51. Pasando por

Así, vagando lentamente a través de muchos pueblos y diversas ciudades, Zaratustra regresó por caminos tortuosos a sus montañas y a su cueva. Y he aquí que también llegó de improviso a la puerta de la gran ciudad. Aquí, sin embargo, un tonto espumoso, con las manos extendidas, saltó hacia él y se interpuso en su camino.Era el mismo tonto al que el pueblo llamaba "el mono de Zaratustra", pues había aprendido de él algo de la expresión y la modulación del lenguaje, ytal vez le gustaba también tomar prestado del acervo de su sabiduría. Y el tonto habló así a Zaratustra:

Oh Zaratustra, aquí está la gran ciudad: aquí no tienes nada que buscar y todo que perder.

¿Por qué vadearías este fango? ¡Tengan piedad de su pie! Escupe más bien en la puerta de la ciudad, y... ¡regresa!

Aquí está el infierno para los pensamientos de los ermitaños: aquí están los grandes pensamientos hervidos vivos y pequeños.

Aquí decaen todos los grandes sentimientos: ¡aquí sólo pueden traquetear las sensaciones con hueso!

¿No hueles ya los despojos y las cocinas del espíritu? ¿No se empaña esta ciudad con los humos del espíritu sacrificado?

¿No ves las almas colgando como trapos sucios y flácidos?

¿No oyes cómo el espíritu se ha convertido aquí en un juego verbal? Y también hacen periódicos con esta bazofia verbal.

Se persiguen unos a otros y no saben dónde. Se enardecen unos a otros, y no saben por qué. Tintinean con su pellizco, tintinean con su oro.

Son fríos, y buscan el calor de las aguas destiladas; están inflamados, y buscan el frescor de los espíritus congelados; están todos enfermos y doloridos por la opinión pública.

Todas las lujurias y vicios están aquí en casa; pero aquí también están los virtuosos; hay mucha virtud designada:-

Mucha virtud apoteósica con dedos de escribano, y carne dura de sentarse y esperar, bendecida con pequeñas estrellas de pecho, e hijas acolchadas y sin joroba.

También hay aquí mucha piedad, y mucho lamer y escupir fielmente, ante el Dios de los Ejércitos.

"De lo alto", gotea la estrella, y la graciosa saliva; por lo alto, anhela todo pecho sin estrellas.

La luna tiene su corte, y la corte tiene sus terneros de la luna: a todo lo que viene de la corte rezan los mendicantes, y a todas las virtudes mendicantes aptas.

"Yo sirvo, tú sirves, nosotros servimos"- así reza toda la virtud asignable al príncipe: ¡que la estrella merecida se pegue por fin en el esbelto pecho!

Pero la luna sigue girando en torno a todo lo terrenal: así gira también el príncipe en torno a lo más terrenal de todo, que, sin embargo, es el oro del comerciante.

El Dios de las Huestes de la guerra no es el Dios del bar de oro; el príncipe propone, pero el tendero dispone.

Por todo lo luminoso, fuerte y bueno que hay en ti, ¡oh Zaratustra! ¡Escupe en esta ciudad de comerciantes y regresa!

Aquí fluye toda la sangre pútrida y tibia y espumosa por todas las venas: ¡escupe sobre la gran ciudad, que es el gran tugurio donde toda la escoria hace espuma!

Escupir sobre la ciudad de las almas comprimidas y los pechos esbeltos, de los ojos puntiagudos y los dedos pegajosos...

-Sobre la ciudad de los obsesivos, de los descarados, de los demagogos de la pluma y de la lengua, de los ambiciosos recalentados:-

Donde todo lo mutilado, lo mal afamado, lo lujurioso, lo desconfiado, lo enfermizo y lo sedicioso, supura perniciosamente:-

-¡Escupir en la gran ciudad y volver!

 

Sin embargo, aquí Zaratustra interrumpió al tonto espumoso y le cerró la boca.

¡Detén esto de una vez! gritó Zaratustra, ¡hace tiempo que tu discurso y tu especie me repugnan!

¿Por qué viviste tanto tiempo junto al pantano, que tú mismo tuviste que convertirte en rana y sapo?

¿No fluye una sangre contaminada, espumosa y pantanosa en tus propias venas, cuando has aprendido así a croar y a denostar?

¿Por qué no fuiste al bosque? ¿O por qué no labrasteis la tierra? ¿No está el mar lleno de islas verdes?

Desprecio tu desprecio; y cuando me advertiste... ¿por qué no te advertiste a ti mismo?

Sólo del amor alzará el vuelo mi desprecio y mi pájaro de advertencia; ¡pero no del pantano!

Te llaman mi mono, tonto espumoso: pero yo te llamo mi cerdo gruñidor, - por tu gruñido, estropeas hasta mi alabanza de la locura.

¿Qué fue lo primero que te hizo gruñir? Porque nadie te halagó lo suficiente:- por eso te sentaste al lado de esta inmundicia, para tener motivo de gruñir mucho,-

-¡Para que tengas motivo de mucha venganza! Porque la venganza, tonto vano, es toda tu espuma; ¡te he adivinado bien!

¡Pero tu palabra de tonto me perjudica, incluso cuando tienes razón! Y aunque la palabra de Zaratustra estuviera cien veces justificada, ¡tú nunca harías mal con mi palabra!

 

Así habló Zaratustra. Entonces contempló la gran ciudad y suspiró, y guardó un largo silencio. Por fin habló así:

Yo también detesto esta gran ciudad, y no sólo a este tonto. Aquí y allá, no hay nada que mejorar, nada que empeorar.

¡Ay de esta gran ciudad! - ¡Y ojalá viera ya la columna de fuego en la que será consumida!

Pues tales columnas de fuego deben preceder al gran mediodía. Pero esto tiene su tiempo y su propio destino.

Este precepto, sin embargo, te lo doy a ti, en la despedida, tonto: Donde ya no se puede amar, hay que pasar...

 

Así habló Zaratustra, y pasó por el tonto y la gran ciudad.

 

 

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