3. Irredención

Cuando los últimos convidados se despidieron, la princesa, recojiendo la falda de su vestido constelado de estrellas, atravesó los desiertos salones i se encaminó a su alcoba, echando, al pasar, una postrer mirada a aquellos sitios donde, por su gracia i hermosura, mas que por su simbólico traje, habia sido durante algunas horas la reina de la noche.

Sentíase un tanto fatigada, pero, al mismo tiempo, alegre i satisfecha. El baile habia resultado suntuosísimo. Todo lo que la gran ciudad ostentaba de mas valia: la nobleza de la sangre, del dinero i del talento desfiló por sus salones, adornados con deslumbradora magnificencia.

Pero la nota sensacional, la que arrancó frases de admiración i de entusiasmo, era la de las flores, de un pálido matiz de aurora, desparramadas con tal profusión por todo el palacio, que parecia una nevada color de rosa, caída en los vastos aposentos, cubriendo las consolas, los muebles, los bronces: derramándose sobre los tapices, i haciendo desaparecer bajo sus carminadas plumillas la soberbia cristaleria de la mesa del buffet. Guirnaldas de las mismas envolvian las arañas, trazaban caprichosos dibujos en los muros i orlaban los marcos dorados de los espejos. El efecto producido por aquella avalancha de flores rosadas era sencillamente maravilloso, i los asistentes al baile no se cansaban de elojiar aquella fantástica ornamentación, cuya idea jenial llenaba de orgullo a la hermosa dama que a solas con sus doncellas, que preparaban su tocado nocturno, se complacia en evocar los detalles de la magnífica fiesta.

Sí, aquel pensamiento orijinalísimo habia sido de ella, únicamente de ella i no podia menos de sonreír al recordar la cara de sorpresa del viejo administrador cuando le dio orden de despojar de sus flores a todos los duraznos en floración que existiesen en sus fincas.

Segura estaba de que el rústico servidor cumpliera el mandato a regañadientes. Pero habia obedecido i el éxito superaba a sus esperanzas.

Obsesionada por tan deliciosos recuerdos, se metió en la cama, i ya la doncella abandonaba en puntillas el aposento, cuando la voz de su señora la detuvo. Un deseo repentino, un capricho de niño mimado la habia acometido de pronto. Queria dormirse respirando la suave fragancia de aquellas flores que tan dulces sensaciones le habian proporcionado. Obedeciendo las órdenes de su ama, la joven derramó encima de los cobertores puñados de aquellos rosados pétalos, i suspendió del crucifijo de plata, colocado a la cabecera del suntuoso lecho, un trozo de guirnalda arrancado de una de las arañas del salón.

La estancia quedó en silencio i poco a poco fué haciéndose mas hondo el sopor de la bella durmiente.

De pronto, se encontró trasportada a una de sus fincas. El cielo estaba azul i un sol de primavera tibio i risueño acariciaba los campos. Caminaba por en medio de un bosque de duraznos en flor, envuelta en una atmósfera de efluvios i aromas embriagadores cuando, de súbito, un soplo que parecia brotar de sus labios, tenue al principio, impetuoso después, arrebató las flores i las dispersó a los cuatro vientos. Tuvo miedo i quiso huir, pero los árboles, como espectros vengadores, le cerraron el paso y, fustigándola con su desnudo ramaje, la estrecharon hasta ahogarla con la pesadumbre de su haz inmenso.

Sintió que su alma abandonaba la tierra i comparecia delante del Tribunal Divino, presa de una angustia i terror infinitos.

Sentado en su trono, bajo un dosel de flamíjeros soles, estaba el Supremo, inexorable juez. A su derecha mostraba sus pájinas el libro de la vida, i a su izquierda un arcánjel sostenia con la diestra la balanza de la justicia.

En el fondo, guardadas por ánjeles con espadas de fuego; estaban las puertas del Purgatorio i del Paraíso; i a espaldas del arcánjel veíase una concavidad negra por la que asomaba, apoyándose en sus garras i alas membranosas, la terrífica figura de Satanás.

I como si todo estuviese calculado para aumentar sus congojas, el alma de la princesa viose obligada a asistir al juicio de otra que la precediera en aquel trance.

