Sale doña MADALENA, sola
MADALENA: ¿Qué novedades son éstas, altanero pensamiento? ¿Qué torres sin fundamento tenéis en el aire puestas? ¿Cómo andáis tan descompuestas, imaginaciones locas? Siendo las causas tan pocas, ¿queréis exponer mis menguas a jüicio de las lenguas y a la opinión de las bocas? Ayer guardaban los cielos el mal de vuestra esperanza con la tranquila bonanza que agora inquietan desvelos. Al conde de Vasconcelos, o a mi padre di, en su nombre, el sí; mas, porque me asombre, sin que mi honor lo resista se entró al alma, a escala vista, por la misma vista un hombre. Vióle en ella, y fuera exceso, digno de culpa mi error, a no saber que el Amor es niño, ciego y sin seso. ¿A un hombre extranjero y preso, a mi pesar, corazón, habéis de dar posesión? ¿Amar al conde no es justo? ¡Mas, ay! Que atropella el gusto las leyes de la razón. Mas, pues, a mi instancia está por mi padre libre y suelto, mi pensamiento resuelto bien remediarse podrá. Forastero es; si se va, con pequeña resistencia podrá sanar la paciencia el mal de mis desconciertos; pues son médicos expertos de Amor el tiempo y la ausencia. Pero, ¿con qué rigor trazo el remedio de mi vida? Si puede sanar la herida, crueldad es cortar el brazo. Démosle a Amor algún plazo, pues su vista me provoca; que, aunque es la efímera loca, ninguno al enfermo quita el agua que no permita siquiera enjaguar la boca. Hacerle quiero llamar. --¡Ah, doña Juana!-- Teneos, desenfrenados deseos, si no os queréis despeñar. ¿Así vais a publicar vuestra afrenta? La vergüenza mi loco apetito venza; que, si es locura admitillo dentro del alma, el decillo es locura o desvergüenza.
Sale doña JUANA
JUANA: Aquel mancebo dispuesto que ha estado preso hasta agora y a tu intercesión, señora, ya en libertad está puesto, pretende hablarte.
MADALENA: (¡Qué presto Aparte valerse el Amor procura de la ocasión y ventura que ha de ponerse en efeto! Mas hace como discreto; que Amor todo es coyuntura.) ¿Sabes qué quiere?
JUANA: Pretende al favor que ha recibido por ti, ser agradecido.
MADALENA: (Áspides en rosas vende.) Aparte
JUANA: ¿Entrará?
MADALENA: (Si preso prende, Aparte si maltratado maltrata, si atado las manos ata las de mi gusto resuelto, ¿qué ha de hacer presente y suelto, quien ausente y preso mata?) Dile que vuelva a la tarde; que agora ocupada estoy. Mas oye. No vuelva.
JUANA: Voy.
MADALENA: Escucha. Di que se aguarde, mas, váyase; que ya es tarde.
JUANA: ¿Hase de volver?
MADALENA: ¿No digo que sí? Ve.
JUANA: Tu gusto sigo.
MADALENA: Pero torna. No se queje.
JUANA: ¿Pues qué diré?
MADALENA: Que me deje.
(Y que me lleve consigo.) Aparte Anda. Di que entre.
JUANA: Voy, pues.
Vase [doña JUANA]
MADALENA: Que, aunque venga a mi pre- sencia, vencerá la resistencia hoy del valor portugués. El desear y ver es en la honrada y la no tal, apetito natural; y si deferencia se halla, es en que la honrada calla y la otra dice su mal. Callaré, pues que presumo cubrir mi desasosiego, si puede encubrirse el fuego, sin manifestalle el humo. Mas bien podré, si consumo el tiempo a palabras vanas; pero las llamas tiranas del Amor, es cosa cierta que, en cerrándolas la puerta, se salen por las ventanas. Cuando les cierren la boca, por los ojos se saldrán; mas no las conocerán callando la lengua loca; que, si ella a Amor no provoca, nunca amorosos despojos dan atrevimiento a enojos si no es en cosas pequeñas; porque al fin hablan por señas cuando hablan solos los ojos.
Sale MIRENO, galán, y dice de rodillas
MIRENO: Aunque ha sido atrevimiento el venir a la presencia, señora, de vueselencia mi poco merecimiento, ser agradecido trato al recibido favor; porque el pecado mayor es el que hace un hombre ingrato. Por haber favorecido de un desdichado la vida, que al noble es deuda debida, me vi preso y perseguido; pero en la misma moneda me pagó el cielo, sin duda, pues libre, con vuestra ayuda, mi vida, señora, queda. ¡Libre dije? Mal he hablado; que el noble, cuando recibe, cautivo y esclavo vive, que es lo mismo que obligado. Y, ojalá mi vida fuera tal que, si esclava quedara, alguna parte pagara de esta merced, que ella hiciera excesos; pero, entre tantas que mi humildad envilecen y como esclavos ofrecen sus cuellos a vuestras plantas, a pagar con ella vengo la mucha deuda en que estoy; pues no os debo más si os doy, gran señora, cuanto tengo.
MADALENA: Levantaos del suelo.
MIRENO: Así estoy, gran señora, bien.
MADALENA: Haced lo que os digo. (¿Quién Aparte me ciega el alma? ¡Ay de mí!) ¿Sois portugués? Levantándose
MIRENO: Imagino que sí.
MADALENA: ¿Que lo imagináis? ¿De esa suerte incierto estáis de quién sois?
