(discípulos de Aristipo, la filosofía cirenaica)

16. Habiendo, pues, ya nosotros descrito su Vida, trataremos ahora de los que fueron de su secta, llamada cirenaica. De éstos, unos se apellidaron ellos mismos hegesianos; otros annicerianos; y otros teodorios. A éstos añadiremos los que salieron de la escuela de Fedón, de los cuales fueron celebérrimos los eretrienses. Su orden es este: Aristipo tuvo por discípulos a su hija Areta, a Etíope, natural de Ptolemayda y a Antípatro Cireneo. Areta tuvo por discípulo a Aristipo el llamado Metrodidacto; éste a Teodoro, llamado Ateo y después Dios. Epitimedes Cireneo fue discípulo de Antípatro, y de Epiménides lo fue Parebates. De Parebates lo fueron Hegesias, apodado Pisitanato, y Anníceres el que rescató a Platón (132).

17. Los que siguen los dogmas de Aristipo, apellidados cireneos, tienen las opiniones siguientes: Establecen dos pasiones (133), el dolor y el deleite, llamando al deleite «movimiento suave» y al dolor «movimiento áspero». «Que no hay diferencia entre un deleite y otro, ni es una cosa más deleitable que otra. Que todos los animales apetecen el deleite y huyen del dolor». Panecio en el libro De las sectas dice que por deleite entienden el corporal, al cual hacen último fin del hombre, mas no el que consiste en la constitución (134) del cuerpo mismo y carencia del dolor, y como que nos remueve de todas las turbaciones, al cual abrazó Epicuro y lo llamó último fin. Son del parecer estos filósofos que este fin se diferencia de la vida feliz, pues dicen que «el fin es un deleite particular, pero la vida feliz es un agregado de deleites particulares pasados y futuros. Que los deleites particulares se deben apetecer por sí mismos; pero la vida feliz no por sí misma, sino por los deleites particulares. De que debemos tener - dicen - el deleite por último fin puede servir de testimonio el que desde muchachos y sin uso de razón se nos adapta, y cuando lo disfrutamos, no buscamos otra cosa, ni la hay que naturalmente más huyamos que el dolor. Que el deleite es bueno aunque proceda de las cosas más indecorosas - según refiere Hipoboto en el libro De las sectas -; pues aunque la acción sea indecente, se disfruta su deleite, que es bueno».

18. «No tienen por deleite la privación de dolor como Epicuro, ni tienen por dolor la privación del deleite». Dicen que «ambas pasiones estriban en el movimiento, y sin embargo no es movimiento la privación del dolor ni la del deleite, sino un estado como el de quien duerme. Que algunos pueden no apetecer el deleite por tener trastornado el juicio. Que no todos los deleites o dolores del ánimo provienen de los dolores o deleites del cuerpo, pues nace también la alegría de cualquier corta prosperidad de la patria o propia». Pero dicen que «ni la memoria ni la esperanza de los bienes pueden ser deleite»; lo cual es también de Epicuro; pues el movimiento del ánimo se extingue con el tiempo. Dicen asimismo que «de la simple vista u oído no nacen deleites, pues oímos sin pena a los que imitan ayes y lamentos, pero con disgusto a los que realmente se lamentan». Al estado medio entre el deleite y el dolor llamaban «privación del deleite» e «indolencia». «Que los deleites del cuerpo son muy superiores a los del ánimo, y muy inferiores las aflicciones del cuerpo a las del ánimo, por cuya causa son castigados en él los delincuentes». Dicen que «se acomoda más a nuestra naturaleza el deleite que el dolor, y por esto tenemos más cuidado del uno que del otro (135). Y así, aunque el deleite se ha de elegir por sí mismo, no obstante huimos de algunas cosas que lo producen por ser molestas; de manera que tienen por muy difícil aquel complejo de deleites que constituyen la vida feliz».

