71. El saludo

Era ya tarde cuando Zaratustra, después de largas e inútiles búsquedas y paseos, volvió a su cueva. Sin embargo, cuando se detuvo frente a ella, a no más de veinte pasos, ocurrió lo que menos esperaba: volvió a oír el gran grito de angustia. Y, ¡extraordinario! esta vez el grito salía de su propia cueva. Era un grito largo, múltiple y peculiar, y Zaratustra distinguió claramente que se componía de muchas voces: aunque se oía a distancia podía parecer el grito de una sola boca.

Entonces Zaratustra se apresuró a ir a su cueva, y ¡he aquí qué espectáculo le esperaba después de aquel concierto! Porque allí se sentaron todos los que se habían cruzado con él durante el día: el rey a la derecha y el rey a la izquierda, el viejo mago, el papa, el mendigo voluntario, la sombra, el intelectualmente consciente, el apenado adivino y el asno; el más feo, sin embargo, se había puesto una corona en la cabeza y se había rodeado de dos fajas de color púrpura, pues le gustaba, como a todos los feos, disfrazarse y hacerse el guapo. En medio de aquella triste compañía, sin embargo, se encontraba el águila de Zaratustra, erizada e inquieta, pues se le había exigido demasiado para lo que su orgullo no tenía respuesta; la sabia serpiente, sin embargo, colgaba de su cuello.

Todo esto lo contempló Zaratustra con gran asombro; luego, sin embargo, escudriñó a cada uno de los invitados con cortés curiosidad, leyó sus almas y se maravilló de nuevo. Mientras tanto, los reunidos se habían levantado de sus asientos y esperaban con reverencia que Zaratustra hablara. Sin embargo, Zaratustra habló así:

"¡Ustedes, los desesperados! ¡Vosotros, los extraños! ¿Así que fue vuestro grito de angustia lo que oí? Y ahora sé también dónde hay que buscar al que hoy he buscado en vano: el hombre superior-:

-¡En mi propia cueva se sienta él, el hombre superior! Pero, ¿por qué me pregunto? ¿No lo he atraído yo mismo a mí con ofertas de miel y con arteras llamadas de mi felicidad?

Pero me parece que estáis mal adaptados para la compañía: hacéis que los corazones de los demás se inquieten, vosotros que clamáis por ayuda, cuando os sentáis aquí juntos... Hay uno que debe venir primero,

-Alguien que te haga reír una vez más, un buen tonto jovial, un bailarín, un viento, un revolcón salvaje, algún viejo tonto:-¿Qué te parece?

Perdonadme, sin embargo, vosotros, desesperados, por decir ante vosotros palabras tan triviales, indignas, en verdad, de tales huéspedes. Pero no adivináis lo que hace que mi corazón sea licencioso:-

-Ustedes mismos lo hacen, y su aspecto, perdónenme. Porque cada uno se vuelve valiente que contempla a un desesperado. Para animar a un desesperado, cada uno se cree lo suficientemente fuerte para hacerlo.

A mí me habéis dado este poder, ¡un buen regalo, mis honorables invitados! ¡Un excelente regalo para los invitados! Pues bien, no os escandalicéis cuando yo también os ofrezca algo mío.

Este es mi imperio y mi dominio: lo que es mío, sin embargo, esta tarde y esta noche será tuyo. Mis animales te servirán: ¡que mi cueva sea tu lugar de descanso!

En casa y en el hogar conmigo nadie debe desesperar: en mis purlieus protejo a cada uno de sus bestias salvajes. Y eso es lo primero que os ofrezco: ¡seguridad!

La segunda cosa, sin embargo, es mi dedo meñique.Y cuandotenga eso, entonces tome también toda la mano, ¡sí y el corazón con ella! ¡Bienvenidos aquí, bienvenidos a ustedes, mis invitados!"

Así habló Zaratustra, y rió con amor y picardía. Después de este saludo sus invitados se inclinaron una vez más y guardaron un reverencial silencio; el rey de la derecha, sin embargo, le respondió en su nombre.

"Oh Zaratustra, por la forma en que nos has dado tu mano y tu saludo, te reconocemos como Zaratustra. Te has humillado ante nosotros; casi has herido nuestra reverencia-:

-¿Quién, sin embargo, podría humillarse como tú lo has hecho, con tanto orgullo? Eso nos eleva a nosotros mismos; es un refresco para nuestros ojos y corazones.

Para contemplar esto, simplemente, con gusto ascenderíamos a montañas más altas que esta. Pues como ávidos contempladores hemos venido; queríamos ver lo que ilumina los ojos oscuros.

Y he aquí que ahora todo ha terminado con nuestros gritos de angustia. Ahora nuestras mentes y corazones están abiertos y embelesados. Poco falta para que nuestros espíritus se vuelvan licenciosos.

No hay nada, oh Zaratustra, que crezca más agradablemente en la tierra que una voluntad elevada y fuerte: es el crecimiento más fino. Todo un paisaje se refresca en un árbol así.

Lo comparo con el pino, oh Zaratustra, que crece como tú, alto, silencioso, resistente, solitario, de la mejor y más sutil madera, majestuoso.

-Al final, sin embargo, se aferra a su dominio con ramas fuertes y verdes, haciendo preguntas de peso al viento, a la tormenta y a lo que sea que esté en casa en los lugares altos;

-¡Respondiendo con más peso, un comandante, un vencedor! ¿Quién no ascendería a las altas montañas para contemplar tales crecimientos?

Ante tu árbol, oh Zaratustra, los sombríos y mal constituidostambién se refrescan; ante tu mirada incluso los vacilantes se vuelven firmes y sanan sus corazones

Y en verdad, hacia tu montaña y tu árbol se vuelven hoy muchos ojos; ha surgido un gran anhelo, y muchos han aprendido a preguntar: "¿Quién es Zaratustra?

