XVII

2 de Enero.

Árnica, venga árnica, querido Equis, porque descalabradura como ésta no la he recibido desde que tengo cráneo. Y gracias que, con la fuerza del golpe, no haya perdido el sentido y pueda contarte el terrible accidente, y describirte mi turbación, mi pena, mi despecho, mi rabia... Ya te veo muerto de risa, y diciendo que bien ganado me lo tengo por mi depravación, por mi inmoralidad, por mi... El demonio cargue contigo. Acepto la reprimenda. Somos, en efecto, unos bribonazos los hombres de este siglito, aunque, si examinamos la condenada historia, veremos que tan pillines como nosotros fueron nuestros padres y abuelos y tatarabuelos hasta el señor de Adán; y si es verdad lo del transformismo, añadiré que lo mismo que nosotros fueron el hombre-mono y la mujer-mona.

Para mujeres monas, ésta. ¡Y cuánto me ha hecho padecer la muy pícara, solapada, ingratona!... Pero vamos por partes. ¿Te he contado que la noche de Navidad cenamos en casa de Orozco, Malibrán, Calderón, Villalonga, Viera, Cícero y yo?... Pues, mira, tampoco te lo cuento ahora, porque, si bien algunos detalles de aquella cena se enlazan con mi catástrofe, son largos de referir, y no está su importancia en relación con el gran espacio que ocuparían. Voy á lo principal. Me declaré ayer 1.º de Enero: yo creí que inauguraba un año de delicias, y me salió... mejor dicho, salí con las manos en la cabeza. Verás... Nos hallábamos solos en su casa, en la situación más propicia del mundo. No pienses que me fuí del seguro ni que hice ó dije cosa alguna de esas que le dejan á uno en ridículo en caso de negativa. Tomé toda clase de precauciones contra las demasías del sentimentalismo; me previne contra la brutalidad, sin quitar al arma del atrevimiento el importante papel que en tales batallas le corresponde; estuve patético y atrevidillo, ¡oh, Equis de mis entrañas! caballeresco y atolondrado, todo en la medida racional y justa... Y, sin embargo, me rechazó en toda la línea, y tuve que capitular ignominiosamente. Te confío sin ningún recelo el desastre, y reclamo que me eches para acá toda la compasión de que sea capaz tu grande alma, porque... Mira que tu amigo tiene en el casco un boquete por donde se le ven los sesos... Esto se llama caerse en toda regla. Hijo de mi alma, nada me valió lo bien preparadito que yo llevaba el plan de ataque, ni lo bien que se me conocía en la cara la pasión... Todavía, cuando me acuerdo de aquella firmeza, de aquella seca austeridad de mi primita, me tiemblan las carnes. Nunca me he visto en otra. Allí fué el lamentarse de haber prestado atención á mis galanterías, creyéndolas inocentes y de pura fórmula, tal como las autorizan el mundo y la moral tolerante de nuestros días; allí fué el expresar su equivocación con respecto á mí; allí el acusarme de injuriarla gravemente á ella y á su esposo, que me colma de atenciones y agasajos; y no te digo más. ¡Ah! no invocó los llamados eternos principios; pero, aunque no los invocó, procedía con arreglo á esos grandísimos hi de tal...

En resolución, que me dejó pegado á la pared, y, lo que es peor, sin esperanzas de obtener más tarde el éxito que ahora no he podido alcanzar. Aquí me tienes, pues, atajándome con una mano la sangre que me chorrea de la frente, y oprimiéndome el corazón con la otra... porque, te lo diré todo para que te rías más... después del estacazo, y al volver del mareo que produjo en mí, encontró más vivos y punzantes mis deseos de poseerla y de ser su amante. Su belleza, su talento, su boca grandecita, que es la fuente de donde brota todo el caudal de la gracia humana; sus ojos persuasivos, que te miran penetrantes, ora lanzándose hacia tí, ora recogiéndose en no sé qué misteriosa desconfianza; su talle flexible, su vestir elegante, parécenme ahora con mayores hechizos. ¡Y si vieras con qué gracia me curó ella misma la tremenda herida, ponderándome las dulzuras de la amistad respetuosa! Esto tiene chiste. ¡Qué remedio queda más que conformarse y apechugar con los arrastrados principios! Pero nuestra infame naturaleza se rebela contra ellos siempre que no se prestan á satisfacer sus caprichos, de lo que yo deduzco, en conformidad con los Santos Padres (muy señores míos), que somos los humanos una raza indecente, y que nos estuvo bien merecido que nos echaran á cajas destempladas del Paraíso, entregándonos al muy cochino de Satanás, para que nos tentara y perdiera, y nos arrastrara á los profundos infiernos.