Era ésta la de un asesino i ladrón. Mientras que en el platillo del mal formaban sus crímenes una montaña, en el otro, en el de las buenas acciones, nada habia que contrarrestase el peso abrumador de las culpas. Pero, la Miseria puso en él una lágrima i un hilo de sus harapos, la Expiación una gota de la sangre derramada en el patíbulo i la Ignorancia, despojándose de su venda, la colocó también en el platillo vacío, el cual salió esta vez de su inmovilidad inclinándose lijeramente.

Satanás, que se preparaba para asir al condenado, hizo una horrible mueca. El alma que contaba por suya era enviada al Purgatorio. Rechinó los dientes con rabia, i la vibración de sus alas, sacudidas por la ira, atronó las pavorosas concavidades del Averno. Aquel fallo revivió en el alma angustiada de la Princesa la esperanza. Entre ella i un asesino i ladrón, mediaba un abismo. I esta seguridad se acentuó viendo que, llegado su turno, el arcánjel ponia en el platillo de las culpas sólo unas cuantas flores ajadas i descoloridas.

Su terror e inquietud se trocaron entónces en una alegría sin límites, al comprender que aquellas florecillas, cuyo peso podia neutralizar el mas levísimo soplo, representaban todo el mal que habia desparramado en la tierra. ¡Cuán severamente se habia juzgado! Pero, i ahora estaba cierta, su alma era de las elejidas e iria recta al Paraíso. I confortada con la visión de la eterna bienaventuranza, evocó la lejión innumerable de sus buenas obras. Éstas eran tantas, que casi deploró que su culpa fuese tan pequeña, pues, bastaria la mas insignificante de sus nobles acciones para inclinar la balanza en su favor. I ella queria ostentarlas allí todas, para que el divino juez le asignase el máximum del premio a que era merecedora.

Por eso, cuando fueron amontonándose en el platillo del bien sus actos de piedad relijiosos, de caridad i de abnegación, sin que la posición de la balanza se modificase, sólo experimentó un principio de extrañeza, que se convirtió en asombro, viendo que el arcánjel remataba su tarea poniendo sobre aquel cúmulo de virtudes, las moles jigantescas de un hospital i de una suntuosa capilla con sus cimientos de piedra, su cruz de hierro fundido i su veleta de latón.

Pero, la balanza, permaneció inalterable y, de súbito, un espectáculo pavoroso llenó de espanto el alma de la princesa. Satanás, que se reia, abandonó de pronto el escondrijo en que estaba agazapado i como una araña monstruosa se colgó del platillo rebelde y, tras él, aferrándose del rabo i de sus ganchudas patas, se suspendieron todos los diablos i réprobos del infierno, sin que el peso de aquella cadena, cuyo último eslabón tocaba el fondo del sétimo abismo, lograse marcar la mas leve oscilación en el fiel de la balanza inmutable. En el platillo; las flores habian desaparecido i en su lugar veíase una montaña de duraznos en sazón, sobre la cual jiraban miríadas de seres desde el corpúsculo imperceptible hasta el insecto alado de forma perfecta. Abejas zumbadoras, mariposas de alas irisadas, aves de plumajes multicolores revoloteaban en derredor de los frutos en lejiones innumerables, destacándose por encima de todo, un inmenso follaje que, en forma de cono invertido, se perdia en el infinito.

Y, entónces, fué cuando resonó la voz terrible:

—¡Mujer, tu culpa es irrescatable! Todo el peso del infierno no ha podido equilibrarla. Al extirpar el jermen, has detenido en su curso la proyección de la vida, cuyo orijen es Dios mismo… Ve, pues, con Satán por toda la eternidad.

* * *

Un grito estridente, vibrante puso en conmoción a la servidumbre del palacio. La doncella, que habia acudido la primera, encontró a su señora incorporada en el lecho, presa de violentos espasmos nerviosos. La guirnalda suspendida del crucifijo, se habia roto i las flores yacian esparcidas en la almohada i cabellera de la dama, lo cual hizo exclamar a media voz a la joven:

—¡Ya lo sabia yo! Dormir con flores es como dormir con muertos. Se tienen pesadillas horribles.

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