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Como en Roma el cónsul Pisón, por encono y envidia que le tenía, le escasease los auxilios y licenciase las tripulaciones, hizo pasar a Brindis la escuadra y él subió a Roma por la Toscana. Luego que se supo, todos acudieron al camino, como si no hiciera pocos días que se habían despedido de él. Había producido este regocijo la celeridad de la no esperada mudanza, pues al punto fue suma en el mercado la abundancia de víveres; así corrió riesgo Pisón de que se le despojara del consulado, teniendo ya Gabinio escrito el proyecto de ley, sino que le contuvo Pompeyo; el cual, habiéndolo dispuesto todo con la mayor humanidad, provisto de lo que hubo menester, se encaminó a Brindis. Habiendo tenido el tiempo favorable, siguió su navegación, pasando a la vista de muchas ciudades; mas respecto a Atenas no pasó de largo. Saltó, pues, en tierra, y habiendo sacrificado a los dioses y saludado al pueblo, al salir leyó ya estos versos heroicos hechos en su honor, a la parte adentro de la puerta: Cuanto en parecer hombre más te esfuerzas, más a los sacros dioses te pareces. Y a la parte de afuera: Fuiste esperado, y en honor tenido: te hemos visto; feliz tu viaje sea. De los piratas que todavía quedaban y erraban por el mar, trató con benignidad a algunos; y contentándose con apoderarse de sus embarcaciones y sus personas, ningún daño les hizo; con lo que concibieron los demás buenas esperanzas, y huyendo de los otros caudillos se dirigieron a Pompeyo y se le entregaron a discreción con sus hijos y sus mujeres. Perdonólos a todos, y por su medio pudo descubrir y prender a otros, que habían procurado esconderse por reconocerse culpables de las mayores atrocidades.

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