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Habiendo Pompeyo entrado en la ciudad se casó con Cornelia, hija de Metelo Escipión, que no se hallaba soltera, sino que había quedado viuda poco antes de Publio, hijo de Craso, muerto también en la guerra de los Partos, con quien casó doncella. Tenía esta joven muchas prendas que la hacían amable además de su belleza, porque estaba muy versada en las letras, en tañer la lira y en la geometría y había oído con fruto las lecciones de los filósofos. Agregábanse a esto unas costumbres libres de la displicencia y afectación con que tales conocimientos suelen echar a perder la índole de las jóvenes; y en su padre, tanto por razón de linaje como por su opinión personal, no había nada que tachar. Con todo, este enlace no agradaba a algunos, por la desigualdad de edades, siendo la de Cornelia más propia para haberla casado con su hijo. Otros, mirándolo por el aspecto del decoro y la conveniencia, creían que Pompeyo no había mirado por el bien de la república, que agobiada de males le había elegido como médico, entregándose toda en sus manos; y él, en tanto, se coronaba y andaba en sacrificios de boda, cuando debía reputar a calamidad aquel consulado que no se le habría concedido tan fuera del orden legítimo si la patria se hallara en estado de prosperidad. Presidía a los juicios sobre cohechos y sobornos, y al proponer los decretos contra los comprendidos en las causas, en todo lo demás se condujo con gravedad y entereza, dando a los tribunales, en los que tenía puesta guardia, seguridad, decoro y orden; pero habiendo de ser juzgado su suegro Escipión, llamó a su casa a los trescientos setenta jueces y les rogó estuvieran en su favor, y el acusador se apartó de la causa por haber visto a Escipión ir acompañado desde la plaza por los mismos jueces. Empezóse, por tanto, a murmurar otra vez de él, y más que, habiendo prohibido por ley Las alabanzas de los que sufrían un juicio, él mismo se presentó a hacer el elogio de Planco; y Catón, que casualmente era uno de los jueces, tapándose con las manos los oídos, dijo que no era razón escuchar unas alabanzas contra ley, por lo cual se le recusó antes de dar su voto; pero Planeo fue, sin embargo, condenado por todos los demás, con vergüenza de Pompeyo. De allí a pocos días, Hipseo, varón consular, contra quien se seguía una causa, se Puso a esperar a Pompeyo cuando del baño pasaba a la cena, e imploró su favor echándose a sus pies; pero él pasó sin hacer caso, diciendo que ninguna otra cosa adelantaría sino que se le echara a perder la cena, con lo que se atrajo la nota de no guardar igualdad. Todas las demás cosas las puso perfectamente en orden y eligió por colega, a su suegro para los cinco meses que restaban. Decretóse en su obsequio que conservaría las provincias por otro cuatrienio, y percibiría cada año mil talentos para el vestuario y manutención de las tropas.

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