Zenón de Citio

1. Zenón, hijo de Mnáseo o Demeo, natural de Citio, corta población griega en Chipre habitada de fenicios. Tuvo la cerviz inclinada hacia un lado, como dice Timoteo Ateniense en el libro De las vidas. Y Apolonio de Tiro escribe que era delgado de cuerpo, de más que mediana estatura, y moreno de color; por lo cual hubo quien lo llamase sarmiento egipcio, como dice Crisipo en el libro I De los refranes. Tenía las piernas gruesas y duras, pero de pocas fuerzas. Por lo cual dice Perseo en sus Comentarios sobre los convites, que excusaba muchas veces concurrir a ellos. Dicen que gustaba mucho de los higos frescos y de estar al sol (444).

2. Fue, pues, como hemos dicho, discípulo de Crates, luego lo fue de Estilpón, y de Jenócrates por espacio de diez años, según dicen algunos, de cuyo número es Timócrates en su Dión, añadiendo que también oyó a Polemón. Hecatón y Apolonio Tirio en el libro I De Zenón dicen que, habiendo consultado el oráculo acerca de lo que debía practicar para conseguir una vida feliz, le respondió la deidad se asemejase a los muertos en el color; lo cual entendido, se entregó todo al estudio de los libros antiguos.

3. El unirse con Sócrates fue de esta manera: habiendo comprado una porción de púrpura, conduciéndola de Fenicia a Atenas, naufragó junto al puerto Pireo. Subió a la ciudad (era de unos treinta años de edad), se sentó en la tienda de un mercader de libros, y se puso a leer el libro II de los Comentarios de Jenofonte. Como la obra le gustase mucho, exclamó diciendo: «¿Dónde, dónde se hallan ahora estos hombres?» Pasaba a la sazón por allí Crates, y señalándoselo el librero, le dijo: «Sigue a ése.» Desde entonces fue ya discípulo de Crates; y aunque aptísimo para la filosofía, era demasiado honesto para el descaro cínico. Así, queriendo Crates curarlo de ello, le dio una olla de lentejas para que la llevase por el Cerámico (445); mas viendo que se avergonzaba y se encubría, hirió y quebró la olla con el báculo. Como Zenón echase a correr, cayéndole (446) las lentejas piernas abajo, le dijo Crates: «¿Qué huyes, fenicillo? No has padecido daño alguno.»

4. Oyó, pues, a Crates algún tiempo; y habiendo escrito estando con él sus libros De la República, le decían algunos jocosamente que los había escrito sobre la cola del perro (447). Además de la República, escribió lo siguiente: De la vida según la naturaleza, Del apetito o De la naturaleza del hombre, De las pasiones, De lo conveniente, De la ley, De la disciplina griega, De la vista, Del universo, De las señales, Dogmas pitagóricos, Universales, De las dicciones; cinco libros De problemas homéricos, Discursos poéticos. También son suyas las Soluciones artísticas, dos Elencos, Comentarios y los Morales de Crates. Hasta aquí sus escritos.

5. Abandonó finalmente a Crates, y oyó a los arriba dichos por espacio de veinte años; y cuentan que decía: «Después de haber naufragado es cuando navego felizmente.» Algunos quieren que dijese esto de Crates. Otros afirman que mientras vivía en Atenas supo la pérdida de su nave, y dijo: «Bien hace la fortuna que me impele a la filosofía.» Retirándose, pues, al pórtico Pecil (llamado también Pisianactio, y Pecil por las pinturas de Polignoto) (448), comenzó a pronunciar allí algunos discursos con designio de que aquel lugar fuese frecuentado de gentes, ya que bajo de los treinta tiranos habían sido muertos en él hasta mil cuatrocientos ciudadanos. Concurrían además sus discípulos; y por esto fueron llamados estoicos (449), así como antes se llamaban zenonios por causa de su nombre, como atestigua Epicuro en sus Epístolas. Y aunque también se habían antes llamado estoicos algunos poetas que vivieron allí, como dice Eratóstenes en el libro VIII De la comedia antigua, pero los discípulos de Zenón dieron mayor celebridad a este nombre.