MIRENO: Mi padre vino al lugar adonde habita, y es de alguna hacienda dueño, trayéndome muy pequeño; mas su trato lo acredita. Yo creo que en Portugal nacimos.
MADALENA: ¿Sois noble?
MIRENO: Creo que sí, según lo que veo en mi honrado natural, que muestra más que hay en mí.
MADALENA: ¿Y darán la obras vuestras si fuere menester, muestras que sois noble?
MIRENO: Creo que sí. Nunca de hacellas dejé.
MADALENA: "Creo," decís a cualquier punto. ¿Creéis, acaso, que os pregunto artículos de la fe?
MIRENO: Por la que debe guardar a la merced recibida de vueselencia mi vida, bien los puede preguntar, que mi fe su gusto es.
MADALENA: ¡Qué agradecido venís! ¿Cómo os llamáis?
MIRENO: Don Dionís.
MADALENA: Ya os tengo por portugués y por hombre principal; que en este reino no hay hombre humilde de vuestro nombre, porque es apellido real; y sólo el imaginaros por noble y honrado ha sido causa que haya intercedido con mi padre a libertaros.
MIRENO: Deudor os soy de la vida.
MADALENA: Pues bien; ya que libre estáis, ¿qué es lo que determináis hacer de vuestra partida? ¿Dónde pensáis ir?
MIRENO: Intento ir, señora, donde pueda alcanzar fama que exceda a mi altivo pensamiento. Sólo aquesto me destierra de mi patria.
MADALENA: ¿En qué lugar pensáis que podéis hallar esa ventura?
MIRENO: En la guerra; que el esfuerzo hace capaz para el valor que procuro.
MADALENA: ¿Y no será más seguro que la adquiráis en la paz?
MIRENO: ¿De qué modo?
MADALENA: Bien podéis granjealle si dais traza que mi padre os dé la plaza de secretario, que veis que está vaca agora, a falta de quien la pueda suplir.
MIRENO: No nació para servir mi inclinación, que es más alta.
MADALENA: Pues cuando volar presuma, las plumas la han de ayudar.
MIRENO: ¿Cómo he de poder volar con solamente una pluma?
MADALENA: Con las alas del favor; que el vuelo de una privanza mil imposibles alcanza.
MIRENO: Del privar nace el temor, como muestra la experiencia; y tener temor no es justo.
MADALENA: Don Dionís, éste es mi gusto.
MIRENO: ¿Gusto es de vuesa excelencia que sirva al duque? Pues, alto. Cúmplase, señora, ansí, que ya de un vuelo subí al primer móvil más alto. Pues, si en esto gusto os doy, ya no hay que subir más arriba; como el duque me reciba, secretario suyo soy. Vos, señora, lo ordenad.
MADALENA: Deseo vuestro provecho, y ansí lo que veis he hecho; que, ya que os di libertad, pesárame que en la guerra la malograrais. Yo haré cómo esta plaza se os dé porque estéis en nuestra tierra.
MIRENO: Mil años el cielo guarde tal grandeza.
MADALENA: (Honor, huír Aparte que revienta por salir por la boca, Amor cobarde.) Vase
MIRENO: Pensamiento, ¿en qué entendéis? Vos, que a las nubes subís, decidme, ¿qué colegís de lo que aquí visto habéis? Declaraos, que bien podéis. Decidme, ¿tanto favor nace de sólo el valor que a quien honra ennoblece, o erraré si me parece que ha entrado a la parte Amor? ¡Jesús! ¡Qué gran disparate! ¡Temerario atrevimiento es el vuestro, pensamiento! Ni se imagine ni trate. Mi humildad el vuelo abate con que sube el deseo vario; mas, ¿por qué soy temerario si imaginar me prometo que me ama en lo secreto quien me hace su secretario? ¿No estoy puesto en libertad por ella? Y, ya sin enojos, por el balcón de sus ojos, ¿no he visto su voluntad? ¡Amor me tiene! Callad, lengua loca; que es error imaginar que el favor que de su nobleza nace, y generosa me hace, está fundado en amor. Mas el desear saber mi nombre, patria y nobleza, ¿no es amor? Ésa es bajeza. Pues, alma, ¿qué puede ser? Curiosidad de mujer. Si; mas, ¿dijera, alma, advierte, a ser eso de esa suerte sin reinar amor injusto, "Don Dionís, éste es mi gusto"? Este argumento, ¿no es fuerte? Mucho; pero mi bajeza no se puede persuadir que vuele y llegue a subir al cielo de tal belleza; pero, ¿cuándo hubo flaqueza en mi pecho? Esperar quiero; que siempre el tiempo ligero hace lo dudoso cierto; pues mal vivirá encubierto el tiempo, amor y dinero.
Sale TARSO
TARSO: Ya que como a Daniel del lago, nos han sacado de la cárcel, donde he estado con menos paciencia que él, siendo la ira del duque nuestro profeta Habacú, ¿qué aguardas más aquí tú a que el tiempo nos bazuque? ¿Tanto bien nos hizo Avero que en él con tal sorna estás? Vámonos; pero dirás que quieres ser caballero. Y poco faltó, por Dios, para ser en Portugal caballeros a lo asnal; pues que supimos los dos que el duque mandado había que, por las acostumbradas nos diesen las pespuntadas orden de caballería.
MIRENO: ¡Brito, amigo!
