Aristipo

1. Aristipo fue natural de Cirene, de donde pasó a Atenas llevado de la fama de Sócrates, como dice Esquines. Fue el primer discípulo de Sócrates que enseñó la filosofía por estipendio, y con él socorría a su maestro, según escribe Fanias Eresio, filósofo peripatético. Habiéndole enviado una vez veinte minas (118), se las devolvió Sócrates diciendo que «su genio (119) no le permitía recibirlas». Desagradaba esto mucho a Sócrates. Jenofonte fue su contrario, por cuya razón publicó un escrito contra él condenando el deleite que Aristipo patrocinaba, poniendo a Sócrates por árbitro de la disputa. También lo maltrata Teodoro en el libro De las sectas, y Platón hace lo mismo en el libro Del alma, como dijimos en otros escritos. Su genio se acomodaba al lugar, al tiempo y a las personas, y sabía simular toda razón de conveniencia. Por esta causa daba a Dionisio más gusto que los otros, y porque en todas ocurrencias disponía bien las cosas; pues así como sabía disfrutar de las comodidades que se ofrecían, así también se privaba sin pena de las que no se ofrecían. Por esto Diógenes lo llama perro real, y Timón lo moteja (120) de afeminado por el lujo, diciendo:

Cual la naturaleza de Aristipo,
blanda y afeminada,
que sólo con el tacto
conoce lo que es falso o verdadero.

2. Dicen que en una ocasión pagó cincuenta dracmas por una perdiz; y a uno que lo murmuraba, respondió: «¿Tú no la comprarías por un óbolo?» Y como dijese que sí, repuso: «Pues eso valen para mí cincuenta dracmas». Mandó Dionisio llevar a su cuarto tres hermosas meretrices para que eligiese la que gustase; pero las despidió todas tres, diciendo: «Ni aun Paris es seguro haber preferido a una». Dícese que las sacó hasta el vestíbulo y las despidió: tanta era su facilidad en recibir o no recibir las cosas. Por esta causa Estratón o, según otros, Platón, le dijo: «A ti solo te es dado llevar clámide o palio roto». Habiéndole Dionisio escupido encima, lo sufrió sin dificultad; y a uno que se admiraba de ello, le dijo: «Los pescadores se mojan en el mar por coger un gobio, ¿y yo no me dejaré salpicar de saliva por coger una ballena?» (121).

3. Pasaba en cierta ocasión por donde Diógenes estaba lavando unas hierbas, y le dijo éste: «Si hubieses aprendido a prepararte esta comida, no solicitarías los palacios de los tiranos». A lo que respondió Aristipo: «Y si tú supieras tratar con los hombres, no estarías lavando hierbas» (122). Preguntado qué era lo que había sacado de la filosofía, respondió: «El poder conversar con todos sin miedo». Como le vituperasen una vez su vida suntuosa, respondió: «Si esto fuese vicioso, ciertamente no se practicaría en las festividades de los dioses». Siendo preguntado en otra ocasión qué tienen los filósofos más que los otros hombres, respondió: «Que aunque todas las leyes perezcan, no obstante viviremos de la misma suerte». Habiéndole preguntado Dionisio por qué los filósofos van a visitar a los ricos y éstos no visitan a los filósofos, le respondió: «Porque los filósofos saben lo que les falta, pero los ricos no lo saben». Afeándole Platón el que viviese con tanto lujo, le dijo: «¿Tienes tú por bueno a Dionisio?» Y como Platón respondiese que sí, prosiguió: «Él vive con mucho mayor lujo que yo: luego nada impide que uno viva regaladamente y juntamente bien». Preguntado una vez en qué se diferencian los doctos de los indoctos, respondió: «En lo mismo que los caballos domados de los indómitos».