6. Tuvieron en suma veneración a Zenón los atenienses, tanto que depositaron en su poder las llaves de la ciudad, y lo honraron con una corona de oro y una estatua de bronce. Dícese que sus paisanos hicieron lo mismo (450) (estimando un ornamento tener la imagen de tal varón), y aun los citieos que habitaban en Sidón. Amólo no menos Antígono, y concurría a oírlo siempre que venía a Atenas; y le hizo muchas instancias para que se fuese con él. Excusóse de esto; pero le envió a Perseo, hijo de Demetrio, uno de sus discípulos, también citieo, el cual floreció en la Olimpíada CXXX, siendo Zenón ya anciano. La carta de Antígono a él, según la trae Apolodoro de Tiro en sus escritos acerca de Zenón, es como se sigue:

«EL REY ANTíGONO A ZENÓN, FILÓSOFO: GOZARSE
7. »Creo bien que en fortuna y gloria te excedo; pero que te soy muy inferior en la elocuencia, en las disciplinas y en la perfecta felicidad que tú posees. Así he tenido por conveniente el llamarte a vivir conmigo, suponiendo que no te resistirás a mi súplica. Procura, pues, de todos modos venirte a mi casa, teniendo por seguro que no sólo te recibiré yo por mi maestro, sino también todos los macedones. Quien al rey de Macedonia instruye y guía por el camino de la virtud, es claro que también conduce y prepara sus vasallos al valor; pues cual fuere el rey, tales son por la mayor parte sus súbditos.»

8. Y Zenón respondió así:

«ZENÓN AL REY ANTÍGONO: GOZARSE
»Apruebo el anhelo que tienes de aprender, en cuanto deseas abrazar la verdadera y fructuosa erudición, no la vulgar que pervierte las costumbres. Quien está ansioso de la filosofía, y se aleja de aquel decantado deleite que afemina los ánimos de tantos jóvenes, es claro que no sólo se inclina a lo noble por naturaleza, sino también por elección. Una naturaleza noble que tiene mediana aplicación, si es instruida debidamente, en breve llega a una perfecta adquisición de la virtud. Yo, a la verdad, me hallo débil de cuerpo a causa de la vejez, pues soy octogenario, y de ningún modo estoy ya para vivir contigo; pero te envío algunos de mis condiscípulos (451), que seguramente no me son inferiores en las dotes del alma, y en los del cuerpo se me aventajan. Si estás con ellos, no tardarás en llegar a la felicidad perfecta.»

9. Los que le envió fueron Perseo (452) y Filónidas Tebano, de quienes hace memoria Epicuro, como amigos de Antígono, en su Carta a Aristóbolo su hermano. He creído oportuno traer aquí el decreto de los atenienses acerca de Zenón, que es del tenor siguiente:

DECRETO

10. «Siendo arconte Arrenidas, la tribu de Acamante en su quinta prefectura, en la década última de Memacterión (453, y el día 23 del Magistrado, la Curia de los Presidentes Hipón, hijo de Cratísteles; Jumpeteón, y demás de la Asamblea; Trasón, hijo de Trasón Anaceense, decretaron diciendo: «Por cuanto Zenón Citieo, hijo de Mnáseo, ha estado muchos años filosofando en la ciudad, y se ha portado en lo demás como hombre de bien, ha exhortado a la virtud y templanza con sus lecciones a los jóvenes concurrentes a instruirse, proponiendo a todos su propia vida por el mejor modelo, siempre conforme a su doctrina. Fausto y feliz ha parecido al pueblo ensalzar a Zenón Citieo, hijo de Mnáseo, y honrarlo por ley con una corona de oro, por su mucha virtud y sabiduría, y construirle sepulcro público en el Cerámico. Para hacer la corona y edificar el sepulcro ya tiene el pueblo dada comisión a cinco ciudadanos atenienses.» Este decreto sea grabado en dos columnas por mano de cuadratario (454) público, y podrá poner la una en la Academia y la otra en el Liceo. Los gastos de estas columnas los satisfará el administrador público, para que todos sepan que el pueblo ateniense honra a los varones buenos, tanto vivos como después de muertos. Para el edificio han sido comisionados Trasón Anaceo, Filocles Pireeo, Fedro Anaflistio, Medón Acarnense y Micito Simpaletco.-Dión Peanieo.» Hasta aquí el decreto.