TARSO: No soy Brito sino Tarso.
MIRENO: Escucha necio.
TARSO: Estas calzas menosprecio que me estorban infinito. Ya que en Brito me transformas, sácame de aquestos grillos; que no fui yo por novillos para que me pongas cormas. Quítamelas, y no quieras que alguna vez huela mal.
MIRENO: ¡Peregrino natural! ¿Que nunca has de hablar de veras? Digo que estás temerario.
TARSO: Braguirroto di que estoy. ¿Pero qué hay de nuevo?
MIRENO: Soy, por lo menos, secretario del duque de Avero.
TARSO: ¿Cómo?
MIRENO: La que nos dio libertad de esta liberalidad es la autora.
TARSO: Mejor tomo tus cosas; ya estás en zancos.
MIRENO: Pues aún no lo sabes bien.
TARSO: Darte quiero el parabién; y pues con los amos francos si algún favor me has de hacer y mi descanso permites, lo primero es que me quites estas calzas, que sin ser presidente, en apretones, después que las he calzado, en ellas he despachado mil húmedas provisiones.
Vanse. Salen don ANTONIO y doña
JUANA
ANTONIO: Prima, a quedarme aquí mi amor me obliga, aguarde el rey o no; que mi rey llamo sólo mi gusto; que el pesar mitiga que me ha de consumir, si ausente amo. Pájaro soy; sin ver de Amor la liga. Curiosamente me asenté en el ramo de la hermosura, donde preso quedo; volar pretendo pero más me enredo. El conde de Estremoz sirve y merece a doña Serafina; yo he sabido que el duque sus intentos favorece, y hacerla esposa suya ha prometido. Quien no parece, dicen que perece. Si no parezco, pues, y ya ni olvido ni ausencia han de poder darme reposo, ¿qué he de esperar ausente y receloso? Si mi adorado serafín supiera quién soy, y con decírselo aguardara recíprocos amores con que hiciera mi dicha cierta y mi esperanza clara, más alegre y seguro me partiera, y de su fe mi vida confïara; si se puede fïar el que es prudente del sol de enero y de mujer ausente. No me conoce y mi tormento ignora, y así en quedarme mi remedio fundo; que me parta después, o vaya agora a la presencia de don Juan Segundo, importa poco. Prima mía, señora, si no quieres que llore y sepa el mundo el lastimoso fin que ausente espero, no me aconsejes el salir de Avero.
JUANA: Don Antonio, bien sabes lo que estimo tu gusto, y que el amor que aquí te enseño al deudo corresponde que de primo nuestra sangre te debe, como a dueño; si en que te quedes ves que te reprimo, es por ser este pueblo tan pequeño que has de dar nota en él.
ANTONIO: Ya yo procuro cómo sin que la dé, viva seguro. Nunca me ha visto el duque, aunque me ha escrito. Yo sé que busca un secretario experto, porque al pasado desterró un delito.
JUANA: Con risa el medio que has busca- do advierto.
ANTONIO: ¿No te parece, si en palacio habito con este cargo, que podré encubierto entablar mi esperanza, como acuda el tiempo, la ocasión y más tu ayuda?
JUANA: La traza es extremada, aunque indecente, primo, a tu calidad.
ANTONIO: Cualquiera estado es noble con amor. No esté yo ausente que con cualquiera oficio estaré honrado.
JUANA: Búsquese el modo, pues.
ANTONIO: El más urgente está ya concluído.
JUANA: ¿Cómo?
ANTONIO: He dado un memorial al duque en que le pido me dé esta plaza.
JUANA: Diligente has sido; mas, sin saberlo yo, culparte quiero.
ANTONIO: Del cuidadoso el venturoso nace; hase encargado de él el camarero de quien dicen que el duque caudal hace.
JUANA: Mucho priva con él.
ANTONIO: Mi dicha espero si el cielo a mis deseos satisface y el camarero en la memoria tiene esta promesa.
JUANA: Primo, el duque viene.
Salen el DUQUE y FIGUEREDO, su camarero
DUQUE: Ya sabes que requiere aquese oficio persona en quien concurran juntamente calidad, discreción, presencia y pluma.
FIGUEREDO: La calidad no sé; de esotras partes le puedo asegurar a vueselencia que no hay en Portugal quien conforme a ellas mejor pueda ocupar aquesa plaza. Le letra, el memorial que vueselencia tiene suyo podrá satisfacelle;
DUQUE: Alto; pues tú le abonas, quiero velle.
FIGUEREDO: Quiérole ir a llamar. Pero de- lante está de vueselencia. Llegá, hidalgo, que el duque, mi señor, pretende veros.
ANTONIO: Déme los pies, vueselencia.
DUQUE: Alzaos. ¿De dónde sois?
ANTONIO: Señor, nací en Lisboa.
DUQUE: ¿A quién habéis servido?
ANTONIO: Héme crïado con don Antonio de Barcelos, conde de Penela, y os traigo cartas suyas, en que mis pretensiones favorece.
DUQUE: Quiero yo mucho al conde don Antonio, aunque nunca le he visto. ¿Por qué causa no me las habéis dado?
ANTONIO: No acostumbro pretender por favores lo que puedo por mi persona, y quise que me viese primero vueselencia.
DUQUE: Camarero, su talle y buen estilo me ha agradado. Mi secretario sois. Cumplan las obras lo mucho que promete esa presencia.
ANTONIO: Remítome, señor, a la experiencia.
