dándole pequeñez solamente, excluyendo la longitud. Más: se ha de juzgar que las longitudes tienen sus confines mínimos, pero no confusos, los cuales por sí mismos proporcionan dimensión a los átomos mayores y menores, por la contemplación del raciocinio en las cosas visibles; pues lo que tienen de común con los inmutables basta para llegar a perfeccionar lo que son hasta entonces.

41. »La conducción unida (733) de los que tienen movimiento no puede hacerse; y de lo infinito, sea supremo o ínfimo, no se ha de decir que está arriba o abajo, pues sabemos que si lo que se entiende estar sobre la cabeza lo suponemos procedente en infinito, nunca se nos manifestará; ni lo que está debajo de lo así entendido será tampoco infinito a un mismo tiempo hacia arriba y hacia abajo, pues esto no puede entenderse. Así que de la conducción o progreso en infinito sólo se ha de concebir una hacia arriba y otra hacia abajo; aunque infinitas veces lo que nosotros llevamos hacia lo que está sobre nuestra cabeza llega a los pies de las cosas superiores, o bien a las cabezas de las inferiores lo que llevamos hacia abajo. Con todo, el movimiento universal opuesto uno a otro se entiende en infinito.

42. »Es también preciso tengan los átomos igual velocidad cuando son llevados por el vacuo sin chocar con nadie (734), pues suponiendo que nada encuentran que les obste, ni los graves corren más que los leves, ni los menores más que los mayores, teniendo todos su conducto conmensurado o proporcionado (735), y no hallando tampoco quien les impida ni el llevamiento o movimiento superior, ni el oblicuo por los choques, ni el inferior por los pesos propios. En cuanto uno retiene a otro, en tanto tendrá movimiento, unido a la mente e inteligencia, mientras que nada se le oponga o extrínsecamente, o por el propio peso, o por la fuerza del que choca. Aun las concreciones hechas no serán llevadas una más velozmente que otra, siendo los átomos iguales en velocidad, por ser llevados a un lugar mismo los átomos de tales concreciones, y en tiempo indivisible. Pero si no van a un lugar mismo, irán en tiempo considerado por la razón, si son o no frecuentes sus choques, hasta que la misma continuación del llevamiento los sujete a los sentidos.

43. »Lo que opinan juntamente acerca de lo invisible, a saber, que los tiempos que se han de considerar por la razón deben tener movimiento perenne, no es verdadero en nuestro asunto, pues todo lo que se ve, o lo que por accesión recibe la inteligencia, es verdadero. Después de todo esto conviene discurramos del alma en orden a los sentidos y a las pasiones, pues así tendremos una solidísima prueba de que el alma es cuerpo compuesto de partes tenuísimas, difundida por toda la concreción o conglobación, pero muy semejante a espíritu, que tiene temperamento cálido, de un modo parecido a éste, de otro modo parecido a aquél. En particular recibe muchas mutaciones por la tenuidad de sus partes, y aun por las partes mismas; pero ella tiene más simpatía con la concreción suya que con toda la restante. Todo esto lo declaran las fuerzas del alma, las pasiones, los movimientos ligeros, los pensamientos y demás cosas, las cuales, si nos fallan, morimos.

44. También se ha de tener por cierto que el alma tiene mucha causa en el sentido; pero no la tendría si en cierto modo no la cubriese todo lo demás del concreto. Y aunque este resto del concreto le prepara esta causa, y es partícipe del evento mismo, no lo es, sin embargo, de todos los que ella posee; por lo cual, apartándosele el alma, ya no tiene sentido, pues él no participa en sí de aquella virtud, sino que la naturaleza la preparó al otro, como engendrado con él: lo cual, ejecutándolo por una virtud perfecta para con él y consumándolo luego según el movimiento sensible sobrevenido, lo comunica por un influjo común y simpatía, como dije. Así, aun coexistiendo el alma, quitada alguna otra parte, nunca queda el sentido entero (736): como también ésta parecería juntamente disolviéndose quien la cubre, ya sea todo, ya sea alguna parte en quien resida la agudeza y eficacia del sentido. Lo restante del concreto o masa que queda, sea unido, sea por partes, no tiene sentido separada del alma; pues a la naturaleza de ésta pertenece una gran multitud de átomos. Y así, disuelta la concreción, se esparce y difunde el alma, y no tiene ya las mismas fuerzas, ni se mueve. Tampoco le queda el sentido, porque no se puede entender que ella sienta si no es usando dichos movimientos en este compuesto, cuando lo que la cubre y contiene no es tal cual es aquello en que existiendo tiene dichos movimientos.

