Numa, en tanto, retirándose de la ciudad y sus pasatiempos, hallaba placer en gozar del campo, y andando ordinariamente solo por los bosques de los Dioses y por los prados sagrados, en lugares solitarios hacía su residencia. De aquí tomaría principalmente fundamento la voz acerca de la Ninfa, y de que Numa no dejó la comunicación de los hombres por displicencia de carácter o por inclinación a la vida errante, sino porque habiendo tomado el gusto a un trato de más importancia, y sido elevado a un casamiento divino, unido con la Ninfa Egeria, que le amaba, y viviendo a su lado, vino a ser un hombre sumamente venturoso e instruido en las cosas de los Dioses. No tiene duda que esto es muy parecido a otras muchas fábulas antiguas, como las que los Frigios se complacieron en divulgar de Atis, los Bitinios de Heródoto, de Endimión los Árcades, y a este tenor otros de muchos hombres, que parece fueron bienhadados y amados de los Dioses. Y no va fuera de razón que si Dios es amante del hombre, y no de los caballos o de las aves, se complazca en distinguir con su trato a los hombres que sobresalgan en bondad, y que no desdeñe ni crea le esta mal la comunicación con un hombre de una virtud y talento divinos. Ahora, que haya también comunicación y amor de un dios con un cuerpo y una belleza humanos, esto es obra mayor el persuadirlo. Los Egipcios distinguen con algún viso de verosimilitud, diciendo que en cuanto a las mujeres no debe tenerse por imposible que se les llegue el espíritu de un dios y les infunda el principio de una concepción; mas que en cuanto al hombre no hay cómo un dios se le llegue y comunique con su cuerpo; pero no tienen presente que en lo mezclado hay recíprocamente comunicación igual de una cosa con otra. Por lo que hace a aquella amistad de los Dioses con los hombres que suele llamarse amor, y se mira como un celo y cuidado de sus costumbres y de su virtud, estaría muy bien que la hubiese, y nada dicen fuera de lo conveniente los que cuentan que Forbante, Jacinto y Admeto, fueron amados de Apolo, como también Hipólito el de Sicione, de quien se dice cuantas veces navegaba de Sicione a Cirra se regocijaba la Pitia, como que el dios lo percibía y se holgaba también, pronunciando en verso heroico: Hipólito otra vez; el bien amado. Hipólito otra vez por el mar torna. Corre asimismo la fábula de que Pan se enamoró de los versos de Píndaro, y de que cierta divinidad dio honor después de muertos a Arquíloco y a Hesíodo por sus poemas. Es fama igualmente que Sófocles en vida disfrutó el favor de hospedar a Esculapio, de lo que todavía quedan algunas pruebas, y que a su muerte otro dios cuidó de que no careciese de sepultura. ¿Y será justo, dando por ciertos estos hechos, resistirse a creer que Zaleuco, Minos, Zoroastres, Numa y Licurgo, que debían gobernar reinos y establecer gobiernos, tuviesen para esto mismo la asistencia de un dios? ¿No será más puesto en razón que los Dioses se acercasen con esmero a hombres como éstos para doctrinarlos y exhortarlos en cosas tan grandes, y que de los poetas y los líricos, si tal ha sido, se valiesen sólo como por juego en sus cantilenas? Si otros entienden otra cosa, ancho es, como dice Baquílides, el camino: pues no debe mirarse como desacertada la otra opinión que corre acerca de Licurgo, Numa y otros, según la cual, teniendo estos varones insignes que manejar pueblos indóciles y que hacer grandes novedades en el gobierno, les pusieron por delante la opinión y nombre de un dios para bien de aquellos mismos con quienes usaban de esta apariencia.