VI


- Prepárate, dijo don Juan, dos dias después. Mañana abandonaremos para siempre estos sitios.

- Déjame aquí, murmuró la joven. Déjame aquí... sabes que en otra parte sufriría mucho! ...

- ¿Y aquí, sufres?

Ella calló, pero llevóse el pañuelo a los ojos, enrojecidos ya.

- Entonces ¿no me he engañado? ¿le amas? preguntó él con voz apenas perceptible.

Ella siguió callando. Don Juan no volvió á hacerle ninguna pregunta.

Y ambos permanecieron en la casita blanca, sin olvidar jamás aquellas escenas, pero sin recordarlas nunca en alta voz.

Una muralla elevóse entonces entre los dos; muralla infranqueable, terrible, erizada de obstáculos.

Don Juan parecía olvidado de que era el esposo de Amélia.

Esta, agradeciéndolo desde el fondo de su corazón, no dejaba de extrañarlo.

Por fin un dia le preguntó:

- ¿Ya no me amas? ¿Ya pasó tu apasionado cariño de otros dias?

El la miró tristemente, con esa mirada pálida y envejecida que tenía de algún tiempo á esa parte.

- Eres una heroina, dijo, eres una santa, y como á tal te admiro y te idolatro. Pero.. amas á mi hijo, y me parecería un crimen exijirte que no solo aparecieses como mi esposa ante el mundo, sinó también que lo fueras en la soledad.

- ¡Y sería un crímen! exclamó Amélia irguiéndose en su asiento.


Córdoba, 18 de Abril de 1887.

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