DUQUE: Doña Juana, ¿qué hacen Serafina y Madalena?
JUANA: En el jardín agora estaban las dos juntas, aunque entiendo que mi señora doña Madalena quedaba algo indispuesta.
DUQUE: ¿Pues qué tiene?
JUANA: Habrá dos días que anda melancólica, sin saberse la causa de este daño.
DUQUE: Ya la adivino yo; vamos a vella, que, como darla nuevo estado intento, la mudanza de vida siempre causa tristeza en la mujer honrada y noble; y no me maravillo esté afligida quien teme un cautiverio de por vida. Doña Juana, quedaos; que como viene el mensajero de Lisboa, y conoce al conde de Penela, vuestro primo, tendréis que preguntarle muchas cosas.
JUANA: Es, gran señor, así.
DUQUE: Yo gusto de eso. Secretario, quedaos.
ANTONIO: Tus plantas beso.
Vanse el DUQUE y FIGUEREDO
ANTONIO: Venturoso han sido los princi- pios.
JUANA: Si tienes por ventura ser crïado de quien eres igual, ventura tienes.
ANTONIO: Ya por lo menos estaré presente, y estorbaré los celos de algún modo que el conde de Estremoz me causa, prima.
JUANA: Dásele de él tan poco a quien adoras, y de eso, primo, está tan olvidada, que en lo que pone agora su cuidado es sólo en estudiar con sus doncellas una comedia, que por ser mañana Carnestolendas, a su hermana intenta representar, sin que lo sepa el duque.
ANTONIO: ¿Es inclinada a versos?
JUANA: Pierde el seso por cosas de poesía, y esta tarde conmigo sola en el jardín pretende ensayar el papel, vestida de hombre.
ANTONIO: ¿Así me dices eso, doña Juana?
JUANA: Pues, ¿cómo quieres que lo diga?
ANTONIO: ¿Cómo? Pidiéndome la vida, el alma, el seso, en pago de que me hagas tan dichoso que yo la pueda ver de aquesa suerte. Así vivas más años que hay estrellas. Así jamás el tiempo riguroso consuma la hermosura de que gozas. Así tus pensamientos se te logren, y el rey de Portugal, enamorado de ti, te dé la mano, el cetro y vida.
JUANA: Paso; que tienes talle de casarme con el Papa, según estás sin seso. Yo te quiero cumplir aqueste antojo. Vamos, y esconderéte en los jazmines y murtas que de cercas a los cuadros sirven, donde podrás, si no das voces, dar un hartazgo al alma.
ANTONIO: ¿Hay en Avero algún pintor?
JUANA: Algunos tiene el duque famosos; mas, ¿por qué me lo preguntas?
ANTONIO: Quiero llevar conmigo quien retrate mi hermoso serafín; pues fácilmente, mientras se viste, sacará el bosquejo.
JUANA: ¿Y si lo siente doña Serafina o el pintor lo publica?
ANTONIO: Los dineros ponen freno a las lenguas y los quitan. ¡O mátame o no impidas mis deseos!
JUANA: ¡Nunca yo hablara, o nunca tú lo oyeras, que tal prisa me das! Ahora bien, primero, en esto puedes ver lo que te quiero. Busca un pinto sin lengua, y no malparas; que, según los antojos diferentes que tenéis los que andáis enamorados, sospecho para mí que andáis preñados.
Vanse. Salen el DUQUE y doña MADALENA
DUQUE: Si darme contento es justo, no estés, hija, de esa suerte; que no consiste mi muerte más de en verte a ti sin gusto. Esposo te dan los cielos para poderte alegrar sin merecer tu pesar el conde de Vasconcelos. A su padre, el de Berganza, pues que te escribió, responde; escribe también al conde y no vea yo mudanza en tu rostro ni pesar si de mi vejez los días, con esas melancolías, no pretendes acortar.
MADALENA: Yo, señor, procuraré no tenerlas, por no darte pena, si es que un triste es parte en sí de que otro lo esté.
DUQUE: Si te diviertes, bien puedes.
MADALENA: Yo procuraré servirte; y agora quiero pedirte entre las muchas mercedes que me has hecho, una pequeña.
DUQUE: Con condición que se olvide aquesa tristeza, pide.
MADALENA: (Honra; el amor os despeña.)
Aparte
El preso que te pedí librases, y ya lo ha sido, de todo punto ha querido favorecerse de mí. Con sólo esto, gran señor, parece que me ha obligado; y así, a mi cargo he tomado, con su aumento, tu favor. Es hombre de buena traza y tiene extremada pluma.
DUQUE: Dime lo que quiere en suma.
MADALENA: Quisiera entrar en la plaza de secretario.
DUQUE: Bien poco ha que dársela pudiera; aún no ha un cuarto de hora entera que está ocupado.
MADALENA: (¡Amor loco; Aparte muy bien despachado estáis!! Vos perderéis por cobarde pues acudiste tan tarde que con alas no voláis.)
DUQUE: Por orden del camarero a un mancebo he recibido que de Lisboa ha venido con aquese intento a Avero; y, según lo que en él vi, muestra ingenio y suficiencia.
MADALENA: Si gusta vuestra excelencia ya que mi palabra di, y él está con esperanza que le he de favorecer, pues me manda responder al conde y al de Berganza, sabiendo escribir tan mal, quien quiera que se quedara en palacio y me enseñara; porque en mujer principal falta es grande no saber escribir cuando recibe alguna carta, o si escribe, que no se pueda leer. Dándome algunas liciones, más clara la letra haré.