45. [Todavía dice esto mismo en otros lugares; y que el alma se compone de átomos sumamente lisos y redondos (737), muy diferentes de los del fuego: y que lo que está esparcido por lo demás del cuerpo es la parte irracional de ella; pero que la parte racional es la que reside en el pecho, como se manifiesta por el miedo y por el gozo. Que el sueño se hace cuando por el trabajo padecen las partes del alma difundidas por toda la masa corpórea, por ser retenidas o por divagar, y luego caen unidas con las divagantes. Que el esperma se recoge de todos los cuerpos (738); y conviene notar que no es incorpóreo, pues lo dice según la frecuencia del nombre, y no de lo primero que de él se entiende. Según él, no es inteligible lo incorpóreo sino en el vacuo. Este vacuo ni puede hacer ni padecer; sino que por sí solo da movimiento a los cuerpos. Así, los que dicen que el alma es incorpórea, deliran; pues si fuera tal, no podría hacer ni padecer; pero nosotros vemos prácticamente en el alma ambos efectos.]

46. »Quien refiera a las pasiones y sentidos estos raciocinios acerca del alma, y tenga presente lo que dijimos al principio, entenderá bastante estar todo comprendido en los tiempos, de manera que pueda explicarse por partes con toda seguridad y firmeza. Lo mismo se ha de decir de las figuras, los colores, las magnitudes, las gravedades y demás cosas predicadas de los cuerpos como propias de ellos y existentes en todos, a lo menos en los visibles o en los conocidos por los sentidos y que por sí mismos no son naturalezas. Esto no puede entenderse ni como lo no existente, ni como algunas cosas incorpóreas existentes en el cuerpo, ni como partículas de éste, sino como todo el cuerpo que tiene universalmente naturaleza eterna compuesta de todas estas cosas, ni puede ser conducido sin ellas: como cuando de los mismos corpúsculos se forma una masa o concreción mayor, sea de los primeros, o de magnitudes del todo, pero en algo menores, sino sólo, como digo, que tiene de todos ellos su naturaleza eterna. También se ha de saber que todas estas cosas tienen sus propias adiciones e intermisiones, pero siguiéndole la concreción, y no separándosele nunca, sino aquella que, según la inteligencia concreta del cuerpo, recibe el predicado. También acontece muchas veces a los cuerpos el seguírseles lo que no es eterno ni incorpóreo aun en las cosas invisibles. De manera que, usando de este nombre según la común acepción, manifestamos que los accidentes ni tienen la naturaleza del todo a la cual llamamos cuerpo, tomada en concreto, ni la de los que perpetuamente le siguen, sin los cuales no puede imaginarse cuerpo. Pero según ciertas adiciones, siguiéndose el concreto, nombramos cada cosa; y a veces la contemplamos cuando acaece cada una, aun no siguiéndose perpetuamente todos los accidentes.

47. »Ni esta perspicuidad o evidencia se ha de expeler del ente, porque no tiene la naturaleza del todo, a quien sobreviene algo, que también llamamos cuerpo; ni la de los que siguen eternamente, ni la de lo que se cree subsistir por sí mismo. Esto no se ha de entender acerca de dichas cosas, ni de las que suceden eternamente: sino que aun los accidentes se han de tener todos por cuerpos según aparecen, y no perpetuamente adjuntos o siguientes: ni tampoco que tengan por si mismos orden de naturaleza o sustancia, sino que se ven conforme al modo que da el mismo sentido.

