Salen LAURO, pastor viejo, y RUY Lorenzo, también de pastor
RUY: Si la edad y la prudencia ofrece en la adversidad, Lauro discreto, paciencia, vuestra prudencia y edad pueden hacer la experiencia. Dejad el llanto prolijo; que, si vuestro ausente hijo es causa que lloréis tanto, él convertirá ese llanto brevemente en regocijo. Su virtud misma procura honrar vuestra senectud y hacer su dicha segura; que siempre fue la virtud principio de la ventura; y pues la tiene por madre, no es bien que ese llanto os cuadre.
LAURO: Eso mis males lo vedan, porque los hijos heredan las desdichas de su padre. No le he dejado otra herencia si no es la desdicha mía, . . . . . . . . . .[ -encia;] que era el muro que tenía mi vejez.
RUY: ¿Ésa es prudencia? Si por trabajos un hombre es bien que llore y se asombre, ¿quién los tiene como yo a quien el cielo quitó honra, patria, hacienda y nombre? Un hijo sólo perdéis aunque no en las esperanzas que de gozalle tenéis; pero yo, con las mudanzas que de mi vida sabéis, ¿cuándo veré que el furor del tiempo y de su rigor dejará de hacerme ultraje, despreciado en este traje y con nombre de traidor? Consoladme vos a mí, pues es más lo que perdí.
LAURO: ¿Más que un hijo habéis perdido?
RUY: El honor, ¿no es preferido a la vida y hijos?
LAURO: Sí.
RUY: Pues si no tengo esperanza de dar a mi honor remedio, más pierdo.
LAURO: En una venganza no es bien que se tome el medio deshonrado; el que la alcanza con medio que injustos son, cuando más vengarse intenta, queda con mayor afrenta [porque ese color presenta] dando color de traición el contrahacer firma y sello del duque para matar al conde, pudiendo hacello de otro modo y no manchar vuestro honor por socorrello. Y pues parece castigo el que os da el tiempo enemigo, justo es que estéis consolado, pues padecéis por culpado; pero el que usa conmigo mi desdicha es diferente, pues, aunque no lo merezco, me castiga.
RUY: Un hijo ausente no es gran daño.
LAURO: El que padezco tantos años inocente os diré, si los ajenos daños hacen que sean menos los propios males.
RUY: No son de aquesa falsa opinión los generosos y buenos; porque el prudente i discreto siente el daño ajeno tanto como el propio.
LAURO: Si secreto me guardáis, diraos mi llanto su historia.
RUY: Yo os le prometo; mas llorar un hijo ausente un hombre es mucha flaqueza.
LAURO: Pierdo, con perdelle, mucho.
RUY: ¿Qué más extremos hicieras a tener tú mis desdichas?
LAURO: ¡Ay, Dios! Si quien soy supieras, ¡cómo todas tus desgracias las juzgaras por pequeñas!
RUY: Ese enigma me declara.
LAURO: Pues con ese traje quedas en el lugar de mi hijo, escucha mi suerte adversa. Yo, Ruy Lorenzo, no soy hijo de estas asperezas, ni el traje que tosco ves es mi natural herencia; no es de Lauro mi apellido, ni mi patria aquesta sierra, ni jamás mi sangre noble supo cultivar la tierra. Don Pedro de Portugal me llaman, y de la cepa de los reyes lusitanos desciendo por línea recta. El rey don Düarte fue mi hermano, y el que ahora reina es mi sobrino.
RUY: ¿Qué escucho? ¡Duque de Coímbra! Deja que sellen tus pies mi labios, y que mis desdichas tengan fin, pues con las tuyas son o ningunas o pequeñas.
LAURO: Alza del suelo y escucha si acaso tienes paciencia para saber los vaivenes de la Fortuna y su rueda. Murió el rey de Portugal, mi hermano, en la primavera de su juventud lozana; mas la muerte, ¿qué no seca? De seis años dejó un hijo que agora, ya hombre, intenta acabar mi vida y honra; y dejando la tutela y el gobierno de estos reinos solos a mí y a la reina. Murió el rey; sobre el gobierno hubo algunas diferencias entre mí y la reina viuda, porque jamás la soberbia supo admitir compañía en el reinar, y las lenguas de envidiosos lisonjeros siempre disensiones siembran. Metióse el rey de Castilla de por medio, porque era la reina su hermana. En fin, nuestros enojos concierta con que rija en Portugal la mitad del reino, y tenga en su poder al infante. Vine en esta conveniencia; mas no por eso cesaron las envidias y sospechas, hasta alborotar el reino asomos de armas y guerras. Pero cesó el alboroto porque, aunque era moza y bella la reina, un mal repentino dio con su ambición en tierra. Murió en fin; gocé el gobierno portugués sin competencia, hasta que fue Alfonso Quinto, de bastante edad y fuerzas. Caséle con una hija que me dio el cielo, Isabela por nombre aunque desdichada, pues ni la estima ni precia. Juntáronsele al rey mozo mil lisonjeros, que cierran a la verdad en palacio, como es costumbre, las puertas. Entre ellos un mi enemigo, de humilde naturaleza, Vasco Fernández por nombre, gozó, la privanza excelsa; y queriendo derribarme para asegurarse en ella, a mi propio hermano induce, y, para engañarle, ordena hacerle entender que quiero levantarme con sus tierras y combatirle a Berganza, siendo duque por mí de ella. Creyólo, y ambos a dos al nuevo rey aconsejan, si quiere gozar seguro sus estados, que me prenda; para lo cual alegaban que di muerte con hierbas a doña Leonor, su madre, y que con traiciones nuevas quitalle intentaba el reino, pidiendo a Ingalaterra socorro, con cartas falsas en que mi firma le enseñan. Creyólo; desposeyóme de mi estado y las riquezas que en el gobierno adquirí; llevóme a una fortaleza donde, sin bastar los ruegos ni lágrimas de Isabela, mi hija y su esposa, manda que me corten la cabeza. Supe una noche propicia el rigor de la sentencia y, ayudándome el temor, las sábanas hechas vendas, me descolgué de los muros, y en aquella noche mesma di aviso que me siguiese a mi esposa la duquesa. Supo el rey mi fuga, y manda que al son de roncas trompetas me publiquen por traidor, dando licencia a cualquiera para quitarme la vida, poniendo mortales penas a quien, sabiendo de mí, no me lleve a su presencia. Temí el rigor del mandato, y como en la suerte adversa huye el amistad, no quise ver en ellos su experiencia. Llegamos hasta estos montes, donde de parto y tristeza murió mi esposa querida, y un hijo hermoso me deja que en este traje crïado, comprando ganado y tierras, y hecho de duque pastor, ha ya veinte primaveras que han dado flores a mayo, hierba al prado y a mí penas, que el estado en que me ves conservo; mas todo fuera poco, a no perder la vista del hijo en cuya presencia olvidaba mis trabajos. Mira si es razón que sienta la falta que a mi vejez hace su vista, y que pierda la vida que ya se acaba entre lágrimas molestas.
RUY: Notables son los sucesos que en el mundo representa el tiempo caduco y loco, autor de tantas tragedias. La tuya, famoso duque, hace que olvide mis penas; mas yo espero en Dios que presto dará Fortuna la vuelta. Bien claras señales daba de tu hijo la presencia, que, cual ceniza, el sayal las llamas de su nobleza encubría. Quiera el cielo que rico y próspero el vuelva a consolarte.
Salen VASCO y BATO, pastores
BATO: Nuesamo, con cinco carros de leña vamos a Avero. ¿Mandas algo para allá?
LAURO: Bato, que vengas presto.
BATO: ¿No quieres más?
LAURO: No.
BATO: Pues yo sí, porque quisiera que, a cuenta de mi soldada, ocho veintenes me diera para una cofia de pinos que me ha pedido Firela.
LAURO: Ven por ellos.
BATO: En mi tarja nueve rayas tengo hechas, porque otros cinco tostones debo no más.
