Luego que la llanura de Farsalia se llenó de hombres, de caballos y de armas, y que de una y otra parte se dieron las señales de la batalla, el primero que salió corriendo de las líneas de César fue Gayo Crasiano, que mandaba una compañía de ciento veinte hombres, cumpliendo de este modo a César la promesa que le había hecho; porque habiéndole éste visto al salir del campamento, saludándole por su nombre, le preguntó qué pensaba de la batalla, y él, alargándole la mano, exclamó: “Vencerás gloriosamente, César, y hoy habrás de alabarme o vivo o muerto.” Teniendo fijas en la memoria estas palabras, se adelantó llevando a muchos consigo, y se arrojó en medio de los enemigos. Peleóse desde luego con las espadas, y como con muerte de muchos intentase penetrar las filas de los enemigos, uno de éstos le metió la espada por la boca, con tal fuerza, que le salió por la nuca. Muerto Crasiano, ya después se peleaba con igualdad; sino que Pompeyo no movió con la conveniente celeridad su derecha, deteniéndose a mirar a una y otra parte, esperando la acometida de la caballería. Ya ésta marchaba en cuerpo para envolver a César y había conseguido impeler sobre su batalla los pocos caballos que ante ella tenía formados; pero habiendo dado César la señal, su caballería se retiró, acudiendo al punto las cohortes destinadas a oponerse a aquella operación, que venían a constar de unos tres mil hombres, se dirigieron con ímpetu contra los enemigos, y contrarrestando a la caballería usaron de las lanzas hacia arriba, como se les había prevenido, para herir en la cara. A aquellos soldados bisoños, sin experiencia de ningún género de combate y desprevenidos para el que sufrían, no teniendo de él ninguna idea, les faltó valor y sufrimiento para aguantar unos golpes dirigidos a los ojos y al rostro, por lo que, volviendo grupa y cubriéndose los ojos con las manos, huyeron ignominiosamente. Luego que éstos se quitaron de delante, los Cesarianos ya no pensaron más en ellos, sino que marcharon contra la infantería por aquella parte por donde habiendo quedado más débil con la falta de los caballos daba mayor facilidad para ser cercada y envuelta. Acometiendo, pues, por el flanco, y la legión décima por el frente, ni sostuvieron éstos ni guardaron orden, viendo que cuando esperaban haber envuelto a los enemigos eran ellos los que experimentaban esta suerte.