4. Habiendo una vez entrado en casa de una meretriz, como se avergonzase uno de los jóvenes que iban con él, dijo: «No es pernicioso el entrar, sino el no poder salir». Habiéndole uno propuesto un enigma, como le hiciese instancia por la solución, le dijo: «¿Cómo quieres, oh necio, que desate una cosa que aun atada nos da en qué entender?» Decía que «era mejor ser mendigo que ignorante; pues aquél está falto de dinero, pero éste de humanidad» (123). Persiguiéndolo uno cierta vez con dicterios y malas palabras, se iba de allí; y como el malediciente le fuese detrás y le dijese que por qué huía, respondió: «Porque tú tienes poder para hablar mal, y yo no lo tengo para oírlo». Diciendo uno que siempre veía a los filósofos a la puerta de los ricos, respondió: «También los médicos frecuentan las casas de los enfermos; pero no por eso habrá quien antes quiera estar enfermo que ser curado».

5. Navegaba una vez para Corinto, y como lo conturbase una borrasca y uno le dijese: «¿Nosotros idiotas no tenemos miedo, y vosotros filósofos tembláis?», respondió: «No se trata de la pérdida de una misma vida entre nosotros y vosotros». A uno que se gloriaba de haber aprendido muchas cosas, le dijo: «Así como no tiene más salud quien come mucho y mucho se ejercita que quien come lo preciso, así tampoco debe tenerse por erudito quien estudia muchas cosas, sino quien estudiar las cosas útiles». Defendiólo cierto orador en un pleito que ganó, y como le dijese: «¿De qué te ha servido Sócrates, oh Aristipo?», respondió: «De que todo cuanto tú has dicho en bien mío sea verdadero». Instruía a su hija Areta con excelentes máximas, acostumbrándola a despreciar todo lo superfluo. Preguntándole uno en qué cosa sería mejor su hijo si estudiaba, respondió: «Aunque no saque más que no ser en el teatro una piedra sentada sobre otra, es bastante» (124). Habiéndole uno encargado la instrucción de su hijo, el filósofo le pidió por ello 500 dracmas; y diciendo aquél que con tal cantidad podía comprar un esclavo, le respondió Aristipo: «Cómpralo y tendrás dos».

6. Decía que «recibía el dinero que sus amigos le daban no para su provecho, sino para que viesen éstos cómo conviene emplearlo». Notándole uno en cierta ocasión el que en su pleito hubiese buscado defensor a su costa, respondió: «También busco a mi costa un cocinero cuando tengo que hacer algún banquete». Instándole una vez Dionisio a que dijese algo acerca de la filosofía, respondió: «Es cosa ridícula que pidiéndome que hable, me prescribáis ahora el tiempo en que he de hablar». Indignado Dionisio de la respuesta, le mandó ocupar el último lugar en el triclinio; pero él ocurrió, diciendo: «Ya veo quisiste sea éste el puesto de más honor». Jactábase uno de que sabía nadar, a que respondió: «¿No te avergüenzas de jactarte de una cosa que hacen también los delfines?». Preguntado sobre qué diferencia hay entre el sabio y el ignorante, respondió: «Envíalos a ambos desnudos a tierras extrañas y lo sabrás». A uno que se gloriaba de no embriagarse aunque bebiese mucho, le dijo: «Otro tanto hace un mulo».

7. Afeándole uno que cohabitase con una meretriz, le respondió: «Dime, ¿es cosa de importancia tomar una casa en que vivieron muchos en otro tiempo, o bien una en que no habitó nadie?» Y respondiendo que no, prosiguió: «¿Y qué diferencia hallas entre navegar en una embarcación en que han navegado muchos y una en que nadie?» Diciéndole que ninguna, concluyó Aristipo: «Luego nada importa usar de una mujer haya servido a muchos o a nadie». Culpándole algunos el que siendo discípulo de Sócrates recibiese dinero, respondió: «Y con razón lo hago; pues Sócrates siempre retenía alguna porción del grano y vino que algunos le enviaban, remitiéndoles lo restante. Además, que sus despenseros eran los más poderosos de Atenas; pero yo no tengo otro despensero que Eutiques, esclavo comprado». Tenía comercio con la meretriz Laida, como dice Soción en el libro segundo de las Sucesiones; y a los que lo acusaban de ello, respondió: «Yo poseo a Laida, pero no ella a mí; pues el contenerse y no dejarse arrastrar de los deleites es laudable, mas no el privarse de ellos absolutamente» (125). A uno que le notaba lo suntuoso de sus comidas, le respondió: «¿Tú no comprarías todo esto por tres óbolos?» Y diciendo que sí, repuso: «Luego ya no soy yo tan amante del regalo como tú del dinero».