11. Antígono Caristio dice que el mismo Zenón no negó ser citieo; pues habiendo sido uno de los que contribuyeron para restaurar el edificio de unos baños, y grabándose en una columna el nombre de Zenón Filósofo, quiso que se añadiese Citieo. Hallándose una vez necesitado Crates, maestro suyo, tomó Zenón una cobertera cóncava de aceitera, y andaba

recogiendo dineros para alivio
de las necesidades del maestro.

Dicen que cuando pasó a Grecia tenía más de mil talentos, con los cuales comerciaba por mar. No comía más que un panecillo con miel, y bebía un poco de vino generoso. Rara vez se sirvió de muchachos, y sólo una o dos veces usó de una esclavita, por no parecer aborrecedor de las mujeres. Él y Perseo habitaban en una misma casa, y como éste enviase a su retrete una mujer tocadora de flauta, la despidió y la remitió al mismo Perseo. Dícese que era fácil de conducir a cualquier parte, de manera que Antígono banqueteaba muchas veces con él, y ambos se pasaban a otros convites a casa de Aristocles, citarista; pero luego se retiraban. Que evitaba la multitud de gentes, y se sentaba en la grada más alta (455), ahorrándose con esto la mitad de la molestia: ni paseaba más que con dos o tres. A algunos aun les exigía dinero para distribuirlo a los circunstantes, a fin de que no lo oprimiesen (456), como dice Cleantes en el libro Del dinero. Como lo circuyese una turba de gentes, señalando con el dedo en lo alto del pórtico una cerca de madera quitada del rededor de un ara, dijo: «Esa cerca en otros tiempos estaba en medio; pero por cuanto allí daba estorbo, fue puesta aparte: así vosotros, si os quitáis de en medio, me estorbaréis menos.»

12. Habiéndolo saludado Demócares, hijo de Laqueto, y díchole que si tenía precisión de decir o escribir algo a Antígono, él lo llevaría todo; desde que lo oyó, ya nunca más habló con él. Cuéntase también que, después de la muerte de Zenón, dijo Antígono: «¡Oh, qué espectáculo he perdido!» Y pidió a los atenienses, por medio de Trasón su embajador, le construyesen sepulcro en el Cerámico. Preguntado también por qué lo admiraba tanto, respondió: «Porque habiendo recibido de mí muchos y grandes dones, no se engrió, ni se abatió nunca.»

13. Era Zenón muy diligente en inquirir, y exactísimo en todo. Por esto, Timón en sus Sátiras (457) habla de él así:

A una Fenisa vi, vieja golosa,
entre las sombras de fastuoso orgullo,
que todo lo apetece; mas vacío
se mira su canasto miserable,
y ella con menos alma que scindapso (458).

Disputaba exacta y cuidadosamente con Filón Dialéctico, y estudiaban juntos; y así fue muy admirado de Zenón el joven, no menos que Diodoro su maestro.

14. Llevaba siempre en contorno varias gentes andrajosas y miserables (459), como dice el mismo Timón, así:

Para juntar consigo densa nube
de pobrísimas gentes, que asimismo
eran de la República las heces.

Era de aspecto melancólico y áspero y de frente rugosa; sumamente parco, de manera que todo respiraba en él una poquedad barbárica con so color de economía. Si reprendía a alguno, era concisa y brevemente, pero como trayendo la cosa de lejos; por ejemplo, lo que dijo una vez a uno que tenía gran cuidado de hermosearse. Fue el caso que, como el tal pasase con suma lentitud un arroyo cenagoso, dijo: «Con razón teme el cieno, puesto que en él no puede espejarse.»

