34

Reedificada Mesena por Epaminondas, acudían de todas partes a poblarla sus antiguos ciudadanos, y no se atrevieron los Espartanos a disputarlo con las armas, ni pudieron impedirlo; mas indignábanse con Agesilao, porque poseyendo una provincia no menos poblada, que la Laconia, ni de menor importancia, después de haberla disfrutado largo tiempo la perdían en su reinado. Por lo mismo no admitió la paz propuesta por los Tebanos, no queriendo en las palabras reconocer como dueños de aquel país a los que en realidad lo eran; con lo que no sólo no lo recobró, sino que estuvo en muy poco que perdiese a Esparta, burlado con un ardid de guerra. En efecto: separados otra vez los de Mantinea de los Tebanos, llamaron en su auxilio a los Lacedemonios, y habiendo entendido Epaminondas que Agesilao marchaba allá, y estaba ya en camino, partió por la noche de Tegea sin que los Mantineenses lo rastreasen, encaminándose con su ejército a Lacedemonia; y faltó muy poco para que tomase por sorpresa la ciudad, que se hallaba desierta, trayendo otro camino que el de Agesilao; pero avisado éste por Eutino de Tespias, según dice Calístenes, o por un Cretense, según Jenofonte, envió inmediatamente un soldado de a caballo que lo participara a los que habían quedado en la ciudad y él mismo volvió rápidamente a Esparta. Llegaron a poco los Tebanos y, pasando el Eurotas, acometieron a la ciudad, la que defendió Agesilao con un valor extraordinario, fuera de su edad; porque no le pareció que aquel era tiempo de seguridad y precauciones como el pasado, sino más bien de intrepidez y osadía, en las que antes no había confiado, pero a las que únicamente debió ahora el haber alejado el peligro, sacándole a Epaminondas la ciudad de entre las manos, erigiendo un trofeo y haciendo ver a los jóvenes y a las mujeres unos Lacedemonios que pagaban a la patria los cuidados y desvelos de su educación. Entre los primeros, a un Arquidamo que combatía con el mayor ardimiento y que pronto, por el valor de su ánimo y por la agilidad de su cuerpo, volaba por las calles a los puntos donde se hallaba más empeñada la pelea, oponiendo por todas partes con unos pocos la mayor resistencia a los enemigos; y a un Ísadas, hijo de Fébidas, que no sólo para los ciudadanos, sino aun para los enemigos, fue un espectáculo agradable y digno de admiración, porque era de bella persona y de gran estatura, y en cuanto a edad se hallaba en aquella en que florecen más los mocitos, que es cuando hacen tránsito a contarse entre los hombres. Este, pues, desnudo de toda arma defensiva y de toda ropa, ungido con abundante aceite, salió de su casa, llevando en una mano la lanza y en la otra la espada, y abriéndose paso por entre los que combatían se metió en medio de los enemigos, hiriendo y derribando a cuantos encontraba, sin que de nadie hubiese sido ofendido, o porque hubiese parecido más que hombre a los enemigos. Por esta hazaña se dice que los Éforos primero le coronaron y luego le impusie- ron una multa de mil dracmas, en castigo de haberse atrevido a salir a batalla sin las armas defensivas.

Share on Twitter Share on Facebook