48. »También se debe considerar mucho que no se ha de inquirir el tiempo como inquirimos las demás cosas en el sujeto, refiriéndonos a las anticipaciones (739) que se ven en nosotros, sino que se ha de raciocinar por el mismo efecto, según el cual pronunciamos, mucho tiempo o poco tiempo, teniendo esto y usándolo innata o congénitamente. Ni se han de ir cazando en esto ciertas locuciones como a más hermosas, sino usar las que hay establecidas acerca de ello. Ni predicar de él ninguna otra cosa como que es consustancial al idioma mismo. Algunos lo ejecutan así; pero yo quiero se colija que aquí sólo recogemos y medimos lo que es propio de nuestro asunto; y esto no necesita demostración, sino reflexión, pues a los días y a las noches, y aun a sus partes, añadimos tiempo. Lo mismo hacemos en las pasiones, en las tranquilidades, movimientos y reparos, entendiendo de nuevo algún otro evento propio de ello acerca de estas cosas, según el cual nombramos el tiempo. [Esto lo dice también en el libro II De la naturaleza y en el Epítome grande.]

49. [Después de lo referido sigue diciendo: que se ha de creer que los mundos fueron engendrados del infinito, según toda concreción finita semejante en densidad a las que vemos, siendo todas éstas discretas y separadas por sus propias revoluciones mayores y menores; y que luego vuelvan a disolverse todas, unas con brevedad, otras con lentitud, padeciendo esto unas por éstas, y otros por aquéllas. Es, pues, constante que dice ser los mundos corruptibles, puesto que se mudan sus partes. Y en otros lugares dice que la tierra está sentada sobre el aire (740). Que no se debe juzgar que los mundos necesariamente tienen una misma figura; antes que son diferentes lo dice en el libro XII tratando de esto, a saber: que unos son esféricos, otros elípticos, y otros de otras varias figuras; pero, no obstante, no las admite todas.]

50. »Tampoco los animales procedieron del infinito, porque nadie demostrará cómo se recibieron en este mundo tales semillas de que constan los animales, las plantas y todas las demás cosas que vemos, pues esto no pudo ser allá, y se nutrieron del modo mismo. De la misma forma se ha de discurrir acerca de la tierra. Se ha de opinar asimismo que la naturaleza de los hombres fue instruida y coartada en muchas y varias cosas por aquellos mismos objetos que la circundan, y que sobreviniendo a esto el raciocinio, extendió más aquellas nociones, aprovechando en unas más presto y en otras más tarde, pues unas cosas se hallan en períodos y tiempos largos desde el infinito, y otras en cortos. Así, los nombres al principio no fueron positivos, sino que las mismas naturalezas de los hombres teniendo en cada nación sus pasiones propias y propias imaginaciones, despiden de su modo en cada una el aire según sus pasiones e imágenes concebidas, y al tenor de la variedad de gentes y lugares. Después generalmente fue cada nación poniendo nombres propios, para que los significados fuesen entre ellos menos ambiguos y se explicasen con más brevedad. Luego añadiendo algunas cosas antes no advertidas, fueron introduciendo ciertas y determinadas voces, algunas de las cuales las pronunciaron por necesidad, otras las admitieron con suficiente causa, interpretándolas por medio del raciocinio.

51. »Respecto a los meteoros, el movimiento, el regreso (741), el eclipse, el orto, el ocaso y otros de esta clase, no se ha de creer se hacen por ministerio, orden y mandato de alguno que tenga al mismo tiempo toda bienaventuranza con la inmortalidad, pues a la bienaventuranza no corresponden los negocios, las solicitudes, las iras, los gustos, sino que estas cosas se hacen por la enfermedad, miedo y necesidad de los que están contiguos. Ni menos unas naturalezas ígneas y bienaventuradas querrían ponerse en giro tan arrebatado; sino que el todo guarda aquel ornato y hermosura, puesto que, según los nombres, todas las cosas son conducidas a semejantes nociones, y de ellas nada parece repugna a aquella belleza, porque si no, causaría esta contrariedad gran perturbación en las almas. Y así, se ha de opinar que esta violenta revolución se hace según la que recibió al principio en la generación del mundo; y así cumple exactamente por necesidad este período.

