II


La locura gobernaba como reina absoluta de la tierra: era Carnaval. Los hombres habían arrojado sus caretas.

De esto hace dos años.

Recordarás que en aquellos dias me; desconociste: había abandonado yo mi calma proverbial, para entregarme al placer ¡si aquello fué placer! Tú entonces eras un furioso: no había fiesta en donde no se te encontrase, y en donde no fueras el más loco de toda la reunión. Yo solía reconvenirte por ello; de modo que no sin placer me viste abandonar mis antiguas costumbres, para seguir tus huellas, y hasta para llegar á vencerte más de una vez. He observado que los hombres somos así: cuando obramos mal, es para nosotros un grande alívio ver que nos imitan los que teníamos por mejores. ¡La virtud es siempre irritante para el vicio!

Aquel cambio radical tenía - como debes comprender - una causa oculta y poderosa. Verás cual era esa causa.

Tú sabes que yo quería á Laura con locura. ¡Te lo repetí tantas veces, con esa crueldad del enamorado que hace á sus amigos víctimas de sus confidencias! ¡Tántas veces te hice su verdadero retrato físico, embellecido algo, sin embargo; y su falso retrato moral, disfrazado, sin un ápice de verdad, imposible de reconocer! ¿Lo recuerdas? Con una paciencia digna de objeto más útil, escuchabas mis interminables conversaciones sobre el color de su cabello, las gracias de su fisonomía, lo espiritual de su palabra ... "¡Es un ángel!" exclamé en mas de una ocasión, en un arranque de lirismo. ¡Un ángel! ¡Deja que me ria á carcajadas de semejante sarcasmo!...

Quizá lo habrás olvidado: el domingo, primer dia de ese carnaval, me hallaste á las dos de la mañana en el vasto salón de la Ópera, con los ojos brillantes y tambaleándome tomo un ébrio; y no estaba ébrio, te lo juro! no había bebido casi... pero en cambio sufría horriblemente.

Desde aquel día no volví á hablarte de Laura, y cuando me preguntabas por ella, mi respuesta era siempre evasiva. Tú debes haberte dicho que la había olvidado. ¡Error! Su recuerdo palpitante laceraba mi corazón, me hacía padecer infernales suplicios que yo soportaba sin quejarme, pero loco de dolor, justamente así, como te encuentras tú ahora, pero con mayor motivo, y mayor intensidad también ... Desde entónces te acompañé á todos tus paseos, á todas tus fiestas, á todas tus bacanales, hasta que, al cabo de un año, fatigado, descontento, enfermo, repugnándome á mí mismo, volví á hacer la vida tranquila que había abandonado, y á reir como ántes. Entonces fué cuando tu corazon despertó, haciéndote también huir, como á mí, de esa desastrada vida en que íbamos, poco á poco, perdiendo la salud del cuerpo conjuntamente con la del espíritu...

Entre tanto habian sucedido muchas cosas.

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