Sin embargo de que con estas demostraciones públicas se granjeó la admiración y el aprecio, volvió entonces a incurrir en no menor envidia, porque confiando a lugartenientes amigos suyos los ejércitos y las provincias, él pasaba la vida en casas de recreo de Italia, yendo con su mujer de una parte a otra, o porque estuviese enamorado de ella, o porque siendo amado no se sintiese con fuerzas para dejarla, pues también esto se dice, y era voz común que aquella joven amaba desmedidamente a su marido; aunque no sería por la edad de Pompeyo, sino que la causa era, a lo que parece, la continencia de éste, que después de casado no se distraía con otras mujeres, y aun su misma gravedad, que no le hacía desagradable en el trato, y, antes, tenía para las mujeres un cierto atractivo, si no hemos de dar por falso el testimonio de la cortesana Flora. Sucedió en esto que en los comicios edilicios vinieron a las manos algunos, y habiendo muerto no pocos alrededor de Pompeyo tuvo que mudar las ropas por habérsele llenado de sangre; y habiendo sido grande el bullicio y la priesa de los esclavos que llevaban las ropas, como la mujer, que se hallaba encinta, los viese y observase que la toga estaba manchada de sangre, le dio un desmayo, del que tardó mucho tiempo en volver, y al fin malparió de resultas de aquel alboroto y pesadumbre; con lo cual aun los que más vituperaban la amistad de Pompeyo con César no culparon ya el amor que tenía a su mujer. Hízose otra vez embarazada, y habiendo dado a luz una niña, murió del parto, y ésta le sobrevivió muy pocos días. Disponía Pompeyo dar sepultura al cadáver en su Quinta Albana; pero el pueblo hizo que se llevara al Campo de Marte, más bien por compasión a aquella jovencita que por obsequio a Pompeyo o a César; y aun entre ellos, más parte parece haber dado el pueblo de aquel honor a César, con estar distante, que a Pompeyo, que se hallaba presente. Porque al punto sobrevinieron borrascas en la ciudad y se conmovió la república, suscitándose voces sediciosas apenas faltó entre ambos aquel deudo, que más bien había tenido encubierta que apagada la ambición encontrada de uno y otro. Llegó al cabo la noticia de haber perecido Craso en la guerra con los Partos, y desapareció este grande estorbo para que viniera sobre Roma la guerra civil, porque, temiéndole ambos, en sus repartos tenían que guardar cierta justicia. Mas después que la fortuna quitó de delante el tercero que pudiera entrar en la lid, se estaba ya en el caso de usar de esta expresión de la comedia: ¡Cómo se unge el uno contra el otro y las manos con polvo se refriegan! ¡Tan poca cosa es aun la misma fortuna para la ambición humana!, pues que no alcanzaba a saciar sus deseos, visto que tan grande extensión de mando y tanta copia de felicidad no puede contentar a dos solos hombres, sino que con oír y leer que todo está distribuido entre los dioses, y cada uno goza de su particular honor, creían, sin embargo, que para ellos, con no ser más de dos, no les bastaba todo el imperio de los Romanos.