LXXX El núcleo

Si el cachalote es una esfinge, desde el punto de vista fisiognómico, para el frenólogo su cerebro parece aquel círculo de la geometría que es imposible cuadrar.

En el animal maduro, el cráneo mide por lo menos veinte pies de largo. Si desengoznáis la mandíbula inferior, la vista lateral de este cráneo es como la vista lateral de un plano moderadamente inclinado apoyado totalmente en una base horizontal. Pero en vida —como hemos visto en otro lugar— el plano inclinado queda rellenado en su ángulo y casi cuadrado por la enorme masa superpuesta del «trozado» y la esperma. En su extremo más alto, el cráneo forma un cráter para acomodar esa parte de la masa, mientras que bajo el largo suelo de ese cráter —en otra cavidad que rara vez excede diez pulgadas de largo y otras tantas de profundo— reposa el escaso puñado de cerebro de este monstruo. El cerebro está por lo menos a veinte pies de su frente visible, en el animal vivo; está escondido detrás de sus enormes obras defensivas, como la ciudadela interna tras las amplias fortificaciones de Quebec. Está escondido en él de modo tan semejante a un cofrecillo precioso, que he conocido a muchos pescadores de ballenas que niegan perentoriamente que el cachalote tenga otro cerebro que esa palpable semejanza de cerebro formada por las yardas cúbicas de la reserva de aceite de esperma. Como ésta se encuentra en extraños repliegues, conductos y circunvoluciones, para su modo de ver parece más de acuerdo con la idea de su potencia de conjunto considerar esta misteriosa parte suya como la morada de su inteligencia.

Está claro, entonces, que, desde el punto de vista frenológico, la cabeza de este leviatán, en el estado vivo e intacto del animal, es un completo engaño. En cuanto a su verdadero cerebro, no podéis ver indicaciones suyas, ni sentirlas. El cachalote, como todas las cosas potentes, ostenta una frente falsa para el mundo común.

Si liberáis su cráneo de su cargamento de aceite de esperma, y lanzáis una vista por detrás a su parte trasera, que es el extremo elevado, os sorprenderá su semejanza con el cráneo humano observado en la misma situación y desde el mismo punto de vista. En efecto, colocad este cráneo vuelto del revés (reducido a la escala de la magnitud humana) entre una bandeja de cráneos humanos, e involuntariamente lo confundiréis con ellos; y al observar las depresiones en una parte de su cima, diríais, en lenguaje frenológico: «Este hombre no tenía estimación de sí mismo, ni veneración». Y con esas negaciones, consideradas juntamente con el hecho afirmativo de su portentosa mole y energía, os podéis formar del mejor modo el concepto más auténtico, aunque no el más regocijante, de lo que es la potencia más exaltada.

Pero, si por las dimensiones relativas del cerebro propiamente dicho del cachalote, lo juzgáis incapaz de ser adecuadamente localizado, entonces tengo otra idea que ofreceros. Si consideráis atentamente el espinazo de casi todos los cuadrúpedos, os llamará la atención la semejanza de sus vértebras con un collar engarzado de cráneos enanos, todos ellos ostentando una semejanza rudimentaria con el cráneo propiamente dicho. Es un concepto alemán que las vértebras son cráneos absolutamente sin desarrollar. Pero entiendo que no fueron los alemanes los primeros en percibir esa curiosa semejanza externa. Un amigo extranjero una vez me la hizo notar en el esqueleto de un enemigo que había matado, con cuyas vértebras estaba haciendo una especie de incrustación en bajorrelieve en la proa en pico de su canoa. Ahora, considerad que los frenólogos han omitido una cosa importante al no prolongar sus investigaciones desde el cerebelo hasta el canal medular. Pues creo que mucho del carácter de un hombre se hallará representado en su espinazo. Prefería tocar vuestro espinazo que vuestro cráneo, quienquiera que seáis. Una débil viga de espinazo jamás ha sostenido un alma íntegra y noble. Yo me complazco en mi espinazo, como en el firme y audaz mástil de la bandera que despliego ante el mundo. Aplicad esta rama espinal de la frenología al cachalote. Su cavidad craneana se continúa con la primera vértebra del cuello, y, en esta vértebra, el cauce del canal medular mide unas diez pulgadas de ancho, con ocho de altura, y con una forma triangular con la base para abajo. Al pasar por las restantes vértebras, el canal disminuye de tamaño, pero durante una considerable distancia sigue siendo de gran capacidad. Ahora, desde luego, este canal está lleno de la misma sustancia extrañamente fibrosa —la médula espinal— que el cerebro, y comunica directamente con el cerebro. Y, lo que es más, durante muchos pies después de emerger de la cavidad cerebral, la médula espinal sigue teniendo la misma circunferencia sin mengua, casi igual a la del cerebro. En todas esas circunstancias, ¿no sería razonable inspeccionar y sacar planos de la médula del cachalote desde el punto de vista frenológico? Pues, mirada en este sentido, la notable pequeñez relativa de su cerebro propiamente dicho está más que compensada por la prodigiosa magnitud relativa de su médula espinal.

Pero dejando que esta sugestión influya como pueda en los frenólogos, simplemente querría asumir por un momento la teoría espinal en referencia a la joroba del cachalote. Esta augusta joroba, si no me equivoco, se eleva sobre una de las vértebras mayores, y por tanto es, en cierto modo, su molde convexo exterior. Por su situación relativa, entonces, yo llamaría a esta alta joroba el órgano de la firmeza y la indomabilidad en el cachalote. Y que el gran monstruo es indomable, todavía tendréis razones para saberlo.

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