52. »Además, se ha de saber que es obra de la fisiología la diligente exposición de las causas de las cosas principales, y que lo bienaventurado incide en ella acerca del conocimiento de los meteoros, escudriñando con diligencia qué naturalezas son las que se advierten en tales meteoros y cosas congénitas. Igualmente que tales cosas o son de muchos modos, o en lo posible, o de otra diversa manera; pero que simpliciter no hay en la naturaleza inmortal y bienaventurada cosas que causen discordia o perturbación alguna. Y es fácil el entendimiento conocer que esto es así. Lo que se dice acerca del ocaso, del orto, del retroceso, del eclipse y otras cosas de este género, nada conduce para la felicidad de la ciencia; y los que contemplan estas cosas tienen semejantemente sus miedos, pero ni saben de qué naturaleza sean, ni cuáles las principales causas, pues si las supiesen anticipadamente, acaso también sabrían otras muchas, no pudiendo disolverse el miedo por la precognición de todo ello según la economía de las cosas más importantes. Por lo cual son muchas las causas que hallamos de los regresos, ocasos, ortos, eclipses y demás de este modo, como también en las cosas particulares.

53. »Y no se ha de juzgar que la indagación sobre el uso de estas cosas no se habrá emprendido con tanta diligencia cuanta pertenece a nuestra tranquilidad y dicha. Así que, considerando bien de cuántas maneras se haga en nosotros la tal cosa, se debe disputar sobre los meteoros y todo lo no explorado, despreciando a los que pretenden que estas cosas se hacen de un solo modo; y ni añaden otros modos, según la fantasía nacida de los intervalos, ni menos saben en quiénes no se halle la tranquilidad. Juzgando, pues, que debe admitirse el que ello se hace de tal modo, y de otros por quienes también hay tranquilidad, y enseñando que se hace de muchos modos, como si viésemos que así se hace, estaremos tranquilos.

54. »Después de todo esto se debe considerar mucho que la principalísima perturbación que se hace en los ánimos humanos consiste en que estas cosas se tienen por bienaventuradas e incorruptibles, y que sus voluntades, operaciones y causas son juntamente contrarias a ellas; en que los hombres esperan y sospechan, creyendo en fábulas, un mal eterno; o en que, según esta insensibilidad, temen algo en la muerte, como si quedase el alma en ellos, o aun en que no discurren en estas cosas y padecen otras por cierta irracional confianza. Así, los que no definen el daño, reciben igual o aun mayor perturbación que los ligeros que tales cosas opinaban.

55. »La imperturbabilidad o tranquilidad consiste en que, apartándonos de todas estas cosas, tengamos continua memoria de las cosas universales y principalísimas. Así, debemos atender a las presentes y a los sentidos, en común a las comunes, en particular a las particulares, y a toda la evidencia del criterio en el juicio de cada cosa. Si atendemos a esto, hallaremos ciertamente las causas de que procede la turbación y el miedo, y las disiparemos; como también las causas de los meteoros y demás cosas que de continuo suceden y que los hombres temen en extremo.

56. »Esto es, en resumen, amigo Herodoto, lo que te pensé escribir en orden a la naturaleza de todas las cosas. Su raciocinio va tan fundado, que si se retiene con exactitud, creo que aunque no ponga uno el mayor desvelo en entenderlo todo por partes, superará incomparablemente en comprensión a los demás hombres; pues explicará por sí mismo y en particular muchas cosas que yo trato aquí en general, aunque con exactitud; y conservándolo todo en la memoria, se aprovechará de ello en muchas ocasiones. En efecto, ello es tal, que los que ya hubiesen indagado bien las cosas en particular o hubiesen entrado perfectamente en estos análisis, darán otros muchos pasos adelante sobre toda la naturaleza; y los que todavía no hubiesen llegado a perfeccionarse en ellas, o estudiasen esto sin voz viva que se lo explique, con sólo que apliquen la mente a las cosas principales, no dejarán de caminar a la tranquilidad de la vida.»

57. Esta es su carta sobre la naturaleza; la de los meteoros es la siguiente:

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