LAURO: ¡Qué simpleza!
Vanse BATO y LAURO
VASCO: ¿No podría yo ir allá?
RUY: No, Vasco amigo, si intentas no perderte; que ya sabes nuestro peligro y afrenta.
VASCO: ¿Hasta cuándo quieres que ande en esta vida grosera, de mis calzas desterrado? Vuélveme, señor, a ellas, y líbrame de un mastín que anoche desde la puerta de Melisa me llevó dos cuarterones de pierna.
RUY: ¿Pues qué hacías tú de noche a su puerta?
VASCO: Hay cosas nuevas. Si aquí es el amor quillotro, quillotrado estoy por ella. Hízome ayer un favor en el valle.
RUY: ¿Y fue?
VASCO: Que tiesa me dio un pellizco en un brazo, terrible, y me hizo señas con el ojo zurdo.
RUY: ¿Y ése es buen favor?
VASCO: ¡Linda flema! Ansí se imprime el carácter del amor en las aldeas.
Vanse. Salen MIRENO y TARSO
TARSO: ¿Más muestras quieres que dé que decirte, al "cortesano le dan, al dalle una mano, para muchas cosas pie?" ¿Puede decirlos más claro una mujer principal? ¿Qué aguardabas, pese a tal, amante corto y avaro, que ya te daré este nombre pues no te osas atrever? ¿Esperas que la mujer haga el oficio de hombre? ¿En qué especie de animales no es la hembra festejada, perseguida y paseada con amorosas señales? A solicitalla empieza, que lo demás es querer el orden sabio romper que puso Naturaleza. Habla; no pierdas por mudo tal mujer y tal estado.
MIRENO: Un laberinto intricado es, Tarso, el que temo y dudo. No puedo determinarme que me prefieran los cielos al conde de Vasconcelos; pues llegando a compararme con él, sé que es gran señor, mozo discreto, heredero de Berganza, y desespero, viéndome humilde pastor, rama vil de un tronco pobre, y que tan noble mujer no es posible quiera hacer más favor que al oro, al cobre. Mas después el afición con que me honra y favorece, las mercedes que me ofrece su afable conversación, el suspenderse, el mirar, las enigmas y rodeos con que explica sus deseos, el fingir un tropezar --si es que fue fingido--el darme la mano, con la razón que me tiene en confusión se animan para animarme, y entre esperanza y temor como ya, Brito, me abraso, llego a hablalla, tengo el paso, tira el miedo, impele amor, y, cuando más me provoca y hablalla el alma comienza, enojada la Vergüenza llega y tápame la boca.
TARSO: ¿Vergüenza? ¿Tal dice un hombre? ¡Vive Dios, que estoy corrido con razón de haberte oído tal necedad! No te asombre que así llame a tu temor por no llamarle locura. ¡Miren aquí qué criatura o qué doncella Teodor, para que con este espacio diga que vergüenza tiene! No sé yo para qué viene el vergonzoso a palacio. Amor vergonzoso y mudo medrará poco, señor, que a tener vergüenza amor, no le pintaran desnudo. No hayas miedo que se ofenda cuando digas tus enojos; vendados tiene los ojos pero la boca sin venda. Habla, o yo se lo diré porque, si callas, es llano que quien te dio pie en la mano tiene de dejarte a pie.
MIRENO: Ya, Brito, conozco y veo que amor que es mudo no es cuerdo; pero, si por hablar pierdo lo que callando poseo y agora con mi privanza e imaginar que me tiene amor, vive y se entretiene, mi incierta y loca esperanza; y declarando, mi amor tengo de ver en mi daño el castigo y desengaño que espero de su rigor, ¿no es mucho más acertado aunque la lengua sea muda, gozar un amor en duda que un desdén averiguado? Mi vergüenza esto señala, esto intenta mi secreto.
TARSO: Dijo una vez un discreto que en tres cosas era mala la vergüenza y el temor.
MIRENO: ¿Y eran?
TARSO: Escucha despacio: en el púlpito, en palacio y en decir uno su amor. En palacio estás. Los cielos te abren camino anchuroso. No pierdas por vergonzoso.
MIRENO: Si al conde de Vasconcelos ama, ¿cómo puede ser?
TARSO: No lo creas.
MIRENO: Si lo veo y ell[a] lo dice.
TARSO: Es rodeo y traza para saber si amas. A hablarla comienza, que, par Dios, si la perdemos que al monte volver podemos a segar.
MIRENO: Si la vergüenza me da lugar yo lo haré aunque pierda vida y fama.
Sale doña JUANA
JUANA: Mirad, don Dionís, que os llama mi señora...
MIRENO: Luego iré.
TARSO: Ánimo.
MIRENO: (¿Qué confusión Aparte me entorpece y acobarda?
JUANA: Venid presto; que os aguarda. Vase
TARSO: Desenvuelve el corazón. Háblala, señor, de espacio.
MIRENO: Tiemblo, Brito.
TARSO: Esto es forzoso.
Bien dicen que al vergonzoso
le trujo el diablo a palacio.
Vanse. Sale doña MADALENA
MADALENA: Ciego Dios, ¿qué os aver-
güenza
la cortedad de un temor?
¿De cuándo acá niño amor
sois hombre y tenéis vergüenza?
¿Es posible que vivís
en don Dionís y que os llama
su dios? Sí, pues si me ama,
¿cómo calla don Dionís?
Decláreme sus enojos,
pues callar un hombre es mengua.
Dígame una vez su lengua
lo que me dicen sus ojos.
Si teme mi calidad
su bajo y humilde estado,
bastante ocasión le ha dado
mi atrevida libertad.
Ya le han dicho que le adoro
mis ojos, aunque fue en vano.
La lengua, al dalle la mano
a costa de mi decoro,
ya abrió el camino que pudo
mi vergüenza. Ciego infante,
ya que me habéis dado amante,
¿para qué me le dais mudo?
Mas no me espanto lo sea
pues tanto Amor me humilló;
que, aun diciéndoselo yo,
podrá ser que no lo crea.
Sale doña JUANA
JUANA: Don Dionís, señora, viene
a darte lición.
Vase
MADALENA: A dar
lición vendrá de callar
pues aun palabras no tiene.
De suerte me trata Amor
que mi pena no consiente
más silencio. Abiertamente
le declararé mi amor
contra el común orden y uso;
mas tiene de ser de modo
que, diciéndoselo todo,
le he de dejar más confuso.
Siéntase en una silla. Finge que duerme y
sale MIRENO, descubierto
MIRENO: ¿Qué manda vuestra excelen-
cia?
¿Es hora de dar lición?
(Ya comienza el corazón
Aparte
a temblar en su presencia.
Pues que calla, no me ha visto;
sentada sobre la silla
con la mano en la mejilla
está.)
MADALENA: (En vano me resisto.
Aparte
Yo quiero dar a entenderme
como que dormida estoy.)
MIRENO: Don Dionís, señora, soy.
¿No me responde? ¿Si duerme?
Durmiendo está. Atrevimiento,
agora es tiempo. Llegad
a contemplar la beldad
que ofusca mi entendimiento.
Cerrados tiene los ojos.
Llegar puedo sin temor;
que, si son flechas de Amor,
no me podrán dar enojos.
¿Hizo el Autor soberano
de nuestra naturaleza
más acabada belleza?
Besarla quiero una mano.
¿Llegaré? Sí...pero no;
que es la reliquia divina
y mi humilde boca indina
de tocalla. ¿Pero yo
soy hombre y tiemblo? ¿Qué es esto?
Ánimo. ¿No duerme? Sí.
Llega y retírase
Voy. ¿Si despierta? ¡Ay de mí,
que el peligro es manifiesto
y moriré si recuerda
hallándome de este modo!
Para no perderlo todo
bien es que esto poco pierda.
El temor el Amor venza.
Afuera quiero esperar.
MADALENA: (¡Que no se atrevió a llegar!