19. Son de la opinión que «ni el sabio vive siempre en el deleite, ni el ignorante en el dolor; pero sí la mayor parte del tiempo, bien que les basta uno u otro deleite para restablecerse a la felicidad». Dicen que «la prudencia es un bien que no se elige por sí mismo, sino por lo que de él nos proviene. Que el hacerse amigos ha de ser por utilidad propia, así como halagamos los miembros del cuerpo mientras los tenemos. Que en los ignorantes se hallan también algunas virtudes. Que la ejercitación del cuerpo conduce para recobrar la virtud. Que el sabio no está sujeto a la envidia (136), a deseos desordenados ni a supersticiones, pues estas cosas nacen de vanagloria; pero siente el dolor y el temor, como que son pasiones naturales. Que las riquezas no se han de apetecer por sí mismas, sino porque son productivas de los deleites». Decían que «las pasiones pueden comprenderse, sí, pero no sus causas. No se ocupaban en indagar las cosas naturales, porque demostraban ser incomprensibles. Estudiaban la lógica por ser su uso frecuentísimo».

20. Meleagro en el libro II De las opiniones, y Clitómaco en el primero De las sectas, dicen que «tenían por inútiles la física y la dialéctica, porque quien haya aprendido a conocer lo bueno y lo malo puede muy bien hablar con elegancia, estar libre de supersticiones y evitar el miedo de la muerte. Que nada hay justo, bueno o malo por naturaleza, sino por ley o costumbre; sin embargo, el hombre de bien nada ejecuta contra razón porque le amenacen daños imprevistos o por gloria suya (137), y esto constituye el varón sabio. Concédenle asimismo el progreso en la filosofía y otras ciencias». Dicen que «el dolor aflige más a unos que a otros, y que muchas veces engañan los sentidos« (138).

21. Los llamados hegesíacos son de la misma opinión en orden al deleite y al dolor. Dicen que «ni el favor, ni la amistad, ni la beneficencia son en sí cosas de importancia, pues no las apetecemos por sí mismas, sino por el provecho y uso de ellas; lo cual si falta, tampoco ellas subsisten. Que una vida del todo feliz es imposible, pues el cuerpo es combatido de muchas pasiones (139), y el alma padece con él y con él se perturba; como también porque la fortuna impide muchas cosas que esperamos. Esta es la razón de no ser dable la vida feliz, y tanto, que la muerte es preferible a tal vida (140). Nada tenían por suave o no suave por naturaleza, sino que unos se alegran y otros se afligen por la rareza, la novedad o la saciedad de las cosas. Que la pobreza o la riqueza nada importan a la esencia del deleite, pues éste no es más intenso en los ricos que en los pobres. Que para el grado del deleite nada se diferencian el esclavo y el ingenuo, el noble y el innoble, el honrado y el deshonrado. Que al ignorante le es útil la vida; al sabio le es indiferente. Que cuanto hace el sabio es por sí mismo, no creyendo a nadie tan digno de él, pues aunque parezca haber recibido de alguno grandes favores, sin embargo no son iguales a su merecimiento».

22. «Tampoco admitían los sentidos, porque no nos dan seguro conocimiento de las cosas, sino que debemos obrar aquello que nos parezca conforme a razón». Decían que «los errores de los hombres son dignos de venia, pues no los cometen voluntariamente, sino coartados de alguna pasión. Que no se han de aborrecer las personas, sino instruirlas. Que el sabio no tanto solicita la adquisición de los bienes cuanto la fuga de los males, poniendo su fin en vivir sin trabajo y sin dolor, lo cual consiguen aquellos que toman con indiferencia las cosas productivas del deleite».

