68. El mendigo voluntario

Cuando Zaratustra abandonó al hombre más feo, sintió frío y soledad, pues mucho frío y soledad se apoderaron de su espíritu, de modo que hasta sus miembros se enfriaron por ello.Sin embargo, cuando seguía caminando, subiendo y bajando, a veces, pasando por verdes praderas, aunque también a veces por salvajes lechos de piedra donde alguna vez un impaciente arroyo había hecho su cama, entonces se volvía de nuevo más cálido y saludable

"¿Qué me ha pasado?", se preguntó, "algo cálido y vivo me acelera; debe estar en el barrio.

Ya estoy menos solo; compañeros y hermanos inconscientes vagan a mi alrededor; su cálido aliento toca mi alma".

Sin embargo, cuando espió y buscó a los consoladores de su soledad, he aquí que había unas vacas reunidas en una eminencia, cuya proximidad y olor habían calentado su corazón. Las vacas, sin embargo, parecían escuchar con atención a un orador y no hacían caso a quien se acercaba. Sin embargo, cuando Zaratustra estuvo muy cerca de ellas, oyó claramente que una voz humana hablaba en medio de las vacas, y aparentemente todas ellas habían vuelto la cabeza hacia el orador.

Entonces Zaratustra corrió a toda prisa y apartó a los animales, pues temía que alguien se hubiera encontrado aquí con un daño, que la piedad de las vacas difícilmente podría aliviar. Pero en esto se engañó; porque he aquí que en el suelo estaba sentado un hombre que parecía persuadir a los animales de que no le temieran, un hombre pacífico y predicador en el monte, de cuyos ojos salía la bondad misma. "¿Qué buscáis aquí?", gritó Zaratustra asombrado.

"¿Qué es lo que busco aquí?", respondió él: "lo mismo que tú buscas, malhechor; es decir, la felicidad en la tierra.

Para ello, sin embargo, prefiero aprender de estos kines. Porque os digo que ya he hablado media mañana con, y justo ahora estaban a punto de darme su respuesta. ¿Por qué los molestas?

Si no nos convertimos y nos volvemos como las vacas, no entraremos en el reino de los cielos. Pues debemos aprender de ellos una cosa: a rumiar.

Y en verdad, aunque un hombre ganara el mundo entero, y sin embargo no aprendiera una sola cosa, rumiando, ¡de qué le serviría! No se libraría de su aflicción,

-Su gran aflicción: eso, sin embargo, se llama actualmente asco. ¿Quién no tiene ahora su corazón, su boca y sus ojos llenos de asco? Pero mirad estas vacas".

Así habló el Predicador del Monte, y dirigió entonces su propia mirada hacia Zaratustra -pues hasta entonces se había posado amorosamente en el pariente-: entonces, sin embargo, puso una expresión diferente. "¿Quién es ese con el que hablo?", exclamó, asustado, y se levantó del suelo.

"Este es el hombre sin asco, este es el propio Zaratustra, el superador del gran asco, este es el ojo, esta es la boca, este es el corazón del propio Zaratustra".

Y mientras hablaba así, besaba con los ojos desorbitados las manos de su interlocutor, y se comportaba como alguien a quien le ha caído del cielo un regalo y una joya preciosos. Las vacas, sin embargo, lo miraban todo y se maravillaban.

"¡No hables de mí, extraño; amable!", dijo Zaratustra, y refrenó su afecto, "¡háblame primero de ti mismo! ¿No eres el mendigo voluntario que una vez desechó grandes riquezas,-

-¿Quién se avergonzó de sus riquezas y de los ricos, y huyó a los más pobres para dar sobre ellos su abundancia y su corazón? Pero no le recibieron".

"Pero no me recibieron", dijo el mendigo voluntario, "tú lo sabes, por cierto. Así que al final me fui a los animales y a esas vacas".

"Entonces aprendiste", interrumpió Zaratustra, "lo mucho más difícil que es dar correctamente que recibir correctamente, y que dar bien es un arte, la última y más sutil maestría de la bondad.

"Especialmente hoy en día", contestó el mendigo voluntario: "en la actualidad, es decir, cuando todo lo bajo se ha vuelto rebelde y exclusivo y altivo en su manera... en la manera de la chusma.

