72. La última cena

Porque en este momento el adivino interrumpió el saludo de Zaratustra y sus invitados: se adelantó como quien no tiene tiempo que perder, agarró la mano de Zaratustra y exclamó "¡Pero Zaratustra!

Una cosa es más necesaria que la otra, por lo que tú mismo dices: pues bien, una cosa es ahora más necesaria para mí que todas las demás.

Una palabra en el momento oportuno: ¿no me invitaron a la mesa? Y aquí hay muchos que han hecho largos viajes. ¿No pretenderás alimentarnos sólo con discursos?

Además, todos ustedes han pensado demasiado en la congelación, el ahogamiento, la asfixia y otros peligros corporales: ninguno de ustedes, sin embargo, ha pensado en mi peligro, a saber, perecer de hambre..."

(Así habló el adivino. Sin embargo, cuando los animales de Zaratustra escucharon estas palabras, huyeron despavoridos. Pues vieron que todo lo que habían traído a casa durante el día no sería suficiente para llenar al único adivino).

"También perecer de sed", continuó el adivino. Y aunque oigo que el agua salpica aquí como palabras desabiduría- es decir, abundantemente y sin cansancio, yo- ¡quiero vino

No todos son bebedores natos de agua como Zaratustra. Tampoco el agua conviene a los cansados y marchitos: merecemos el vino: ¡sólo él da vigor inmediato y salud improvisada!"

En esta ocasión, cuando el adivino ansiaba el vino, sucedió que el rey de la izquierda, el silencioso, también se expresó por una vez. "Nos ocupamos", dijo, "del vino, yo, junto con mi hermano el rey de la derecha: tenemos suficiente vino, todo un asno de él. Así que no falta más que el pan".

"El pan", respondió Zaratustra, riendo al hablar, "es precisamente el pan lo que no tienen los ermitaños. Pero no sólo de pan vive el hombre, sino también de carne de buenos corderos, de los cuales tengo dos:

-Estos los sacrificaremos rápidamente, y los cocinaremos picantes con salvia: es así como me gustan. Y tampoco faltan raíces y frutos, lo suficientemente buenos incluso para los fastidiosos y delicados,- ni nueces y otros acertijos para cascar.

Así tendremos un buen banquete dentro de poco. Pero quien quiera comer con nosotros debe también echar una mano en el trabajo, incluso los reyes. Porque con Zaratustra hasta un rey puede ser cocinero".

Esta propuesta atrajo los corazones de todos ellos, salvo que el mendigo voluntario se opuso a la carne y el vino y las especias.

"¡Oye a este glotón Zaratustra!", dijo en broma: "¿Acaso uno va a las cuevas y a las altas montañas para hacer semejantes reposturas?

Ahora sí que entiendo lo que nos enseñó una vez: "¡Bendita sea la pobreza moderada! Y por qué quiere acabar con los mendigos".

"Anímate", respondió Zaratustra, "como yo. Sigue tus costumbres, excelente: muele tu maíz, bebe tu agua, alaba tu cocina, ¡si es que te hace feliz!

Soy una ley sólo para los míos; no soy una ley para todos. Sin embargo, el que me pertenece debe ser fuerte de huesos y ligero de pies,-

-Alegre en la lucha y en el festín, no enfurruñado, no Juan de los Sueños, listo para la tarea más dura como para el festín, sano y saludable.

Lo mejor nos pertenece a los míos y a mí; y si no nos lo dan, lo tomamos: ¡el mejor alimento, el cielo más puro, los pensamientos más fuertes, las mujeres más bellas!"-

Así habló Zaratustra; el rey de la derecha, sin embargo, respondió y dijo: "¡Extraño! ¿Alguna vez se escucharon cosas tan sensatas de la boca de un sabio?

Y, en verdad, es lo más extraño en un hombre sabio, si por encima de todo, sigue siendo sensible, y no un asno".

 

Así habló el rey de la derecha y se maravilló; el asno, sin embargo, con mala voluntad, dijo tú-A a su observación. Sin embargo, este fue el comienzo de ese largo banquete que se llama "La Cena" en los libros de historia. En ella no se habló de otra cosa que del hombre superior.

 

 

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