23. Los annicerios convienen con éstos en todo; pero «cultivan las amistades, el favor, el honor a los padres y dejan algún servicio hecho a la patria. Por lo cual, aunque el sabio padezca molestias, vivirá sin embargo felizmente, aunque consiga poco deleite. Que la felicidad del amigo no se ha de desear por sí misma, puesto que ni está sujeta a los sentidos del prójimo, ni hay bastante razón para confiar en ella y salir vencedores por opinión de muchos. Que debemos ejercitarnos en cosas buenas, por los grandes afectos viciosos que nos son connaturales. Que no se ha de recibir al amigo sólo por la utilidad (pues aunque ésta falte, no se ha de abandonar aquél), sino por la benevolencia ya tomada; y por ella aún se han de sufrir trabajos, aunque uno tenga por fin el deleite y sienta dolor privándose de él». Quieren, pues, que «se deben tomar trabajos voluntarios por los amigos, a causa del amor y benevolencia».

24. Los nombrados teodorios se apellidaron así del arriba citado Teodoro, cuyos dogmas siguieron. Este Teodoro quitó todas las opiniones acerca de los dioses; y yo he visto un libro suyo nada despreciable, titulado De los dioses, del cual dicen tomó Epicuro muchas cosas. Fue Teodoro discípulo de Anniceris y de Dionisio el Dialéctico, según Antístenes en las Sucesiones de los filósofos. Dijo que «el fin es el gozo y el dolor: que aquél dimana de la sabiduría; éste de la ignorancia. Que son verdaderos bienes la prudencia y la justicia: seguros males las costumbres contrarias; y que el deleite y el dolor tienen un estado medio». Quitó la amistad, por razón que «ni se halla en los ignorantes ni en los sabios: en los primeros, quitado el útil se acaba también la amistad; y los sabios, bastándose a sí propios, no necesitan amigos». Decía ser muy conforme a razón que el sabio no se sacrifique por la patria; pues no ha de ser imprudente por la comodidad de los ignorantes. Que la patria es el mundo. Que dada ocasión se puede cometer un robo, un adulterio, un sacrilegio; pues ninguna de estas cosas es intrínsecamente mala, si de ella se quita aquella vulgar opinión introducida para contener a los ignorantes (141). Que el sabio puede sin pudor alguno usar en público de las prostitutas; y para cohonestarlo hacía estas preguntillas: «La mujer instruida en letras, ¿no es útil por lo mismo de estar instruida?» Cierto. «Y el muchacho y mancebo, ¿no serán útiles estando también instruidos?» Así es. Mas «la mujer es ciertamente útil sólo por ser hermosa, y lo mismo el muchacho y mancebo hermosos. Luego el muchacho y mancebo hermosos, ¿serán útiles al fin para el que son hermosos?» Sin duda. «Luego, ¿será útil su uso?» Concedido todo lo cual, infería: «Luego no pecará quien use de ellos si le es útil; ni menos quien así use de la belleza». Con estas y semejantes preguntas persuadía a las gentes.

25. Parece se llamaba dios, porque habiéndole preguntado Estilpón así: «¿Crees, oh Teodoro, ser lo que tu nombre significa?» Y diciendo que sí, respondió: «Pues tu nombre dice que eres dios». Concediéndolo el, dijo Estilpón: «¿Luego lo eres?» Como oyese esto con gusto, respondió Estilpón, riendo: «¡Oh miserable!, ¿no ves que por esa razón podrías confesarte también corneja y otras mil cosas?» Estando una vez sentado junto a Euriclides Hierofanta (142), le dijo: «Decidme, Euriclides: ¿quiénes son impíos acerca de los misterios de la religión?» Respondiendo aquél que eran los que los manifestaban a los iniciados, dijo: «Impío, pues, eres tú que así lo ejecutas».

