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Hallábase Numa en el cuadragésimo año de su edad cuando llegaron los mensajeros de Roma brindándole con el reino. Llevaron la palabra Proclo y Veleso, de los cuales era casi indudable que el uno o el otro habría sido elegido rey por el pueblo; teniendo Proclo de su parte a las gentes que podían llamarse de Rómulo, y Veleso a las de Tacio. Fueron breves sus discursos, creyendo que habría bastante con anunciar a Numa su buena dicha, pero era obra, según se vio, de muchas más palabras y ruegos el persuadirle, y el inclinar a un hombre acostumbrado a vivir en paz y sosiego a que aceptase el mando de una ciudad que se podía decir había nacido acrecentándose con la guerra. Respondió, pues, presente su padre y Marcio, uno de sus parientes, de este modo: “Toda mudanza en el método de vida es peligrosa, y a quien nada le falta de lo que ha menester, ni nada de lo presente le da disgusto, sólo la ignorancia puede moverle y apartarle de aquellas cosas a que está hecho; las que cuando nada más tengan para ser preferidas, en la seguridad a lo menos se aventajan mucho, a las que están por ver: si es que esto puede decirse con respecto al reino, en vista de lo que con Rómulo ha sucedido: habiendo caído sobre él la mala sospecha de que armó asechanzas a su colega Tacio; y sobre vuestros iguales la de que a él mismo le han quitado la vida. Y a Rómulo se le celebra con encomios como hijo de Dioses, y se habla de su prodigiosa crianza, y de la manera increíble como se salvó siendo niño; pero yo procedo de mortales; mi crianza y educación la han hecho hombres que no os son desconocidos, y cuadra mal con el haber de reinar lo que se elogia en mi conducta, que es mucha tranquilidad, dar mi atención a discursos de pura teoría, y además, como consiguiente, este inoportuno amor de la paz, de todas las artes no guerreras, y de los hombres que sólo se juntan con objeto de dar culto a los Dioses y de formarse a la virtud, y en lo demás cada uno de por sí o labran o apacientan. A vosotros, oh Romanos, os ha dejado Rómulo muchas guerras, quizá involuntarias, para cuyo buen éxito se necesita de un rey fogoso y de florida edad; y en el pueblo, por la buena suerte que le ha seguido, se ha engendrado hábito y deseo de la guerra, sin que a nadie se le oculte su tendencia a dominar a los demás: reiríase, por tanto, del que sólo reverenciase a los Dioses, y enseñase a honrar la justicia, y detestar la guerra en una ciudad que más que rey ha menester un general experto.”

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