15. Como cierto cínico dijese que no tenía aceite en la aceitera, y le pidiese, se lo negó. Luego que aquél se fue, dijo «que considerasen cuál de los dos había sido más importuno» (460). Sintiéndose inflamado en amor de Cremonides, permaneció sentado él y Cleantes, y sólo se levantó Cremonides; admirado de ello Cleantes, dijo Zenón: «Oigo decir a los buenos médicos que el mejor remedio para los que padecen tumores es la quietud». Habiendo en un convite dos recostados debajo de él, como el que estaba a su lado diese con el pie al inferior, Zenón le daba a él con la rodilla; vuéltosele éste, le dijo Zenón: «¿Qué te parece que podrá sufrir de ti quien está debajo de ti?» A un aficionado a los muchachos, le dijo: «Si los maestros están siempre con los niños, unos y otros pierden el juicio.» Decía que «los discursos perfectos y elegantes de los hombres son semejantes a la moneda alejandrina, muy hermosos y orlados a guisa de moneda, pero no por eso mejores». Y a los contrarios a éstos los comparaba a los tetradracmos áticos, cortados irregularmente y a la rústica; los cuales superan muchas veces a los discursos relamidos.

16. Disputando Aristón su discípulo muchas cosas sin ingenio, y algunas aun ciega y satisfechamente; le dijo: «No es posible sino que tu padre te engendró estando borracho.» Por eso lo llamaban hablador, siendo él tan breve en las palabras. A un comilón que apenas dejaba nada a los demás convidados, le quitó un pez, que a la sazón sacaron a la mesa, mostrando querérselo comer él; mas como el tal lo mirase, le dijo: «¿Cómo crees poder sufrir todos los días a los compañeros, si no puedes sufrir uno solo mi hambre?.» A un joven que hacía cierta pregunta con mas curiosidad de lo que su edad permitía, lo acercó al espejo y le mandó se mirase; luego le dijo: «¿Te parece corresponden a tu aspecto semejantes cuestiones?» A uno que decía que muchas cosas de Antístenes no le gustaban, produciendo una sentencia (461) de Sófocles, le preguntó «si le parecía que había en ella algo de bueno»; como él dijese que no lo advertía, le respondió: «¿No tienes vergüenza de ir indagando y tener en la memoria alguna cosilla que haya errado Antístenes, y descuidarte de aprender lo que ha hecho de bueno?»

17. A uno que decía le parecían demasiado breves los dichos de los filósofos, le respondió: «Es verdad; y aun sus sílabas debieran ser cortas, si fuese dable.» Diciéndole uno que Polemón proponía una cosa y disputaba otra, poniendo el semblante airado, le dijo: «¿En cuánto estimabas lo que daba?» Decía que «el que disputa debe tener, como los actores, grandes la voz y fuerza; pero no abrir mucho la boca (462), como hacen los que hablan mucho y nada de importante.» También decía que a los que hablan bien no se les ha de dejar lugar, como a los buenos artistas en el espectáculo; por el contrario, que el oyente debe ser tal para lo que oye, que ni aun tenga tiempo para aplaudirlo (463). A un joven que hablaba mucho, le dijo: «Tus orejas se han confundido ya con la lengua» (464). A uno muy hermoso de cuerpo, que decía que no le parecía que el sabio debía ser amado, le respondió: «No hay cosa más miserable que vosotros bonitos.»

18. Decía igualmente que «muchos filósofos ignoran las cosas principales, y saben muy bien las pequeñas y fortuitas». Y aun añadía aquello de Cafesio, el cual, habiendo visto a uno de sus discípulos que cantaba con grande hinchazón y fuerza, le dio un golpe y le dijo: «No en lo grande está lo bueno, sino en lo bueno lo grande.» Hablando un mozo con demasiada audacia, le dijo: «No quiero decirte, oh mancebo, lo que me ocurre.» Habiéndosele juntado un joven rodio hermoso y rico, pero sin otra prenda alguna, no queriendo recibirlo, le mandó primero sentar en unas gradas llenas de polvo, a fin de que se le manchase la ropa, que era toda de colores; luego lo colocó entre los mendigos, para que se la maltratasen con sus vestidos rústicos y astrosos, hasta que finalmente se fue el tal mancebo.