26. Hubiera sido llevado al Areópago de no haberlo librado Demetrio Falereo (143). Y aun Anficrates dice en el libro De los hombres ilustres que fue condenado a beber la cicuta. Mientras estuvo con Tolomeo, hijo de Lago, éste lo envió como embajador a Lisímaco, y como le hablase con mucha libertad, le dijo Lisímaco: «Dime, Teodoro, ¿tú no estás desterrado de Atenas?» A que respondió: «Es cierto; pues no pudiendo los atenienses sufrirme, como Semele a Baco, me echaron de la ciudad». Diciéndole además Lisímaco: «Guárdate de volver a mí otra vez», respondió: «No volveré más, a no ser que Tolomeo me envíe». Hallábase presente Mitro, tesorero (144) de Lisímaco; y diciéndole: «¿Parece que tú ni conoces a los dioses ni a los reyes?», respondió: «¿Cómo puedo no conocer a los dioses cuando te tengo a ti por su enemigo?»

27. Dicen que hallándose una vez en Corinto y siendo acompañado de una multitud de discípulos, como Metrocles Cínico estuviese levantando unas hierbas silvestres (145), y le dijese: «Oh tú, sofista, no necesitarías de tantos discípulos si lavases hierbas», respondió: «Y si tú supieras tratar con los hombres, cierto no necesitarías esas hierbas». Semejante a esto es lo que se cuenta de Diógenes y Aristipo, según dijimos arriba. Tal fue este Teodoro y su doctrina. Finalmente, partió a Cirene donde vivió con Mario, y fue muy honrado de todos; pero desterrándole después, se refiere que dijo con gracejo: «Mal hacéis, oh cireneos, desterrándome de Libia a Grecia».

28. Hubo veinte Teodoros. El primero fue samio, hijo de Rheco (146), el cual aconsejó se echase carbón en las zanjas del templo de Éfeso por razón que siendo aquel paraje pantanoso, decía que el carbón, dejada ya la naturaleza lígnea, resistía invenciblemente a la humedad. El segundo fue cireneo y geómetra, cuyo discípulo fue Platón. El tercero este filósofo de que tratamos. El cuarto es el autor de un buen librito acerca del ejercicio de la voz (147). El quinto uno que escribió de las reglas musicales, empezando de Terpandro. El sexto fue estoico. El séptimo escribió de historia romana. El octavo fue siracusano y escribió de Táctica. El noveno fue bizantino, versado en negocios políticos; y lo mismo el décimo, de que hace mención Aristóteles en el Epítome de los oradores. El undécimo fue un escultor tebano. El duodécimo un pintor de quien Polemón hace memoria, El decimotercero fue ateniense, también pintor, de quien escribe Menodoto. El decimocuarto fue asimismo pintor, natural de Éfeso, del cual hace memoria Teófanes en el libro De la pintura. El decimoquinto fue poeta epigramático. El decimosexto, uno que escribió De los poetas. El decimoséptimo fue médico, discípulo de Ateneo. El decimoctavo fue filósofo estoico, natural de Quío. El decimonono fue milesio, también estoico. Y el vigésimo, poeta trágico.

