1.

Entretanto, uno tras otro habían salido al aire libre y a la fresca y reflexiva noche; pero el propio Zaratustra llevó de la mano al hombre más feo, para mostrarle su mundo nocturno, y la gran luna redonda, y las plateadas cascadas cercanas a su cueva. Por fin se quedaron quietos uno al lado del otro; todos ellos ancianos, pero con corazones reconfortados y valientes, y asombrados en sí mismos de que les fuera tan bien en la tierra; el misterio de la noche, sin embargo, se acercaba cada vez más a sus corazones. Y de nuevo Zaratustra pensó para sí: "¡Oh, qué bien me complacen ahora estos hombres superiores!" -pero no lo dijo en voz alta, pues respetaba su felicidad y su silencio-.

Entonces, sin embargo, ocurrió lo que en este largo y asombroso día fue más sorprendente: el hombre más feo comenzó una vez más y por última vez a gorjear y a resoplar, y cuandohubo encontrado por fin expresión, ¡he aquí! brotó de su boca una pregunta regordeta y clara, una pregunta buena, profunda y clara, que conmovió los corazones de todos los que le escuchaban.

"Amigos míos, todos vosotros", dijo el hombre más feo, "¿qué os parece? Por el bien de este día, por primera vez estoy contento de haber vivido toda mi vida.

Y que yo testifique tanto aún no es suficiente para mí. Vale la pena vivir en la tierra: un día, una fiesta con Zaratustra, me ha enseñado a amar la tierra.

'¿Era eso la vida?' le diré a la muerte. "¡Bueno! Una vez más".

Amigos míos, ¿qué pensáis? ¿No diréis, como yo, a la muerte: 'Era eso- la vida? Por el bien de Zaratustra, ¡bien! Una vez más'".

Así habló el hombre más feo; sin embargo, no estaba lejos de la medianoche. ¿Y qué ocurrió entonces, pensáis? Tan pronto como los hombres superiores escucharon su pregunta, todos fueron conscientes de su transformación y convalecencia, y de aquel que era la causa de ello: entonces se abalanzaron hacia Zaratustra, agradeciendo, honrando, acariciando y besando sus manos, cada uno a su manera; de modo que algunos reían y otros lloraban. El viejo adivino, sin embargo, bailaba con deleite; y aunque entonces, como suponen algunos narradores, estaba lleno de vino dulce, ciertamente estaba aún más lleno de dulce vida, y había renunciado a todo cansancio. Incluso hay quienes narran que el asno bailó entonces: pues no en vano el hombre más feo le había dado antes vino para beber. Puede ser así, o puede ser de otro modo; y si en verdad el asno no bailó aquella tarde, sucedieron entonces, sin embargo, maravillas mayores y más raras de lo que hubiera sido el baile de un asno. En resumen, como dice el aforismo de Zaratustra: "¡Qué importa!"

 

Share on Twitter Share on Facebook