19. Decía que «en todos es muy indecoroso el fasto (465), pero singularmente en los jóvenes. Que no conviene ejercitar la memoria en las voces y palabras, sino el entendimiento en las disposiciones útiles, a fin de no tomarla como si fuese un caldo o una vianda». Que a los jóvenes conviene usar toda compostura en el andar, en la figura y en el vestido (466), y pronunciaba a menudo aquellos versos del Capaneo, de Eurípides:

De qué vivir tenía en abundancia;
pero de ningún modo
con la felicidad era soberbio,
ni gastaba más fasto que un mendigo.

Decía que «nada hay más ajeno de las ciencias que la satisfacción propia (467), ni cosa más necesaria que el tiempo». Preguntado qué cosa es el amigo, respondió: «Un otro yo». Dicen que una vez azotaba a un esclavo cogido en hurto; y como éste dijese que era destino suyo el hurtar, respondió: «Y también el ser azotado» (468). Decía que «la hermosura es la flor de la voz». Otros quieren que dijese que «la voz es la flor de la belleza». Habiendo visto algunos cardenales en un esclavito de un familiar suyo, le dijo: «Veo allí las huellas de tu furor.» Viendo a uno muy ungido de ungüentos, dijo: «¿Quién huele aquí a mujer?» Preguntándole Dionisio Matatemeno por qué sólo a él no lo corregía, respondió: «Porque todavía no fío de ti» (469). A un joven que hablaba demasiado, le dijo: «Tenemos dos orejas y una boca para oír mucho y hablar poco.»

20. Hallábase una vez en un convite sin hablar palabra alguna; y preguntándole la causa de su silencio, respondió: «Dirás al rey que hay uno aquí que sabe callar.» Los que le preguntaron esto eran embajadores enviados por Tolomeo, y deseaban tener qué decir de él al rey. Preguntado de qué ánimo estaba contra la maledicencia, respondió: «Como cuando un embajador es despedido sin respuesta.» Dice Apolonio Tirio que como Crates lo apartase de Estilpón tirándolo de la ropa, dijo: «Oh Crates, bien es que tires a los filósofos hacia ti por los oídos; cuando los hayas persuadido, entonces te los has de llevar. Si me llevas por fuerza, el cuerpo sí estará contigo, pero el alma con Estilpón.» También estuvo con Diodoro, según dice Hipoboto, con el cual estudió la dialéctica; y aunque ya aprovechado, iba, sin embargo, a oír a Polemón sin vanidad alguna, tanto, que cuentan dijo Polemón: «No estás oculto, Zenón; tú te metes por las puertas del jardín vestido a lo fenicio y nos hurtas los dogmas.»

21. A cierto dialéctico que por medio de un silogismo llamado el segador le demostraba siete ideas de dialéctica, le preguntó qué paga quería, y pidiéndole aquél cien dracmas, él le dio doscientas: tanto era el amor que tenía de instruirse. Dicen fue el primero que usó el nombre χαθήχον (470) (catecon), e hizo de él un discurso. Mudaba así estos versos de Hesíodo:

Óptimo quien aprende oyendo al sabio;
y bueno quien por sí lo aprende todo.

«Pues debe preferirse - decía - aquel que puede oír bien lo que enseña, y aprovecharse de ello, a aquel que por sí mismo lo aprende todo; porque éste sólo tiene inteligencia, pero aquél, obedeciendo, tiene también la práctica (471). Dícese que preguntado por qué siendo tan austero, en los convites era divertido, respondió: «también los altramuces, siendo amargos, con el remojo se endulzan». Hecatón en el libro II de sus Críos dice también que solía relajar su ánimo en semejantes concurrencias, y decir que «es mejor tropezar con los pies y caer, que no con la boca. Que una cosa bien hecha, aunque sea poco a poco, no es cosa poca». Otros dicen que esto es de Sócrates.

22. Era pacientísimo y frugalísimo, usando de comestibles sin preparar (472) y un palio de poco precio, tanto, que se decía de él:

No lo acobarda o mueve el crudo invierno,
larga lluvia, de Febo los ardores,
penosa enfermedad, ni cuanto tienen
los hombres en aprecio;
antes se entrega todo noche y día,
siempre invicto, al estudio de las ciencias.