Y aquellos en cuyos oídos has derramado en algún momento tu canto y tu miel: todos los ocultos, los solitarios y los gemelos, han dicho simultáneamente a sus corazones:

'¿Aún vive Zaratustra? Ya no vale la pena vivir, todo es indiferente, todo es inútil: o bien... ¡hay que vivir con Zaratustra!'

"¿Por qué no viene el que tanto se ha anunciado?", se preguntan muchos; "¿se lo ha tragado la soledad? ¿O acaso hay que ir a buscarlo?

Ahora sucede que la propia soledad se vuelve frágil y se abre, como una tumba que se abre y ya no puede retener a sus muertos. Por todas partes se ven resucitados.

Ahora las olas se levantan y suben alrededor de tu montaña, oh Zaratustra. Y por muy alta que sea tu altura, muchas de ellas han de subir hasta ti: tu barca no descansará mucho tiempo en tierra firme.

Y que nosotros, los desesperados, hayamos entrado ahora en tu cueva, y ya no desesperemos:- no es más que un pronóstico y un presagio de que otros mejores están en camino hacia ti,-.

-Porque ellos mismos están en camino hacia ti, el último remanente de Dios entre los hombres -es decir, todos los hombres de gran anhelo, de gran aversión, de gran saciedad,

-¡Todos los que no quieren vivir si no aprenden de nuevo a esperar, si no aprenden de ti, oh Zaratustra, la gran esperanza!"

Así habló el rey de la derecha, y cogió la mano de Zaratustra para besarla; pero Zaratustra frenó su veneración, y retrocedió asustado, huyendo, por así decirlo, silenciosa y repentinamente hacia la lejanía. Al cabo de un rato, sin embargo, se encontró de nuevo en casa con sus invitados, los miró con ojos claros y escrutadores, y dijo

"Mis invitados, ustedes, hombres superiores, hablaré con ustedes en un lenguaje claro y sencillo. No es por ustedes que he esperado aquí en estas montañas".

("'¿Lenguaje llano y claro?' ¡Buen Dios!", dijo aquí el rey de la izquierda para sí mismo; "¡se ve que no conoce a los buenos occidentales, este sabio salido de Oriente!

Pero quiere decir "lenguaje contundente y sin rodeos", ¡bueno! Eso no es del peor gusto en estos días!")

"Podéis, en verdad, ser todos vosotros hombres más elevados", continuó Zaratustra; "pero para mí no sois ni lo suficientemente elevados, ni lo suficientemente fuertes.

Por mí, es decir, por lo inexorable que ahora calla en mí, pero que no callará siempre. Y si me pertenece, todavía no es como mi brazo derecho.

Porque quien se encuentra, como tú, sobre unas piernas enfermas y tiernas, desea sobre todo que se le trate con indulgencia, tanto si es consciente de ello como si se lo oculta a sí mismo.

Mis brazos y mis piernas, sin embargo, no los trato con indulgencia, no trato con indulgencia a mis guerreros: ¿cómo entonces podrías ser apto para mi guerra?

Con vosotros echaría a perder todas mis victorias. Y muchos de ustedes se derrumbarían si oyeran el fuerte golpe de mis tambores.

Además, no eres lo suficientemente bello y bien nacido para mí. Requiero espejos puros y lisos para mis doctrinas; en vuestra superficie incluso mi propia semejanza está distorsionada.

Sobre tus hombros presiona mucha carga, muchos recuerdos; muchos enanos traviesos se agazapan en tus rincones. También hay chusma oculta en ti.

Y aunque seas alto y de un tipo superior, mucho en ti está torcido y deformado. No hay ningún herrero en el mundo que pueda martillarte bien y recto para mí.

Sólo sois puentes: ¡que los más altos pasen por encima de vosotros! Sois peldaños: ¡no reprendáis al que asciende más allá de vosotros a su altura!

De vuestra semilla puede surgir un día para mí un hijo genuino y un heredero perfecto: pero ese tiempo está lejano. Vosotros mismos no sois aquellos a quienes pertenecen mi herencia y mi nombre.

No te espero aquí en estas montañas; no puedo descender contigo por última vez. Has venido a mí sólo como un presagio de que otros más altos están en camino hacia mí,-

-No los hombres de gran anhelo, de gran aversión, de gran saciedad, y eso que llamáis el remanente de Dios;

-¡No! ¡No! ¡Tres veces no! A otros espero aquí en estas montañas, y no levantaré mi pie de allí sin ellos;

-Para los más altos, los más fuertes, los más triunfadores, los más alegres, para los que están construidos de cuerpo y alma: ¡deben venir los leones risueños!

Oh, invitados míos, extraños, ¿aún no habéis oído hablar de mis hijos? ¿Y que están en camino hacia mí?

Háblame de mis jardines, de mis islas benditas, de mi nueva y hermosa raza, ¿por qué no me hablas de ello?

Este presente de los invitados solicito de tu amor, que me hables de mis hijos. Por ellos soy rico, por ellos me hice pobre: qué no he entregado.

Qué no entregaría para tener una cosaestos hijos, esta plantación viva, estos árboles de vida de mi voluntad y de mi más alta esperanza!

Así habló Zaratustra, y se detuvo repentinamente: porque su anhelo se apoderó de él, y cerró los ojos y la boca, a causa de la agitación de su corazón. Y todos sus invitados también guardaron silencio, y se quedaron quietos y confundidos: sólo que el viejo adivino hizo señales con sus manos y sus gestos.

 

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