Las dos amigas
En un extremo del soberbio salón, la hermosa Elena conversa en voz baja con Marciana, su antigua amiga, mientras que Emilia, su madre, al lado de las altas ventanas, ocúpase en ejecutar un primoroso bordado que destina á la canastilla de bodas de su hija. De cuando en cuando la anciana señora levanta la vista de su labor, y fija sus ojos cariñosos en Elena, regocijándose con la alegría que resplandece en el rostro de la novia, Marciana, entre tanto, escucha con la mayor atención las palabras de su amiga, que víbran apenas en el silencio de la vasta sala.
- Tengo que comunicarte una noticia, una gran noticia... Ya te la hubiera dicho, pero como pareces olvidarte de mí ... como no vienes hace un siglo..
- ¿Una noticia? preguntó Marciana afectando interés. ¿Cuál es ella?
- No, no te lo digo ... adivina si puedes, contestó la jóven, ruborizada, pero no sin cierta malicia.
- ¿Lograste por fin que tu mamá accediera al proyectado viaje á París?
- Nó, nó, es mejor que eso, es mejor que eso! murmuró Elena con los ojos brillantes.
- Entonces ... no adivino.
- ¿No sabes? dijo ella sonrojándose aun más. Estoy de novia ... me caso antes de tres meses!
- ¿De veras?
- Oh! Y tan de veras! figúrate ... soy feliz! ¡Tan feliz!
- Y ¿quién es el afortunado?
La jóven miró á su amiga con expresión indefinible de contento y orgullo, y con volubilidad:
- Imajínate un hombre alto rubio, elegante, de bigote siempre correcto, ojos azules, boca sonriente, una cabeza artística ... y luego tan bueno, de tanto talento! .. y tambien ... tan enamorado de mí! ..
- Sí; el retrato puede ser exacto; pero no reconozco en él al retratado. ¿Quien es?
- ¿No lo has reconocido? ¡qué tonta! si es Rodolfo, si es mi primo! ...
- ¡Rodolfo! exclamó Marciana palideciendo.
- Sí, él, él mismo.
- ¡Rodolfo! exclamó ella de nuevo.
- Sí, él mismo. Pero ¿qué tienes? ¿qué te pasa?
Y luego, comprendiendo la turbación de su amiga, con acento displicente añadió:
- ¿Serán los nervios? ¿quiéres un poco de agua para calmarte?
Marciana hizo un esfuerzo, logró serenarse algo, y contestó:
- No, gracias, estoy bien; es que ahora sufro un poco de desvanecimientos; pero no duran más que un segundo. Continúa: ya sabes cuánto me alegro de verte feliz. ¿Cuándo te casarás?
- En Agosto, el 23, cuando cumpla diez y nueve años. ¿Vendrás antes á visitarme?
Todo esto lo dijo con cierta frialdad, como si viese ya, con su instinto de mujer enamorada, una presunta rival en su amiga de la infancia.
- Te lo prometo, contestó Marciana levantándose. Pero, tengo que irme ya: habia olvidado que me resta que hacer aun algunas visitas.
- ¿Cuándo volverás? preguntó Elena, sin oponerse á la brusca partida de la joven, cosa que jamás habia hecho en circunstancias aparentemente análogas.
- ¡Quien sabe! dijo con acento amargo.
Y luego, yendo hácia la madre de Elena, la dijo ofreciéndole su mano:
- Señora ...
- ¿Se va Vd. Marciana? preguntó Emilia.
Y como notase la turbación de la joven, exclamó:
- ¡Pero qué pálida está Vd! ¿Se encuentra acaso enferma?
- Nó.. un desvanecimiento... nada es... me sucede á menudo...
La madre de Elena, levantándose para despedirse de la amiga de su hija, murmuró con esa cortesía banal, que se encuentra siempre, cuando no hay otra cosa de qué echar mano:
- Me alegraré de que su indisposición no sea cosa de cuidado ... Vuelva Vd. pronto ...
- Sí, señora, volveré en cuanto me sea posible.
Besáronse en ambas mejilas, y cuando se halló cerca de la puerta, Marciana, ofreciendo la mano á la joven, murmuró:
- Adios, Elena.
- Adios, contestó ella.
- Y que seas feliz, añadió Marciana con lijero sarcasmo.
- ¡Y tú también! contestó la niña, sonriendo para ocultar su enojo.
Y cuando su amiga hubo salido:
- ¡Envidiosa!! exclamó.