Los poetas cómicos no echaban de ver que sus sátiras lo ensalzaban más; v.gr., Filemón, que en su drama titulado Los filósofos habla así:

Pan e higos secos come, y agua bebe;
una filosofía nueva enseña;
enseña a tener hambre,
y para ello discípulos recoge.

Otros lo atribuyen a Posidipo. Ello es que vino a parar en proverbio decirse de él: «Es más parco que el filósofo Zenón.» También el mismo Posidipo dice en sus Transferidos (473):

...De modo, que en diez días
nos parece Zenón más continente.

A la verdad, él excedió a todos, tanto en esta virtud como en la gravedad, y aun en la longitud de vida; habiendo muerto a los noventa y ocho años de edad, y viviendo sano y sin enfermedad alguna. Perseo en sus Escuelas de moral trae que Zenón gobernó la escuela cincuenta y ocho años.

23. Su muerte fue de esta manera: saliendo de la escuela tropezó y se lastimó un dedo; luego, dando un golpe en tierra con la mano, pronunció aquello de la Níobe:

He aquí que vengo ya: ¿por qué me llamas?

Y al punto murió sofocándose él mismo. Los atenienses lo enterraron en el Cerámico, y lo honraron con los decretos arriba puestos, atestiguando su virtud. Antípatro Sidonio también lo alabó en los versos siguientes:

Éste, éste es Zenón, honor de Citio,
ascendido al Olimpo en otro tiempo.
No puso, no, a Pelión encima de Ossa,
pues ni el valor de Alcides puede tanto,
sino encontrando él solo por camino
la virtud que conduce a las estrellas.

Otros escribió Zenodoto Estoico, discípulo de Diógenes, que son:

Tú, Zenón, venerable y cano viejo,
modo supiste hallar de contentarte
con poco, y de dejar locas riquezas.
Tú inventaste el decir fuerte y robusto;
fundaste sabia y sólida tu secta,
de libertad intrépida gran madre.
Si es Fenicia tu patria nada importa;
también lo fue de Cadmo, por quien Grecia
ha podido escribir tanto volumen (474).

Y Ateneo, poeta epigramático, dice en común de todos los estoicos lo siguiente:

¡Oh muy sabios estoicos,
que sobre sacras páginas pusisteis
prestantísimos dogmas!
Que sólo la virtud es bien del alma;
que por ella se libra
la vida de los hombres y los pueblos...
Contra lo que tenía persuadido
a muchísimos hombres una musa (475)
diciendo que el deleite
es el último fin de los mortales.

Y aun yo en mi Miscelánea métrica canté su muerte de esta forma:

Cuál de Zenón Citieo fue la muerte,
es cuestión indecisa: quieren muchos
que de vejez saliese de esta vida;
otros, que por privarse de alimento,
y otros, que tropezase y que cayese,
y dando con la mano un golpe en tierra,
dijo: «He aquí que vengo voluntario;
¡qué me llamas, oh muerte, qué me llamas!»

pues hay quien diga que murió de este modo. Esto es lo que se cuenta acerca de su muerte.

24. Demetrio de Magnesia dice en sus Colombroños que siendo Zenón todavía muchacho, Mnáseo su padre, yendo a menudo a Atenas, como comerciante que era, le traía muchos libros socráticos. Así, ya en su patria misma estaba con buenas disposiciones y principios, de manera que pasándose a Atenas se unió a Crates. Y aun añade que parece fue quien puso fin a los errores acerca de las enunciaciones. Dicen también que solía jurar por vida de las alcaparras, así como Sócrates por el perro.

