Mortificaban en gran manera estas cosas a Pompeyo, nada acostumbrado a los insultos y poco ejercitado en esa especie de guerra, y le mortificaban más porque veía que el Senado se complacía en su humillación y, en que pagara la traición de que con Cicerón había usado. Sucedió después que hubo vivas en la plaza, hasta resultar algunos heridos, y se descubrió que un esclavo de Clodio, que se encaminaba a Pompeyo por entre los que le rodeaban, llevaba oculta una espada; y tomando de aquí pretexto, como, por otra parte, temiese la insolencia y los insultos de Clodio, ya no volvió a presentarse en la plaza mientras aquel ejerció su magistratura, sino que se encerró en su casa, discurriendo con sus amigos cómo haría para poner remedio al encono del Senado y de todos los buenos contra él. Con todo, a Culeón, que le propuso se separase de Julia y pasase al partido del Senado, renunciando a la amistad de César, no quiso darle oídos; pero con los que le propusieron la vuelta de Cicerón, hombre el más enemigo de Clodio y más amado del Senado, se mostró más dispuesto a condescender. Presentó, pues, en la plaza al hermano de aquel que era quien hacía la petición con una gran partida de tropa; y habiéndose venido a las manos y habido algunos muertos, por fin logró vencer a Clodio. Habiendo sido Cicerón restituido por una ley, al punto reconcilió al Senado con Pompeyo, y hablando en favor de la ley de abastos volvió a hacer a Pompeyo árbitro y dueño en cierto modo de cuanto por tierra y por mar poseían los Romanos, pues quedaron a sus órdenes los puertos, los mercados el comercio de granos y, en una palabra, todos los intereses de los navegantes; y labradores; sobre lo que decía Clodio, en tono de acusación, que no se había propuesto la ley porque hubiese carestía, sino que se había hecho que hubiese carestía para dar la ley, a fin que volviese y se recobrase como de un desmayo con esta nueva autoridad el poder de Pompeyo que andaba achacoso y decaído. Mas otros dicen haber sido esta comisión de Pompeyo pensa- miento del cónsul Espínter, que quiso ponerle el estorbo de un mando más extenso para ser él mismo enviado en auxilio del rey Tolomeo. Con todo, el tribuno de la plebe Canidio hizo proposición de una ley, por la que se encargaba a Pompeyo el que, sin ejército, llevando sólo dos lictores, compusiera las desavenencias del rey con los de Alejandría; Pompeyo no se mostraba disgustado de la ley, pero el Senado la desechó, con la plausible causa de que temía por la persona de Pompeyo. Derramáronse en aquella ocasión papeles por la plaza y en el edificio del Senado, en los que se manifestaba haber pedido Tolomeo que se le diera por general a Pompeyo en lugar de Espínter, y Timágenes dice que Tolomeo se salió del Egipto sin necesidad, abandonándole a persuasión de Teófanes, para proporcionar a Pompeyo la ocasión de un mando y de adelantar en sus intereses; pero esto no bastó a hacerlo tan probable la perversidad de Teófanes como lo hizo increíble la índole de Pompeyo, cuya ambición no tuvo nunca un carácter tan maligno e iliberal.