DUQUE: Alto, pues; lición te dé con que enmiendes tus borrones; que, en fin, con ese ejercicio la pena divertirás, pues la tienes porque estás ociosa; que el ocio es vicio. Entre por tu secretario.
MADALENA: Las manos quiero besarte.
Sale el CONDE don Duarte
CONDE: Señor...
DUQUE: ¡Conde don Düarte!
CONDE: Con contento extraordinario vengo.
DUQUE: ¿Cómo?
CONDE: El rey recibe con gusto mi pretensión, y sobre aquesta razón a vuestra excelencia escribe. Dice que se servirá su majestad de que elija, para honrar mi casa, hija de vueselencia, y tendrá cuidado de aquí adelante de hacerme merced.
DUQUE: Yo estoy contento de eso, y os doy nombre de hijo; aunque importante será que disimuléis mientras doña Serafina al nuevo estado se inclina; porque ya, conde, sabéis cuán pesadamente lleva esto de casarse agora.
CONDE: Hará el alma, que la adora, de sus sufrimientos prueba.
DUQUE: Yo haré las partes por vos; con ella perder recelo. El conde de Vasconcelos vendrá pronto, y de las dos las bodas celebraré presto.
CONDE: El esperar da pena.
DUQUE: No estéis triste, Madalena.
MADALENA: Yo, señor, me alegraré por dar gusto a vueselencia.
DUQUE: Vamos a ver lo que escribe el rey.
CONDE: Quien espera y vive bien ha menester paciencia.
Vanse los dos; queda [doña] MADALENA
MADALENA: Con razón se llama amor enfermedad y locura; pues siempre el que ama procura, como enfermo, lo peor. Ya tenéis en casa, honor, quien la batalla os ofrece, y poco hará, me parece, cuando del alma os despoje, que quien el peligro escoge no es mucho que en él tropiece. Los encendidos carbones tragó Porcia, y murió luego. ¿Qué haré yo, tragando el fuego, por callar, de mis pasiones? Diréle, no por razones, sino por señas visibles, los tormentos invisibles que padezco por no hablar; porque mujer y callar son cosas incompatibles. Vase. Salen doña JUANA, don ANTONIO y un PINTOR JUANA: Desde este verde arrayán, donde el sitio al Amor hurta[s] estos jazmines y murtas ser tus celosías podrán; pero que calle te aviso y tendrá tu amor buen fin.
ANTONIO: Ya sé que es mi serafín ángel de este paraíso; y yo, si acaso nos siente, será Adán echado de él.
JUANA: Yo haré que ensaye el papel aquí, para que esté enfrente del pintor, y retratalla con más facilidad pide. Vistiéndose de hombre queda, pues da en aquesto. A avisalla voy de que solo y cerrado está el jardín. Primo, adiós. Vase
ANTONIO: Pintores somos los dos; ya yo el retrato he copiado, que me enamora y abrasa.
PINTO: No entiendo ese pensamiento.
ANTONIO: Naipe es el entendimiento, pues la llama tabla rasa, a mil pinturas sujeto, Aristóteles.
PINTOR: Bien dices.
ANTONIO: Las colores y matices son especies del objeto, que los ojos que le miran al sentido común dan; que es obrador donde están cosas que el ingenio admiran, tan solamente en bosquejo, hasta que con luz distinta las ilumina y las pinta el entendimiento, espejo que a todas da claridad. Pintadas las pone en venta, y para esto las presenta a la reina Voluntad, mujer de buen gusto y voto, que ama el bien perpetuamente, verdadero o aparente, como no sea bien ignoto; que lo que no es conocido nunca por ella es amado.
PINTOR: De esa suerte lo ha enseñado el filósofo.
ANTONIO: Traído de la pintura el caudal, todos los lienzos descoge y entre ellos compra y escoge una vez bien y otras mal. Pónele el marco de amor y como en velle se huelga, en la memoria le cuelga que es su camarín mayor. Del mismo modo miré de mi doña Serafina la hermosura peregrina. Tomé el pincel, bosquejé. Acabó el entendimiento de retratar su beldad. Compróle la Voluntad, guarnecióle el pensamiento; que a la memoria le trajo y, viendo cuán bien salió, luego el pintor escribió "Amor me fecit" abajo. ¡Ves cómo pinta quien ama? PINTOR: Pues si ya el retrato tienes, ¿por qué a retratalla vienes conmigo?
ANTONIO: Aquéste se llama "retrato espiritual;" que la Voluntad, ya ves, que es sólo espíritu.
PINTOR: ¿Pues?
ANTONIO: La vista, que es corporal, para contemplar el rato que estoy solo su hermosura pide agora a tu pintura este corporal retrato.
PINTOR: No hay filosofía que iguale a la de un enamorado.
ANTONIO: Soy en amor gradüado; mas oye, que mi bien sale.
Sale doña SERAFINA, vestida de hombre; el vestido sea negro, y con ella doña JUANA
JUANA: ¿Que aquesto de veras haces? ¿Que en verte así no te ofendes?
SERAFINA: Fiestas de Carnestolendas todas paran en disfraces. Deséome entretener de este modo; no te asombre que apetezca el traje de hombre ya que no lo puedo ser.
JUANA: Paréceslo de manera que me enamoro de ti. En fin, ¿esta noche es?
