Capítulo V Si el jefe de una plaza sitiada debe o no salir a parlamentar

Lucio Marcio, legado de los romanos en la guerra contra Perseo, rey de Macedonia, queriendo ganar el tiempo de que había menester para organizar su ejército, aparentó desear llegar a un acuerdo; el rey, distraído, le concedió algunos días de tregua, facilitando así a su enemigo recursos, oportunidad y tiempo para apercibirse mejor a la lucha, con lo cual encontró su ruina. El senado romano, guardador de las costumbres dignas de memoria, acusó tal práctica como enemiga de la antigua, que era, según los miembros de aquel cuerpo, combatir frente a frente, no valiéndose de sorpresas ni emboscadas nocturnas, ni de huidas aparentes y ataques inesperados, no dando comienzo a una guerra sin antes haberla declarado, y a veces después de haber señalado previamente la hora y el lugar de la batalla. Por virtud de aquel proceder rechazaron al médico traidor que Pirro les envió y a los faliscos el preceptor desleal. Tal era el proceder de los romanos en oposición a la sutileza griega y a la astucia púnica, según las cuales vencer por la fuerza era menos glorioso que vencer, por el engaño. El que se sirve de malas artes y logra su deseo, se da por satisfecho; pero sólo se da por bien derrotado el que reconoce haberlo sido, no por el engaño ni el azar, sino por el valor, de ejército a ejército, en franca y abierta lucha. Dedúcese de aquí que esas buenas gentes no habían aceptado como justa esta hermosa sentencia:

Dolus an virtus quis in hoste requirat?[84]


Refiere Polibio que los aqueos detestaban en sus guerras todo propósito engañoso, no estimando victoria buena más que aquella en que los esfuerzos del enemigo fueron bien abatidos. Eam vir sanctus el sapiens sciet veram esse victoriam, quae, salva fide el integra dignitate parabitur[85], añade Cicerón.

Vosne velit an me, regnare era, quidve ferat, fors,
virtute experiamur.
[86]

En el reino de Ternate, que figura entre las naciones que nos complacemos en llamar bárbaras, es costumbre no emprender guerra alguna sin haberla antes anunciado, y declarado ampliamente las fuerzas de que disponen, número de combatientes, municiones y qué género de armas, así ofensivas como defensivas van a emplearse en la lucha; tal formalidad cumplida, si sus enemigos no llegan a un acuerdo, no tienen aquéllos inconveniente en servirse de cuantos medios están en su mano para lograr la victoria.

Los antiguos florentinos estaban tan lejos de alcanzar por sorpresa ventaja sobre sus enemigos, que advertían a éstos un mes antes de echarlas tropas al campo por medio del continuo toque de la campana, que llamaban Martinella.

Menos escrupulosos nosotros, damos la palma sólo al que vence, y practicamos la doctrina de Lisander, el cual decía: «Donde no basta la piel del león, precisa añadir un trozo de la del zorro.» Las más frecuentes ocasiones de sorpresa se sacan de esta sentencia. Es principio recibido entre todos nuestros guerreros, «que jamás el gobernador de una fortaleza sitiada salga a parlamentar». Fue esto mal visto en tiempos recientes y reprochando a los señores de Montmord y de l'Assigny, que defendían a Mouson peleando contra el duque de Nassau. Discúlpase, sin embargo, al que sale de tal suerte que la ventaja y seguridad permanecen de su parte; como hizo en la ciudad de Reggio el conde Guido de Rangan (si concedemos crédito a Bellay, pues Guieciardini asegura que fue él el autor del hecho), cuando el señor del Escut se acercó para parlamentar, porque permaneció aquél tan cerca de su fortaleza, que habiéndose producido algún desorden durante la entrevista, no sólo el señor del Escut y los suyos se vieron debilitados, sino que Alejandro Trivulcio fue muerto y el propio del Escut viose obligado, para mejor defensa, a seguir al conde y a cobijarse bajo la buena fe de éste al resguardo del peligro en la ciudad.

Eumenes, en la ciudad de Nora, obligado por Antígono que la sitiaba a salir para hablarle, alegando que era de razón que saliese a su encuentro, en atención a que el segundo era el más fuerte, después de haber dado la siguiente noble respuesta: «No estimo que otro sea más fuerte que o, en tanto que disponga de mi espada» no consintió en abandonar su puesto hasta que Antígono le dio a su sobrino en rellenes conforme había pedido.

No les fue mal a algunos fiándose en la palabra del sitiador; testimonio de ello es el caso de Enrique de Vaux, caballero de la Champagne, quien fue cercado en el castillo de Commercy por los ingleses. Bartolomé de Bonnes, que mandaba la plaza, hizo quemar gran parte del castillo; de modo que el fuego amenazaba acabar con las vidas de los que se hallaban dentro. De Vaux fue invitado a parlamentar en su provecho por el sitiador, y así lo hizo. Como su completa ruina, en caso contrario, no se lo ocultaba, se sintió singularmente reconocido al enemigo, a la merced del cual se encomendó. Apenas llegó el fuego a la mina, el castillo quedó enteramente destruido.

Tengo siempre confianza en la buena fe de los demás; pero mal de mi grado me encomendaría a ella, cuando mi determinación hiciera suponer o presumir la desesperación o la falta de valor; prefiero entregarme a la franqueza y crédito en la lealtad ajena.

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