No bien hubo tocado Pompeyo en España, excitó en los naturales, como sucede siempre a la fama de un nuevo general, otras esperanzas, y conmovió y apartó de Sertorio entre aquellas gentes todo lo que no le estaba firmemente unido. Sertorio, en tanto, usaba contra él de un lenguaje arrogante, diciendo con escarnio que para aquel mozuelo no necesitaba más que de la palmeta y los azotes, si no fuera porque tenía miedo a aquella vieja- aludiendo a Metelo-; sin embargo, temía realmente a Pompeyo, y precaviéndose con sumo cuidado hacía ya la guerra con más tiento y seguridad; porque, de otra parte, Metelo- cosa que nadie habría pensado- se había rebajado en su conducta, entregándose con exceso a los placeres, con lo que repentinamente habla habido también en él una grande mudanza con respecto al fausto y al lujo; de manera que esto mismo dio mayor estimación y gloria a Pompeyo, por cuanto todavía hizo más sencillo su método de vida, que nunca había necesitado de grandes prevenciones, siendo por naturaleza sobrio y muy arreglado en sus deseos. En esta guerra, que tomaba mil diferentes formas, ninguna cosa mortificó más a Pompeyo que la toma de Laurón por Sertorio, porque cuando creía que le tenía envuelto, y aun se jactaba de ello, se encontró repentinamente con que él era quien estaba cercado; y como, por tanto, temía el moverse, tuvo que dejar arder la ciudad a su presencia y ante sus mismos ojos. Mas habiendo vencido junto a Valencia, a Herenio y Perpena, generales que habían acudido a unirse con Sertorio y militaban con él, les mató más de diez mil hombres.