SERAFINA: Sí.
JUANA: A mí más gusto me diera que te holgaras de otros modos y no con representar.
JUANA: No me podrás tú juntar para los sentidos todos los deleites que hay diversos como en la comedia.
JUANA: Calla.
SERAFINA: ¿Que fiesta o juego se halla que no le ofrezcan los versos?? En la comedia, los ojos ¿no se deleitan y ven mil cosas que hacen que estén olvidados tus enojos? La música, ¿no recrea el oído y el discreto no gusta allí del conceto y la traza que desea? Para el alegre, ¿no hay risa? Para el triste, ¿no hay tristeza? Para el agudo, ¿agudeza? Allí el necio, ¿no se avisa? El ignorante, ¿no sabe? ¿No hay guerra para el valiente, consejos para el prudente, y autoridad para el grave? Moros hay si quieres moros; si apetecen tus deseos torneos, te hacen torneos; si toros, correrán todos. ¿Quieres ver los epitetos que de la comedia he hallado? De la vida es un traslado, sustento de los discretos, dama del entendimiento, de los sentidos banquete, de los gustos ramillete, esfera del pensamiento, olvido de los agravios, manjar de diversos precios, que mata de hambre a los necios y satisface a los sabios. Mira lo que quieres ser de aquestos dos bandos.
JUANA: Digo que el de los discretos sigo, y que me holgara de ver la farsa infinito.
SERAFINA: En ella ¿cuál es lo malo que sientes?
JUANA: Sólo que tú representes.
SERAFINA: ¿Por qué, si sólo han de vella mi hermana y sus damas? Calla. De tu mal gusto me admiro.
ANTONIO: Suspenso las gracias miro con que habla. A retratalla comienza, si humana mano al vivo puede copiar la belleza singular de un serafín.
PINTOR: Es humano. Bien podré.
ANTONIO: ¿Pues, no te admiras de su vista soberana?
SERAFINA: El espejo, doña Juana. Tocaréme.
Trae [doña JUANA] un espejo
JUANA: Si te miras en él, ten, señora, aviso, no te enamores de ti.
SERAFINA: ¿Tan hermosa estoy ansí?
JUANA: Temo que has de ser Narciso.
SERAFINA: ¡Bueno! De esta suerte quiero los cabellos recoger, por no parecer mujer cuando me quite el sombrero. Pon el espejo. ¿A qué fin le apartas?
JUANA: Porque así impido a un pintor que está escondido por copiarte en el jardín.
SERAFINA: ¿Cómo es eso?
PINTOR: ¡Vive Dios, que aquesta mujer nos vende! Si el duque acaso esto entiende, medrado habemos los dos.
SERAFINA: ¿En el jardín hay pintor?
JUANA: Sí. Deja que te retrate.
ANTONIO: ¡Cielos! ¿Hay tal disparate?
SERAFINA: ¿Quién se atrevió a eso?
JUANA: Amor, que, como en Chipre, se esconde enamorado de ti por retratarte.
ANTONIO: Eso sí.
JUANA: (¡Cuál estará agora el conde!)
Aparte
SERAFINA: Humor tienes singular aquesta tarde.
PINTOR: ¿Ha de ser el vestido de mujer con que la he de retratar, o como agora está?
ANTONIO: Sí, como está; porque se asombre el mundo que en traje de hombre un serafín ande ansí.
PINTOR: Sacado tengo el bosquejo. En casa lo acabaré.
SERAFINA: Ya de tocarme acabé. Quitar puedes el espejo. ¿No está bien este cabello? ¿Qué te parezco?
JUANA: Un Medoro.
SERAFINA: No estoy vestida de moro.
JUANA: No, mas pareces más bello.
SERAFINA: Ensayemos el papel, pues ya estoy vestida de hombre.
JUANA: ¿Cuál es de la farsa el nombre?
SERAFINA: "La portuguesa crüel."
JUANA: En ti el poeta pensaba cuando así la entituló.
SERAFINA: Portuguesa soy; crüel no.
JUANA: Pues a Amor, ¿que le faltaba a no sello?
SERAFINA: ¿Qué crueldad has visto en mí?
JUANA: No tener a nadie amor.
[Doña SERAFINA] vase poniendo el cuello y sombrero
SERAFINA: ¿Puede ser el no tener voluntad a ninguno crueldad? Di.
JUANA: ¿Pues no?
SERAFINA: ¿Y será justa cosa, por ser para otros piadosa, ser yo crüel para mí?
PINTOR: ¡Par diez, que ella dice bien!
ANTONIO: ¡Pobre del que tal sentencia está escuchando!
PINTOR: ¡Paciencia!
ANTONIO: Mis temores me la den.
SERAFINA: Déjame ensayar y acaba. Verás cuál hago un celoso.
JUANA: ¿Qué papel haces?
SERAFINA: ¡Famoso!
Un príncipe que sacaba al campo, a reñir por celos de su dama, a un conde.
JUANA: Pues, comienza.
SERAFINA: No sé lo que es, pero escucha y fingirélos.
