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Llenó después de esto Pompeyo la ciudad de soldados, y ya todo lo obtenía por la fuerza; porque al cónsul Bíbulo, en ocasión de bajar a la plaza con Luculo y con Catón, saliéndole repentinamente al encuentro, le rompieron las fasces; uno de ellos vació sobre la cabeza del mismo Bíbulo una espuerta de basura, y dos tribunos de la plebe que le acompañaban fueron heridos. Con esto dejaron despejada la plaza de los que habían de hacerles oposición, Y sancionaron la ley del repartimiento de tierras, la cual les sirvió de cebo y golosina con el pueblo para tenerle pronto a todo cuanto malo intentaban, sin fijarse en nada ni pensar en más que en dar sin rebullir su voto a cuanto se proponía. Así fueron también sancionadas las disposiciones de Pompeyo sobre las que había sido la contienda con Luculo; a César se le concedieron la Galia cisalpina y transalpina y los Ilirios por cinco años, con la fuerza de cuatro legiones completas, y fueron designados cónsules para el año siguiente Pisón, suegro de César, y Gabinio, el más desmedido entre los aduladores de Pompeyo. En vista de estas cosas, Bíbulo estuvo ocho meses sin presentarse como cónsul, contentándose con pedir edictos, que no contenían más que invectivas y acusaciones contra ambos, y Catón, como inspirado y profeta, predecía en el Senado los males que habían de venir sobre la república y sobre Pompeyo. Por lo que hace a Luculo, al punto desistió y no se movió a nada, no hallándose ya en edad de llevar los negocios del gobierno, sobre lo que dijo Pompeyo que para un anciano aun era más intempestivo el darse a los deleites que el tomar parte en los negocios. Sin embargo, bien pronto se enmolleció él mismo con el amor de aquella jo- vencita, y por atender a ella y pasar en su compañía la vida en el campo y en los jardines se descuidó enteramente de lo que pasaba en la plaza pública hasta tal punto, que Clodio, tribuno entonces de la plebe, llegó a despreciarle y a meterse temerariamente en los negocios más arriesgados. Porque después que expelió a Cicerón y que envió a Catón a Chipre bajo el pretexto de mandar las armas, como viese, cuando ya César había marchado a la Galia, que el pueblo en todo le prefería y todo lo disponía y hacía según su voluntad, al punto intentó revocar algunas de las providencias de Pompeyo; arrebató a Tigranes, que se hallaba cautivo, y lo retuvo consigo, y movió causas a algunos de los amigos de Pompeyo, para hacer prueba en ellos del poder de éste. Finalmente, en ocasión de acudir al tribunal Pompeyo con motivo de cierta causa, teniendo él a su disposición una turba de hombres insolentes y desvergonzados se paró en un lugar muy público y les dirigió estas preguntas: “¿Quién es el general corrompido y disoluto? ¿Qué hombre anda en busca de un hombre? ¿Quién es el que se rasca la cabeza con un dedo?” Y ellos como si fuera un coro prevenido para alternar, al sacudir aquel la toga respondían a cada pregunta en voz alta: “Pompeyo”.

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