Desistieron los demás de aspirar al consulado; pero Catón, no obstante, persuadió y alentó a Lucio Domicio para que no desmayara: “Porque la contienda- decía- no es por la magistratura, sino por la libertad contra los tiranos.” Pompeyo y su partido temieron el tesón de Catón, no fuera que, teniendo por suyo a todo el Senado, atrajera y mudara la parte sana del pueblo; por lo cual no permitieron que Domicio bajase a la plaza, sino que, habiendo apostados hombres armados, dieron muerte al esclavo que iba delante con luz y ahuyentaron a los demás, habiendo sido Catón el último que se retiró, herido en el codo derecho por haberse puesto a defender a Domicio. Habiendo llegado al consulado por tan mal camino, no se portaron en lo demás con mayor decencia, sino que, manifestándose dispuesto el pueblo a elegir por pretor a Catón, en el acto de votar disolvió Pompeyo la asamblea bajo el pretexto de agüeros, y después apareció nombrado Vatinio, sobornadas con dinero las tribus. Después propusieron leyes por medio del tribuno de la plebe Trebonio, en virtud de las cuales decretaron a César otro quinquenio, según lo convenido; a Craso le dieron la Siria y el mando del ejército contra los Partos, y al mismo Pompeyo toda el África y una y otra España, con cuatro legiones, de las cuales puso dos a disposición de César, que las pidió para la guerra de las Galias. Por lo que hace a Craso, al punto partió a su provincia, concluido el año de consulado; pero Pompeyo, construido ya su teatro, celebró para dedicarlo, juegos gimnásticos y de música y combates de fieras, en los que perecieron quinientos leones; sobre todo, el combate de elefantes fue un terrible espectáculo.