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(118) La mina o mna era una moneda imaginaria de los áticos, que valía 100 dracmas, esto es, unos 200 reales vellón. Aunque había otra mina menor que sólo valía 75 dracmas.
(119) Es sabido lo del espíritu familiar, genio o demonio, Δαιμάνιον, que Sócrates decía tener, como cuenta Platón en diversos lugares, Jenofonte, Elíano, Apuleyo, Plutarco y otros muchos.
(120) Παρέφαγεν
(121) Con alguna diversidad lo cuenta Ateneo, 12, 169.
(122) Horacio, I, Epíst. 17. Val. Máx., 4, 3, in ext.
(123) Quiere decir que no es hombre, sino bestia, hablando hiperbólicamente.
(124) El ignorante que va al teatro no puede divertir el espíritu, sí sólo el cuerpo con las bufonadas de los que llaman graciosos. Así que, no penetrando las sutilezas y primores de los buenos dramas (como fueron los de los griegos), viene a ser una estatua sentada en una grada; esto es, piedra sentada sobre piedra. Los teatros antiguos eran todos de piedras y mármoles.
(125) Es un error gravísimo este de Aristipo, al no hacer diferencia entre los deleites honestos y torpes. Lactancio, lib. III. De falsa sapient., cap. XV.
(126) Versos de Eurípides in Bacc.
(127) Τούς τών εγχυχλίων παιδευμάτων πεϊασχόθας. Por disciplina encíclica se entiende doctrina circular, o sea un conocimiento general de las ciencias, aunque no sea profundo ni perfecto en cada una, como explica Vitrubio, lib. I, capitulo I.
(128) Δεόμενος παιδείας... χαί παιδιάς. Usa de un juego de palabras poco distintas en la pronunciación y muy diversas en el significado.
(129) Significa instruido por su madre.
(130) Llamada Areta, discípula de su padre.
(131) El texto griego es: Χρεία πρόσΔιονύσιον, ΄Άλλη επί τής έιχόνος,  ΄Άλλη έπί τής Διονυσίου θυγχτρός. Crías o críos eran sentencias y dichos graves, provechosos a la vida humana. Aristipo compuso tres libros de estas sentencias, como consta del párrafo siguiente, uno De críos en general, dedicado a Dionisio; otro De críos en particular, acerca de alguna imagen o retrato , y otro acerca de los mismos críos, a la hija de Dionisio. Siguiendo esta explicación, he traducido el texto literalmente, añadiendo la voz tres.
(132) El Anniceris que rescató a Platón, como se dice en su vida, parece no pudo ser este discípulo de Parebates; pues siendo Parebates discípulo de Epiménides, Epiménides discípulo de Antípatro, y éste discípulo de Aristipo, condiscípulo de Platón, debió sin duda de pasar mucho tiempo hasta los discípulos de Parebates. Reinesio pone por lo menos ochenta años. Así, o Laercio confundió el Anniceris, fundador de la secta anniceriana, con otro Anniceris más antiguo, redentor de Platón, o los libros metieron en el texto alguna nota marginal puesta por algún semidocto.
(133) Δύο πάθη.
(134) ού τήν χαταστηματιχήν ήδονήν: otros traducen, no el deleite permanente. Creo que el adjetivo  χαταστηματιχήν quiere algo más.
(135) Merico Casaubono, conociendo lo frívolo y vulgar de esta sentencia, desea corregir el texto, mudando la voz ήδεσθχι deleitarse, en άχθεσθαι, entristecerse, sacando esta sentencia: «Que los cirenaicos tenían más cuidado del cuerpo que del ánimo, por ser mayores los dolores y deleites del primero que los del segundo.»
(136) Esto es, no tendrá envidia de nadie.
(137) χαίδόξας. El intérprete latino traduce opiniones siniestras.
(138) Que los sentidos no siempre nos anuncian la verdad lo dijeron y dicen infinitos; pero más que todos lo disputaron los pirrónicos, como veremos en la vida de Pirrón.
(139) παθημάτών.
(140) En la traducción de este pasaje sigo parte de la corrección de Mer. Casaubono, no dudando de que el texto ha padecido alteración.
(141) Sin embargo de este desatino, San Clemente Alejandrino, en su Amonestación a los gentiles, pone a este Teodoro entre los filósofos que vivieron honesta y moderadamente.
(142) Era el maestro y presidente de los ritos y ceremonias en los templos gentílicos.
(143) El Areópago fue un tribunal de justicia de los atenienses, cuyos jueces se llamaban areopagitas.
(144) διοιχητοϋ.
(145) σχάνδιχαςπλύονϊα, scandices larantem. Ignoro a qué hierba o raíz corresponde la scandix. Véase Plin., 21, 15; y 22, cap. XXII y XXIV.
(146) Reco fue un célebre arquitecto de Samos, que floreció unos 700 años antes de Jesucristo. También Teodoro fue arquitecto y ayudó a su padre en la reedificación del templo de Juno Samia. - Herodoto, Vitrubio.
(147) Φωναστιχόν  βι βλίον.

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