Epílogo

Fácil nos habría sido con la explosión de una bomba matar a todos los personajes que han figurado y a quienes hemos tratado familiarmente desde la noche del rumboso baile que la aristocracia mexicana dio al general Santa Anna en el Gran Teatro Nacional, y terminar así el libro que cuenta ya más páginas que las ofrecidas; pero como no es realmente una novela, sino una serie de escenas reales y positivas entre personajes que han existido y aún existen, ha sido necesario seguir el hilo natural de los sucesos, sin violentarlos ni precipitarlos expresamente para un total desenlace.

De nuestros personajes, a unos cupo suerte adversa y terminaron su carrera; otros, empujados por los sucesos como las piedras que hacen rodar las aguas de los ríos, tuvieron en el curso de su vida distintas y raras aventuras. Josesito, cuya actividad y carácter no le permitían estarse quieto, pasó por alternativas extrañas, lo mismo que el filósofo tendero, que llegó a ser uno de los más ilustres hombres que ha producido México. La suerte de Arturo quedó ignorada durante mucho tiempo; ¿murió de su doble herida de bala y de amor, y Celeste lo condujo ante el trono de Dios? ¿Los acontecimientos permitieron que profesara Aurora en Balvanera, o volvió al lujo y a la vida del mundo? Todas estas cosas necesitan muchas y prolijas indagaciones, que ya no son de este libro.

Si Dios lo permite, desde esta tierra de Europa pediré a México los informes que necesito sobre la vida posterior de los personajes y escribiré yo mismo a muchos de ellos que todavía viven, y tampoco será extraño que reciba el día menos pensado la visita de Rugiero y hablemos muy detenidamente sobre la parte activa que tuvo sin duda en los acontecimientos de la larga guerra de la Reforma. Entonces publicaré otro libro, tratando de satisfacer completamente la curiosidad de los amabilísimos suscriptores que han tenido la bondad de recibir las entregas de la tercera edición de El fistol del Diablo.

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