ESCENA X

Pantoja, Máximo.

Máximo (con ardiente palabra en toda la escena). Alto... Me dice el Marqués que de aquí, después de una larga conversación con usted, salió Electra en ese terrible desvarío.

Pantoja (turbado). Aquí... cierto... hablamos... La niña...

Máximo. Mordida fue por el monstruo.

Pantoja. Tal vez... Pero el monstruo no soy yo. Es un monstruo terrible, que se alimenta de los hechos humanos. Se llama la Historia. (Queriendo marcharse.) Adiós.

Máximo (le coge fuertemente por un brazo). ¡Quieto!... Va usted a repetir, ahora mismo, ahora mismo, lo que ha dicho a Electra ese monstruo de la Historia, para ponerla en tan gran turbación...

Pantoja (sin saber qué decir). Yo... ante todo, conviene asentar previamente que...

Máximo. No quiero preámbulos... La verdad, concreta, exacta, precisa... Usted ha ofendido a Electra, usted ha trastornado su entendimiento... ¿Con qué palabras, con qué ideas? Necesito saberlo pronto, pronto. Se trata de la mujer que es todo para mí en el mundo.

Pantoja. Para mí es más: es los cielos y la tierra.

Máximo. Sepa yo al instante la maquinación que ha tramado usted contra esa pobre huérfana, contra mí, contra los dos, unidos ya eternamente por la efusión de nuestras almas; sepa yo qué veneno arrojó usted en el oído de la que puedo y debo llamar ya mi mujer. (Pantoja hace signos dubitativos.) ¿Qué dice? ¿Que no será mi mujer...? ¡Y se burla!

Pantoja. No he dicho nada.

Máximo (estallando en ira, con gran violencia le acomete). Pues por ese silencio, por esa burla, máscara de un egoísmo tan grande que no cabe en el mundo; por esa virtud verdadera o falsa, no lo sé, que en la sombra y sin ruido lanza el rayo que nos aniquila (le agarra por el cuello, le arroja sobre el banco); por esa dulzura que envenena, por esa suavidad que estrangula, confúndate Dios, hombre grande o rastrero, águila, serpiente o lo que seas.

Pantoja (recobrando el aliento). ¡Qué brutalidad!... ¡Infame, loco!...

Máximo. Sí, lo soy. Usted a todos nos enloquece. (Reponiéndose de su ira.) ¿Quién sino usted ha tenido el poder diabólico de desvirtuar mi carácter, arrastrándome a estas cóleras terribles? Sin darme cuenta de ello, he atropellado a un ser débil y mezquino, incapaz de responder a la fuerza con la fuerza.

Pantoja(incorporándose). Con la fuerza respondo. (Volviendo a su ser normal, se expresa con una calma sentenciosa.) Tú eres la fuerza física, yo soy la fuerza espiritual. (Máximo le mira atónito y confuso.) Puedo yo más que tú, infinitamente más. ¿Lo dudas?

Máximo. ¿Que puede más?

Pantoja. La ira te sofoca, el orgullo te ciega. Yo, maltratado y escarnecido, recobro fácilmente la serenidad; tú no: tú tiemblas, Máximo; tú, que eres la fuerza, tiemblas.

Máximo. Es la ira que aún está vibrando... No la provoque usted.

Pantoja (cada vez más dueño de sí). Ni la provoco, ni la temo... porque tú me maltratas y yo te perdono.

Máximo. ¡Que me perdona!...¡a mí! Se empeña usted en que yo sea homicida, y lo conseguirá.

Pantoja (con serena y fría gravedad, sin jactancia). Enfurécete, grita, golpea... Aquí me tienes inconmovible... No hay fuerza humana que me quebrante, no hay poder que me aparte de mis caminos. Injúriame, hiéreme, mátame: no me defiendo. El martirio no me arredra. Podrá la barbarie destruir mi pobre cuerpo, que nada vale; pero lo que hay aquí (en su mente), ¿quién lo destruye? Mi voluntad, de Dios abajo, nadie la mueve. Y si acaso mi voluntad quedase aniquilada por la muerte, la idea que sustento siempre quedará viva, triunfante...

Máximo. No veo, no puedo ver ideas grandes en quien no tiene grandeza, en quien no tiene piedad, ni ternura, ni compasión.

Pantoja. Mis fines son muy altos. Hacia ellos voy... por los caminos posibles.

Máximo (aterrado). ¡Por los caminos posibles! Hacia Dios no se va más que por uno: el del bien. (Con exaltación.) ¡Oh, Dios! Tú no puedes permitir que a tu Reino se llegue por callejuelas obscuras, ni que a tu gloria se suba pisando los corazones que te aman... ¡No, Dios, no permitirás eso, no, no! Antes que ver tal absurdo, veamos toda la Naturaleza en espantosa ruina, desquiciada y rota toda la máquina del Universo.

Pantoja. Sacrílego, ofendes a Dios con tus palabras.

Máximo. Más le ofende usted con sus hechos.

Pantoja. Basta. No he de disputar contigo... Nada más tengo que decirte.

Máximo. ¿Nada más? ¡Si falta todo! (Le coge vigorosamente por un brazo.) Ahora va usted conmigo en busca de Electra, y en presencia de ella, o esclarece usted mis dudas y me saca de esta ansiedad horrible, o perece usted y perezco yo, y perecemos todos... Lo juro por la memoria de mi madre.

Pantoja (después de mirarle fijamente). Vamos. (Al dar los primeros pasos sale Evarista de la casa.)

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