Y ahora surge de nuevo la gran duda. ¿Es honrada ó no lo es? Ríete de mi impresionabilidad todo lo que quieras; pero escucha lo que estoy pensando. Otra vez se representa á mis ojos con los caracteres de la más pura virtud, y cuanto sospeché de ella me parece indigno, y lo que oí contar, patraña maliciosa y absurda. Te cuento todos los fenómenos que se van sucediendo en mi alma, porque eres mi confesor y nada debo ocultarte. Permíteme que analice un poco. ¿Consistirá esto en que ahora, por causa del desaire, estoy verdaderamente enamorado, y no veo en el sér que me fascina más que perfecciones? Antes quizás no la amaba de veras; empujóme hacia ella un antojo, una voluntariedad de joven del siglo, que por rutina ó moda no quiere ser menos depravado que los contemporáneos de su clase. Era aquello como un ensayo de vivir, ajustado al canon vigente. Pero ahora... ahora... Me parece que estás reventando de risa, y no quiero seguir.

Bueno, pues aunque te rías: aquí tienes á tu amigo hecho un ojeroso romántico, idealizando el objeto de su pasión, y remontándose, con ella en brazos, á los espacios infinitos; viéndola reflejada en sí mismo, con todos los atributos de sobrenatural hermosura, y adornada de las cualidades más excelsas. No te oculto que hago inútiles esfuerzos por volver á la realidad. Se me ha plantado en el magín la idea de que es la pureza misma; y recordando que la borré inconsideradamente de la plantilla de serafines terrestres, me apresuro á volver á inscribirla en ella con letras muy gordas: ¡Es un ángel! Sí, veo desde aquí tu sonrisilla escéptica; pero no me importa. Lo que sí te diré es que precisamente su celestial jerarquía es lo que más me estimula á solicitarla. Y como no siento ninguna vocación de volverme ya también ángel, mi maldad aspira á sentar plaza en las filas satánicas, y acosar nuevamente á la querubina con mis pretensiones, hasta cansarla, rendirla, vencerla y hacerla mi dama. Nada halaga tan vivamente los instintos humanos como traerse un ángel del cielo á la tierra, lo que equivale á robar la esencia celeste. Todos somos algo Prometeos, amigo Equis, ó intentamos serlo. ¿Comprendes lo que te digo? Por lo mismo que mi adorada prima se me ha puesto en un pedestal de virtud, quiero arrancarla de él, perderla y perderme, bajándonos ambos muy abrazaditos á las cavidades de ese infierno donde los amantes de verdad, dígase lo que se quiera, han de pasarlo muy bien, quemándose por dentro y por fuera.

En fin, que estoy exaltado y tú principias á inquietarte por esta enfermedad mía. Tranquilízate, hombre, y óyeme otra cosa. La política es un bálsamo para los ligeros disturbios del espíritu. ¿Lo será también para trastornos graves? No sé; lo probaremos: he de buscar en la política el desgaste de esta superabundancia de vitalidad espiritual. Desde mañana me planto en los escaños rojos, y hablaré sobre lo primero que salte, revolviendo á Roma con Santiago, y me pondré frente al Gobierno, frente á las instituciones, y... boca abajo todo el mundo: me propongo minar los cimientos sociales, como se dice en lenguaje ministerial. Es que estoy furioso; necesito vengarme. ¿De quién? de los grandes principios... que mala sarna se los coma... Verás, verás qué camorras voy á armar allí todos los días. Llegará pronto hasta tí mi fama de anarquista, demoledor y petrolero. La piqueta, la famosa piqueta y la tea incendiaria son los chismes que he de usar... Por cierto que hoy almorcé con Cisneros, y aunque no le hacía gran caso por tener todo mi pensamiento concentrado en mi amarga cuita, me mostré conforme con cuantas atrocidades echó de aquella donosísima boca. Es el tío de más talento que hay en España. Hemos convenido en transformar la sociedad y ponerlo todo patas arriba. Vengan otras leyes, otra forma de la propiedad, otra moral, otra religión, otras costumbres, otra raza, otra manera de vestir, aunque sea en cueros, otra lengua, y venga, por fin, otro planeta, que éste ya no nos sirve.

Vas á creer que firmo ésta en Leganés; pero no: la firmo y fecho en mi cuarto del Hotel de Roma, á las cuatro de la madrugada, después de pasar una noche de perros, y decidido á no acostarme porque sé que no he de dormir. No se aparta de mí la hermosa imagen austera, con toda la gracia divina y humana, coronada de aquella honradez que admiro y anhelo hacer añicos. Mírola como una santa de altar, no vestida de severos paños, sino con los atavíos elegantes de la última moda. Es un ángel que se ha entregado á las modistas. ¡Oh, qué virtud tan tentadora! No poderla tronchar en un abrazo, no poder estrujarla como se estruja una flor... Si no me modero, amigo mío, voy á salir por esas calles tirando piedras.

No te enamores, Equis, no te enamores; dedícate en esa tierra, con malos fines, á las Galateas de refajo amarillo. Y si alguna te sale con que debajo de todas aquellas bayetas está la honestidad, renuncia á las vanidades del mundo y métete cura.

Share on Twitter Share on Facebook