Aparte
¡Mal haya tanta vergüenza!)
MIRENO: No parezco bien aquí
solo, pues durmiendo está.
Yo me voy.
MADALENA: (¿Que al fin se va?)
Aparte
Como que duerme
Don Dionís...
MIRENO: ¿Llamóme? Sí.
¡Qué presto que despertó!
Miren, ¡qué bueno quedara
si mi intento ejecutara!
¿Está despierta? Mas no;
que en sueños pienso que acierta
mi esperanza entretenida;
y quien me llama dormida
no me quiere mal despierta.
¿Si acaso soñando está
en mí? ¡Ay, cielos! ¿Quién supiera
lo que dice?
Como que duerme
MADALENA: No os vais fuera.
Llegaos, don Dionís, acá.
MIRENO: Llegar me manda su sueño.
¡Qué venturosa ocasión!
Obedecella es razón
pues, aunque duerme, es mi dueño.
Amor, acabad de hablar.
No seáis corto.
Todo lo que hablare ella es como entre sueños
MADALENA: Don Dionís,
ya que a enseñarme venís
a un tiempo a escribir y amar
al conde de Vasconcelos..
MIRENO: ¡Ay, cielos! ¿Qué es lo que veis?
MADALENA: ...quisiera ver si sabéis
qué es amor y qué son celos;
porque será cosa grave
que ignorante por vos quede,
pues que ningún otro puede
enseñar lo que no sabe.
Decidme, ¿tenéis amor?
¿De qué os ponéis colorado?
¿Qué vergüenza os ha turbado?
Responded. Dejá el temor;
que el amor es un tributo
y una deuda natural
en cuantos viven, igual
desde el ángel hasta el bruto.
Ella misma se pregunta y responde como que
duerme
Si esto es verdad, ¿para qué
os avergonzáis así?
¿Queréis bien? --Señora, sí--.
¡Gracias a Dios que os saqué
una palabra siquiera.
MIRENO: ¿Hay sueño más amoroso?
¡Oh, mil veces venturoso
quien le escucha y considera!
Aunque tengo por más cierto
que yo solamente soy
el que soñándolo estoy;
que no debo estar despierto.
MADALENA: ¿Ya habéis dicho a vuestra
dama
vuestro amor?--No me he atrevido--.
¿Luego nunca lo ha sabido?
--Como el amor todo es llama,
bien lo habrá echado de ver
por los ojos lisonjeros,
que son mudos pregoneros--.
La lengua tiene de hacer
ese oficio; que no entiende
distintamente quien ama
esa lengua que se llama
algarabía de allende.
¿No os ha dado ella ocasión
para declararos?--Tanta
que mi cortedad me espanta--.
Hablad, que esa suspensión
hace a vuestro amor agravio.
--Temo perder por hablar
lo que gozo por callar--.
Eso es necedad, que un sabio
al que calla y tiene amor
compara a un lienzo pintado
de Flandes que está arrollado.
Poco medrará el pintor
si los lienzos no descoge
que al vulgo quiere vender
para que los pueda ver.
El palacio nunca acoge
la vergüenza; esa pintura
desdoblad, pues que se vende,
que el mal que nunca se entiende
difícilmente se cura.
--Sí; mas la desigualdad
que hay, señora, entre los dos
me acobarda--. ¿Amor no es dios?
--Sí, señora--. Pues hablad;
que sus absolutas leyes
saben abatir monarcas
e igualar con las abarcas
la coronas de los reyes.
Yo os quiero por medianera,
decidme a mí quién amáis.
--No me atrevo--. ¿Qué dudáis?
¿Soy mala para tercera?
--No, pero temo, ¡ay de mí!--
¿Y si yo su nombre os doy?
¿Diréis si es ella si soy
yo acaso? --Señora, sí--.
¡Acabara yo de hablar!
¿Mas que sé que os causa celos
el conde de Vasconcelos?
--Háceme desesperar;
que es, señora, vuestro igual
y heredero de Berganza--.
La igualdad y semejanza
no está en que sea principal,
o humilde y pobre el amante,
sino en la conformidad
del alma y la voluntad.
Declaraos de aquí adelante,
don Dionís. A esto os exhorto;
que en juegos de amor no es cargo
tan grande un cinco de largo
como es un cinco de corto.
Días ha que os preferí
al conde de Vasconcelos.
MIRENO: ¿Qué escucho, piadosos cielos?
Da un grito MIRENO, y hace que despierte
doña MADALENA
MADALENA: ¡Ay, Jesús! ¿Quién está aquí?
¿Quién os trujo a mi presencia,
don Dionís?
MIRENO: Señora mía...
MADALENA: ¿Qué hacéis aquí?
MIRENO: Yo venía
a dar a vuestra excelencia
lición. Halléla durmiendo,
y mientras que despertaba
aquí, señora, aguardaba.
MADALENA: Dormíme, en fin, y no entien-
do
de qué pudo sucederme;
que es gran novedad en mí
quedarme dormida así.
Levántase
MIRENO: Si sueña siempre que duerme
vuestra excelencia del modo
que agora, ¡dichoso yo!
MADALENA: (¡Gracias al cielo que habló
Aparte
este mudo!)
MIRENO: (¡Tiemblo todo!)
Aparte
MADALENA: ¿Sabéis vos lo que he soña-
do?
MIRENO: Poco es menester saber
para eso.
MADALENA: Debéis de ser
otro Josef.
MIRENO: Su traslado
en la cortedad he sido
pero no en adivinar.
MADALENA: Acabad de declarar
cómo el sueño habéis sabido.
MIRENO: Durmiendo vuestra excelencia,
por palabras le ha explicado.
MADALENA: ¡Válame Dios!
MIRENO: Y he sacado
en mi favor la sentencia,
que falta ser confirmada
para hacer mi dicha cierta
por vueselencia despierta.
MADALENA: Yo no me acuerdo de nada.
Decídmelo; podrá ser
que me acuerda de algo agora.
MIRENO: No me atrevo, gran señora.
MADALENA: Muy malo debe de ser
pues no me lo osáis decir.
MIRENO: No tiene cosa peor
que haber sido en mi favor.
MADALENA: Mucho lo deseo oír.
Acabad ya, por mi vida.
MIRENO: Es tan grande el juramento
que anima mi atrevimiento.
Vuestra excelencia dormida...
Tengo vergüenza.
MADALENA: Acabad;
que estáis, don Dionís, pesado.
MIRENO: Abiertamente ha mostrado
que me tiene voluntad.
MADALENA: ¿Yo? ¿Cómo?
MIRENO: Alumbró mis celos,
y en sueños me ha prometido...
MADALENA: ¿Sí?
MIRENO: ...que he de ser preferido
al conde de Vasconcelos.
Mire si en esta ocasión
son los favores pequeños.
MADALENA: Don Dionís, no creáis en sue-
ños;
que los sueños sueños son.
Vase
MIRENO: ¿Agora sales con eso?
Cuando sube mi esperanza,
carga el desdén la balanza
y se deja en fiel el peso.
Con palabras tan resueltas
dejas mi dicha mudada.
¡Qué mala era para espada
voluntad con tantas vueltas!
¿Por qué varios arcaduces
guía el cielo aqueste amor?
Con el desdén y favor
me he quedado entre dos luces.
No he de hablar más en mi vida
pues mi desdicha concierta
que me desprecie despierta
quien me quiere bien dormida.
Calla el alma su pasión
y sirva a mejores dueños,
sin dar crédito a más sueños;
que los sueños sueños son.
Sale TARSO
TARSO: Pues, señor, ¿cómo te ha ido?
MIRENO: ¿Qué sé yo? Ni bien ni mal.
Con un compás quedo igual:
amado y aborrecido.
A mi vergüenza y recato
me vuelvo que es lo mejor.
TARSO: Di, pues, que le fue a tu amor
como a tres con un zapato.
MIRENO: Después me hablarás despacio.
