¡Oh tú, mi Voluntad! ¡tú cambias de toda necesidad, mi necesidad! ¡Presérvame de todas las pequeñas victorias!
¡Tú, destino de mi alma, que yo llamo destino! ¡Tú, en mí! ¡Sobre mí! ¡Presérvame y perdóname por un gran destino!
Y tu última grandeza, mi Voluntad, resérvala para tu última, para que seas inexorable en tu victoria. ¡Ah, quién no ha perecido por su victoria!
¡Ah, cuyo ojo no se ha encaprichado en este crepúsculo intoxicado! ¡Ah, cuyo pie no haya vacilado y olvidado en la victoria cómo mantenerse en pie!
-Para que un día esté listo y maduro en la gran marea del mediodía: listo y maduro como el mineral resplandeciente, la nube portadora de rayos y la ubre de leche hinchada:-
-Preparado para mí y para mi Voluntad más oculta: un arco ansioso de su flecha, una flecha ansiosa de su estrella:-
-Una estrella, lista y madura en su mediodía, resplandeciente, atravesada, bendecida, por las flechas solares aniquiladoras:
-¡Un sol en sí mismo, y una voluntad solar inexorable, dispuesta a la aniquilación en la victoria!
¡Oh, Voluntad, que cambias de toda necesidad, mi necesidad! ¡Perdóname por una gran victoria! - -
Así habló Zaratustra.