Mi boca es del pueblo: demasiado tosca y cordial hablo para los conejos de Angora. Y aún más extraña suena mi palabra para todos los peces de tinta y los zorros de pluma.
Mi mano es una mano de tonto: ¡ay de todas las mesas y paredes, y de todo lo que tenga espacio para el dibujo de un tonto, para el garabato de un tonto!
Mi pie es un pie de caballo; con él pisoteo y troto sobre el palo y la piedra, en los campos de arriba a abajo, y me deleito en todas las carreras rápidas.
Mi estómago... ¿es seguramente el estómago de un águila? Porque prefiere la carne de cordero. Ciertamente es el estómago de un ave.
Alimentada con cosas inocentes, y con pocas, dispuesta e impaciente por volar, por echar a volar, ésa es ahora mi naturaleza: ¡por qué no ha de haber en ella algo de naturaleza de pájaro!
Y especialmente que soy hostil al espíritu de la gravedad, que es la naturaleza de las aves: ¡verdaderamente, mortalmente hostil, supremamente hostil, originalmente hostil! Oh, ¿dónde no ha volado y mal volado mi hostilidad?
Podría cantar una canción, y la cantaré, aunque esté solo en una casa vacía y deba cantarla a mis propios oídos.
Hay otros cantantes, sin duda, a los que sólo el lleno hace que la voz sea suave, la mano elocuente, el ojo expresivo, el corazón despierto: a esos no me parezco.