TARSO: Bato, el pasto y vaquero
de tu padre, está en Avero
y entrando acaso en palacio
me ha conocido, y desea
hablarte y verte; que está
loco de placer.
MIRENO: Sí hará.
¡Oh, llaneza de mi aldea!
¡Cuánto mejor es tu trato
que el de palacio confuso
donde el engaño anda al uso!
Vamos, Brito, a hablar a Bato,
y a mi padre escribiré
de mi fortuna el estado.
En un lugar apartado
quiero velle.
TARSO: ¿Pues por qué?
MIRENO: Porque tengo, Brito, miedo
que de mi humilde linaje
la noticia aquí me ultraje
antes de ver este enredo
en qué para.
TARSO: Y es razón.
MIRENO: Ven, porque le satisfagas.
TARSO: A ti amor y a mí estas bragas
nos han puesto en confusión.
Vanse. Salen doña SERAFINA y don ANTO-
NIO
SERAFINA: No sé, conde, si dé a mi padre
aviso
de vuestro atrevimiento y de su agravio,
que agravio ha sido suyo el atreveros
a entrar en su servicio de ese modo
para engañarme a mí y a él afrentalle.
Otros medios hallárades mejores,
pues noble sois, con que obligar al duque,
sin fingiros así su secretario,
pues no sé yo, si no es tenerme en poco.
¿Qué liviandad hallasteis en mi pecho
para atreveros a lo que habéis hecho?
ANTONIO: Yo vino de camino a ver mi
prima
y quiso Amor que os viese.
SERAFINA: Conde, basta.
Yo estoy muy agraviado justamente
de vuestro atrevimiento. ¿Vos creístes
que en tan poco mi fama y honra tengo
que descubriéndoos, como lo habéis hecho,
había de rendirme a vuestro gusto?
Imaginarme a mí mujer tan fácil
ha sido injuria que a mi honor se ha hecho.
Mi padre ha dado al de Estremoz palabra
que he de ser su mujer, y aunque mi padre
no la diera ni yo le obedeciera,
por castigar aqueste desatino
me casara con él. Salid de Avero
al punto, don Antonio, o daré aviso
de aquesto a don Düarte y si lo entiende
peligraréis, pues corren por su cuenta
mis agravios.
ANTONIO: ¿Que ansí me descono-
ces?
SERAFINA: Idos, conde, de aquí, que daré
voces.
ANTONIO: Déjame disculpar de los agra-
vios
que me imputas, que el juez más riguroso
antes de sentenciar escucha al reo.
SERAFINA: Conde, ¡vive los cielos! Que si
una hora
estáis más en la villa, que esta noche
me case con el conde por vengarme.
Yo os aborrezco, conde. Yo no os quiero.
¿Qué me queréis? Aquí la mayor pena
que me puede afligir es vuestra vista.
Si a vuestro amor mi amor no corresponde,
conde, ¿qué me queréis? Dejadme, conde.
ANTONIO: Áspid, que entre las rosas
de esa belleza escondes tu veneno,
¿mis quejas amorosas
desprecias de este modo? ¡Ay, Dios, que peno,
sin remediar mis males
en tormentos de penas infernales!
Pues que del paraíso
de tu vista destierras mi ventura,
hágate Amor Narciso,
y de tu misma imagen y hermosura
de suerte te enamores
que, como lloro, sin remedio llores.
Yo me voy, pues lo quieres,
huyendo del rigor crüel que encierras.
Agravio de mujeres,
pues de tu vista hermosa me destierras,
por quedar satisfecho
desterraré tu imagen de mi pecho.
Saca el retrato del pecho
En el mar de tu olvido
echará tus memorias la venganza
que a Amor y al cielo pido,
pues de esta suerte alcanzará bonanza
el mar en que me anego,
si es mar donde las ondas son de fuego.
Borrad, alma, el retrato
que en vos pinta el Amor, pues que yo arrojo
aquéste por ingrato,
Arrójale
castigo justo de mi justo enojo
por quien mi amor desmedra.
Adiós, crüel, retrato de una piedra
que, pues al tiempo apelo,
médico sabio que locuras cura.
Razón es que en el suelo
os deje, pues que sois de piedra dura,
si el suelo piedras cría.
Quédate, fuego, ardiendo en nieve fría.
Vase
SERAFINA: ¿Hay locuras semejantes?
¿Es posible que sujetos
a tan rabiosos efetos
estén los pobres amantes?
¡Dichosa mil veces yo
que jamás admití el yugo
de tan tirano verdugo!
¿Qué es lo que en el suelo echó
y con renombre de ingrato
tantas injurias le dijo?
Quiero verle, que colijo
mil quimeras. ¡Un retrato!
Álzale
Es de un hombre, y me parece
que me parece de modo
que es mi semejanza en todo.
Cuanto el espejo me ofrece
miro aquí. Como en cristal
bruñido mi imagen propia
aquí la pintura copia
y un hombre es su original.
¡Válgame el cielo! ¿Quién es,
pues no es retrato del conde
que en nada le corresponde?
¿Pues por qué le echó a mis pies?
Decid, Amor, ¿es encanto
éste para que me asombre?
¿Es posible que haya hombre
que se me parezca tanto?
No, porque cuando le hubiera,
¿qué ocasión le ha dado el pobre
para que tal odio cobre
con él el conde? Si fuera
mío, pareciera justo
que en él de mí se vengara,
y que al suelo le arrojara
por sólo darme disgusto.
Algún enredo o maraña
se encierra en aqueste enima.
Doña Juana que es su prima
ha de sabello. ¡Qué extraña
confusión! Llamalla quiero,
aunque con ella he reñido
viendo que la causa ha sido
que esté su primo en Avero.
Mas ella sale.
Sale doña JUANA
JUANA: Ya está,
señora, abierto el jardín.
Entre el clavel y el jazmín
vuestra excelencia podrá,
entreteniéndose un rato,
perder la cólera e ira
que tiene conmigo.
SERAFINA: Mira,
doña Juana, este retrato.
JUANA: (Éste es el suyo. ¿A qué fin
Aparte
mi primo se le dejó?
¡Cielos, si sabe que yo
le metí dentro del jardín!)
SERAFINA: ¿Viste semejanza tanta
en tu vida?
JUANA: No, por cierto.
(¡Si aqueste es el que en el huerto Aparte
copió el pintor!)
SERAFINA: ¿No te espanta?
JUANA: Mucho.
SERAFINA: Tu primo, enojado,
porque su amor tuve en poco,
con disparates de loco
le echó en el suelo, y airado
se fue. Quise ver lo que era
y hame causado inquietud
pues por la similitud
que tiene, saber quisiera
a qué fin aquesto ha sido.
Pues de su pecho las llaves
tienes, dilo, si lo sabes.
JUANA: (Basta, que no ha conocido
Aparte
que es suyo. La diferencia
del traje de hombre y color
que mudó en él el pintor
es la causa.) Vueselencia
me manda diga una cosa
de que estoy tan ignorante
como espantada.
SERAFINA: Bastante
es ser yo poco dichosa
para que lo ignores. Diera
cualquier precio de interés
por sólo saber quién es.
JUANA: Pues sabedlo...
SERAFINA: ¿Cómo?
JUAN: Espera;
llamando al conde mi primo,
y fingiendo algún favor
con que entretener su amor...
SERAFINA: La famosa traza estimo;
mas habráse ya partido.
JUANA: No habrá. Yo le iré a llamar.
SERAFINA: Ve presto.
JUANA: (¿Hay más singular
Aparte
suceso? Castigo ha sido
del cielo que a su retrato
ame quien a nadie amó.)
Vase [doña JUANA]
SERAFINA: No en balde en tierra os echó
quien con vos ha sido ingrato,
que si es vuestro original
tan bello como está aquí
su traslado, creed de mí
que no le quisiera mal.
Y a fe que hubiera alcanzado
lo que muchos no han podido,
pues vivos no me han vencido
y él me venciera pintado.
