CUANDO se difundió entre los marineros que Zaratustra estaba a bordo del barco -pues un hombre que venía de las islas Benditas había subido a bordo con él-, hubo gran curiosidad y expectación. Pero Zaratustra guardó silencio durante dos días, y estaba frío y sordo de tristeza, de modo que no respondía a las miradas ni a las preguntas. Al atardecer del segundo día, sin embargo, volvió a abrir los oídos, aunque siguió guardando silencio, pues había muchas cosas curiosas y peligrosas que oír a bordo del barco, que venía de lejos y debía seguir avanzando. Zaratustra, sin embargo, era aficionado a todos los que hacen viajes lejanos, y no le gusta vivir sin peligro. Y he aquí que, al escuchar, se le soltó por fin la lengua y se le rompió el hielo del corazón. Entonces comenzó a hablar así:
A vosotros, osados aventureros y aventureras, y a quien se haya embarcado con velas astutas en mares espantosos,-
A ti, los enigmáticos-intoxicados, los que disfrutan del crepúsculo, cuyas almas son atraídas por las flautas a cada golfo traicionero:
-Porque te disgusta tantear un hilo con mano cobarde; y donde puedes adivinar, allí odias calcular-.
Sólo a ti te cuento el enigma que vi, la visión del más solitario.
Con tristeza caminé últimamente en el crepúsculo color cadáver, con tristeza y severidad, con los labios comprimidos. No sólo un sol se había puesto para mí.
Un camino que ascendía audazmente entre peñascos, un sendero maligno y solitario, que ni hierbas ni arbustosalegraban ya , un camino de montaña, crujía bajo la osadía de mi
Marchando mudo sobre el despreciable tintineo de los guijarros, pisoteando la piedra que lo dejaba resbalar: así mi pie forzaba su camino hacia arriba.
Hacia arriba:- a pesar del espíritu que lo atrajo hacia abajo, hacia el abismo, el espíritu de la gravedad, mi diablo y archienemigo.
Hacia arriba:- aunque se sentó sobre mí, medio enano, medio lunar; paralizado, paralizante; goteando plomo en mi oído, y pensamientos como gotas de plomo en mi cerebro.
¡"¡Oh Zaratustra!", susurró despectivamente, sílaba a sílaba, "¡piedra de la sabiduría! te lanzaste a lo alto, pero toda piedra lanzada debe caer!
¡Oh Zaratustra, piedra de la sabiduría, piedra de la honda, destructor de estrellas! Tú mismo te arrojaste tan alto, pero toda piedra arrojada debe caer.
Condenado por ti mismo, y a tu propia lapidación: ¡Oh, Zaratustra, lejos te arrojó tu piedra, pero sobre ti mismo retrocederá!"
Entonces el enano guardó silencio, y éste duró mucho tiempo. El silencio, sin embargo, me oprimía; y al estar así en pareja, uno se siente verdaderamente más solo que cuando está solo.
Subí, subí, soñé, pensé,- pero todo me oprimía. Me parecía a un enfermo, a quien una mala tortura fatiga, y un sueño peor despierta de su primer sueño.-
Pero hay algo en mí que llamo coraje: hasta ahora me ha matado todo el desánimo. Este coraje al final me hizo quedarme quieto y decir: "¡Enano! ¡Tú! O yo".
Porque el valor es el mejor asesino, el valor que ataca, porque en cada ataque hay un sonido de triunfo.El hombre, sin embargo, es el animal más valiente: así ha vencido a todo animal. Con el sonido del triunfo él ha superado cada dolor; el dolor humano, sin embargo, es el dolor más doloroso.
El coraje mata también el vértigo ante los abismos: ¡y dónde no está el hombre ante los abismos! ¿No es ver en sí mismo abismos?
El coraje es el mejor asesino: el coraje mata también el sufrimiento del prójimo. Sin embargo, el sufrimiento del prójimo es el abismo más profundo: tan profundamente como el hombre mira la vida, tan profundamente también mira el sufrimiento.
El valor, sin embargo, es el mejor asesino, el valor que ataca: mata incluso a la propia muerte; porque dice: "¿Era eso vida? ¡Pues bien! Una vez más".
Sin embargo, en ese discurso hay mucho sonido de triunfo. El que tenga oídos para oír, que oiga.-