Octubre 15 de 18....
...¡Sonó la hora fatal, que debiera ser para mí la hora de la felicidad completa, infinita!...
He podido, por fin, estrechar entre mis brazos á mi hijo, á mi Rodolfo. Pero ¡ay! he colocado sobre mi corazón la cruz pesada de mis faltas; han escuchado mis oidos el grito poderoso de mi conciencia, hasta ahora dormida; he sentido en mi cerebro el gusano roedor del remordimiento!...
¡Cuán cruel confirmación han tenido las palabras del doctor Ávila, y de qué modo me arrepiento de no haber ejecutado sus órdenes!...
¡Porque ahora ya me sé criminal, ya comprendo reo de qué espantoso crímen se hace el hombre que se enlaza á una mujer confiada en su buena fé, para envenenar su existencia!
Ahora sé que es más que asesino, el que dá la vida á un ser herido por sus mismas terribles enfermedades...
Y en mis oidos resuenan todavía las órdenes del doctor Ávila:
-No se case Vd; no puede casarse... Uniéndose á esa joven hará Vd. su infelicidad, así como la de sus hijos, si llega Vd. á tenerlos.
-¡Locuras! exclamaba yo entónces. ¡Imposible es que eso suceda! Por otra parte, yo amo demasiado á Elisa para que llegue á hacer su infelicidad. Y en cuanto á mis bijos ¿no me vé Vd. sano y robusto, lleno de vida y de salud?...
-Muchas veces, en el campo, bajo el verde y menudo cesped, agradable á la vista, que parece invitarnos á correr por él, bulle el lodo infecto y mefítico del pantano. ¡Si Vd. se casa, alguno de sus hijos recibirá un castigo aún más grande que el que Vd. sufrió!...
Y ese hijo ahí está... ¿No le véis?
Elisa, postrada en el lecho, lo abraza estrechamente, y yo, desde esta habitación, en donde escribo, veo esa escena para mí espantosa...
No sé cómo acierto á sostener la pluma en mi mano crispada, al sentir cuál se clavan en mi pecho los dientes tercamente obstinados del dolor...
Mañana, cuando mi esposa abandone el lecho; cuando pueda ver á su hijo, con tanto afán esperado; á su hijo, ciego, contrahecho, lleno de pústulas; á su hijo, masa informe de carne, sin proporción alguna, en el que apenas hay un soplo de vida, que á cada instante amenaza extinguirse; cuando escuche, como yo, la frase fria, breve y acusadora del doctor Ávila: "Su hijo de Vd. morirá, si nació bajo buena estrella; si vive, no abandonará la niñez por más años que pasen"... cuando sepa que yo, solo yo, soy el culpable, el criminal; cuando llegue á su conocimiento que obré á sabiendas de ese modo ¿quedará algún nuevo castigo para mí? ¿perderé también el amor de ese ser tierno y abnegado, que hasta hoy era mio, completamente mio?...
¡Si pudiera ocultar á Elisa el resultado de mi crímen! ¡Si pudiera hacer que nunca viese á su Rodolfo!...
Pero aun así, mirando en él la encarnación de mi castigo, no puedo menos que amarle, y no podría separarme de él!...
Y aún me parece que, si yo efectuara un cambio, mi pobre mujer había de conocerlo ¡Las madres no se engañan jamás!...
Por otra parte, no quiero hacer mayores mis delitos; no quiero ser dos veces criminal!