Mas, aunque os haga favor,
no os espante mi mudanza,
que siempre la semejanza
ha sido causa de amor.
Salen don ANTONIO y doña JUANA
JUANA: Esto es cierto.
ANTONIO: ¿Hay tal enredo?
JUANA: Lo que has de responder mira.
ANTONIO: Prima, con una mentira
tengo de gozar, si puedo,
la ocasión.
SERAFINA: Conde...
ANTONIO: ¿Señora?
SERAFINA: Muy colérico sois.
ANTONIO: Es
condición de Portugués,
y no es mucho, si en media hora
me mandáis dejar Avero,
que hiciese extremos de loco.
SERAFINA: Callad, que sabéis muy poco
de nuestra condición. Quiero
haceros, conde, saber,
porque os será de importancia,
que son caballos de Francia
las iras de una mujer.
El primer ímpetu, extraño;
pero al segundo se cansa,
que el tiempo todo lo amansa.
ANTONIO: (Prima, todo esto es engaño.)
Aparte
SERAFINA: No quiero ya que os partáis.
ANTONIO: De aquesta suerte, el desdén
pasado doy ya por bien.
SERAFINA: Pues ya sosegado estáis,
¿no me diréis la razón
por qué, cuando os apartastes,
este retrato arrojastes
en el suelo? ¿Qué ocasión
os movió a caso tan nuevo?
¿Cúyo es aqueste retrato?
ANTONIO: Deciros, señora, trato
la verdad; mas no me atrevo.
SERAFINA: ¿Pues, por qué?
ANTONIO: Temo un castigo
terrible.
SERAFINA: No hay que temer.
Yo os aseguro.
ANTONIO: Perder
la vida por un amigo
no es mucho. Aquesa presencia
a declararme me anima.
(Ya va de mentira, prima.)
Aparte
SERAFINA: Decid.
ANTONIO: Oiga vueselencia:
Días ha que habrá tenido
entera y larga noticia
de la historia lastimosa
del gran duque de Coímbra,
gobernador de este reino,
en guerra y paz maravilla;
que por ser con vuestro padre
de una cepa y sangre misma,
y tan cercanos en deudo
como esta corona afirma,
habréis llorado los dos
la causa de sus desdichas.
SERAFINA: Ya sé toda aquesa historia.
Mi padre la contó un día
a mi hermana en mi presencia.
Su memoria me lastima.
Veinte años dicen que habrá
que le desterró la envidia
de Portugal con su esposa
y un tierno infante. Holgaría
de saber si aún vive el duque,
y en qué reino o parte habita.
ANTONIO: Sola la duquesa es muerta
porque su memoria viva;
que [a]l hijo infeliz y [a]l duque,
con quien mi padre tenía
deudo y amistad al tiempo
que de la prisión esquiva
huyó, le ofreció su amparo
y arriesgando hacienda y vida.
Hasta agora le ha tenido
disfrazado en una quinta,
donde, entre toscos sayales,
los dos la tierra cultivan,
que con sus lágrimas riegan
dándoles por fruto espinas.
El hijo, a quien hizo el cielo
con tantas partes que admiran
al mundo su discreción,
su presencia y gallardía
se crió conmigo, y es
la mitad del alma mía;
que el ñudo de la amistad
hace de dos una vida.
Quiso el cielo que viniese,
habrá medio año, a esta villa
disfrazado de pastor,
y que tu presencia y vista
le robase por los ojos
el alma, cuya homicida,
respondiendo el valle en ecos,
pregonan que es Serafina.
Mil veces determinado
de decirte sus desdichas,
le ha detenido el temor
de ver que el rey le publica
por traidor a él y a su padre,
y a quien no diere noticia
de ellos, que a todos alcanza
el rigor de la justicia.
Yo, que como propias siento
las lágrimas infinitas
que por ti sin cesar llora,
le di la palabra un día
de declararte su amor,
y de su presencia y vista
gallarda darte el retrato
que tienes. Llegué y, sabida
tu condición desdeñosa,
ni inclinada ni rendida
a las coyundas de Amor
de quien tan pocos se libran,
no me atreví abiertamente
a declararte el enigma
de sus amorosas penas,
hasta que la ocasión misma
me la ofreciese de hablarte,
y así alcancé de mi prima
que el duque me recibiese.
Supe después que quería
con el de Estremoz casarte
y, por probar si podía
estorballo de este modo,
mostré las llamas fingidas
de mi mentiroso amor,
respondiéndome con ira
y yo, para que mirases
el retrato que te inclina
a menos rigor, echéle
a tus pies, que bien sabía
que su belleza pintada
de tu presunción altiva
presto había de triunfar.
En fin, bella Serafina,
el dueño de este retrato
es don Dionís de Coímbra.
SERAFINA: Conde, ¿eso es cierto?
ANTONIO: Y tan cierto
que, a estallo él y saber
que le amabas, sin temer
el hallarse descubierto,
pienso que viniera a darte
el alma.
SERAFINA: Si eso es verdad
no sé si en mi voluntad
podrá caber don Düarte.
¡Válgame Dios! ¡Que éste es hijo
de don Pedro!
ANTONIO: Su belleza
dice que sí.
SERAFINA: (¿Qué flaqueza
Apar-
te
es la vuestra alma? Colijo
que no sois la que solía;
mas justamente merece
quien tanto se me parece
ser amado.) ¿No podría
velle?
ANTONIO: De noche bien puedes,
si das a tus penas fin
y le hablas por el jardín,
que él saltará sus paredes.
Mas de día no osará
porque hay ya quien le ha mirado
en Avero con cuidado
y, si más nota en él da,
ya ves el peligro.
SERAFINA: Conde,
un hombre tan principal,
a mi calidad igual,
y que a mi amor corresponde,
es ingratitud no amalle.
En todo has sido discreto;
sélo en guardar más secreto,
y haz cómo yo pueda hablalle;
que el alma a dalle comienza
la libertad que contrasta.
¡Y adiós!
ANTONIO: ¿Vaste?
SERAFINA: Aquesto basta;
que habla poco la vergüenza.
Vase
JUANA: Primo, ¿es verdad que don Pe-
dro
el duque vive y su hijo?
ANTONIO: Calla, que el alma lo dijo
viendo lo que en mentir medro.
Ni sé del duque ni dónde
su hijo y mujer llevó.
Don Dionís he de ser yo
de noche y de día el conde
de Penela. Y de esta suerte,
si Amor su ayuda me da,
mi industria me entregará
lo que espero.
JUANA: Primo, advierte
lo que haces.
ANTONIO: Engañada
queda. Amor mi dicha ordena
con nombre y ayuda ajena,
pues por mí no valgo nada.
Vanse. Salen el duque y doña MADALENA
DUQUE: Quiero veros dar lición
que la carta que ayer vi
para el conde, en que leí
de el sobre escrito el renglón
me contentó. Ya escribís
muy cierto.
MADALENA: Y aún no lo entiende,
con ser tan claro, y se ofende
mi maestro don Dionís.
Sale MIRENO
MIRENO: ¿Llámame, vuestra excelencia?
MADALENA: Sí, que el duque, mi señor,
quiere ver si algo mejor
escribo. Vos experiencia
tenéis de cuán escribana
soy. ¿No es verdad?
MIRENO: Sí, señora.
MADALENA: Escribí, no ha cuarto de hora,
medio dormida, una plana
tan clara que la entendiera
aun quien no sabe leer.
¿No me doy bien a entender,
don Dionís?
MIRENO: Muy bien.
MADALENA: Pudiera
serviros, según fue buena,
de materias para hablar
en su loor.
MIRENO: Con callar
la alabo; sólo condena
mi gusto el postrer renglón
por más que la pluma excuso
porque estaba muy confuso.
MADALENA: Diréislo por el borrón
que eché a la postre.
MIRENO: ¿Pues no?
MADALENA: Pues adrede lo eché allí.
MIRENO: Sólo el borrón corregí
porque lo demás borró.