Porque ha llegado la hora, lo sabéis, de la gran, malvada, larga y lenta insurrección de la plebe y los esclavos: ¡se extiende y se extiende!

Ahora provoca a las clases bajas, toda benevolencia y mezquindades; y los sobre ricos pueden estar en guardia.

Quien en la actualidad gotea, como botellas abultadas de cuellos demasiado pequeños:- de tales botellas en la actualidad uno rompe voluntariamente los cuellos.

La avidez gratuita, la envidia biliosa, la venganza despreocupada, el orgullo de la chusma: todo esto me llamó la atención. Ya no es cierto que los pobres sean bendecidos. El reino de los cielos, sin embargo, está con las vacas".

"¿Y por qué no lo es con los ricos?", preguntó Zaratustra tentadoramente, mientras hacía retroceder a las reses que olfateaban familiarmente al pacífico.

"¿Por qué me tientas?", respondió el otro. "Tú mismo lo sabes mejor que yo. ¿Qué fue lo que me llevó a los más pobres, oh Zaratustra? ¿No fue mi disgusto por los más ricos?

-A los culpables de las riquezas, con ojos fríos y pensamientos rancios,que sacan provecho de toda clase de basura- a esta chusma que apesta hasta el cielo

-A esta chusma dorada y falsificada, cuyos padres fueron carteristas, o carroñeros, o traperos, con esposas cumplidoras, lascivas y olvidadizas:-porque todas ellas no son muy diferentes de las rameras-.

¡Chusma arriba, chusma abajo! ¿Qué son los "pobres" y los "ricos" en la actualidad? Esa distinción desaprendí, y entonces huí más y más lejos, hasta que llegué a esas vacas".

Así hablaba el pacífico, y resoplaba y transpiraba con sus palabras, de modo que las vacas se preguntaban de nuevo. Zaratustra, sin embargo, seguía mirándole a la cara con una sonrisa, todo el tiempo que el hombre hablaba tan severamente- y movía en silencio la cabeza.

"Te violentas a ti mismo, predicador del monte, cuando usas palabras tan severas. Para tal severidad no te han sido dados ni tu boca ni tu ojo.

Y creo que tu estómago tampoco lo ha hecho: para él, toda esa rabia, odio y espumarajos son repugnantes. Tu estómago quiere cosas más suaves: no eres un carnicero.

Más bien me pareces un comedor de plantas y un hombre de raíces. Tal vez muelas maíz. Sin embargo, ciertamente eres reacio a las alegrías carnales, y amas la miel".

"Me has adivinado bien", respondió el mendigo voluntario, con el corazón aligerado. "Amo la miel, también muelo el maíz; pues he buscado lo que sabe dulcemente y hace puro el aliento:

-También lo que requiere mucho tiempo, un día de trabajo y una boca de trabajo para los gentiles ociosos y perezosos.

Más lejos, sin duda, lo han llevado esas vacas: han creado rumiando y tumbadas al sol. También se abstienen de todos los pensamientos pesados que inflan el corazón".

- "¡Bueno!", dijo Zaratustra, "también deberías ver misanimales, mi águila y mi serpiente, - su semejante no existe actualmente en la tierra.

He aquí el camino a mi cueva: sé esta noche su huésped. Y habla con mis animales de la felicidad de los animales,-

-Hasta que yo mismo vuelva a casa. Porque ahora un grito de angustia me llama apresuradamente a alejarme de ti. Además, si encuentras miel nueva conmigo, miel de panal de oro helada, ¡cómetela!

Ahora, sin embargo, despídete de una vez de tus vacas, ¡extraño! ¡amable! aunque te resulte difícil. Porque son tus mejores amigos y preceptores".

-Salvo una, a la que estimo aún más -respondió el mendigo voluntario-. "¡Tú mismo eres bueno, oh Zaratustra, y mejor incluso que una vaca!"

"¡Fuera, fuera de aquí, malvado adulador!", gritó Zaratustra con picardía, "¿por qué me consientes con tales alabanzas y lisonjas?

"¡Aléjate, aléjate de mí!", gritó una vez más, y lanzó su bastón contra el cariñoso mendigo, quien, sin embargo, huyó ágilmente.

 

 

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