50. El Monte de los Olivos

WINTER, un mal invitado, se sienta conmigo en casa; azules están mis manos con su amistoso apretón de manos.

Lo honro, a ese mal huésped, pero con gusto lo dejo en paz. De buena gana huyo de él; ¡y cuando uno corre bien, entonces se escapa de él!

Con los pies calientes y los pensamientos cálidos corro donde el viento está en calma, hacia el rincón soleado de mi monte de olivos.

Allí me río de mi severo huésped, y todavía le tengo cariño; porque limpia mi casa de moscas, y acalla muchos ruidos pequeños.

Porque no sufre si un mosquito quiere zumbar, o incluso dos de ellos; además, los carriles lo hacen solitario, de modo que la luz de la luna tiene miedo allí por la noche.

Es un huésped difícil, pero lo honro, y no adoro, como los tiernos, al ídolo de fuego panzón.

Mejor incluso un poco de rechinar de dientes que la adoración de un ídolo, así lo quiere mi naturaleza. Y sobre todo tengo rencor contra todos los ídolos de fuego ardientes y humeantes.

A quien amo, lo amo mejor en invierno que en verano; mejor me burlo ahora de mis enemigos, y más de corazón, cuando el invierno se sienta en mi casa.

De corazón, de verdad, incluso cuando me arrastro a la cama-: allí, todavía ríe y desea mi felicidad oculta; incluso mi sueño engañoso ríe.

Yo, ¿un trepador? Nunca en mi vida me arrastré ante los poderosos; y si alguna vez mentí, lo hice por amor. Por eso me alegro incluso en mi lecho de invierno.

Una cama pobre me calienta más que una rica, pues soy celoso de mi pobreza. Y en invierno me es más fiel.

Con una maldad comienzo cada día: Me burlo del invierno con un baño frío: por eso refunfuña mi severa compañera de casa.

También me gusta hacerle cosquillas con un mechero de cera, para que por fin deje salir el cielo del crepúsculo gris ceniciento.

Porque soy especialmente malvado por la mañana: a la hora temprana en que el cubo suena en el pozo, y los caballos relinchan calurosamente en las calles grises:-

Impacientemente espero entonces, que el cielo claro pueda finalmente amanecer para mí, el cielo de invierno con barba de nieve, el canoso, el cabeza blanca,-.

-¡El cielo de invierno, el silencioso cielo de invierno, que a menudo ahoga incluso su sol!

¿Acaso aprendí de ella el largo y claro silencio? ¿O ella lo aprendió de mí? ¿O cada uno de nosotros lo ha creado por sí mismo?

De todas las cosas buenas el origen es mil veces,- todas las cosas buenas pícaras surgen por alegría: ¡cómo podrían hacerlo siempre- por una sola vez!

Una buena picardía es también el largo silencio, y mirar, como el cielo de invierno, desde un semblante claro y de ojos redondos:-

-Como ahogar el propio sol, y la inflexible voluntad solar: ¡verdaderamente, este arte y esta picardía invernal los he aprendido bien!

Mi maldad más querida y arte es, que mi silencio ha aprendido a no traicionarse a sí mismo por el silencio.

Traqueteando con la dicción y los dados, burlo a los solemnes asistentes: todos esos severos vigilantes, eludirán mi voluntad y propósito.

Para que nadie pueda ver en mi profundidad y en mi última voluntad, para eso creé el largo y claro silencio.

Encontré a muchos astutos: velaron su rostro y enturbiaron su agua, para que nadie pudiera ver a través y por debajo.

Pero precisamente a él acudieron los más astutos desbaratadores y cascanueces: ¡precisamente de él pescaron sus peces mejor escondidos!

Pero los claros, los honestos, los transparentes, son para mí los silenciosos más sabios: en ellos es tan profunda la profundidad que ni siquiera el agua más clara la delata.-

Tú, barba de nieve, silenciosa, cielo de invierno, tú, cabeza blanca de ojos redondos sobre mí. ¡Oh, parábola celestial de mi alma y su desenfreno!

¿Y no debo ocultarme como quien ha tragado oro, para que no se me desgarre el alma?

¿No debo llevar zancos, para que pasen por alto mis largas piernas, todos esos envidiosos y dañinos que me rodean?

Esas almas sucias, calentadas por el fuego, usadas, teñidas de verde, de mal carácter, ¡cómo podría su envidia soportar mi felicidad!

Así les muestro sólo el hielo y el invierno de mis picos- ¡y no que mi montaña serpentea todas las fajas solares a su alrededor!

Sólo oyen el silbido de mis tormentas de invierno: y no saben que también viajo sobre mares cálidos, como anhelantes, pesados y calientes vientos del sur.

Se compadecen también de mis accidentes y azares:- pero mi palabra dice: "Deja que me llegue el azar: ¡inocente es como un niño pequeño!"

¡Cómo podrían soportar mi felicidad, si no pusiera a su alrededor accidentes, y privaciones invernales, y gorros de piel de oso, y copos de nieve enmarañados!

-¡Si yo mismo no me compadeciera de su piedad, de la piedad de esos envidiosos e injuriadores!

-¡Si yo mismo no suspirara ante ellos, y parloteara con frío, y me dejara envolver pacientemente por su piedad!

Esta es la sabia voluntad y la buena voluntad de mi alma, que no oculta sus inviernos y tormentas glaciales; tampoco oculta sus sabañones.

Para un hombre, la soledad es la huida del enfermo; para otro, es la huida de los enfermos.

Que me oigan parlotear y suspirar de frío invernal, todos esos pobres bribones bizcos que me rodean. Con tales suspiros y parloteos huyo de sus calurosas habitaciones.

Que se compadezcan de mí y suspiren conmigo por mis sabañones: "¡Al hielo del conocimiento todavía se congelará hasta la muerte!" - así se lamentan.

Mientras tanto, corro con los pies calientes por aquí y por allá en mi monte de olivos: en el rincón soleado de mi monte de olivos canto, y me burlo de toda piedad.-

 

Así cantó Zaratustra.

 

 

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