MADALENA: Bien lo pudiste quitar
que un borrón no es mucha mengua.
MIRENO: ¿Cómo?
MADALENA: El borrón con la lengua
se quita, y no con callar.
Ahora bien, cortá una pluma.
Sacan recado y corta una pluma
MIRENO: Ya, gran señora, la corto.
MADALENA: ¡Acabad, que sois muy corto!
Vuestra excelencia presuma
que de vergüenza no sabe
hacer cosa de provecho.
DUQUE: Con todo, estoy satisfecho
de su letra.
MADALENA: Es cosa grave
el dalle avisos por puntos
sin que aproveche. ¡Acabad!
DUQUE: Madalena, reportad.
MIRENO: ¿Han de ser cortos los puntos?
MADALENA: ¡Qué amigo que sois de cor-
to!
Largos los pido. Cortaldos
de aqueste modo o dejaldos.
MIRENO: Ya, gran señora, los corto.
DUQUE: ¡Qué mal acondicionada
sois!
MADALENA: Un hombre vergonzoso
y corto es siempre enfadoso.
MIRENO: Ya está la pluma cortada.
MADALENA: Mostrad. ¡Y qué mala! ¡Ay,
Dios!
Pruébala y arrójala
DUQUE: ¿Por qué le echáis en el suelo?
MADALENA: ¡Siempre me la dais con pelo!
Líbreme el cielo de vos.
Quitalde con el cuchillo.
No sé de vos qué presuma,
siempre con pelo la pluma
y la lengua con frenillo.
MIRENO: (Propicios me son los cielos.
Aparte
Todo esto es en mi favor.)
Sale el CONDE don Duarte
CONDE: Dadme albricias, gran señor,
el conde de Vasconcelos
está sola una jornada
de vuestra villa.
MADALENA: (¡Ay de mí!)
Aparte
CONDE: Mañana llegará aquí
porque trae tan limitada,
dicen, del rey la licencia
que no hará más de casarse
mañana y luego tornarse.
Apreste vuestra excelencia
lo necesario, que yo
voy a recibirle luego.
DUQUE: ¿No me escribe?
CONDE: Aqueste pliego.
DUQUE: Hija, la ocasión llegó
que deseo.
MADALENA: (Saldrá vana.)
Aparte
MIRENO: (¡Ay, cielo!)
Aparte
MADALENA: (Mi bien suspira.)
Aparte
DUQUE: Vamos. Deja aqueso y mira
que te has de casar mañana.
Vanse el DUQUE y el CONDE, y pónese a
escribir ella
MADALENA: Don Dionís, en acabando
de escribir aquí, leed
este billete y haced
luego lo que en él os mando.
MIRENO; (Si ya la ocasión perdí,
Aparte
¿qué he de hacer? ¡Ay, suerte dura!)
MADALENA: Amor todo es coyuntura.
Vase [doña MADALENA]
MIRENO: Fuése. El papel dice ansí:
Lee
"No da el tiempo más espacio;
esta noche, en el jardín
tendrá los temores fin
del vergonzoso en palacio."
¡Cielos! ¿Qué escucho? ¿Qué veo?
¿Esta noche? ¿Hay más ventura?
¿Si lo sueño? ¿Si es locura?
No es posible. No lo creo.
Vuelve a leer
"Esta noche en el jardín..."
¡Vive Dios, que está aquí escrito!
¡Mi bien! A buscar a Brito
voy. ¿Hay más dichoso fin?
Presto en tu florido espacio
dará envidia entre mis celos
al conde de Vasconcelos
el vergonzoso en palacio.
[Vase.] Salen LAURO, RUY Lorenzo, BATO y
MELISA
LAURO: Buenas nuevas te dé Dios.
Escoge en albricias, Bato,
la oveja mejor del hato.
Poco es una, escoge dos.
¿Que mi hijo está en Avero?
¿Que del duque es secretario
mi primo? ¡Ay tiempo voltario!
Mas, ¿qué me quejo? ¿Qué espero?
Vamos a verle los dos;
mis ojos su vista gocen.
Venid.
RUY: ¿Y si me conocen?
LAURO: No lo permitirá Dios.
Tiznaos como carbonero
la cara; que de esta vez
daré a mi triste vejez
un buen día hoy en Avero.
Mi gozo crece por puntos.
Agora a vivir comienzo.
Alto. Vamos, Ruy Lorenzo.
BATO: Todos podremos ir juntos.
LAURO: Guardad vosotros la casa.
Vanse los dos, [LAURO y RUY Lorenzo]
MELISA: Sí. Bercebú que la guarde.
BATO: ¿Qué tenéis aquesta tarde?
MELISA: ¡Ay, Bato! ¡Que aqueso pasa!
¿Que no preguntó por mí
Tarso?
BATO: No se le da un pito
por vos, ni es Tarso.
MELISA: ¿Pues?
BATO: Brito,
o Cabrito.
MELISA: ¡Ay! ¿Tarso ansí?
A verte he de ir esta tarde.
¡Crüel, tirano, enemigo!
BATO: ¿Sola?
MELISA: Vasco irá conmigo.
BATO: Buen mastín lleváis que os guarde.
¿Queréisle mucho?
MELISA: Enfinito.
BATO: Pues en Brito se ha mudado,
la mitad para casado
tien...
MELISA: ¿Qué?
BATO: De cabrito el Brito.
Vanse. [Salen] a la ventana doña JUANA y
doña SERAFINA
SERAFINA: ¡Ay, querida doña Juana!
Nota de mi fama doy;
mas si lo dilato hoy
me casa el duque mañana.
JUANA: Don Dionís, señora, es tal
que no llega don Düarte
con la más mínima parte
a su valor. Portugal
por su padre llora hoy día.
Para en uno sois los dos.
Gozaos mil años.
SERAFINA: ¡Ay, Dios!
JUANA: No temas, señora mía,
que mi primo fue por él.
Presto le traerá consigo.
SERAFINA: Él tiene un notable amigo.
JUANA: Poco se hallarán como él.
Sale don ANTONIO, como de noche
ANTONIO: Hoy, Amor, vuestras quime-
ras
de noche me han convertido
en un don Dionís fingido
y un don Antonio de veras.
Por y otro he de hablar.
Gente siento a la ventana.
JUANA: Ruido suena. No fue vana
mi esperanza.
Sale TARSO, de noche
TARSO: Este lugar
mi dichoso don Dionís
me manda que mire y ronde
por si hay gente.
JUANA: ¡Ce! ¿Es el conde?
ANTONIO: Sí, mi señora.
JUANA: ¿Venís
con don Dionís?
TARSO: (¿Cómo es esto?
Aparte
¿Don Dionís? La burla es buena.
¿Mas si es doña Madalena?
Reconocer este puesto
me manda, porque le avise
si anda gente, y me parece
que otro en su lugar se ofrece,
y que le ronde, ande y pise.
¡Vaya! ¿Mas que es don Dionís?
¡Eso no!)
ANTONIO: Conmigo viene
un don Dionís, que os previene
el alma, que ya adquirís,
para ofrecerse a esas plantas.
Hablad, don Dionís. ¿Qué hacéis?
Finge que habla don Dionís, mudando la voz
¿Que estoy suspenso, no veis,
contemplando glorias tantas?
Pagar lo mucho que os debo
con palabras será mengua,
y ansí refreno la lengua
porque en ella no me atrevo.
Mas, señora, Amor es dios
y por mí podrá pagar.
JUANA: (¡Bien sabe disimular
Apar-
te
el habla.)
SERAFINA: ¿No tenéis vos
crédito para pagarme
esta deuda?
ANTONIO: No lo sé;
mas buen fiador os daré.
El conde puede fïarme.
[Habla de por sí]
Yo os fío.
TARSO: (¡Válgate el diablo! Apar-
te
Sólo un hombre es, vive Dios,
y parece que son dos.
Disimula la voz
ANTONIO: Con mucho peligro os hablo
aquí. Haced mi dicha cierta
y tenga mis penas fin.