8. Simo, tesorero de Dionisio, le enseñaba una vez su palacio, construido suntuosamente con el pavimento enlosado. (Era frigio de nación y perversísimo.) Escupióle Aristipo en el rostro; y encolerizándose de ello Simo, le respondió: «No hallé lugar más a propósito». A Carondas (o a Fedón, como quieren algunos), que le preguntaba quién usaba ungüentos olorosos, respondió: «Yo, que soy un vicioso en esto, y el rey de Persia, que lo es más que yo. Pero advierte que así como los demás animales nada pierden aunque sean ungidos con ungüentos, tampoco el hombre. Así, ¡que sean malditos los bardajes que nos murmuran por esta causa!» Preguntado cómo había muerto Sócrates, respondió: «Como yo deseo morir». Habiendo en una ocasión entrado en su casa Políxeno, sofista, como viese muchas mujeres y un magnífico banquete, lo censuró por ello. Contúvose por un poco Aristipo; pero luego le dijo: «¿Puedes quedarte hoy con nosotros?», y respondiendo que sí, replicó: «¿Pues por qué me censurabas?» En un viaje iba un esclavo suyo muy cargado de dinero; y como le agobiase el peso, le dijo: «Arroja lo que no puedas llevar, y lleva lo que puedas». Así lo refiere Bión en sus Ejercitaciones.

9. Navegando en cierta ocasión, como supiese que la nave era de piratas, sacó el dinero que llevaba y empezó a contarlo. Luego lo dejó caer al mar, aparentando con lamentos que se le había caído por desgracia. Añaden algunos que dijo para sí: «Mejor es que Aristipo pierda el dinero, que no que el dinero pierda a Aristipo». Preguntándole Dionisio a qué había venido, respondió: «A dar lo que tengo y a recibir lo que no tengo». Otros cuentan que respondió: «Cuando necesitaba de sabiduría, me fui a buscar a Sócrates; ahora que necesito dinero, vengo a ti». Condenaba el que «los hombres miren y remiren tanto las alhajas que compran, y examinen tan poco sus vidas». Algunos atribuyen esto a Diógenes.

10. Habiendo Dionisio, en un refresco que dio, mandado saliesen a danzar de uno en uno con vestidos de púrpura, Platón no lo quiso ejecutar, diciendo:

No visto yo ropajes femeniles.

Pero Aristipo, tomando aquella ropa, se la puso, y antes de empezar la danza, dijo prontamente:

Ni de Libero-Padre en los festejos,
se deja corromper el que es templado (126)

Intercedía una vez con Dionisio por un amigo, y no obteniendo lo que pedía, se arrojó a sus pies. Como alguno afease esta acción, respondió: «No soy yo el culpable en esto, sino Dionisio, que tiene los oídos en los pies». Hallándose en Asia, lo aprisionó Artafernes Sátrapa; y como uno le preguntase si creía estar allí seguro, respondió: «¿Y cuándo, oh necio, debo estar más seguro que ahora que he de hablar con Artafernes?» Decía que «los instruidos en la disciplina encíclica (127), si carecen de la filosofía, son como los que solicitaban a Penélope, los cuales antes poseían a Melanto, a Polidora y demás criadas, que no la esperanza de poder casarse con el ama». Semejante a esto es lo que dijo a Aristón, esto es, que «cuando Ulises bajó al infierno, vio y habló con casi todos los muertos; pero a la reina ni aun llegó a verla».

