58. El gran anhelo

Oh, alma mía, te he enseñado a decir "hoy" como "antaño" y "antes", y a bailar tu medida sobre cada Aquí y Allá y Allá.

Oh, alma mía, yo te libré de todos los males, aparté de ti el polvo, las arañas y el crepúsculo.

Oh, alma mía, yo lavéde tila mezquina vergüenza y la virtud de los bajos fondos, y te persuadí a permanecer desnuda ante los ojos

Con la tormenta que se llama "espíritu" soplé sobre tu mar agitado; todas las nubes las aparté de él; estrangulé incluso al estrangulador llamado "pecado".

Oh, alma mía, te di el derecho de decir No como la tormenta, y de decir Sí como el cielo abierto dice Sí: tranquilo como la luz te queda, y ahora camina a través de negar las tormentas.

Oh, alma mía, te devolví la libertad sobre lo creado y lo increado; y ¿quién conoce, como tú, la voluptuosidad del futuro?

Oh, alma mía, te enseñé el desprecio que no llega como el que come gusanos, el grande, el amoroso desprecio, que ama más donde más desprecia.

Oh, alma mía, te he enseñado a persuadir de tal manera que persuades hasta los mismos terrenos hacia ti: como el sol, que persuade hasta el mar en su altura.

Oh, alma mía, te he quitado toda la obediencia y el doblar las rodillas y rendir homenaje; yo mismo te he dado los nombres de "Cambio de necesidad" y "Destino".

Oh, alma mía, te he dado nuevos nombres y jugueteos de alegres colores, te he llamado "Destino" y "el Circuito de los circuitos" y "la Cuerda del tiempo" y "la Campana de Azur".

Oh alma mía, a tu dominio di toda la sabiduría para beber todos los vinos nuevos, y también todos los vinos fuertes inmemoriales de la sabiduría.

Oh, alma mía, cada sol derramado sobre ti, y cada noche y cada silencio y cada anhelo:- entonces creciste para mí como una vid.

Oh, alma mía, exuberante y pesada te presentas ahora, una vid con ubres hinchadas y racimos llenos de uvas doradas y pardas:

-Lleno y pesado por tu felicidad, esperando desde la superabundancia, y sin embargo avergonzado de tu espera.

Oh, alma mía, no hay ningún lugar que pueda ser más amoroso, más amplio y más extenso. ¿Dónde podrían estar el futuro y el pasado más unidos que contigo?

Oh alma mía, todo te lo he dado, y todas mis manos se han quedado vacías por ti:- ¡y ahora! Ahora dime, sonriendo y lleno de melancolía: "¿Quién de nosotros debe las gracias?

-¿No debe el dador dar las gracias porque el receptor recibió? ¿Acaso dar no es una necesidad? ¿Recibir no es compasivo?"

Oh, alma mía, comprendo la sonrisa de tu melancolía: ¡tu sobreabundancia misma tiende ahora las manos anhelantes!

Tu plenitud mira por encima de los mares embravecidos, y busca y espera: ¡el anhelo de la sobreabundancia mira desde el cielo sonriente de tus ojos!

Y en verdad, ¡oh alma mía! ¿Quién podría ver tu sonrisa y no derretirse en lágrimas? Los mismos ángeles se derriten en lágrimas por la sobregracia de tu sonrisa.

Tu gracia y sobregracia, es la que no se quejará ni llorará: y sin embargo, oh alma mía, anhela tu sonrisa para las lágrimas, y tu boca temblorosa para los sollozos.

"¿No es todo llanto quejumbroso? Y todo quejarse, acusar?" Así te hablas a ti mismo; y por eso, oh alma mía, prefieres sonreír a derramar tu dolor...

-¡Que con lágrimas a borbotones viertas todo tu dolor sobre tu plenitud, y sobre el ansia de la vid por el viñador y el cuchillo de la vendimia!

Pero no llorarás, no llorarás tu púrpura melancolía, entonces tendrás que cantar, ¡oh alma mía! - He aquí que yo mismo sonrío, que te predigo esto:

-Tendrás que cantar con pasión, hasta que todos los mares se calmen para escuchar tu anhelo,-

-Hasta que sobre los tranquilos mares anhelantes se desliza la corteza, la maravilla dorada, en torno a la cual retozan todas las cosas buenas, malas y maravillosas:-

-También muchos animales grandes y pequeños, y todo lo que tiene pies ligeros y maravillosos, para poder correr por caminos de color azul violeta,-

-Hacia la maravilla de oro, la corteza espontánea, y su amo: él, sin embargo, es el vinatero que espera con el cuchillo de diamante de la vendimia,-

-¡Tu gran libertador, oh alma mía, el innominado- para el que sólo encontrarán nombre las canciones futuras! Y en verdad, ya tiene tu aliento la fragancia de futuras canciones,-

-¡Ya te resplandece y sueña, ya te bebe sediento en todos los profundos pozos de consuelo que resuenan, ya reposa tu melancolía en la dicha de los cantos futuros!

Oh, alma mía, ahora te lo he dado todo, y hasta mi última posesión, y todas mis manos se han quedado vacías por ti: - que te hice cantar, ¡he aquí que era lo último que podía dar!

Que te pedí que cantaras, - di ahora, di: ¿quién de nosotros debe ahora las gracias? - Mejor aún, sin embargo: cántame, canta, ¡oh alma mía! ¡Y déjame darte las gracias!

 

Así habló Zaratustra.

 

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