SERAFINA: Pues, ¿qué queréis?
ANTONIO: Del jardín
tengo ya franca la puerta.
JUANA: Mira que suele rondarte
don Düarte, señora mía,
y que si aguardas al día
has de ser de don Düarte.
Cualquier dilación es mala.
SERAFINA: ¡Ay, Dios!
JUANA: ¡Qué tímida eres!
¿Entrará?
SERAFINA: Haz lo que quisieres.
Como don ANTONIO
ANTONIO: Don Dionís, Amor te iguala
a la ventura mayor
que pudo dar. Corresponde
a tu dicha.
Como don Dionís
Amigo conde,
por vuestra industria y favor
he adquirido tanto bien;
dadme esos brazos. Yo soy
tu amigo, conde, desde hoy.
[Como don ANTONIO]
Yo vuestro esclavo.
[Como don Dionís]
Está bien.
Dará el tiempo testimonio
de esta deuda.
[Como don ANTONIO]
Aquí te aguardo;
que así mis amigos guardo.
Entrad.
Como don Dionís]
Adiós, don Antonio.
Éntrase
SERAFINA: ¿Entró?
JUANA: Sí.
SERAFINA: ¿Que de este modo
fuerce Amor a una mujer?
Mas por sólo no lo ser
del de Estremoz, poco es todo.
¡Mi padre y honor perdone!
JUANA: Vamos y deja ese miedo.
Vanse las dos
TARSO: ¿Hase visto igual enredo?
En gran confusión me pone
este encanto. Un don Antonio
que consigo mismo hablaba,
dijo que aquí se quedaba
y se entró. Él es demonio.
Sale MIRENO, de noche
MIRENO: Él se debió de quedar
como acostumbra, dormido.
TARSO: Ya queda sostituído
por otro aquí tu lugar.
MIRENO: ¿Qué dices, necio? Responde.
Vienes aquí a ver si hay gente,
¿y estáste aquí, impertinente?
TARSO: Gente ha habido.
MIRENO: ¿Quién?
TARSO: Un conde
y un don Dionís de tu nombre,
que es uno y parecen dos.
MIRENO: ¿Estás sin seso?
TARSO: Por Dios,
que acaba de entrar un hombre
con tu doña Madalena
que, o es colegial trilingue,
o a sí propio se distingue,
o es tu alma que anda en pena.
Más sabe que veinte Ulises.
Algún traidor te ha burlado,
o yo este enredo he soñado,
o aquí hay dos don Dionises.
MIRENO: Soñástelo.
TARSO: ¡Norabuena!
Sale a la ventana doña MADALENA
MADALENA: ¿Si habrá don Dionís venido?
TARSO: A la ventana ha salido
un bulto.
MADALENA: ¡Ay, Dios! Gente suena.
¡Ce! ¿Es don Dionís?
MIRENO: Mi señora,
yo soy ese venturoso.
MADALENA: Entrad, pues, mi vergonzoso.
Vase
MIRENO: ¿Crees que lo soñaste agora?
TARSO: No sé.
MIRENO: Si mi cortedad
fue vergüenza, adiós, vergüenza;
que seréis, como no os venza,
desde agora necedad.
Vase
TARSO: Confuso me voy de aquí
que debo estar encantado.
Dos Dionises han entrado
o yo estoy fuera de mí.
De estas calzas por momentos
salen quimeras como ésta;
¡pobre de quien trae acuestas
dos cestas de encantamientos!
Vase. Salen LAURO y RUY Lorenzo, de pasto-
res.
LAURO: Éste es, Ruy Lorenzo, Avero.
RUY: Aquí me vi un tiempo, Lauro,
rico y próspero, y ya pobre
y ganadero.
LAURO: Altibajos
son del tiempo y la Fortuna,
inconstante siempre y vario.
¡Buen palacio tiene el duque!
RUY: Ahora acaba de labrallo;
propiedad de la vejez,
hacellos y no gozallos.
LAURO: Busquemos a mi Mireno.
RUY: En palacio aún es temprano;
que aquí amanece muy tarde
y hemos mucho madrugado.
LAURO: ¿Cuándo durmió el deseoso?
¿Cuándo Amor buscó descanso?
No os espante que madrugue
que soy padre. Deseo y amo.
Salen VASCO y MELISA, de pastores
VASCO: Mucho has podido conmigo,
Melisa.
MELISA: Débote, Vasco,
gran voluntad.
VASCO: ¿A qué efeto
me traes, Melisa, a palacio
desde los montes incultos?
MELISA: En ellos sabrás de espacio
mis intentos.
VASCO: Miedo tengo.
MELISA: (¡Ay, Tarso, crüel, ingrato!
Aparte
Mi imán eres, tras ti voy;
que soy hierro.)
VASCO: Aun sería el diablo
que ahora me conociese
algún mozo de caballos,
colgándome de la horca
en fe de ser peso falso.
MELISA: ¡Ay, Vasco, retírate!
VASCO: ¿Pues qué...?
MELISA: ¿No ves a nuesamo,
y al tuyo? Si aquí nos topa,
pendencia hay para dos años.
Tocan cajas
VASCO: Volvámonos. Mas, ¿qué es esto?
RUY: ¿Tan de mañana han tocado
cajas? ¿A qué fin será?
LAURO: No lo sé.
RUY: Si no me engaño,
sale el duque. Algo hay de nuevo.
LAURO: A esta parte retirados
podremos saber lo que es;
que parece que echan bandos.
Salen el DUQUE [y] el CONDE, con gente, y un
ATAMBOR
DUQUE: Conde, con ningunas nuevas
pudiera alegrarme tanto
como con éstas. Ya cesan
las desdichas y trabajos
de don Pedro de Coímbra,
mi primo, si el cielo santo
le tiene vivo.
CONDE: Sí hará;
que al cabo de tantos años
de males querrá que goce
el premio de su descanso.
LAURO: ¿Qué es esto que escucho, cielos?
¿Soy yo de quien habla acaso
mi primo el duque de Avero?
Mas, no, que soy desdichado.
DUQUE: Antes que vais, don Düarte,
por el yerno, que hoy aguardo,
quiero que oigáis el pregón
que el rey manda. ¡Echad el bando!
ATAMBOR: "El rey nuestro señor Alfonso
el Quinto
manda que en todos sus estados reales
con solemnes y públicos pregones
se publique el castigo que en Lisboa
se hizo del traidor Vasco Fernández
por las traiciones que a su tío el duque
don Pedro de Coímbra ha levantado,
a quien da por leal vasallo y noble
y en todos sus estados restituye.
Mandando que en cualquier parte que asista,
si es vivo, le respeten como a él mismo
y si es muerto, su imagen echa al vivo
pongan sobre un caballo, y una palma
en la mano le lleven a su corte,
saliendo a recibirle los lugares;
y declara a los hijos que tuviere
por herederos de su patrimonio,
dando a Vasco Fernández y a sus hijos
por traidores, sembrándoles sus casas
de sal, como es costumbre en estos reinos
desde el antiguo tiempo de los godos.
Mándase [esto] pregonar porque venga
a noticia de todos."
Vase
VASCO: ¡Larga arenga!
MELISA: [¡Así digo yo!] ¡Buen garguero
tiene el que ha repiqueteado!
LAURO: Gracias a vuestra piedad,
recto juez, clemente y sabio,
que volvéis por mi justicia.
RUY: El parabién quiero daros
con las lágrimas que vierto.
Gocéisle, duque, mil años.
DUQUE: ¿Qué labradores son estos
que hacen extremos tantos?
CONDE: ¡Ah, buena gente! Mirad
que os llama el duque.
LAURO: Trabajos,
si me habéis tenido mudo,
ya es tiempo de hablar. ¿Qué aguardo?
Dadme aquesos brazos nobles,
duque ilustre, primo caro.
Don Pedro soy.
DUQUE: ¡Santos cielos,
dos mil gracias quiero daros!
