IV

Octubre 14 de 18...


....A mi llamado acudió el doctor Ávila, que ha examinado atentamente á Elisa, cuyo rostro pálido casi llega á confundir su color con el de las blancas sábanas.

La ha encontrado bien, y señala el alumbramiento para esta noche ó mañana.

Cuando iba á salir el acompañé hasta el corredor.

Allí me miró, con aire severo, durante un segundo, y luego me dijo con acento de reproche:

-¡Se ha casado Vd! ¡Quiera el cielo que sus faltas no caigan sobre la cabeza de un inocente! ¡Quiera el cielo que no derrame Vd. muchas lágrimas, por no haber cumplido mis órdenes!...¡Que nunca se sepa Vd. criminal!...

—¿ Qué quiere Vd. decir, doctor? pregunté, presa de la agitación más grande.

— El tiempo contestará por mí, dijo clavándome la mirada, en que se veía algo de encono, quizás ....(me cuesta decirlo)... algo de desprecio!...

Y salió en seguida, sin estrecharme la mano siquiera.

Esas palabras, llenas de misteriosas amenazas, me han causado honda impresión, trayendo á mi memoria las terribles dudas que me asaltaron antes de mi casamiento.

Es verdad que no he cumplido las órdenes del doctor Ávila, que me he casado; pero, también es cierto que ni una nube ha venido á turbar nuestra dicha, lo que me demuestra que no se trataba más que de ráncias preocupaciones de médico viejo.

Mis antiguos males han desaparecido por completo; no tengo ya ninguna de sus manifestaciones externas ó internas, que antes me desesperaban.

¿Qué temo, pues?...

Sin embargo, las palabras del doctor han hecho nacer en mí, nuevas y terribles zozobras.

No me explicó sus frases, no puedo explicármelas; pero pesan en mi cerebro como plomo derretido y llevan á mi corazón torrentes de sangre, que amenazan hacerlo saltar.

"Quiera el cielo que sus faltas no caigan sobre la cabeza de un inocente!" ¡Frase espantosa que me hace adivinar toda la horrible verdad!...

¿Si mi hijo fuese á ser castigado por mi borrascosa juventud!...

Pero no; es mentira que la naturaleza conserve hasta la tercera generación el rencor por las faltas cometidas. ¿No he sido yo bastante castigado?...

Y ¿por qué sufriría mi hijo -ser inocente que aún no ha visto la luz del sol; que aún no ha pisado este mundo de dolores; que todavía se mantiene impecable- por los errores, por los deslices de su padre, que ya sufrió la pena de sus culpas?

¿Por qué el hijo del asesino jamás lleva en la frente sangrienta y afrentosa señal, y el hijo mio, el hijo de mi corazón ha de llevarla?

¡Ley de la naturaleza, tan cruel como la ley cristiana que nos hace nacer en el pecado!...

¡Pero no, eso no puede ser verdad! ¡El doctor Ávila padece una equivocación, una dolorosa equivocación!

¡Si tal sucediese, Dios, el Dios que me mira, no sería justo!...

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