25. Hay algunos, sin embargo, que acusan a Zenón en diferentes cosas, uno de los cuales es Casio Escéptico. Primeramente, en dar al principio de su República por inútil la disciplina encíclica (476). Lo segundo, en llamar mutuos enemigos a los contrarios, a los esclavos, a los extranjeros y a todos los que no son buenos y aplicados; haciendo con esto a los padres enemigos de sus hijos, a los hermanos de sus hermanos, y a los parientes de sus parientes. Asimismo en que trae en su República que sólo son ciudadanos, amigos, parientes y libres los virtuosos y buenos. Así que para los estoicos los padres e hijos son enemigos entre sí cuando unos y otros no son sabios. También, que establecía por dogma el que las mujeres fuesen comunes a todos, según quiso Platón en su República. Que en sus Doscientos no quiere que en las ciudades se construyan templos, tribunales ni gimnasios. Que sobre la moneda escribe así: «Se ha de decir que la moneda ni se debe prevenir para cambios ni para viajes»; y que también manda que «usen un mismo vestido hombres y mujeres, sin ocultar señaladamente parte alguna».

26. Que hay escrita tal obra suya De la República, lo dice Crisipo en la suya asimismo De la República. También disputa del amor al principio del libro titulado Arte de amar. Semejantes cosas escribe también en sus Diatribas. Algunas de dichas cosas se hallan en Casio y en Isodioro Pergameno, retórico, el cual dice además que Atenodoro estoico, custodio de la Biblioteca de Pérgamo, borró de los libros de los estoicos las opiniones menos buenas que contenían; pero que después fue todo restituido, sobrecogido Atenodoro en el delito y puesto en sumo riesgo. Hasta aquí de los dogmas que se condenaron.

27. Hubo ocho Zenones. El primero el eleate, de que más adelante trataremos. El segundo éste de quien escribimos. El tercero rodio, historiador de su patria (477). El cuarto fue historiador que escribió la Historia de Pirro en Italia y Sicilia y un Epítome de las cosas de los romanos y cartagineses. El quinto fue discípulo de Crisipo, y escribió algunos pocos libros, pero dejó muchos discípulos. El sexto fue médico de la escuela de Herófilo, hombre de mucha inteligencia, pero de poco método en el escribir. El séptimo fue gramático, de quien andan, entre otras cosas, algunos epigramas. Y el octavo sidonio, filósofo epicúreo, ilustre por su juicio y estilo.

28. Los discípulos de Zenón fueron muchos; pero los más célebres son Perseo Citieo, hijo de Demetrio, el cual fue, según unos, pariente suyo, según otros, su criado, y uno de los que Antígono le había enviado por amanuense, ayo antes de su hijo Alcioneo. De éste se dice que habiendo querido Antígono experimentarlo, hizo le anunciasen fingidamente que sus posesiones habían sido devastadas por los enemigos; y como se contristase, le dijo: «¿Ves cómo las riquezas no son cosa indiferente?»

29. Los libros de Zenón son éstos: Del reinar, La República de Lacedemonia, Del casamiento, De la impiedad, Tiestes, Del amor, Exhortaciones, Diatribas, cuatro libros de Críos, Comentarios, siete libros Acerca de las leyes de Platón. También fueron discípulos suyos Aristón Quío, hijo de Milcíades, que es quien introdujo la indiferencia. Herilo Cartaginés, que puso a la ciencia por fin. Dionisio, que se pasó a la secta voluptuosa, pues padeciendo un vehemente mal de ojos, no podía acomodarse a tener al dolor por cosa indiferente. Esfero Bosforiano; Cleantes Asio, hijo de Fanio; el cual lo sucedió en la escuela y a quien comparaba «con las tablillas de cera dura, en que se graba dificultosamente, pero retienen mucho lo grabado». Este Esfero oyó también a Cleantes después de muerto Zenón; hablaremos de él en la Vida de Cleantes. Hipoboto pone por discípulos de Zenón también a Atenodoro Solense, a Filónides Tebano, a Calipo Corintio, a Posidonio Alejandrino y a Zenón Sidonio. Propúseme tratar en la Vida de Zenón de todos los dogmas de los estoicos en general, por haber sido el fundador de esta secta. Existen de él muchos libros arriba mencionados, en los cuales habla cual ninguno de los estoicos. Sus dogmas en común son los siguientes; bien que los pondré sumariamente como acostumbro hacer en otros.

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