CONDE: ¡Gran duque! ¿En aqueste traje?
LAURO: En éste me he conservado
con vida y honra hasta agora.
MELISA: ¡Aho! ¿Diz que es duque nueso
amo?
VASCO: Sí.
MELISA: Démosle el parabién.
VASCO: ¿No le ves que está ocupado?
Tiempo habrá. Déjalo agora.
No nos riña.
MELISA: Pues dejallo.
DUQUE: Es el conde de Estremoz
a quien la palabra he dado
de casalle con mi hija
la menor, y agora aguardo
al conde de Vasconcelos,
sobrino vuestro.
LAURO: Mi hermano
estará ya arrepentido,
si traidores le engañaron.
DUQUE: Dióle a doña Madalena,
mi hija mayor.
LAURO: Sois sabio
en escoger tales yernos.
DUQUE: Y venturoso otro tanto
en que seréis su padrino.
RUY: (Aunque el conde me ha mirado,
Aparte
no me ha conocido. ¡Ay, cielos!
¿Quién vengará mis agravios?)
DUQUE: Hola, llamad a mis hijas,
que de suceso tan raro,
por la parte que les toca,
es bien darlas cuenta.
MELISA: Vasco,
verdad es. Ven y lleguemos.
Por muchos y buenos años
goce el duquencio.
LAURO: ¿Melisa
aquí?
MELISA: Vine a ver a Tarso.
VASCO: (No oso hablar, no que conozcan;
Aparte
que está mi vida en mis labios.)
Salen doña MADALENA, SERAFINA y doña
JUANA
MADALENA: ¿Qué manda vuestra excelen-
cia?
DUQUE: Que beséis, hija, las manos
al gran duque de Coímbra,
vuestro tío.
MADALENA: ¡Caso raro!
LAURO: Lloro de contento y gozo.
SERAFINA: (Mi suerte y ventura alabo.
Aparte
Ya segura gozaré
mi don Dionís, pues ha dado
fin el cielo a sus desdichas.)
LAURO: Gocéis, sobrinas, mil años
los esposos que os esperan.
SERAFINA: El cielo guarde otros tantos
la vida de vueselencia.
MADALENA: Si la mía estima en algo,
le suplico, así propicios
de aquí adelante los hados
le dejen ver reyes nietos
y venguen de sus contrarios
que este casamiento impida.
DUQUE: ¿Cómo es eso?
MADALENA: Aunque el recato
de la mujeril vergüenza
cerrarme intento los labios,
digo, señor, que ya estoy
casada.
DUQUE: ¿Cómo? ¿Qué aguardo?
¿Estáis sin seso, atrevida?
MADALENA: El cielo y Amor me han dado
esposo, aunque humilde y pobre,
discreto, mozo y gallardo.
DUQUE: ¿Qué dices, loca? ¿Pretendes
que te mate?
MADALENA: El secretario
que me diste por maestro
es mi esposo.
DUQUE: Cierra el labio.
¡Ay, desdichada vejez!
Vil, ¿por un hombre tan bajo
al conde de Vasconcelos
desprecias?
MADALENA: Ya le ha igualado
a mi calidad Amor;
que sabe humillar los altos
y ensalzar a los humildes.
DUQUE: Daréte la muerte.
LAURO: Paso,
que es mi hijo vuestro yerno.
DUQUE: ¿Cómo es eso?
LAURO: El secretario
de mi sobrina vuestra hija,
es Mireno, a quien ya llamo
don Dionís y mi heredero.
DUQUE: Ya vuelvo en mí. Por bien dado
doy mi agravio de este modo.
MADALENA: ¿Hijo es vuestro? ¡Ay, Dios!
¿Qué aguardo
que no beso vuestros pies?
SERAFINA: Eso no, porque es engaño.
Don Dionís, hijo del duque
de Coímbra es quien me ha dado
mano y palabra de esposo.
DUQUE: ¿Hay hombre más desdichado?
SERAFINA: Doña Juana es buen testigo.
MADALENA: Don Dionís está en mi cuarto
y mi recámara.
SERAFINA: ¡Bueno!
En la mía está encerrado.
LAURO: Yo no tengo más de un hijo.
DUQUE: Tráiganlos luego. ¿En qué caos
de confusión estoy puesto?
MELISA: ¿En qué parará esto, Vasco?
VASCO: No sé lo que te responda
pues ni sé si estoy soñando
ni si es verdad lo que veo.
MELISA: ¡Ay, Dios! ¡Si saliese Tarso!
Sale MIRENO
MIRENO: Confuso vengo a tus pies.
LAURO: Hijo mío, aquesos brazos
den nueva vida a estas canas.
Éste es don Dionís.
SERAFINA: ¿Qué engaños
son estos, cielos crüeles?
DUQUE: Abrazadme, ya que ha hallado
el más gallardo heredero
de Portugal este estado.
LAURO: ¿Qué miras, hijo, perplejo?
El nombre tosco ha cesado
que de Mireno tuviste.
Ni lo eres, ni soy Lauro
sino el duque de Coímbra.
El rey está ya informado
de mi inocencia.
MIRENO: ¿Qué escucho?
¡Cielos! ¡Amor! ¡Bienes tantos!
Sale don ANTONIO
ANTONIO: Dadme, señor, esos pies.
DUQUE: ¿A qué venís, secretario?
SERAFINA: Conde, ¿qué es de don Dionís,
mi esposo?
ANTONIO: Yo os he engañado.
En su nombre gocé anoche
la belleza y bien más alto
que tiene el Amor.
DUQUE: ¡Oh, infame!
SERAFINA: ¡Matadle!
CONDE: ¡Matadle!
JUANA: Paso,
que es el conde de Penela,
mi primo.
ANTONIO: Perdón aguardo,
duque y señor, a tus pies.
CONDE: Los cielos lo han ordenado,
porque vuelven por Leonela
a quien di palabra y mano
de esposo y la desprecié
gozada.
LAURO: Aquí está su hermano,
que por vengar esa injuria,
aunque no con medio sabio,
vive pastor abatido.
Si a interceder por él basto,
reducidle a vuestra gracia.
RUY: Perdón pido.
VASCO: Y también Vasco.
DUQUE: Basta, que lo manda el duque.
CONDE: Recibidme por cuñado,
que a Leonela he de cumplir
la palabra que le he dado
luego que a mi estado vuelva.
¿Dónde está?
RUY: Tu pecho hidalgo
hace, al fin, como quien es.
SERAFINA: Y qué, ¿fué mío el retrato?
DUQUE: Dadle, conde don Antonio,
a Serafina la mano;
que, pues el de Vasconcelos
perdió la ocasión por tardo,
disculpado estoy con él.
A MIRENO
¡Muy bien habéis enseñado
a escribir a Madalena!
¿Érades vos el callado,
el cortés, el vergonzoso?
Pero, ¿quién lo fue en palacio?
Sale TARSO
TARSO: ¿Duque Mireno? ¿Qué escucho?
Don Dionís, esos zapatos
te beso, y pido en albricias
de la esposa y del ducado
que me quites estas calzas,
y el día del Jueves Santo
mandes ponellas a un Judas.
MELISA: ¡Ah traidor, mudable, ingrato!
Agora me pagarás
el amor, penas y llanto
que me debes. Señor duque,
de rodillas se lo mando
que mos case.
TARSO: ¿Estotro es cura?
MELISA: Mande que me quiera Tarso.
MIRENO: Yo se lo mando, y le doy
por ello tres mil cruzados.
TARSO: ¿Por la cara o por la bolsa?
MIRENO; Y mi camarero le hago
para que asista conmigo.
DUQUE: Doña Juana está a mi cargo.
Yo le daré un noble esposo.
A recibir todos vamos
al conde de Vasconcelos
porque, viendo el desengaño
de su amor, sepa la historia
del vergonzoso en palacio
y, a pesar de maldicientes,
las faltas perdone el sabio.