11. Preguntado Aristipo qué es lo que conviene aprendan los muchachos ingenuos, respondió: «Lo que les haya de ser útil cuando sean hombres». A uno que le preguntaba por qué de Sócrates se había ido a Dionisio, dijo: «A Sócrates me fui necesitando ciencia; a Dionisio necesitando recreo» (128). Habiendo recogido mucho dinero en sus discursos, como Sócrates le preguntase de dónde había sacado tanto, respondió: «De donde tú sacaste tan poco». Diciéndole una meretriz que de él estaba encinta, le respondió: «Tanto sabes tú eso como cuál es la espina que te ha punzado caminando por un campo lleno de ellas». Culpándolo uno de que exponía un hijo como si no lo hubiese él engendrado, le respondió: «También se crían de nosotros la pituita y los piojos, y los arrojamos lo más lejos que podemos». Habiendo recibido de Dionisio una porción de dinero, y Platón contentándose con un libro, a uno que se lo notaba, respondió: «Yo necesito dineros; Platón necesita libros». A otro que le preguntaba por qué razón lo reprendía tanto Dionisio, le respondió: «Por la misma que los demás».

12. Pedía una vez dinero a Dionisio, y objetándole éste haber dicho que el sabio no necesita, respondió: «Dame el dinero, y luego entraremos en esa cuestión». Dióselo Dionisio, y al momento dijo el filósofo: «¿Ves cómo no necesito?» Diciéndole Dionisio:

Aquel que va a vivir con un tirano,
se hace su esclavo aunque libre sea,

repuso:

No le es esclavo, si es que libre vino.

Refiere esto Diocles en su libro De las vidas de los filósofos; otros lo atribuyen a Platón. Estando airado contra Esquines, dijo después de una breve pausa: «¿No nos reconciliaremos? ¿No cesaremos de delirar? ¿Esperas que algún truhán nos reconcilie en la taberna?» A lo cual respondió Esquines: «De buena gana». «Acuérdate, pues, dijo Aristipo, que siendo de más edad que tú, te busqué primero». A esto dijo Esquines: «Por Juno, que tienes razón, y que realmente eres mucho mejor que yo. Yo fui el principio de la enemistad: tú de la amistad». Esto es cuanto se refiere de Aristipo.

13. Hubo cuatro Aristipos: el primero éste de que tratamos; el segundo el que escribió la Historia de Arcadia; el tercero el llamado Metrodidacto (129), que fue hijo de una hija del primero (130), y el cuarto fue académico de la Academia nueva.

14. Los escritos que corren de Aristipo son tres libros de la Historia Líbica que envió a Dionisio; un libro que contiene veinticinco Diálogos, escritos unos en dialecto ático y otros en el dórico; son estos: ArtabazoA los náufragos, A los fugitivosAl mendigoA LaydaA PoroA Layda acerca del espejoHermiasEl sueñoEl coperoFilomelo, A los domésticos, A los que lo motejaban de que usaba vino viejo y meretricesA los que le notaban lo suntuoso de su mesaCarta a su hija AretaA uno que sólo se ejercitaba en OlimpiaLa interrogaciónOtra interrogación, tres libros de Críos (131), uno A Dionisio, otro De la imagen, otro De la hija de DionisioA uno que se creía menospreciado y A uno que quería dar consejos.

15. Algunos aseguran que escribió seis libros de Ejercitaciones; otros niegan que los escribiese, de los cuales uno es Sosícrates Rodio. Según Soción (en el libro segundo) y Panecio refieren, los libros de Aristipo son éstos: De la enseñanzaDe la virtudExhortaciónArtabazoLos náufragosLos fugitivos, seis libros de Ejercitaciones, tres libros de Críos, A LaydaA PoroA Sócrates y De la fortunaAristipo establecía por último fin del hombre el deleite, y lo definía como: «Un blando movimiento comunicado a los sentidos».

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