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No existe ninguna realidad, ninguna «idealidad» que no sea tocada en este escrito

(tocada: ¡qué eufemismo tan circunspecto!...). No sólo los ídolos eternos , también los más recientes, en consecuencia los más seniles. Las «ideas modernas», por ejemplo. Un

gran viento sopla entre los árboles y por todas partes caen al suelo frutos, verdades. Hay en ello el derroche propio de un otoño demasiado rico: se tropieza con verdades, incluso se aplasta alguna de ellas con los pies; hay demasiadas... Pero lo que se acaba por coger en las manos no es ya nada problemático, son decisiones. Yo soy el primero en tener en mis manos el metro para medir «verdades», yo soy el primero que puedo decidir. Como si en mí hubiese surgido una segunda conciencia, como si en mí «la voluntad» hubiera encendido una luz sobre la pendiente por la que hasta ahora se descendía. La pendiente , se la llamaba el camino hacia la «verdad». Ha acabado todo «impulso oscuro»,

precisamente el hombre bueno era el que menos conciencia tenía del camino recto. Y con toda seriedad, nadie conocía antes de mí el camino recto, el camino hacia arriba : sólo a partir de mí hay de nuevo esperanzas, tareas, caminos que trazar a la cultura; yo soy su alegre mensajero . Cabalmente por ello soy también un destino.

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