Si algún libro ha habido jamás verdaderamente poético, es decir, lleno de poesía, es el Paraíso perdido. ¡Qué afluencia de hechos deducidos de una fuente histórica tan escasa! ¡Qué de mundos inventados! ¡Qué naturaleza tan bella nos presenta ante los sentidos! En ningún otro poema se pintan las cosas divinas más sublime ni divinamente; en ninguno se da tan grandiosa idea de la naturaleza, tal como salió de las manos de Dios, con todo su encanto virginal, su gloria y su pureza; y en cuanto a la raza humana, ¿qué Homero hay que la presente más gigantesca, más robusta ni más valiente? ¿Qué pinturas o estatuas de los grandes maestros pueden sugerirnos un concepto tan exacto de su gentileza y superioridad? Todas estas grandezas brillan en aquel poema de la manera más perfecta e interesante. El ánimo del lector se siente predispuesto a gozar, y embargado por el placer, admira, y se embelesa, y cede a cuantas impresiones quiere el poeta producir en él. En este poema se halla la fuente de todo conocimiento, de toda religión y de toda virtud, dado que infunde en el alma una paz inefable, un dulce consuelo y una alegría íntima luego que se penetra uno del verdadero sentido del escritor, y presta dócil atención a sus armoniosos cantos.
Al leer la Ilíada o la Eneida hallamos una colección de bellísimos cuadros, lo mismo que al leer el Paraíso perdido; pero para ejecutar los primeros hay, hablando en el lenguaje profesional, muchos Rafaeles, Corregios, Guidos, etc., al paso que las pinturas de Milton son más grandes y sublimes, más divinas e interesantes que las de Homero y Virgilio y cualquier otro poeta, o para decirlo de una vez, muy superiores a las de todos los poetas antiguos y modernos.