Desacreditóse todavía mucho más poniéndose a servir al egipcio Taco; pues no creían digno de un varón que era tenido por el primero de la Grecia, y que había llenado el mundo con su fama, entregar su persona a un bárbaro rebelde a su rey y vender por dinero su nombre y su gloria, sentando plaza de mercenario y de caudillo de gente colecticia. Pues si siendo ya de más de ochenta años, y teniendo el cuerpo acribillado de heridas, hubiera vuelto a tomar aquel decoroso mando por la libertad de los Griegos, aún no habría sido del todo irreprensible su ambición y el olvido de sus años; porque aun para lo honesto y bueno deben ser propios el tiempo y la edad, y en general lo honesto en la justa medianía se diferencia de lo torpe; pero de nada de esto hizo cuenta Agesilao, ni creyó que había cargo ninguno público que debiera desdeñarse al par de vivir en la ciudad y esperar la muerte estando mano sobre mano. Recogiendo, pues, gente estipendiaria con fondos que Taco puso a su disposición, y embarcándola en transportes dio la vela, llevando consigo, como en años pasados, treinta Espartanos en calidad de consejeros. Luego que aportó al Egipto, se apresuraron a ir a la nave los primeros generales y oficiales del Rey para ofrecérsele, siendo además grande la curiosidad y expectación de todos los Egipcios por la nombradía y fama de Agesilao; así es que todos corrieron a verle. Mas luego que no advirtieron ninguna riqueza ni aparato, sino un hombre anciano, tendido sobre la hierba en la orilla del mar, pequeño de cuerpo y sin ninguna distinción en su persona, envuelto en una mala y despreciable capa, dióles gana de reír y de burlarse, repitiendo lo que dice la fábula: “El monte estaba de parto, y parió un ratón”; pero todavía se maravillaron mucho de lo extraño de su porte cuando, habiéndole traído y presentado diferentes regalos, recibió la harina, las terneras y gansos, apartando de sí los pasteles, los postres y los ungüentos. Hiciéronle ruegos e instancias para que los recibiese, y entonces dijo a los que los traían que los entregaran a los Hilotas. Lo que dice Teofrasto haber sido muy de su gusto fue el papel de que hacían coronas, por lo ligero de éstas, y que, por lo tanto, lo pidió y alcanzó del rey al disponer su regreso.