Representa Conde, vuestro atrevimiento a tal término ha venido que ya la ley ha rompido de mi honrado sufrimiento. Espantado estoy, por Dios, de vos y de Celia bella; de vos, porque habláis con ella; de ella porque os oye a vos; que supuesto que sabéis las conocidas ventajas que hace a vuestra prendas bajas el valor que conocéis en mí, desacato ha sido; en vos, por habella amado, y en ella por haber dado a vuestro amor loco oído. Oye, no hay satisfacciones; que serán intento vanos, pues como no tenéis manos queréis vencerme a razones. Haga vuestro esfuerzo alarde, acábense mis recelos, que no es bien que me dé celos un hombre que es tan cobarde. Echa mano Muestra tu valor agora, medroso, infame enemigo.
¡Muere!
JUANA: ¡Ay, ten! ¡Que no es conmigo la pesadumbre, señora!
SERAFINA: ¿Qué te parece?
JUANA: Temí.
SERAFINA: Enojéme.
JUANA: ¿Pues qué hicieras, a ser los celos de veras si te enojas siendo así?
ANTONIO: ¿Hay celos con mayor gracia?
PINTOR: Estoy mirándola loco. ¡Donaire extraño!
JUANA: Por poco sucediera una desgracia, de verte tuve temor. Un valentón bravo has hecho.
SERAFINA: Oye agora. Satisfecho de mi dama y de su amor, del enojo que la di, muy a lo tierno la pido me perdone arrepentido.
JUANA: Eso será bueno. Di. Representa
SERAFINA: Los cielos me son testigos si el enojo que te he dado al alma no me ha llegado. Mi bien, seamos amigos. Basta. No haya más enojos, pues yo propio me castigo. Vuelvan a jugar conmigo las dos niñas de esos ojos. Quitad el ceño. No os note mi amor niñas soberanas; que dirá que sois villanas viéndoos andar con capote. ¿De qué sirve este desdén, mi gloria, mi luz, mi cielo, mi regalo, mi consuelo, mi paz, mi gloria, mi bien? ¿Que no me quieres mirar? ¡Que esto no te satisfaga! Mátame, toma esta daga. Mas no me querrás matar; que aunque te enojes, yo sé que en mí tu gusto se emplea. No hayas más, mi Celia. ¡Ea, mira que me enojaré! Va a abrazar a doña JUANA Como te adoro, me atrevo; no me apartes, no te quites.
JUANA: Pasito, que te derrites. De nieve te has vuelto sebo. Nunca has sido, sino agora, portuguesa.
ANTONIO: ¡Ah, cielo santo! ¡Quién la dijera otro tanto como ha dicho.
JUANA: Di, señora, ¿es posible que quien siente y hace así un enamorado no tenga amor?
SERAFINA: No me ha dado hasta agora ese accidente porque su provecho es poco, y la pena que da es mucha. Aqueste romance escucha. ¡Verás cuán bien finjo un loco! Representa ¿Que se casa con el conde y me olvida Celia? ¡Cielos! Pero mujer y mudanza tienen un principio mesmo. ¿Qué se hicieron los favores que cual flores prometieron el fruto de mi esperanza? Mas fueron flores de almendro; un cierzo las ha secado. Loco estoy, matarme quiero; piérdase también la vida, pues ya se ha perdido el seso. Mas, no; vamos a las bodas; que razón es, pensamiento, pues que la costa pagamos, que a mi costa nos holguemos. En la aldea se desposan los dos a lo villanesco; que pues se casa en aldea, villana su amor ha vuelto. Celos, volemos allá pues tenéis alas de fuego. A lindo tiempo llegamos, desde aquí verla podemos. Ya salen los convidados, el tamboril toca el tiempo, porque a su son bailan todos; pues ellos bailan, bailemos.
Va: "Perantón, Perantón...
. . . . . . . . . . [e-o]"
Baila Pues vuestra Celia las hace, toca Pero Sastre, el viejo, pues que la villa lo paga. Ya se entraron allá dentro, ya quieren dar colación. La capa del sufrimiento Rebózase me rebozaré, que así podré llegar encubierto, y arrimarme a este rincón como mis merecimientos. Avellanas y tostones dan a todos. ¡Hola! ¡Ah, necios! Llegad, tomaré un puñado. ¿Yo necio? Mentís. ¿Yo miento? Tomad. ¿A mí bofetón? Dase un bofetón ¡Muera! ¡Ténganse! ¿Qué es esto? Echa mano No fue nada. Sean amigos. Yo lo soy. Yo serlo quiero. Envaina Ya ha llegado el señor cura. Por muchos años y buenos se regocije esta casa con bodas y casamientos. Por vertú de su mercé, señor cura, aquí hay asiento. ¿Eso no? Tome esta silla de costillas. No haré, cierto. Digo que la ha de tomar. Este escaño estaba bueno; mas por no ser porfïado... Ya se ha rellenado el viejo. Echá vino, Hernán Alonso. Beba el cura y vaya arreo. ¡Oh, cómo sabe a la pega! También Celia sabe a celos. Ya es hora del desposorio; todos están en pie puestos: los novios y los padrinos en frente y el cura en medio. Fabio, ¿queréis por esposa a Celia hermosa? Sí, quiero. Vos, Celia, ¿queréis a Fabio? Por mi esposo y por mi dueño. ¡Oh, perros! ¿En mi presencia? Mete mano El príncipe Pinabelo soy. Mueran los desposados, el cura, la gente, el pueblo. ¡Ay, que nos mata! Pegadles, celos míos, vuestro incendio pues Sansón me he vuelto. Muera Sansón con los Filisteos; que no hay quien pueda resistir el fuego cuando le enciende amor y soplan celos.
JUANA: ¡Pecadora de mí! ¡Tente! Que no soy Celia ni Celio para airarte contra mí.
SERAFINA: Encendíme, te prometo, como Alejandro lo hacía llevado del instrumento que aquel músico famoso le tocaba.
ANTONIO: ¿Pudo el cielo juntar más donaire y gracia solamente en un sujeto? ¡Dichoso quien, aunque muera, le ofrece sus pensamientos!
JUANA: Diestra estás; muy bien lo dices.
SERAFINA: Ven, doña Juana; que quiero vestirme sobre este traje el mío, hasta que sea tiempo de representar.
JUANA: A fe, que se ha de holgar en extremo tu melancólica hermana.
SERAFINA: Entretenerla deseo. Vanse los dos
PINTOR: Ya se fueron.
ANTONIO: Ya quedé con su ausencia triste y ciego.
PINTOR: En fin, ¿quieres que de hombre la pinte?
ANTONIO: Sí, que deseo contemplar en este traje lo que agora visto habemos; pero truécala el vestido.
PINTOR: ¿Pues no quieres que sea negro?
ANTONIO: Dará luto a mi esperanza; mejor es color de cielos, con oro, y pondrá en él otro amor y azul mis celos.
PINTOR: Norabuena
ANTONIO: ¿Para cuándo me le tienes de dar hecho?
PINTOR: Para mañana sin falta.
ANTONIO: No repares en el precio; que no trujera Amor desnudo el cuerpo a ser interesable y avariento.
Vanse. Salen doña MADALENA y MIRENO
MADALENA: Mi maestro habéis de ser desde hoy.
MIRENO: ¿Qué ha visto en mí, vuestra excelencia, que así me procura engrandecer? Dará lición al maestro el discípulo desde hoy.
MADALENA: (¡Qué claras señales doy Aparte del ciego amor que le muestro!)
MIRENO: (¿Qué hay que dudar, esperanza? Aparte Esto, ¿no es tenerme amor? Dígalo tanto favor, muéstrelo tanta privanza. Vergüenza, ¿por qué impedís la ocasión que el cielo os da? Daos por entendido ya.)
MADALENA: Como tengo, don Dionís tanto amor...
MIRENO: (¡Ya se declara, Aparte ya dice que me ama, cielos!
MADALENA: ...al conde de Vasconcelos, antes que venga, gustara, no sólo hacer buena letra, pero saberle escribir, y por palabras decir lo que el corazón penetra; que el poco uso que en amar tengo, pide que me adiestre esta experiencia, y me muestre cómo podré declarar lo que tanto al alma importa, y el amor mismo me encarga; que soy en quererle larga, y en significarlo corta. En todo os tengo por diestro; y así, me habéis de enseñar a escribir y a declarar al conde mi amor, maestro.
MIRENO: (¿Luego no fue en mi favor, Aparte pensamiento lisonjero sino porque sea tercero del conde? ¿Veis, loco amor, cuán sin fundamento y fruto torres habéis levantado de quimera, que ya han dado en el suelo? Como el bruto en esta ocasión he sido, en que la estatua iba puesta, haciéndola el pueblo fiesta que loco y desvanecido creyó que la reverencia no a la imagen que traía sino a él solo se hacía, y con brutal impaciencia arrojalla de sí quiso hasta que se apaciguó con el castigo, y cayó confuso en su necio aviso. ¿Así el favor corresponde con que me he desvanecido? Basta; que yo el bruto he sido y la estatua es sólo el conde. Bien puedo desentonarme que no es la fiesta por mí.)
MADALENA: (Quise deslumbrarle así; Aparte que fue mucho declararme.) Mañana comenzaréis, maestro, a darme lición.
MIRENO: Servirte es mi inclinación.
MADALENA: Triste estáis.
MIRENO: ¿Yo?
MADALENA: ¿Qué tenéis?
MIRENO: Ninguna cosa.
MADALENA: (Un favor Aparte me manda Amor que le dé.)
Tropieza y dala la mano MIRENO ¡Válgame Dios! Tropecé...
(Que siempre tropieza Amor.)
Aparte
El chapín se me torció.
MIRENO: (¡Cielos! ¿Hay ventura igual?)
Aparte
¿Hízose acaso algún mal vueselencia?
MADALENA: Creo que no.
MIRENO: ¿Que la mano la tomé?
MADALENA: Sabed que al que es cortesano le dan, al darle una mano, para muchas cosas pie. Vase
MIRENO: "¡Le dan, al darle una mano, para muchas cosas pie!" De aquí, ¿qué colegiré? Decid, pensamiento vano. ¿En aquesto pierdo o gano? ¿Qué confusión, qué recelos son aquestos? Decid, cielos, ¿esto no es amor? Mas no, que llevo la estatua yo del conde de Vasconcelos. Pues, ¿qué enigma es darme pie la que su mano me ha dado? Si sólo el conde es amado, ¿qué es lo que espero? ¿Qué sé? Pie o mano, decid, ¿por qué dais materia a mis desvelos? Confusión, Amor, recelos, ¿soy amado? Pero no, que llevo la estatua yo del conde de Vasconcelos. El pie que me dio será pie para darla lición en que escriba la pasión que el conde y su amor la da. Vergüenza, sufrí y callá. Basta ya, atrevidos vuelos, vuestra ambición, si a los cielos me desatino os subió; que llevo la estatua yo del conde de Vasconcelos.
FIN DEL SEGUNDO ACTO